[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Dying of the Light (2014), film inédito
en salas españolas pero que se estrena entre nosotros en formato doméstico con
el título de Caza terrorista, viene
precedido de una turbulenta “mala fama”, como consecuencia de las
manipulaciones llevadas a cabo por su productora, Grindstone Entertainment
Group. Su guionista y director, Paul Schrader, con el apoyo de los dos
principales intérpretes, Nicolas Cage y Anton Yelchin, y el aquí productor
ejecutivo Nicolas Winding Refn, ha expresado que la versión de la película que
ahora conocemos es el resultado de un remontaje llevado a cabo sin su
aprobación, incluyendo una manipulación de su banda sonora tampoco autorizada
por él. Echando más leña al fuego, el director de fotografía Gabriel Kosuth
denunciaba, en una carta publicada en Variety
el pasado 8 de diciembre, que toda su labor de iluminación había sido alterada
digitalmente por la productora, arruinando completamente el diseño cromático llevado a cabo en estrecha colaboración con Schrader, y con ello, el sentido
“emocional” que la elección que dicha paleta de colores tenía. Por tanto, Caza terrorista no es la película que
Schrader quería hacer, sino tan solo algo que se le parece. Pese a todo,
asumiendo que el film tal y como lo conocemos no “es” de su autor, con todas
sus irregularidades, y a falta de haber visto The Canyons (2013) en el momento de escribir estas líneas, Caza terrorista me parece el trabajo más
interesante de Schrader desde Desenfocado
(Auto Focus, 2002).
Cierto es que en Caza terrorista se echa en falta el refinamiento estético propio
del firmante de American Gigolo
(ídem, 1980), El beso de la pantera
(Cat People, 1982), Mishima (Mishima:
A Life in Four Chapters, 1985), Posibilidad
de escape (Light Sleeper, 1992) y, sobre todo, la que me parece su obra
maestra hasta la fecha, El placer de los
extraños (The Comfort of Strangers, 1990); refinamiento visual presente
incluso en un título dramáticamente tan fallido pero visualmente tan
curioso como Forever Mine (ídem,
1999). Pero, aun ignorando si la película, tal y como
la conocemos, fue construida por su autor de esta manera, Caza terrorista tiene mucho, y muy bueno, de la personalidad de esa
fascinante mezcla de calvinista moralista y cineasta formalista que es Paul
Schrader. El arranque me parece excelente: el agente de la CIA Evan Lake
(Nicolas Cage, en su mejor interpretación en años), atado a una silla e
indefenso, recibe una brutal paliza a manos del terrorista islamista Muhammad
Banir (Alexander Karim) y sus hombres, quienes le someten a un despiadado
interrogatorio en el curso del cual le mutilan parcialmente una oreja. Salvado
de la muerte in extremis, recuperamos a Lake veintidós años después, luciendo
todavía una fea cicatriz en su pabellón auditivo y lanzando un agresivo
discurso patriótico a un puñado de jóvenes reclutas de la CIA. Pero las cosas
ya no son las mismas para el protagonista: es verdad que ahora disfruta de un
trabajo administrativo tranquilo, alejado de la línea de fuego, pero esa paz no
le reconforta, sobre todo a partir del momento en que un joven colega suyo y
amigo de confianza dentro de la Agencia, Milton Schultz (Anton Yelchin), le
informa de que, contrariamente a lo que dicen todos los informes oficiales,
Muhammad Banir sigue vivo. Este último no está mejor que Luke, ni mucho menos:
vive escondido, y padece una enfermedad en fase terminal; es, precisamente, el
rastro de un raro medicamento que Banir necesita la pista que le ha permitido a
Schultz averiguar el paradero del terrorista. A pesar de sus esfuerzos, Luke no logra
convencer a la Agencia de que reabran la búsqueda y captura de Banir, por lo
que, con la única ayuda de Schultz, decide atraparle él mismo, por su cuenta y
riesgo.
Luke y Banir son los polos opuestos
de un choque de civilizaciones. Son, también, dos hombres a punto de apagarse:
no solo Banir sufre una dolencia que le ha puesto a las puertas de la muerte: también
Luke está afectado por una enfermedad cerebral cuyos primeros síntomas son
desorientación y ocasionales pérdidas de memoria, como preludio a una muerte
segura que se producirá en poco tiempo. No deja de resultar paradójico que el
patriota Luke, el iracundo Luke, quien ha convertido su trabajo para la CIA en
el eje de su existencia, una existencia, además, sustentada sobre su templanza
personal y su capacidad para recordarlo todo, ahora se vea convertido en un
hombre alcoholizado y envejecido prematuramente que está a punto de perder la
memoria, es decir, alguien a punto de olvidar todo aquello por lo que ha luchado:
por lo que ha vivido. Caza terrorista
es una de las películas “de acción” menos heroicas que haya producido en estos
últimos tiempos el cine norteamericano.
Evan Luke es un clásico antihéroe de
Paul Schrader, empeñado en superar sus circunstancias personales —en su caso,
como acabamos de ver, la captura de ese terrorista que se le escapó en el
pasado y del cual quiere, digámoslo claro, vengarse—, y de paso, purgar sus
viejos pecados; están presentes de nuevo, y como siempre en su autor, la culpa
y el remordimiento, la expiación y el perdón de los pecados. Un sentimiento
que, paradójicamente, no descubrimos en Banir, un islamista radical al cual la
enfermedad ha “ablandado”, hasta cierto punto (sigue siendo un asesino
implacable), pero que a estas alturas de su existencia solo piensa en pasar
desapercibido, intentar curarse o, una malas, morir con la mayor placidez
posible. En cambio, Luke es un hombre que vive en el pasado y para el pasado: su discurso a los
novatos, ya mencionado, exalta los valores nacionales y el patriotismo, a pesar
de que él mismo es consciente de que se trata de conceptos gastados, que solo
pueden seguir motivando a jóvenes inmaduros o a mentes simples; en su periplo
por Europa junto a Schultz, Luke se reencuentra con Michelle Zuberain (Irène
Jacob), una antigua agente de la CIA que en el pasado fue su amante, la cual le
ayuda en su investigación en pos de la pista de Banir, en un gesto que puede
verse como una especie de despedida de este mundo: de última voluntad para un
condenado a muerte.
Caza terrorista
está recorrida por una amargura y escepticismo que permite arrojar interesantes
digresiones sobre cuestiones de actualidad, como el actual conflicto —¿o
Tercera Guerra Mundial encubierta?— entre Occidente y Oriente, o la
indiferencia con que se miran el pasado quienes no lo han vivido (ergo,
sufrido) en sus carnes: los superiores jerárquicos de Luke se niegan a prestarle
su apoyo en su intento de reabrir la busca y captura de Banir, perezosos y
previamente convencidos de que el terrorista ya está muerto, y aferrados a la
peligrosa idea de que es mejor no remover el pasado (lo cual es el caldo de
cultivo perfecto para repetir los errores de ese pasado, si cabe, corregidos y
aumentados); en suma, ninguno de los jefes de Luke puede entender sus
motivaciones, porque ninguno de ellos fue sometido, como él, a una atroz
tortura física: ninguno de ellos sabe lo
que es el dolor. Dolor, precisamente, que es lo que marca en todo momento
el devenir del relato: Luke sufre, como digo, pérdidas de memoria, preludio de
que su final no está muy lejos; Banir se desplaza dificultosamente en su cubil,
valiéndose para ello de un bastón, y suele pasarse el día sentado o postrado en
su lecho… Pero, a pesar de ello (o, precisamente, por ello), Luke y Banir
siguen siendo personas temibles, como si Schrader sugiriera de este modo que
quienes han vivido perpetuamente en el dolor se apoyan, asimismo, en el dolor
(sea el propio o el ajeno) para continuar existiendo. En contraposición a ese
estado anímico, que impregna en muchos momentos el relato de una manera
agobiante, las (escasas) escenas de acción y violencia tienen un tratamiento
seco y austero, si bien contundente: el asesinato de uno de los hombres de
Banir a manos de Schultz, quien le apuñala tras una fatigosa persecución a pie;
el tiroteo al borde de la piscina, con las balas taladrando los cuerpos
semidesnudos, indefensos, de los bañistas; la pelea final, cuerpo a cuerpo,
cara a cara, de Luke y Banir… El auténtico dolor no está en la violencia rápida
y fulminante, sino en el oscuro pozo sin fondo en que se ha convertido el alma
de los protagonistas.
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