[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Vengadores: Infinity War (Avengers:
Infinity War, 2018) es el decimonoveno largometraje de los Marvel Studios y, en
muchos sentidos, la culminación del proyecto cinematográfico del productor
Kevin Feige. Una película que, como es bien sabido a estas alturas, y como ya
es habitual dentro de la mecánica de los films que componen el Marvel
Cinematographic Universe, es donde convergen todas las películas anteriores protagonizadas
por Iron Man, el Capitán América, Thor, los Vengadores, el Doctor Strange,
Hulk, Black Panther/ Pantera Negra y los Guardianes de la Galaxia que la han
precedido, dado que depende argumental y narrativamente de aquéllas.
Dejando
aparte sus cualidades intrínsecas, que las tiene, Vengadores: Infinity War supone la consagración de una determinada
narrativa fílmica en el contexto de la superproducción hollywoodiense que podríamos definir –un tanto superficialmente,
pero es tan solo para entendernos– como súper-relato, el cual vendría a ser a
su vez, poco más o menos, una variante cinematográfica del hipertexto, es
decir, de aquella herramienta que, según su definición académica, es “una
herramienta con estructura no secuencial que permite crear, agregar, enlazar y
compartir información de diversas fuentes por medio de enlaces asociativos. El
hipertexto es texto que contiene enlaces a otros textos” (1). Desde este punto de vista, Vengadores: Infinity War sería, hasta la
fecha, el cierre provisional de un súper-relato que ha ido creciendo a lo largo
de diecinueve películas siguiendo una técnica narrativa más o menos similar a
la del hipertexto.
El
concepto no es nuevo, como tampoco lo es el de hipertexto, pero en la
formulación que ha hecho del mismo Marvel Studios puede y debe interpretarse
como la constitución de un canon narrativo hasta no hace muchos años inédito en
el contexto del cine comercial, por más que, insisto, en el fondo no estamos
hablando de nada novedoso sino, por el contrario, de algo que tiene diversos
precedentes. Efectivamente, lo que hace Marvel Studios en general, y Vengadores: Infinity War en particular,
es recoger la herencia del serial cinematográficos de los años treinta y
cuarenta, reproduciendo en parte su estructura episódica y su tendencia a
culminar el metraje, breve, de cada entrega con un “momento álgido” o cliffhanger. Una estructura que inspiró,
a su vez, la de las series de televisión y que, poco a poco, y siempre en combinación
con el cine, ha terminado dando pie a esta recuperación y reformulación del
serial que, en el fondo, es el súper-relato creado por las producciones
cinematográficas de Marvel. Tampoco hay que olvidar que ese carácter de
súper-relato se encuentra, por descontado, en muchos de los propios cómics
Marvel, y naturalmente, en otros ámbitos culturales, como la literatura.
También
me parece muy claro que este tipo de cosas no surgen de manera espontánea, sino
como resultado de una determinada evolución. No me parece casual, en este
sentido, que el triunfo del súper-relato “marvelita” coincida en un momento
como el actual, en el cual se han dado y se siguen dando una serie de
circunstancias propiciatorias. En primer lugar, el éxito actual de la
televisión norteamericana, o, mejor dicho, del cine que se hace para
televisión, puesto que, en puridad de conceptos, la “televisión”, como algo
particular y separado del cine, no existe ni ha existido nunca. La televisión
no es sino cine hecho para televisión, pues es del cine hecho para ser visto en
salas, y no de ningún otro medio y, ni mucho menos, por generación espontánea,
de donde el cine hecho para televisión ha tomado y absorbido todos sus recursos
de lenguaje audiovisual. Un primer plano, un plano medio, un travelling, un contrapicado o un fuera
de campo lo son tanto en el cine concebido para ser visto en salas de
exhibición como en el cine hecho para televisión. Y, para no alargarnos,
podríamos afirmar cosas muy parecidas de los videojuegos, que han bebido, y
mucho, del cine –¿qué es el punto de vista del jugador sino, en muchas
ocasiones, un travelling subjetivo en
toda regla?–, con independencia de que, a posteriori, el cine también haya
bebido de determinados tropos del lenguaje audiovisual del videojuego.
La
diferencia, desde luego, reside en el modo de proyección/ difusión/
comercialización; y también, o al menos hasta hace poco, en la duración del
súper-relato televisivo con respecto al relato cinematográfico convencional,
prolongable en el primero de los casos a lo largo de horas y horas repartidas
en diversas temporadas, o tandas, de capítulos. Pero ni tan siquiera eso es,
ahora, una diferencia substancial, teniendo en cuenta la existencia de producciones
cinematográficas de duración más prolongada de lo habitual, habiendo sido a mi
entender fundamental, en este sentido, el éxito de la versión cinematográfica
de El Señor de los Anillos realizada
por Peter Jackson: tres largometrajes de tres horas de duración cada uno, y con
abundantes minutos adicionales en sus ediciones especiales en formato
doméstico, dando por resultado una película con una duración comparable, como
mínimo, a la de la temporada de una serie de televisión moderna. Tampoco me
parece casual que el éxito de El Señor de
los Anillos según Jackson –años 2001, 2002 y 2003– anteceda por un año al
de la serie que disparó el actual boom
televisivo: Perdidos (2004-2010). Son
fenómenos paralelos y al mismo tiempo interconectados, demostrativos de que hay
una generación de espectadores dispuestos a ver, y devorar con fruición,
súper-relatos para televisión y, también, súper-relatos en salas, sin entrar
ahora en el tema de la multiplicidad de dispositivos de visionado doméstico o
individualizado.
Marvel
Studios, conscientes de que había/ hay una generación de espectadores dispuesta
a consumir súper-relatos de cine hecho para ser visto en salas y de cine hecho
para ser visto en televisión y derivados (como las plataformas digitales de
visionado), ha dado un paso lógico hacia delante con sus producciones
cinematográficas hasta llegar, como digo (y por ahora), hasta Vengadores: Infinity War, una película
que es el colofón de determinadas tramas argumentales previamente desarrolladas
en anteriores films “marvelitas”. Una película que exige el conocimiento previo
de los films que la preceden dentro de la cronología/ súper-relato organizado
por Marvel Studios bajo la supervisión del productor Kevin Feige, pero que al mismo
tiempo quiere funcionar con autonomía propia porque, además de prolongar las
tramas de sus predecesoras, propone a la vez un replanteamiento radical de las
mismas, sobre todo en lo que se refiere a su clímax, sobradamente conocido a
estas alturas pero sobre el cual no tengo intención de extenderme en demasía,
consistente en la sorprendente eliminación de un más que notable número de
superhéroes en beneficio del triunfo, a todos los niveles y al menos
aparentemente, del personaje del villano, que en el fondo es el auténtico
protagonista del relato: Thanos (Josh Brolin).
Cierto
es que Vengadores: Infinity War
continúa las tramas de Capitán América:
Civil War, Doctor Strange (Doctor
Extraño), Guardianes de la Galaxia
Vol. 2, Spiderman: Homecoming, Thor: Ragnarok y Black Panther allí donde estas películas las dejaron, pero eso
funciona –y funciona bien– con independencia, insisto, de que sea Thanos el
verdadero eje central de una trama que gira completamente alrededor suyo.
Lamento desconocer las versiones gráficas originales, y por tanto no puedo
opinar sobre si la adaptación que se ha hecho del mismo es o no buena, pero lo
cierto es que hay que reconocer que al menos el Thanos cinematográfico es, sin
duda alguna, uno de los villanos más atractivos ofrecidos hasta la fecha por el
MCU, si no el que más. De entrada, el propósito del personaje es interesante,
de puro delirante, y ese no es otro que conseguir las Gemas del Infinito, unas
joyas que conceden un poder ilimitado a su dueño, y con ellas… destruir a la
mitad del universo, convencido como está de que esa es no ya la mejor solución,
sino la única, para depurar la maldad y las necesidades de todos los rincones
del cosmos. No es casual, en este sentido, que Thanos esté presentado a lo
largo del film como un personaje sorprendentemente trágico: no es un villano de
una pieza, sino un ser que cree que esa reducción drástica a la mitad de
población y planetas dará como resultado un nuevo universo más limpio y
pacífico, en el que habrá suficientes recursos que permitan una subsistencia
más segura y cómoda para los supervivientes. Desde luego que la idea de la depuración tiene connotaciones
fascistas, por más que también haya en Thanos una especie de nihilismo
idealista o de ideal nihilista: el personaje es consciente que la destrucción
de medio universo es un acto monstruoso, y que dicho acto de colosales
proporciones le convertirá para siempre en un maldito, pero también cree
firmemente que las generaciones futuras le agradecerán su extraordinario
sacrificio, pues ni siquiera él, con todo su ejército galáctico y sus
superpoderes, saldrá indemne de semejante prueba.
Imbuido
de su papel de demiurgo, ya en la primera secuencia Thanos consigue algo que, a
priori, parecía imposible: darles una soberana paliza a Thor (Chris Hemsworth)
y Hulk (Mark Ruffalo), y de paso, matar al primer gran personaje habitual del
MCU de los muchos que acabarán cayendo en los minutos finales. Pero, a pesar de
su crueldad, Thanos no está exento de debilidades humanas, pues siente un
afecto profundo y sincero hacia su hija adoptiva, la componente de los
Guardianes de la Galaxia Gamora (Zoe Saldana), y no por casualidad dos de los
mejores momentos de la película se corresponden con otros tantos episodios que
relacionan a ambos personajes. El primero es el flashback en el cual vemos cómo una Gamora niña (Ariana Greenblatt)
conoció a Thanos, y como este la adoptó… el mismo día que ordenaba arrasar a
todo su pueblo y matar a su familia; hay al respecto un plano magnífico: aquel
en el que vemos a Thanos entreteniendo a la pequeña Gamora con el obsequio de
un puñal de doble filo, mientras que, al fondo del encuadre, en segundo término
y ligeramente desenfocado, intuimos a los soldados de Thanos fusilando a los
indefensos conciudadanos de la niña. La segunda secuencia, crucial en el
desarrollo del relato y en el dibujo del perfil psicológico de Thanos, es
aquélla en la que este último y Gamora visitan un remoto planeta donde el
villano tiene que conseguir la así llamada Gema del Alma, lo cual implicará
para Thanos el mayor de los sacrificios personales: acabar con aquello que más
se ama… Como me apuntaba off the record
el amigo Antonio José Navarro, un par de detalles irónicos de esta secuencia
consisten, en primer lugar, en la fugaz visión, al fondo de uno de los
encuadres, de dos gigantescas columnas de piedra que parecen el World Trade
Center, y luego, el hecho de que la secuencia gire alrededor de un personaje
interpretado precisamente por el actor Josh Brolin, el mismo que encarnara a
George W. Bush Jr. en el film de Oliver Stone W. (ídem, 2008). Por otra parte, que el guardián de la Gema del
Alma no sea otro que el famoso archirrival del Capitán América durante la
Segunda Guerra Mundial, Cráneo Rojo –si bien aquí no lo interpreta Hugo
Weaving, como en Capitán América: El
primer Vengador, sino Ross Marquand–, vuelve a poner en relación la
ideología de Thanos con el pensamiento nazi.
Vengadores: Infinity War
se aprovecha de la falta de necesidad de presentar a sus archiconocidos protagonistas,
en beneficio de un relato de acción pura y prácticamente ininterrumpida a lo
largo de dos horas y media. De hecho, la trama del film puede resumirse, a
grandes rasgos, en una serie de batallas contra Thanos y sus secuaces por parte
de distintos grupos de superhéroes, agrupados del siguiente modo: por un lado, Tony
Stark/ Iron Man (Robert Downey Jr.), el Doctor Strange (Benedict Cumberbatch),
Peter Parker/ Spiderman (Tom Holland) y un fugaz Wong (Benedict Wong), quienes
más tarde se unen a los Guardianes de la Galaxia –Peter Quill/ Star-Lord (Chris
Pratt), Rocket (Bradley Cooper), Drax (Dave Bautista), Mantis (Pom Klementieff),
Groot (Vin Diesel)–; y, por otro, Steve Rogers/ Capitán América (Chris Evans), Natasha
Romanoff/ Viuda Negra (Scarlett Johansson), Wanda Maximoff/ Bruja Escarlata
(Elizabeth Olsen), Visión (Paul Bettany) y Halcón (Anthony Mackie), a quienes
luego se suman Bruce Banner –quien, tras convertirse en Hulk al principio del
relato, ya no vuelve a hacerlo en toda la proyección (sic), ciñéndose una
especie de versión gigante de la armadura de Iron Man–, James Rhodes/ Máquina
de Guerra (Don Cheadle), el príncipe T’Challa/ Black Panther (Chadwick Boseman),
Bucky Barnes/ El Soldado de Invierno (Sebastian Stan) y, in extremis, un recuperado Thor. Resulta como mínimo curioso pensar
que, al contrario de lo que ocurría en el cine de los años cuarenta con las “reuniones
de monstruos” de la Universal, pongamos por caso, consideradas ya en aquel
entonces un signo inequívoco de decadencia artística y comercial, ahora esta “reunión
en la cumbre marvelita” se considera –y, de hecho, así se ha saldado a nivel
taquillero– un éxito absoluto.
El
lector se habrá fijado cómo, al principio de estas líneas, he atribuido la
autoría de esta película a “varios autores”. Confío en que se habrá fijado,
asimismo, en que hasta ahora no he mencionado para nada el nombre de los
realizadores de Vengadores: Infinity War,
los hermanos Anthony y Joe Russo. Eso es así porque, aquí más que nunca –mucho
más que en sus anteriores películas “marvelitas”: El Soldado de Invierno y Civil
War–, los Russo ejercen de capataces al servicio de Kevin
Feige. A ello hay que añadir que las secuencias de acción, las más abundantes,
corren a cargo, o al menos han sido supervisadas, por el director de
segunda unidad Alexander Witt, quien no por casualidad ocupa un lugar raro,
pero preeminente, en los títulos de crédito; y, a juzgar por el resultado,
podríamos meter la mano en el fuego, sin quemarnos, a la hora de considerarle
un auténtico codirector del film, tan importante, ¿o más?, que los Russo.
¿Eso
quiere decir que Vengadores: Infinity War
es una mala película? En absoluto. Que se trate de un film “impersonal”, en
cuanto no ofrece una personalidad destacada/ destacable tras las cámaras, o,
mejor dicho, que se trate, más bien, de una película “pluripersonal”, en cuanto
suma de las diversas personalidades de sus numerosos responsables –a Feige, los
Russo y Witt, no necesariamente por este orden, habría que añadir las unidades
de especialistas y efectos visuales–, no quiere decir, como digo, que sea un
mal film. Sin ser una obra perfecta, como consecuencia de la uniformidad de
estilo que cubre, como un manto, a la mayoría de las películas de los Marvel Studios,
Vengadores: Infinity War es, a pesar
de todo, una de las mejores propuestas del estudio de Feige, y sin duda, el
mejor trabajo “marvelita” de los Russo (dejando claro que ellos son
responsables tan solo en parte de este éxito). Las abundantes secuencias de
acción están bien rodadas, y lo que es mejor, el film está repleto de bellas
escenografías y atractivos momentos fantastiques,
sobresaliendo algunos como la infiltración de Iron Man y el Hombre Araña en la
nave de uno de los esbirros de Thanos para rescatar al Doctor Strange; la
imaginativa secuencia en el planeta-forja, que además de la divertida aparición
especial del excelente Peter Dinklage interpretando ¡al gigante Eitri! (sic),
hace gala de una tonalidad épica nada despreciable; o la batalla campal en las
llanuras de Wakanda. La “obligada” secuencia post-créditos, que involucra al
coronel Nick Fury (Samuel L. Jackson) y a la agente Hill (Cobie Smulders), no
hace sino anunciar la próxima presencia del personaje que, en principio, será
el encargado de deshacer el entuerto creado por Thanos en la próxima aventura
cinematográfica de los Vengadores: el capitán (o capitana) Marvel, a cargo de
la actriz Brie Larson, protagonista del film homónimo codirigido por Anna Boden
y Ryan Fleck que llegará a los cines a principios del año que viene.
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