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martes, 22 de agosto de 2017

Mito y fantasía: “REY ARTURO: LA LEYENDA DE EXCALIBUR”, de GUY RITCHIE



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Dejando aparte las versiones cómicas del estilo de Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Monty Python and the Holy Grial, 1975, Terry Jones y Terry Gilliam), o la musical Camelot (ídem, 1967, Joshua Logan), no cabe imaginarse una adaptación del mito artúrico más heterodoxa y que se tome más libertades con el mismo que la planteada por el británico Guy Ritchie, a partir de un guion que ha escrito con Joby Harold y Lionel Wigram, sobre un argumento previo de Harold y David Dobkin, y con producción de Warner Bros. En este sentido, Rey Arturo: La leyenda de Excalibur (King Arthur: Legend of the Sword, 2017) sin duda ha provocado/ provocará la irritación de los amantes de otras versiones, digamos, “clásicas” en torno a la misma temática, caso de Los caballeros del rey Arturo (Knights of the Round Table, 1953, Richard Thorpe), Lancelot du Lac (ídem, 1974, Robert Bresson), Perceval le Gallois (ídem, 1978, Éric Rohmer) o Excalibur (ídem, 1981, John Boorman).


En Rey Arturo: La leyenda de Excalibur, Arturo (Charlie Hunnam) sigue siendo hijo de Uther Pendragon (Eric Bana) e Igraine (Poppy Delevingne), solo que en esta ocasión Uther es el legítimo rey de Inglaterra y dueño de la mágica espada Excalibur, e Igraine su esposa. El malvado Vortigern (Jude Law) es, aquí, el ambicioso hermano de Uther, dispuesto a llevar a cabo los máximos sacrificios personales –el asesinato, primero, de su amada esposa Elsa (Katie McGrath), y más adelante, el de su no menos adorada hija Catia (Millie Brady)–, con tal de conseguir los maléficos poderes sobrenaturales que le permitirán asesinar a Uther y coronarse rey. El huérfano Arturo va a parar a Londinium, la antigua Londres, donde bajo la protección de la bondadosa prostituta Lucy (Nicola Wren), y el adiestramiento en la lucha cuerpo a cuerpo de un oriental que responde al nombre de Jorge (Tom Wu), acaba convirtiéndose en un pícaro jefecillo del hampa local, dedicado a trapicheos de diversa índole. Andando el tiempo, y más por casualidad que por decisión propia, Arturo desclava Excalibur de la roca donde Uther la dejó hundida en el momento de su muerte, y se pone al frente de un puñado de desperados, algunos de ellos antiguos camaradas de su padre –Sir Bedivere (Djimon Hounsou), Bill el Escurridizo (Aidan Gillen), Blando (Neil Maskell) y su hijo Azul (Bleu Landau)–, con la finalidad de arrebatarle el trono al tirano Vortigern.


Las variaciones con respecto al mito original no terminan aquí. El personaje de Merlín (Kamil Lemieszewksi) tiene una fugaz aparición al principio del relato, y se lo describe como el hechicero que forjó la espada Excalibur (sic). Sus funciones son en parte suplidas por un nuevo personaje de sexo femenino, la Maga (Astrid Bergès-Frisbey). La tradición artúrica, por así llamarla, es reventada con premeditación y alevosía en la, por lo demás, brillante primera gran secuencia de acción, la que glosa el ataque de Mordred (Rob Knighton) contra el castillo de Uther, cabalgando a lomos de ¡dos elefantes de colosales proporciones! No es esta, ni mucho menos, la única y delirante licencia fantástica que los responsables de Rey Arturo: La leyenda de Excalibur se permiten. La Maga usa sus habilidades sobrenaturales para convocar a un águila a fin de sabotear la ejecución de Arturo a manos del verdugo con hacha de Vortigern; más adelante, convoca a una bandada de cuervos para hacer frente a los soldados del tirano; y, en el clímax de la función, es capaz de invocar a una serpiente gigante para que arrase parte del castillo de Vortigern. Por su parte, y a fin de conocerse a sí mismo y cobrar conciencia de los “superpoderes” que le confiere la espada heredada de su padre, Arturo tiene que pasar unos días en las Tierras Sombrías, un lugar maldito poblado por árboles que esconden figuras humanas, enormes serpientes, hambrientas ratas del tamaño de perros y gigantescos murciélagos. La esperada pelea final entre Arturo y Vortigern, con este último convertido en un fornido guerrero negro de siniestra armadura, da pie a una orgía de efectos digitales.


Huelga decir, a estas alturas, que la película de Ritchie desprecia la tradición artúrica en el cine para ofrecer, a cambio, un relato de aventuras fantásticas que se encuentra lejos, muy lejos, de los films sobre la misma o similar temática que le han precedido, y está mucho más cerca del universo de Tolkien y su plasmación cinematográfica a cargo de Peter Jackson. Ahora bien, ¿es eso malo? Naturalmente, para quienes prefieren las versiones para el cine más “clásicas” del mito artúrico, lo es o lo será; lo mismo, para quienes no gusten de las películas de Jackson a partir de Tolkien. Pero, si partimos de la base de que no estamos viendo una nueva revisión ortodoxa del mito, sino un film moderno –en el mejor sentido de la expresión– que busca apartarse voluntariamente de dicha tradición, el resultado de Rey Arturo: La leyenda de Excalibur, aun estando lejos de ser redondo, atesora bastante más interés del que pueda parecer a simple vista.


En primer lugar, y asimismo contrariamente a lo que aparenta, Rey Arturo: La leyenda de Excalibur está protagonizada por el héroe con menos ganas de serlo que se haya visto últimamente em una película de acción y/ o de aventuras. El Arturo de esta versión es, como ya he avanzado, un pícaro más interesado en vivir bien y hacer lo que le dé la gana que alguien dispuesto a recuperar el trono de Inglaterra. Resulta llamativo que, cada vez que empuña Excalibur, y hasta que no se acostumbra a sus poderes, el protagonista sufre psicológicamente porque la espada proyecta en su mente aterradoras imágenes del mayor horror de su infancia que, todavía hoy llegado a adulto, sigue intentando olvidar: el cruel asesinato de sus padres a manos de Vortigern. Arturo no adquirirá conciencia de sí mismo, y de su condición de legítimo heredero del trono de Inglaterra, hasta que aprenda a no apartar la vista ante esos traumáticos recuerdos, asumirlos y aceptarlos como parte intrínseca de su destino. Aunque sea de una manera efectista y un tanto estereotipada, el Arturo de esta versión del mito es un ser humano que sufre, que duda, que vacila y que no termina de tener claro qué hacer y cómo hacerlo, no sin antes evolucionar y crecer por la vía del aprendizaje y el sufrimiento. A pesar de que el actor Charlie Hunnam no transmite adecuadamente esa fragilidad interior, su Arturo es, en esta ocasión, más humano y vulnerable de lo habitual.


Otro aspecto que, con todas sus irregularidades, resulta atractivo de esta subvalorada película de Guy Ritchie, para mi gusto la mejor de las que le conozco, reside en su sentido de la narración cinematográfica. Me parece muy interesante, por ejemplo, que la infancia y juventud de Arturo en Londinium esté resuelta mediante una cadena de breves escenas rodadas en planos cortos, sugiriendo de este modo que esos primeros años de la vida del protagonista transcurren, para él, de una manera vertiginosa, e indicando además que Arturo tiene que aprender muy deprisa a ser más ágil, rápido, listo y astuto que los demás con tal de sobrevivir. Indirectamente, esas escenas de la infancia sirven para comprender cómo el Arturo adulto tiene semejante capacidad para luchar, pensar deprisa, adoptar rápidas decisiones y salirse casi siempre con la suya: su carácter es el resultado de un aprendizaje de vida, de una actitud existencial. Aunque sea explicado de una forma acaso poco elegante y algo efectista, la descripción de la infancia de Arturo, y sobre todo tal y como está cinematográficamente resuelta, nos permiten comprender cómo será/ cómo es el personaje una vez llegado a la edad adulta: un superviviente que lo es gracias, precisamente, a que su infancia no fue elegante, sino dura, ni sutil, sino llena de golpes, caídas y palizas.


Un segundo aspecto llamativo de la narración del film reside en el frecuente recurso que lleva a cabo Ritchie de un montaje en paralelo que alterna escenas desarrolladas en tiempo presente con escenas desarrolladas en tiempo pasado (flashback) o en tiempo futuro (flash-forward). Dicho montaje en paralelo aparece, por ejemplo, en la secuencia en la que Arturo le explica a un oficial de la guardia de Vortigern cómo logró que un feroz guerrero vikingo le pagase una indemnización por haberse atrevido a golpear a Lucy: la escena alterna, como digo, planos de Arturo dando esa explicación, y planos de lo ocurrido según Arturo en los cuales se visualiza esa misma explicación. Es una bonita forma de expresar, nuevamente, la astucia del protagonista, mostrándolo como alguien capaz de manipular con sus palabras y acciones a los demás a fin de llevarlos a su terreno y en su propio beneficio. Puede que Ritchie abuse un poco de este montaje en paralelo, que reaparece en otras secuencias de la película; pero esa reiteración acaba creando una pauta narrativa que, en un momento dado, Ritchie rompe a fin de provocar un efecto-sorpresa. Me refiero ahora a la secuencia en la que Arturo y sus hombres planean un atentado contra Vortigern: Ritchie alterna planos de Arturo explicándoles a sus compinches qué van a hacer, y planos situados temporalmente más adelante, cuando el protagonista y sus hombres ya están llevando a cabo el intento de atentado; aquí, como digo, y rompiendo la tónica establecida por el anterior uso del montaje en paralelo, el plan de Arturo fracasa: Vortigern ha tenido la precaución de que un doble suyo ocupe su lugar como posible objetivo de las certeras flechas que dispara Bill el Escurridizo.


A pesar de las pretensiones de modernidad, algunas materializadas de manera muy conseguida y otras no tanto, que exhibe el realizador, hay momentos en los que Rey Arturo: La leyenda de Excalibur combina formas más tradicionales, “clásicas” si se prefiere, con formas más actuales, “modernas”, pero sin que el resultado chirríe, lo cual es de agradecer. Eso se hace patente, sobre todo, en las secuencias de acción. Señalo de nuevo la primera y magnífica secuencia de este tipo, el asalto del castillo de Uther a cargo de Mordred y sus elefantes gigantes: Ritchie sabe filmar y montar con cierta elegancia los planos generales de exhibición de efectos visuales y de las escenas de masas recreadas digitalmente, combinándolos con los planos más cortos y los primeros planos de los intérpretes, haciendo gala de un más que notable sentido de la planificación. Otro tanto puede afirmarse de otra secuencia asimismo ya citada: la que tiene lugar en las así llamadas Tierras Sombrías; Ritchie resuelve la estancia de Arturo en ese tenebroso lugar a base de breves escenas rodadas en planos cortos, sugiriendo de este modo que las enloquecidas aventuras del protagonista en ese siniestro paraje vienen a ser un equivalente a su no menos vertiginosa infancia en Londinium: un proceso de aprendizaje a lo bestia. Este excelente sentido de la puesta en escena de los momentos de acción solo falla, precisamente, en la asimismo citada secuencia de la pelea final a sablazos entre Arturo y Vortigern, una orgía de efectos digitales combinados con ralentís e imágenes aceleradas, que deviene un vistoso pero hueco clímax de una función, quizá, alargada en exceso.


Finalmente, destacar que Rey Arturo: La leyenda de Excalibur también está llena de vistosos apuntes que contribuyen a realzar la belleza estética de determinados fragmentos y/ o personajes, y de detalles que humanizan a los personajes secundarios y no solo al de Arturo. Respecto a lo primero señalo, por ejemplo, el hermoso plano de presentación de la Maga, cubierta con su capucha y a la luz de las chispas. El momento en el que, tras presenciar la victoria de su hermano Uther sobre Mordred, la nariz del envidioso Vortigern se pone a sangrar (no será la última vez que el villano hace gala de inesperados dolores de cabeza, acaso un reflejo de su tormento interior). O la atmósfera fantastique de las escenas en las que Vortigern sella sus pactos con las fuerzas del mal en los húmedos sótanos del castillo que corona Camelot: esas fuerzas malignas se manifiestan bajo la forma de seres a medio camino entre las sirenas y un pulpo gigante que hacen pensar, claro está, en Lovecraft. En cuanto a lo segundo, destaca la inesperada fuerza dramática de momentos como aquél en el que Vortigern amenaza con mutilar y degollar a Blando en presencia de su pequeño hijo Azul, quien finge no conocer a su padre con la vana esperanza de intentar, así, salvarle la vida. Rey Arturo: La leyenda de Excalibur es una buena película de aventuras que usa el mito artúrico como mera referencia argumental y/o estilística, guste eso o no, y lleva ese planteamiento hasta sus últimas consecuencias, haciendo gala de un nada desdeñable sentido del riesgo.

1 comentario:

  1. Sin quitarle razón a TFV y también mostrarme algo escamado ante el varaplo crítico a la película de Ritchie (las estrenan peores y él mismo las ha rodado peores), tengo que decir que su revisión de Arturo me ha parecido flojucha. Sí, la puesta en escena de Ritchie brilla en algunos momentos. De los numerosos que cita TFV concuerdo por ejemplo en las escenas del intento de asesinato de Vortigern, aunque no en el resto.

    En cambio, me temo que lo que ha conseguido Ritchie con su película -fuera su intención o no- es robarle toda la belleza y sentido al relato de Arturo y dejar su "marca" en letra bien grande por todos lados, tuviera sentido o no. Señalo en ese sentido los horribles planos de la huida de los protagonistas por las calles tras el atentado frustrado, con la cámara fija en los actores, el aprendizaje de Arturo, digno de un remedo de "Star Wars" de tercera categoría, o la batalla inicial plagiada de un Peter Jackson en horas bajas.

    Que sí, que ya sabemos que Arturo, Star Wars y El señor de los anillos vienen a ser lo mismo (el viaje del héroe / el héroe de las mil caras según Joseph Campbell) con distintos aderezos, pero yo al menos no necesitaba que me lo recordaran con tan poca gracia.

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