[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Dejando aparte las
versiones cómicas del estilo de Los
caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Monty Python and the
Holy Grial, 1975, Terry Jones y Terry Gilliam), o la musical Camelot (ídem, 1967, Joshua Logan), no
cabe imaginarse una adaptación del mito artúrico más heterodoxa y que se tome
más libertades con el mismo que la planteada por el británico Guy Ritchie, a
partir de un guion que ha escrito con Joby Harold y Lionel Wigram, sobre un
argumento previo de Harold y David Dobkin, y con producción de Warner Bros. En
este sentido, Rey Arturo: La leyenda de
Excalibur (King Arthur: Legend of the Sword, 2017) sin duda ha provocado/
provocará la irritación de los amantes de otras versiones, digamos, “clásicas”
en torno a la misma temática, caso de Los
caballeros del rey Arturo (Knights of the Round Table, 1953, Richard Thorpe),
Lancelot du Lac (ídem, 1974, Robert
Bresson), Perceval le Gallois (ídem,
1978, Éric Rohmer) o Excalibur (ídem,
1981, John Boorman).
En
Rey Arturo: La leyenda de Excalibur,
Arturo (Charlie Hunnam) sigue siendo hijo de Uther Pendragon (Eric Bana) e Igraine
(Poppy Delevingne), solo que en esta ocasión Uther es el legítimo rey de
Inglaterra y dueño de la mágica espada Excalibur, e Igraine su esposa. El
malvado Vortigern (Jude Law) es, aquí, el ambicioso hermano de Uther, dispuesto
a llevar a cabo los máximos sacrificios personales –el asesinato, primero, de
su amada esposa Elsa (Katie McGrath), y más adelante, el de su no menos adorada
hija Catia (Millie Brady)–, con tal de conseguir los maléficos poderes
sobrenaturales que le permitirán asesinar a Uther y coronarse rey. El huérfano
Arturo va a parar a Londinium, la antigua Londres, donde bajo la protección de
la bondadosa prostituta Lucy (Nicola Wren), y el adiestramiento en la lucha
cuerpo a cuerpo de un oriental que responde al nombre de Jorge (Tom Wu), acaba
convirtiéndose en un pícaro jefecillo del hampa local, dedicado a trapicheos de
diversa índole. Andando el tiempo, y más por casualidad que por decisión
propia, Arturo desclava Excalibur de la roca donde Uther la dejó hundida en el
momento de su muerte, y se pone al frente de un puñado de desperados, algunos de ellos antiguos camaradas de su padre –Sir
Bedivere (Djimon Hounsou), Bill el Escurridizo (Aidan Gillen), Blando (Neil
Maskell) y su hijo Azul (Bleu Landau)–, con la finalidad de arrebatarle el
trono al tirano Vortigern.
Las
variaciones con respecto al mito original no terminan aquí. El personaje de
Merlín (Kamil Lemieszewksi) tiene una fugaz aparición al principio del relato,
y se lo describe como el hechicero que forjó la espada Excalibur (sic). Sus
funciones son en parte suplidas por un nuevo personaje de sexo femenino, la
Maga (Astrid Bergès-Frisbey). La tradición artúrica, por así llamarla, es reventada
con premeditación y alevosía en la, por lo demás, brillante primera gran
secuencia de acción, la que glosa el ataque de Mordred (Rob Knighton) contra el
castillo de Uther, cabalgando a lomos de ¡dos elefantes de colosales
proporciones! No es esta, ni mucho menos, la única y delirante licencia fantástica
que los responsables de Rey Arturo: La
leyenda de Excalibur se permiten. La Maga usa sus habilidades
sobrenaturales para convocar a un águila a fin de sabotear la ejecución de Arturo
a manos del verdugo con hacha de Vortigern; más adelante, convoca a una bandada
de cuervos para hacer frente a los soldados del tirano; y, en el clímax de la
función, es capaz de invocar a una serpiente gigante para que arrase parte del
castillo de Vortigern. Por su parte, y a fin de conocerse a sí mismo y cobrar
conciencia de los “superpoderes” que le confiere la espada heredada de su
padre, Arturo tiene que pasar unos días en las Tierras Sombrías, un lugar
maldito poblado por árboles que esconden figuras humanas, enormes serpientes,
hambrientas ratas del tamaño de perros y gigantescos murciélagos. La esperada
pelea final entre Arturo y Vortigern, con este último convertido en un
fornido guerrero negro de siniestra armadura, da pie a una orgía de efectos
digitales.
Huelga
decir, a estas alturas, que la película de Ritchie desprecia la tradición
artúrica en el cine para ofrecer, a cambio, un relato de aventuras fantásticas
que se encuentra lejos, muy lejos, de los films sobre la misma o similar
temática que le han precedido, y está mucho más cerca del universo de Tolkien y
su plasmación cinematográfica a cargo de Peter Jackson. Ahora bien, ¿es eso
malo? Naturalmente, para quienes prefieren las versiones para el cine más
“clásicas” del mito artúrico, lo es o lo será; lo mismo, para quienes no gusten
de las películas de Jackson a partir de Tolkien. Pero, si partimos de la base
de que no estamos viendo una nueva revisión ortodoxa del mito, sino un film
moderno –en el mejor sentido de la expresión– que busca apartarse
voluntariamente de dicha tradición, el resultado de Rey Arturo: La leyenda de Excalibur, aun estando lejos de ser
redondo, atesora bastante más interés del que pueda parecer a simple vista.
En
primer lugar, y asimismo contrariamente a lo que aparenta, Rey Arturo: La leyenda de Excalibur está protagonizada por el héroe
con menos ganas de serlo que se haya visto últimamente em una película de
acción y/ o de aventuras. El Arturo de esta versión es, como ya he avanzado, un
pícaro más interesado en vivir bien y hacer lo que le dé la gana que alguien
dispuesto a recuperar el trono de Inglaterra. Resulta llamativo que, cada vez
que empuña Excalibur, y hasta que no se acostumbra a sus poderes, el
protagonista sufre psicológicamente porque la espada proyecta en su mente
aterradoras imágenes del mayor horror de su infancia que, todavía hoy llegado a
adulto, sigue intentando olvidar: el cruel asesinato de sus padres a manos de Vortigern.
Arturo no adquirirá conciencia de sí mismo, y de su condición de legítimo
heredero del trono de Inglaterra, hasta que aprenda a no apartar la vista ante
esos traumáticos recuerdos, asumirlos y aceptarlos como parte intrínseca de su
destino. Aunque sea de una manera efectista y un tanto estereotipada, el Arturo
de esta versión del mito es un ser humano que sufre, que duda, que vacila y que
no termina de tener claro qué hacer y cómo hacerlo, no sin antes evolucionar y
crecer por la vía del aprendizaje y el sufrimiento. A pesar de que el actor
Charlie Hunnam no transmite adecuadamente esa fragilidad interior, su Arturo
es, en esta ocasión, más humano y vulnerable de lo habitual.
Otro
aspecto que, con todas sus irregularidades, resulta atractivo de esta
subvalorada película de Guy Ritchie, para mi gusto la mejor de las que le
conozco, reside en su sentido de la narración cinematográfica. Me parece muy
interesante, por ejemplo, que la infancia y juventud de Arturo en Londinium esté
resuelta mediante una cadena de breves escenas rodadas en planos cortos,
sugiriendo de este modo que esos primeros años de la vida del protagonista
transcurren, para él, de una manera vertiginosa, e indicando además que Arturo
tiene que aprender muy deprisa a ser más ágil, rápido, listo y astuto que los
demás con tal de sobrevivir. Indirectamente, esas escenas de la infancia sirven
para comprender cómo el Arturo adulto tiene semejante capacidad para luchar,
pensar deprisa, adoptar rápidas decisiones y salirse casi siempre con la suya:
su carácter es el resultado de un aprendizaje de vida, de una actitud existencial.
Aunque sea explicado de una forma acaso poco elegante y algo efectista, la
descripción de la infancia de Arturo, y sobre todo tal y como está cinematográficamente
resuelta, nos permiten comprender cómo será/ cómo es el personaje una vez
llegado a la edad adulta: un superviviente que lo es gracias, precisamente, a
que su infancia no fue elegante, sino dura, ni sutil, sino llena de golpes,
caídas y palizas.
Un
segundo aspecto llamativo de la narración del film reside en el frecuente
recurso que lleva a cabo Ritchie de un montaje en paralelo que alterna escenas
desarrolladas en tiempo presente con escenas desarrolladas en tiempo pasado (flashback) o en tiempo futuro (flash-forward). Dicho montaje en
paralelo aparece, por ejemplo, en la secuencia en la que Arturo le explica a un
oficial de la guardia de Vortigern cómo logró que un feroz guerrero vikingo le
pagase una indemnización por haberse atrevido a golpear a Lucy: la escena
alterna, como digo, planos de Arturo dando esa explicación, y planos de lo
ocurrido según Arturo en los cuales se visualiza esa misma explicación. Es una
bonita forma de expresar, nuevamente, la astucia del protagonista, mostrándolo
como alguien capaz de manipular con sus palabras y acciones a los demás a fin
de llevarlos a su terreno y en su propio beneficio. Puede que Ritchie abuse un
poco de este montaje en paralelo, que reaparece en otras secuencias de la
película; pero esa reiteración acaba creando una pauta narrativa que, en un
momento dado, Ritchie rompe a fin de provocar un efecto-sorpresa. Me refiero
ahora a la secuencia en la que Arturo y sus hombres planean un atentado contra
Vortigern: Ritchie alterna planos de Arturo explicándoles a sus compinches qué
van a hacer, y planos situados temporalmente más adelante, cuando el
protagonista y sus hombres ya están llevando a cabo el intento de atentado;
aquí, como digo, y rompiendo la tónica establecida por el anterior uso del montaje
en paralelo, el plan de Arturo fracasa: Vortigern ha tenido la precaución de
que un doble suyo ocupe su lugar como posible objetivo de las certeras flechas
que dispara Bill el Escurridizo.
A
pesar de las pretensiones de modernidad, algunas materializadas de manera muy
conseguida y otras no tanto, que exhibe el realizador, hay momentos en los que Rey Arturo: La leyenda de Excalibur
combina formas más tradicionales, “clásicas” si se prefiere, con formas más
actuales, “modernas”, pero sin que el resultado chirríe, lo cual es de
agradecer. Eso se hace patente, sobre todo, en las secuencias de acción. Señalo
de nuevo la primera y magnífica secuencia de este tipo, el asalto del castillo
de Uther a cargo de Mordred y sus elefantes gigantes: Ritchie sabe filmar y
montar con cierta elegancia los planos generales de exhibición de efectos
visuales y de las escenas de masas recreadas digitalmente, combinándolos con
los planos más cortos y los primeros planos de los intérpretes, haciendo gala
de un más que notable sentido de la planificación. Otro tanto puede afirmarse
de otra secuencia asimismo ya citada: la que tiene lugar en las así llamadas
Tierras Sombrías; Ritchie resuelve la estancia de Arturo en ese tenebroso lugar
a base de breves escenas rodadas en planos cortos, sugiriendo de este modo que
las enloquecidas aventuras del protagonista en ese siniestro paraje vienen a ser
un equivalente a su no menos vertiginosa infancia en Londinium: un proceso de
aprendizaje a lo bestia. Este
excelente sentido de la puesta en escena de los momentos de acción solo falla,
precisamente, en la asimismo citada secuencia de la pelea final a sablazos
entre Arturo y Vortigern, una orgía de efectos digitales combinados con
ralentís e imágenes aceleradas, que deviene un vistoso pero hueco clímax de
una función, quizá, alargada en exceso.
Finalmente,
destacar que Rey Arturo: La leyenda de
Excalibur también está llena de vistosos apuntes que contribuyen a realzar
la belleza estética de determinados fragmentos y/ o personajes, y de detalles
que humanizan a los personajes secundarios y no solo al de Arturo. Respecto a
lo primero señalo, por ejemplo, el hermoso plano de presentación de la Maga,
cubierta con su capucha y a la luz de las chispas. El momento en el que, tras
presenciar la victoria de su hermano Uther sobre Mordred, la nariz del
envidioso Vortigern se pone a sangrar (no será la última vez que el villano
hace gala de inesperados dolores de cabeza, acaso un reflejo de su tormento
interior). O la atmósfera fantastique
de las escenas en las que Vortigern sella sus pactos con las fuerzas del mal en
los húmedos sótanos del castillo que corona Camelot: esas fuerzas malignas se
manifiestan bajo la forma de seres a medio camino entre las sirenas y un pulpo
gigante que hacen pensar, claro está, en Lovecraft. En cuanto a lo segundo,
destaca la inesperada fuerza dramática de momentos como aquél en el que
Vortigern amenaza con mutilar y degollar a Blando en presencia de su pequeño
hijo Azul, quien finge no conocer a su padre con la vana esperanza de intentar,
así, salvarle la vida. Rey Arturo: La
leyenda de Excalibur es una buena película de aventuras que usa el mito
artúrico como mera referencia argumental y/o estilística, guste eso o no, y
lleva ese planteamiento hasta sus últimas consecuencias, haciendo gala de un
nada desdeñable sentido del riesgo.
Sin quitarle razón a TFV y también mostrarme algo escamado ante el varaplo crítico a la película de Ritchie (las estrenan peores y él mismo las ha rodado peores), tengo que decir que su revisión de Arturo me ha parecido flojucha. Sí, la puesta en escena de Ritchie brilla en algunos momentos. De los numerosos que cita TFV concuerdo por ejemplo en las escenas del intento de asesinato de Vortigern, aunque no en el resto.
ResponderEliminarEn cambio, me temo que lo que ha conseguido Ritchie con su película -fuera su intención o no- es robarle toda la belleza y sentido al relato de Arturo y dejar su "marca" en letra bien grande por todos lados, tuviera sentido o no. Señalo en ese sentido los horribles planos de la huida de los protagonistas por las calles tras el atentado frustrado, con la cámara fija en los actores, el aprendizaje de Arturo, digno de un remedo de "Star Wars" de tercera categoría, o la batalla inicial plagiada de un Peter Jackson en horas bajas.
Que sí, que ya sabemos que Arturo, Star Wars y El señor de los anillos vienen a ser lo mismo (el viaje del héroe / el héroe de las mil caras según Joseph Campbell) con distintos aderezos, pero yo al menos no necesitaba que me lo recordaran con tan poca gracia.