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jueves, 26 de septiembre de 2013

La joven y el autómata: "LA MEJOR OFERTA", de GIUSEPPE TORNATORE


[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Movido, lo reconozco, por cierta pereza, no había visto hasta fecha reciente esta película de Giuseppe Tornatore, un cineasta a mi entender poco estimulante, a pesar de la buena fama de la que suele gozar entre cinéfilos embriagados por la nostalgia del “cine de barrio” y “cine de pueblo” su irregular Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988), y a la vista de los mediocres resultados de varios de sus films —El profesor (Il camorrista, 1986), Están todos bien (Stanno tutti bene, 1990), el últimamente reivindicado Pura formalidad (Una pura formalità, 1994), o Malena (ídem, 2000), este particularmente infausto—, si bien debo hacer un par de salvedades, por un lado, con La desconocida (La sconosciuta, 2006) y Baaria (Baarìa, 2007), porque no los he visto, y por otro, con El hombre de las estrellas (L’uomo delle stelle, 1995) y La leyenda del pianista en el océano (La leggenda del pianista sull’oceano, 1998), que hasta hace poco me parecían sus mejores trabajos. Digo que me lo parecían porque, a falta de haber revisado desde el momento de su estreno los títulos que le he visto, y de ver los que le desconozco, ahora mismo no dudaría en colocar en cabeza de mis preferencias sobre Tornatore a La mejor oferta (La migliore offerta, 2013).


Lo más logrado reside en la descripción del personaje protagonista, magníficamente interpretado por un siempre espléndido Geoffrey Rush: el tratante, subastador y coleccionista de arte Virgil Oldman. Los primeros minutos de la película se entretienen a describirle cuidadosamente como alguien un tanto especial: un hombre ya maduro, solitario, que vive en un apartamento tan lujoso como algo aséptico. De semblante sombrío y un tanto taciturno, viste elegantemente y, detalle importante, siempre usa guantes (en su piso tiene un ropero inmenso repleto de ellos), que cuando está fuera de casa no se quita ni para comer en los caros restaurantes que frecuenta, salvo para acariciar aquello que más ama: las pinturas cuyo tema es el retrato femenino. De hecho, en la enorme estancia de su vivienda a la cual solo se accede a través de una puerta acorazada, guarda el mayor de sus tesoros: una extraordinaria colección de retratos de bellas mujeres jóvenes de todas las épocas. Llegados a este punto, y más teniendo en cuenta que Tornatore, también autor del guión, va diseminando ciertos detalles al respecto (la pequeña celebración de su cumpleaños que le organizan los dueños del restaurante donde suele comer, y que Virgil recibe con frialdad y cierta tristeza contenida), no cuesta demasiado intuir que el gran problema del protagonista del relato consiste precisamente en esa existencia solitaria, sustentada por un modo de vida que le reporta mucho dinero y notable prestigio (su pericia como tasador de arte y sus elevados emolumentos como subastador provocan la admiración a su paso), pero a la que no se le ven mayores alicientes, salvo ese inmenso amor por el retrato femenino del cual, por descontado, se deduce no tanto una visión idealizada de la mujer por parte del protagonista como el peso de la ausencia de compañía femenina en un hombre acaso envejecido antes de tiempo: su apellido, Oldman (“hombre viejo”), también lo sugiere.


Pero Virgil está lejos de ser un ingenuo en lo que a su trabajo se refiere: su colección de retratos femeninos la ha ido reuniendo con los años gracias a la complicidad de su amigo, Billy (Donald Sutherland), que puja por él en las subastas de cara a la adquisición de esas pinturas; además, Virgil tiene un joven amigo, Robert (Jim Sturgess), un hábil restaurador mecánico al que hará partícipe de sus confidencias, y al que en el fondo envidia, por su juventud y su aparente facilidad para conseguir hermosa compañía femenina, bien sea la de su novia Sarah (Liya Kebede), bien la de una chica rubia con la que probablemente Robert engaña a la anterior. La “debilidad” de Virgil, como ya hemos visto, es otra. Y si bien es verdad que, tal y como se ha afirmado en algunos comentarios y en virtud de cómo está planteada, La mejor oferta resulta hasta cierto punto dramáticamente previsible, no es menos cierto que Tornatore no pretende jugar al suspense sino, más bien, convertir toda la extraña aventura del protagonista a partir del momento en que entra en su vida la misteriosa Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks) en una especie de descripción de la psicología de aquél. Dicho de otra manera: por más que haya cierto suspense explícito en lo que se refiere a la extraña relación que se establece entre Virgil y Claire, en la práctica dicho suspense resulta meramente accesorio porque Tornatore prefiere concentrarse en el efecto implícito que tiene sobre Virgil la anómala situación que se produce: Claire ha contratado los servicios de Virgil como tasador para que haga un inventario de todo el arte que tiene en la vieja casa que dice haber heredado de sus padres, pero la joven, que se confiesa afectada por la agorafobia desde muy pequeña, se niega a salir de la vivienda y a que nadie la vea; las primeras conversaciones entre ella y Virgil se producen por teléfono, y luego a través de la pared que cobija la habitación secreta donde Claire vive sola desde hace años. No cuesta de ver el efecto que todo ello produce en Virgil, quien acaba llegando a la creencia de que ha encontrado en Claire a una mujer tan bella como la de los retratos que tanto ama, y además, tan solitaria como él; en suma, a una posible compañera de vida. Tornatore no descuida el carácter artificial, ergo falso, de esta extraña relación, pero esto siempre queda en segundo término de cara a realzar preferentemente la evolución psicológica del protagonista, quien por primera vez en su vida y antes de llegar al ocaso de su existencia nota un sentimiento de amor real hacia una mujer real, por más que en el fondo su afecto esté, por falta de experiencia, tan idealizado como el que profesa a su colección de arte.


Por descontado, la sombra de Alfred Hitchcock flota alrededor de todo esto: la historia del amor de Virgil hacia Claire no es sino una enésima variante de De entre los muertos (Vertigo, 1958); de hecho, ese amor vendría a ser el mcguffin de la función, algo muy importante para el protagonista pero en absoluto importante para Tornatore en cuanto a narrador, quien va despojando de misterio, ergo de idealismo, la relación al principio de amistad y finalmente amorosa entre esa extraña pareja, hasta desembocar en una conclusión, como digo, relativamente previsible, en cuanto coherente con la lógica interna del relato, pero que al mismo tiempo enriquece el perfil del protagonista. De hecho, el clímax del relato no consiste para mí en aquel acontecimiento que pone al descubierto la falsedad del entramado montado alrededor de Virgil, sino que dicho suceso no es sino el detonante de la verdadera (y magnífica) conclusión: ese travelling en lento retroceso que empequeñece a un Virgil de nuevo en soledad, sentado al fondo de ese restaurante de Praga que ha convertido en escenario de ese nuevo sueño idealista que él mismo se ha creado para seguir viviendo. Asimismo, lo más atractivo de La mejor oferta no consiste en el desarrollo (sólido, por lo demás) de la intriga que afecta a Virgil y Claire, sino en la atmósfera del relato, que con su visualización de un mundo en decadencia (el de Virgil y todo lo que él simboliza), enmarcado además en el contexto del amor al arte como telón de fondo, evoca a ratos los ambientes de la fallida antepenúltima película de Luchino Visconti Confidencias (Gruppo di famiglia in un interno, 1974), pero sus resultados se encuentran más cerca, afortunadamente, de ese excelente film de Dino Risi titulado Alma perdida (Anima persa, 1977), por lo que comparte con él de crónica decadente y a la vez sobre la decadencia de un modo de vida (el representado, de nuevo, por Virgil), la cual se va densificando a medida que avanza a base de la sensación de impregnación que van proporcionando los detalles de puesta escena: los travellings que recorren los retratos femeninos que colecciona Virgil; el carácter metafórico de la progresiva reconstrucción del autómata que Robert va confeccionando a partir de las piezas que Virgil encuentra en la casa de Claire; Virgil viendo por primera vez a Claire, escondido detrás de una estatua; el personaje de la enana (Kiruna Stamell) que desde su baja estatura, a ras del suelo, es la testigo decisiva de los auténticos acontecimientos… Una interesante película, que sabe extraer un notable partido de su rocambolesco planteamiento argumental a base de sugerencias que equivalen a notas o digresiones a pie de página que enriquecen su sentido.

1 comentario:

  1. buenas noches, quisieras saber si como la intuicion me da, claire se fue con robert?
    ya que todos los acontecimientos lo ameritan asi
    gracias

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