Translate

viernes, 6 de febrero de 2015

“EXODUS: DIOSES Y REYES” – “BIG EYES” – “CORAZONES DE ACERO” – “BIRDMAN” – “BLACKHAT (AMENAZA EN LA RED)”



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]


Un esquizofrénico llamado Moisés: Exodus: Dioses y reyes (Exodus: Gods and Kings, 2014), de Ridley Scot.- Reitero por enésima vez que actualizo este blog cuando puedo, no cuando quiero, lo cual explica que en muchas ocasiones me deje películas de actualidad “en el teclado”. Voy a intentar compensarlo con unos pequeños comentarios de algunos films que me han llamado la atención últimamente. Empiezo con la más reciente propuesta de Ridley Scott, esta irregular pero en absoluto despreciable nueva visión del libro del Antiguo Testamento que, cierto, tiene un buen puñado de cosas que no terminan de funcionar. Señalo, por ejemplo, lo poco trabajada que está la evolución del personaje de Moisés (Christian Bale), y en particular su toma de conciencia de su condición de hebreo, y por tanto, de miembro del pueblo que los egipcios mantienen esclavizado desde hace cuatrocientos años. Habrá que esperar más adelante para ver un probable director’s cut con metraje añadido —los primeros rumores que precedieron al estreno de esta película afirmaban que su montaje definitivo superaba las tres horas—, que probablemente indague con mayor precisión estos y otros aspectos que en la versión que ahora conocemos aparecen desdibujados: no solo, como digo, en lo que a la evolución de Moisés se refiere, sino a la falta de profundidad en el retrato de su relación con su hermanastro, el príncipe y luego faraón Ramsés II (Joel Edgerton), y el escaso relieve de personajes como la reina Tuya (¿qué hace una actriz como Sigourney Weaver desempeñando un rol tan insignificante?), Bithia (Hiam Abbass) y Miriam (Tara Fitzgerald); en definitiva, sospecho que con ese hipotético “montaje del director” de Exodus: Dioses y reyes volverá a ocurrir lo que ya pasó con El reino de los cielos (Kingdom of Heaven, 2005): que veremos “otra” película, y quizá —como en el caso de esta última— mejor que la que conocíamos. Sea como fuere, Exodus: Dioses y reyes tiene otros alicientes que hacen de él un film bastante más interesante de lo que se ha dicho: no me refiero solamente a su excelente sentido del ritmo (muy notable, teniendo en cuenta que la película dura dos horas y media); o al, por descontado, excelente sentido de la imagen y el espectáculo que Scott demuestra en los momentos “fuertes” (la visualización de las plagas y el cruce del Mar Rojo, episodios bíblicos sobre los cuales se arroja, sobre todo en lo que se refiere a las primeras, una mirada harto irónica refrendada por posibles “explicaciones científicas”); sino también, y quizá por encima de todo, el inesperado retrato de Moisés como una especie de esquizofrénico que, tras recibir un golpe en la cabeza, empieza a tener visiones con Dios —y Dios no es aquí sino un niño: esto es, una representación de aquello que el escéptico Moisés más ama en el mundo: su hijo—, que el ateo Scott visualiza mediante un sencillo pero eficaz plano/contraplano que le permite sembrar una duda razonable sobre la verdadera naturaleza de esas visiones. Insisto: un film mejor de lo que se ha dicho.


Un negocio redondo: Big Eyes (ídem, 2014), de Tim Burton.- Hace tiempo ya que a Tim Burton se le está negando el pan y la sal, algo a mi entender comprensible si juzgamos lo más reciente de su obra en virtud de un título tan fallido como Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010) (1), pero absolutamente desproporcionado y fuera de lugar si lo hacemos en base a dos películas tan magníficas —y, ¡ay!, tan menospreciadas— como Sombras tenebrosas (Dark Shadows, 2012) y su puesta de largo en formato animación stop-motion de Frankenweenie (ídem, 2012) (2). No es al único al que le pasa últimamente: está ocurriendo, y me parece alarmante, con David Cronenberg, de quien, dicen, ya-no-es-el-de-antes (es decir, negándosele la menor posibilidad de evolucionar a nivel personal; eso, en mi tierra, se llama conservadurismo). Parece que la estima de Burton ha tocado fondo con esta, lo digo ya, interesante Big Eyes, la cual, cierto es, no está a la altura de sus mejores trabajos —cfr. Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, 1990), Ed Wood (ídem, 1994)—, pero que no es, ni por asomo, ese film impersonal y sin atractivos que se ha venido pregonando estos días (con lo cual, y para consolidar mi “maldición”, volverá a acarrearme los consabidos comentarios de que llevo la contraria por sistema, por más que juro y perjuro de que no se trata de una actitud preestablecida). La cuestión reside, seguramente (y aquí debería escribir un “quizás” para cubrirme las espaldas), en que Big Eyes carece —como se percibe a simple vista— de la, digamos, “parafernalia gótica” que ha copado el grueso de la filmografía burtoniana hasta convertirse en su marca de fábrica más fácilmente distinguible. “¡El Rey está desnudo!”, gritan ahora los amigos de esa fea costumbre de señalar con el dedo la paja en el ojo ajeno (y, aunque hemos empezado con la película de Ridley Scott, creo que no hace falta que añada el final de esa famosa sentencia bíblica). A pesar de que se ha mencionado que los guionistas de Big Eyes son los mismos de Ed Wood, Scott Alexander y Larry Karaszewski (faltaría más: ¡que se note que tenemos “curtura”!), la cosa no ha ido más allá de lo anecdótico. Craso error, habida cuenta de que Big Eyes recoge y en cierto sentido reitera el sentido de lo grotesco de personajes y situaciones tan característico, por cierto, de Burton y de esos guionistas; es decir, que en esta ocasión y acaso sin que sirva de precedente (¿o sí?), el sentido burtoniano de Big Eyes hay que hallarlo no en las formas, sino más bien en el trasfondo, y sobre todo, en esa tonalidad grotesca con que están vistos los personajes, tanto el más obviamente “deforme” —el descarado sinvergüenza Walter Keane que encarna un histriónico Christoph Waltz— como el más teóricamente “candoroso” —la puritana Margaret Keane interpretada por la siempre excelente Amy Adams—, dando por resultado un sólido, sarcástico y excelentemente narrado “cuento para adultos” —como realza estéticamente la recargada e “irreal” fotografía de Bruno Delbonnel— que, si algo le sobra, es unas burdas y hasta cierto punto previsibles salidas de tono: las escenas (breves, por fortuna) en las que Margaret ve o cree ver a las personas de su alrededor con los “grandes ojos” de sus pinturas.


Guerra: Corazones de acero (Fury, 2014), de David Ayer.- No resulta de extrañar que la nueva película de David Ayer pueda interpretarse como la enésima variante de la temática del despertar a la madurez, en este caso la de un joven recluta del ejército norteamericano en los días —abril de 1945— en que la Alemania nazi estaba a punto de caer bajo el doble e imparable avance de los aliados por el este y el oeste. El joven en cuestión se llama Norman Ellison (Logan Lerman), aunque sus compañeros en el tanque Sherman a donde es destinado para reemplazar a un miembro del mismo que acaba de fallecer suelen apodarle “Machine”, por más que las más de las veces también se dirigen a él por su nombre de pila. Esos mismos compañeros, aun con nombres y apellidos, suelen llamarse entre sí en virtud de una serie de apodos que contribuyen a deshumanizarles, empezando por su superior, el sargento al mando del tanque Don “Wardaddy” Collier (Brad Pitt) —si no recuerdo mal, rebautizado como “Chacal” (¿) por obra y gracia del doblaje español—, y acabando con el resto de hombres que comanda: un católico ferviente, Boyd Swan (Shia LaBeouf), al que por eso mismo le llaman “Bibilia”; el conductor de etnia hispana, Trini García, alias “Gordo” (Michael Peña); y el rústico mecánico Grady Travis (Jon Bernthal), llamado “Coon-Ass” en la versión original, …y “Rata” (¡), si no me equivoco, en la española. Como digo, puede verse así, del mismo modo que también puede hacerse —como apunta el amigo Tonio L. Alarcón en una reciente crítica para Imágenes de Actualidad (3)— como la descripción del proceso de  lo que podríamos llamar (re)humanización de los cuatro personajes mencionados en último lugar gracias, precisamente, a la influencia beneficiosa del inocente Norman. Corazones de acero me parece una obra maestra y la mejor película bélica de estos últimos tiempos, con perdón de los fans de ese film en el borde mismo de la tontería más absoluta llamada Malditos bastardos (Unglorious Basterds, 2009, Quentin Tarantino) (4), donde, por cierto, Brad Pitt llevaba a cabo una interpretación vomitiva (nada que ver, por suerte, con la que desarrolla aquí, bastante mejor de lo habitual en él); y, disculpen de nuevo la franqueza, pero me produce cierta vergüenza ajena (salvo las honrosas excepciones que siempre hay que hacer) la tibia respuesta de la crítica nacional ante una producción de semejante envergadura, no mucho mejor que la perezosa que se le dispensó a la anterior y muy interesante película de Ayer, Sabotage (ídem, 2014) (5). Si bien hay que hacer una (obligada) mención especial a lo más evidente, la brillantez de sus secuencias de combate —la batalla en la llanura de los tanques contra las ametralladoras alemanas, o la resolución del combate final dentro del tanque averiado me parecen modélicas—, lo que más me ha sorprendido de Corazones de acero, a pesar de su aspereza, brutalidad y violencia (no solo física sino, sobre todo, moral), es que al final acaba arrojando una mirada esperanzadora sobre la juventud, que viene a reforzar esas otras dos posibles interpretaciones sobre el relato —el despertar a la madurez de un ingenuo, y la recuperación de la inocencia de unos hombres a los que la guerra ha convertido en despiadados— y convierte el itinerario de Norman en una odisea entre el Cielo —la secuencia con las dos mujeres alemanas me parece un prodigio de sensibilidad y fuerza dramática— y el Infierno: el ya mencionado combate final, con el muchacho “naciendo” a otra manera de entender la vida (prácticamente “parido” del interior del tanque, del cual huye como si fuera un bebé arrojado al mundo), refrendada por ese gesto del soldado alemán asimismo joven que le descubre debajo del vehículo y decide perdonarle la vida. Extraordinaria.
     

La vida en una sola toma: Birdman o (La inesperada virtud de la ignorancia) (Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance), 2014), de Alejandro González Iñárritu.- La nueva película del director de —mal que pese— la magnífica e incomprendida Biutiful (ídem, 2010) (6) me reafirma en algo que ya aprecié con respecto a esta última, y que a mi entender en Birdman —lo digo ya: su mejor obra hasta la fecha— brilla en todo su esplendor. Me refiero al hecho de que —al contrario de lo que, si no todo el mundo (eso es imposible), sí la mayoría del estado de opinión afirma— el cine de Iñárritu ha mejorado mucho desde que se libró de lo que, a mi entender, era su mayor lastre: los sobrevalorados y para mí insufribles guiones de Guillermo Arriaga. Primero Biutiful y ahora Birdman nos muestran, por fin, a un cineasta hasta la fecha “esclavo” de unos libretos que, además de repletos de obviedades, no hacían sino ocultar bajo sus alambicadas estructuras temporales su vergonzosa falta de auténtica densidad dramática y el más rotundo de los vacíos. Si bien Biutiful ya mostraba síntomas de ello, Birdman “alza el vuelo” (literalmente) a la hora de mostrarnos a un realizador consciente de que el cine se hace con la cámara y que lleva a cabo aquí un ejercicio de libertad expresiva que, disculpen de nuevo la franqueza, solo puede disgustar a los envidiosos. Ahora bien, que los árboles no nos impidan ver el bosque: lo mejor de Birdman —si es que puede destacarse algo por encima del resto en el conjunto de un film extraordinario— no reside en aquello que, por descontado, salta a la vista: el virtuosismo de su puesta en escena, construida alrededor (pero no exclusivamente) de dos planos-secuencia —en el caso del primero de los mencionados habría que decir, más bien, un(os) larguísimo(s) plano(s)-secuencia(s)— que, si bien son de una excepcional brillantez, no constituyen en sí mismos considerados ni el único o ni tan siquiera el principal mérito de esta película. Lo mejor de ese virtuosismo es que está en todo momento al servicio de la descripción de los personajes, en particular el protagonista: Riggan Thompson (un Michael Keaton, huelga decirlo, tan bien como siempre), ese actor que antaño fuera una gran estrella cinematográfica gracias a su interpretación del superhéroe Birdman, y que ahora, por mor de su empeño de dirigir y protagonizar un “adulto” montaje escénico en Broadway de De qué hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver, en aras de su crecimiento personal como artista, tiene que hacer frente a la montaña rusa de la vida y al carrusel de la existencia (y la estupidez) humana(s) en una sola toma, dentro de la cual su mente febril pero imaginativa, atormentada pero vitalista, engloba, siempre en esa misma dirección/ese mismo plano, sus miedos y su dolor, sus pensamientos y sus remordimientos, sus éxitos y sus fracasos, sus limitaciones como ser humano y su capacidad ilimitada para imaginar: para soñar. Un plano-secuencia/un sentido de la vida que tan solo desaparece(n) en un par de ocasiones: al principio, mediante la inserción de unos escuetos planos de pájaros volando sobre Nueva York, que dan paso (no por casualidad), a la presentación de Riggan… flotando en su camerino (sic); y, cerca del final, cuando pierde el conocimiento en el escenario, que recobra en la habitación del hospital. Plano/sentido dentro del cual asimismo se engloban todos los personajes de su entorno —su hija exdrogadicta (Emma Stone), su atribulado representante (Zach Galifianakis), su insoportable partenaire (Edward Norton), su dubitativa compañera de trabajo (Naomi Watts), su joven amante (Andrea Riseborough), su exesposa (Amy Ryan)—, en un “circo” a ritmo de frenética batería jazzística que hace pensar, salvando las distancias, en el 8 y medio felliniano. Vi Corazones de acero y Birdman en una misma tarde: hacía mucho, mucho tiempo que el cine contemporáneo no me proporcionaba una experiencia tan rica y placentera.


Un thriller “femenino”: Blackhat (Amenaza en la red) (Blackhat, 2015), de Michael Mann.- A pesar de que para muchos pueda ser un ejemplo de —parafraseando al amigo Hernán Migoya— cine “viril”, por su inclinación hacia el género policíaco y la tendencia a ceder el protagonismo de sus ficciones a personajes de sexo masculino, en las películas de Michael Mann los roles femeninos tienen un singular relieve. Por mencionar unos ejemplos al azar, podemos recordar a la invidente de Hunter (Manhunter, 1986), las protagonistas femeninas de El último mohicano (The Last of the Mohicans, 1992), las novias de los atracadores y del oficial de policía de Heat (ídem, 1995), la fiscal de Collateral (ídem, 2004), la amante oriental del traficante que se enamora del policía blanco de Corrupción en Miami (Miami Vice, 2006), o la del atracador John Dillinger en Enemigos públicos (Public Enemies, 2009). Blackhat (Amenaza en la red) no constituye una excepción. A pesar de que el protagonismo recae en un actor con una presencia masculina tan aparatosa como el corpulento Chris Hemsworth, su personaje, Nick Hathaway, solo adquiere entidad dramática a partir del momento en que se enamora de Chen Lien (Wei Tang), la joven experta en informática que acompaña a su hermano, el agente de policía chino Chen Dawai (Leehom Wang), en el curso de una investigación a nivel internacional que arranca, primero, en China (donde se produce el sabotaje informático de una central nuclear), y luego en los Estados Unidos, a donde Dawai y Lien son enviados por su gobierno para colaborar con la policía local en la búsqueda y captura de un hacker malicioso: un blackhat. Mann y el guionista Morgan Davis Foehl inciden en cómo influye en Nick el amor de Lien. En una de las primeras secuencias, vemos al primero en una celda de aislamiento en la prisión donde cumple quince años de condena por hacker: Nick aprovecha el reducido espacio donde está confinado para hacer flexiones, en lo que puede verse —un tanto maliciosamente, lo reconozco— un pobre sustituto del acto sexual; no por casualidad, Nick empieza a reaccionar ante el peligro cuando está acompañado por Lien (secuencia de la cita con el blackhat en el restaurante chino que culmina en una pelea cuerpo a cuerpo); en el momento en que lleva a cabo una intrusión ilegal en el sistema informático del FBI para “hackear” el programa apodado —otro nombre femenino— La Viuda Negra, un primer plano de Lien, respaldándole, expresa mejor que nada su determinación; y, llegados a un punto crucial de la trama, Nick hace propio el sentimiento de venganza de Lien. No es el único elemento femenino que llama la atención de este film, por cierto, también bastante mejor de lo que se ha pregonado estos días (pese a sus defectos, sobre todo de guión): ahí está el personaje de la agente de policía Carol Barrett (Viola Davis), la cual da pie a la escena de mayor aliento poético: Barrett le comenta a su colega Jessup (Holt McCallany) que su marido murió en el 11-S, y antes de fallecer ella misma, su última mirada se dirige a lo más alto de un rascacielos… Como digo, a Blackhat (Amenaza en la red) se le pueden poner pegas, principalmente en lo que a desarrollo de la trama se refiere, salpicada por un exceso de golpes de efecto (tiroteos, persecuciones, explosiones) que, se nota, están insertados con la principal intención de “animar” el argumento y darle espectacularidad. Pero los aspectos mencionados, junto con el ya característico vigor de Mann en materia de secuencias de acción —todas muy bien resueltas, por más que el “abstracto” clímax violento en medio de la celebración de una multitudinaria fiesta local tailandesa resulte estéticamente “bonito” pero dramáticamente poco convincente—, compensan de sobras esas deficiencias de estructura.

(6) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2011/01/barcelona-ciudad-de-vida-y-muerte.html

6 comentarios:

  1. A mi me falla el "Moises" de Scott, pero el resto me parece de lo mejorcito que ha dado la cosecha de 2014. Una alegria ver que Burton recupera la forma tras haberse convertido en una sombra de sí mismo en los ultimos años. Y una reivindicación a Blackhat que, sin estar a la altura del mejor Mann, está bastante por encima del vapuleo de critica y publico que la pelicula ha sufrido en su estreno.

    ResponderEliminar
  2. Tomás, es necesario una editorial conjunta de todas las revistas cinematográficas mundiales denunciando las atrocidades a que se someten las actrices en los quirófanos de las clínicas de cirugía estética; aún estamos a tiempo de parar esta matanza, que Uma Thurman sea la última victima de esta práctica absurda de desfigurarse la cara.

    ResponderEliminar
  3. Totalmente de acuerdo contigo Ferrán, hay que ver los estropicios que se hacen algunas y también algunos, claro.
    En cuanto a tus críticas Tomás, poca cosa que añadir, solo que me parece exagerado que consideres una obra maestra "Corazones de acero", cuando en alguna ocasión has criticado la facilidad con la que se ganan esta calificación algunos filmes.
    Sobre "Blackhat" y "Big eyes" pienso que ambos están infravalorados, mas el primero que el segundo con mejores críticas. Y sobre "Birdman", en mi opinión, debería ser la gran triunfadora de los Oscars de este año.
    Sobre "Exodus" no comento que no la he visto, y viendo la mayoría de opiniones me espero a una posible versión extendida.
    Saludos a todos.

    ResponderEliminar
  4. Buenos días a todos:

    Evidentemente, Rodrigo, todo depende del prisma con el que se mire, dado que a mí los últimos trabajos de Burton no me parecieron, ni de lejos, tan malos como se ha dicho (salvo, en parte, "Alicia en el País de las Maravillas"); pero supongo que hay un cierto cansancio, comprensible hasta cierto punto, pero que tampoco creo que justifique el hacer ahora tabla rasa con su cine. Vamos, que no hay para tanto. Pero, bueno, eso es el prisma subjetivo y respetable de cada cual. Me parecen muy exagerados los "palos" hacia "Blackhat", a pesar de sus numerosos defectos de guión: quizá a Michael Mann le ha llegado la hora de los "palos", al igual que les ha ocurrido recientemente a otros (Burton, sin ir más lejos, pero también David Cronenberg o Peter Jackson).

    Ferrán: realmente lo de Uma Thurman es espantoso, y lo peor no es que se haya hecho semejante (ejem) "arreglo", sino que haya un sistema que obligue a una bella mujer de 44 años a tener que tomar esas medidas para seguir trabajando porque, dicen, ya es "vieja" (sic).

    César: es verdad que en muchas ocasiones he criticado esa facilidad a la hora de considerar que una película es una obra maestra, pero lo que critico más bien es que esa consideración se exprese en términos como de histeria colectiva, es decir, que porque lo ha dicho fulanito o menganito, o un determinado festival, haya que bajar la cabeza y acatar la consigna. Pero eso no quiere decir que alguien, individualmente y opinando libremente, pueda considerar que un film es una obra maestra, pero sin ánimo de pontificar. Y, precisamente en el caso de "Corazones de acero", ahora mismo no conozco a nadie más que lo haya afirmado (que yo no lo conozca no quiere decir que no lo haya), al menos en prensa escrita. Tampoco lo afirmo por "hacerme notar", lo afirmo porque es tal y como lo siento.

    Saludos cordiales.

    ResponderEliminar
  5. Por favor Tomás, mójate con respecto al final de Birdman (obvios SPOILERS): Puede que Riggan muera y su hija contemple su alma ascendiendo al cielo, o que de alguna forma el protagonista haya adquirido la capacidad de volar, como el héroe cinematográfico al que interpretaba. Mi teoría: en realidad Riggan se vuela la cabeza en el teatro y la última secuencia es una ensoñación / visión del más allá donde todos sus sueños se cumplen de golpe y porrazo (su hija se reconcilia con él, recupera la fama y consigue la aceptación de los críticos, se siente libre como un pájaro...); el detalle de que Iñárritu rompa en esta escena con el famoso plano secuencia también podría apuntar esta idea del paso de un plano de realidad a otro. Creo que hay muchas formas de entender este final, ¿cual es la tuya?

    Por cierto, me llama la atención que un film como éste haya tenido una aceptación tan unánime por parte de la crítica de cine. Lo digo por la (sensacional) escena en la que Riggan se enfrenta a la crítica teatral y en donde queda claro lo arrogante y despreciable que ésta es.

    Saludos,
    Andrés.

    ResponderEliminar
  6. No podría estar más de acuerdo con lo que has escrito sobre Burton; sus últimos trabajos, Sombras Tenebrosas y Frankenweenie han sido denigrados totalmente por el ''efecto Alicia'' y con Big Eyes ha pasado igual, ya que si bien no es de sus mejores películas, demuestra su buen hacer detrás de la cámara y es una película interesante y totalmente dentro de su estilo: personajes rarunos y poco integrados en la sociedad, superación...

    ResponderEliminar