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viernes, 23 de agosto de 2013

Incidente en Isla Nublar: “PARQUE JURÁSICO”, de STEVEN SPIELBERG



No es ningún secreto para nadie que, cuando Michael Crichton publicó en 1989 su novela Parque Jurásico (primera edición española: Plaza y Janés Editores, S.A., Barcelona, 1992), lo que hizo fue reciclar una idea que había desarrollado previamente en uno de sus mejores trabajos como guionista y director, Almas de metal (Westworld, 1973): si en este la trama giraba en torno a un insólito parque de atracciones futurista poblado por androides en el cual los clientes podían hacer realidad sus fantasías aventureras y/o eróticas en tres zonas temáticas bien diferenciadas, el Mundo Medieval, el Mundo del Futuro y el Mundo del Oeste (Westworld), Parque Jurásico lo hacía sobre la posibilidad de la creación de un parque temático para turistas cuya principal atracción serían dinosaurios de carne y hueso “resucitados” gracias al milagro de la clonación genética; en ambos casos, los dos parques acaban desbordando a sus creadores como consecuencia de catastróficos fallos mecánicos que provocan en su caso el descontrol de los androides y la liberación de los lagartos terribles. Todo ello, unido a la ya habitualmente gigantesca campaña mercadotécnica que acompañó al estreno de la película en salas y a ciertas “ganas” de algunos críticos sin profesionalidad que todavía no saben inhibirse de las técnicas de publicidad del cine de Hollywood y pensar por sí mismos, provocó que Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993) fuese un gran éxito taquillero porque así había sido diseñado pero que a cambio recibiese, al menos en España, algunas de las peores críticas de la carrera de Steven Spielberg. Lo cierto es que este film desprestigiado, si bien está lejos de los mejores trabajos de su autor (que Spielberg lo es, guste o no, es algo que a estas alturas está, o debería estar, fuera de toda duda), y que regresa a los cines con motivo de una reposición tras su reciente reconversión a 3D, se revela veinte años después de su estreno una obra que resiste el paso del tiempo mejor de lo que cabía esperar.


Algo que de entrada conviene desmentir, o cuanto menos matizar, consiste en la cacareada afirmación de que Spielberg destrozó la novela de Crichton en su traslado al cine, dado que el libro de este último, aún siendo más interesante que el guión de la película, tampoco es una obra maestra de la literatura (ni siquiera la mejor novela de Crichton: si tuviese que quedarme con una, me inclinaría sin dudarlo por Devoradores de cadáveres). Por otro lado, Crichton participó en la redacción del guión, aunque de creer lo que se dice su tarea consistió en limitarse a hacer una versión resumida de la trama del libro para adecuarla al formato de un largometraje de dos horas, algo que sabía hacer sobradamente dada su experiencia como guionista y director, por más que sea justo reconocer que algunas de las mejores ideas de la novela se malograron en esa adaptación; la principal, los apuntes relativos a la célebre “teoría del caos”, puesta en boca del Dr. Ian Malcolm (Jeff Goldblum), y aquí reducidos, teoría y personaje, a meros chistes.


Una de las acusaciones más frecuentes hacia Spielberg en general y hacia Parque Jurásico en particular reside en la supuesta pobreza de sus personajes. Y si bien es verdad que la mayoría de los que pueblan Parque Jurásico adolecen de superficialidad —el ya mencionado Dr. Malcolm, la intrépida paleontóloga Ellie Sattler (Laura Dern), el cazador Robert Muldoon (Bob Peck), los pequeños hermanos Tim (Joseph Mazzello) y Lex Murphy (Ariana Richards)—, hay un par de honrosas excepciones, por más que no suelan verse reconocidas como tales: el paleontólogo Dr. Alan Grant y John Hammond, el anciano millonario que ha financiado la erección del Parque Jurásico en la isla costarricense de Nublar; no por casualidad, ambos corren a cargo de los dos mejores componentes del elenco, Sam Neill y Richard Attenborough respectivamente, y encarnan, indiscutible “toque” Spielberg, a los personajes sobre los cuales pivota la paradoja en torno a la imposibilidad de conciliar la fantasía y la realidad que se encierra en el fondo de muchos relatos característicos de su director.


Alan Grant, figura tocada con un sombrero que le da un aire a lo Indiana Jones, es descrito como un (otro) personaje cautivado por cierta “magia” inherente a su profesión: Alan ama los dinosaurios porque odia el mundo moderno (al principio del relato le vemos estropeando un ordenador con solo tocarlo; “Alan es incompatible con las máquinas”, apostilla Ellie); pero la idea de resucitar genéticamente a los lagartos terribles le fascina tanto como le aterra, consciente del riesgo que entraña mezclar con los seres humanos a criaturas sobre las cuales se desconoce casi todo. Ese sentido pragmático de las cosas se ve reforzado por el cuidado que pone Spielberg en mostrarle como un hombre lleno de recursos: al descender sobre la isla en helicóptero, como no sabe atarse el cinturón de seguridad, acaba atándoselo; aprovecha el agua de lluvia para llenar su cantimplora; y aplica en la práctica sus conocimientos sobre los saurios con tal de sobrevivir. Hammond es, como él, otro soñador, orgulloso de enseñarle al mundo la maravilla que ha financiado (su propósito es abrir el Parque Jurásico y vender entradas a precios populares para que nadie se vea privado de su visita); por eso mismo intenta que Alan le apoye en ese sueño (le dice que es el único del grupo de visitantes que puede comprender lo que está intentando conseguir); pero, al final, no tendrá más remedio que admitir que su sueño no es viable: que lo que realmente ha creado es una pesadilla. Resulta sintomática la secuencia, en ocasiones injustamente criticada, de la conversación íntima entre Hammond y Ellie: la misma se abre con un par de movimientos de cámara que asocian los muñecos, camisetas y souvenirs del Parque Jurásico con el anciano millonario comiendo helado, y termina con la amarga reflexión de Ellie respecto a que el parque es como el circo de pulgas con el que Hammond amasó su primera fortuna: otro sueño imposible.  


Este film, irregular en su primera mitad pero atractivo en la segunda, y a pesar de alguna innecesaria salida humorística —la escena en la que un dinosaurio herbívoro, y por tanto inofensivo, estornuda sobre la pequeña Lex y la cubre de mocos—, me parece en su conjunto mucho mejor de lo que suele decirse, haciendo gala, a pesar de su aparente ligereza, de un espléndido sentido del detalle que es el que acaba confiriéndole todo su interés: la hábil planificación corta de la primera secuencia, en la que un operario del parque es atacado por un velociraptor enjaulado; el viento lanzado por el helicóptero de Hammond sobre el esqueleto de dinosaurio que Alan, Ellie y su equipo están desenterrando (una bonita imagen que resume por sí sola el conflicto que se dirime en el fondo del relato); las extraordinarias secuencias de los ataques del tiranosaurio al coche donde los niños recorren el parque y luego al jeep que acude en su rescate, pletóricas de ingeniosos apuntes (el vaso de agua que vibra por las pisadas del saurio, la pata de cabra lanzada sobre el parabrisas, la pupila del saurio contrayéndose a la luz de la linterna que sostienen los aterrados chiquillos, el plano del retrovisor del jeep donde se refleja el tiranosaurio que les persigue); otro espléndido fragmento de suspense, el acoso a los niños en la cocina por dos velociraptores, asimismo lleno de sugerentes imágenes (la gelatina temblando en la cuchara que sostiene Lex, la sombra del animal superponiéndose al dibujo de la pared, el reflejo de Tim escondiéndose en el armario que despista al dinosaurio, el plano picado sobre el velociraptor en el instante en que asesta una dentellada a través de la trampilla por la que huyen los personajes); en particular, el inesperado lirismo de la escena final: como señaló José María Latorre en su momento, esa última y triste mirada de Hammond hacia la isla antes de subirse al helicóptero; o poco después de haber despegado, cuando Ellie y Alan intercambian miradas de ironía porque los niños se han dormido apoyados en el paleontólogo, quien detesta la idea de tener hijos con Ellie, en otro de esos apuntes de humor que, en el caso de Spielberg, provocan las consabidas acusaciones de conservadurismo de los modernos, sin tener en cuenta que, como ya ocurría con el clímax de Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977) y las (torpes) acusaciones de “religiosidad” que la acompañaron, en Parque Jurásico los árboles (del prejuicio) tampoco dejan ver el bosque (la realidad que muestran las imágenes): retomando esa escena final del helicóptero, la mirada de Alan se aparta de la de Ellie y de los niños, para embelesarse en lo que realmente le apasiona: la visión de un grupo de pájaros, descendientes de los dinosaurios, surcando el cielo.


Si Parque Jurásico mejora con el paso del tiempo (o, sencillamente, uno no supo “verla” en el momento de su estreno), no puede decirse lo mismo de su secuela, El mundo perdido (The Lost World: Jurassic Park, 1997). Adaptación en este caso de la mediocre continuación literaria homónima de Parque Jurásico perpetrada por el propio Crichton (Edición española: El mundo perdido. Plaza & Janés Editores, S.A. Barcelona, 1995), cuyos libros fueron empeorando a medida que iba aumentando su popularidad como escritor, El mundo perdido tiene el dudoso honor de ser uno de los peores trabajos de su director, amén de innecesario, habida cuenta de que la siguiente secuela de la serie, Parque Jurásico III (Jurassic Park III, 2001), ni siquiera corrió a cargo de Spielberg, quien se limitó a producirla, sino de Joe Johnston. De entrada, El mundo perdido tiene el inconveniente respecto al primer Parque Jurásico de la eliminación del personaje de Alan Grant y la reducción del de John Hammond, centrando el protagonismo en el menos atractivo del Dr. Malcolm (de nuevo Jeff Goldblum), quien en esta ocasión comanda una nueva expedición a otra isla de Costa Rica llamada Sorna (sic), donde se supone estaba el laboratorio original de clonación de dinosaurios y en la cual estos últimos campean a sus anchas. La incorporación de nuevos personajes tan simples como la novia de Malcolm, Sarah Harding (Julianne Moore), su ayudante Nick Van Owen (Vince Vaughn), el ambicioso financiero Peter Ludlow (Arliss Howard) y otro cazador a las órdenes de este último, Roland Tembo (Pete Postlethwaite), no ayuda a animar una función que se sigue con decreciente interés y que culmina en un aparatoso epílogo en San Diego a lo King Kong, con Ludlow intentando sacar tajada del clausurado Parque Jurásico de Hammond mediante el arriesgado método del traslado de un tiranosaurio a la gran ciudad. Como siempre en Spielberg, no faltan imágenes atractivas y momentos de acción resueltos con habilidad, pero no compensan un relato, además, alargado en exceso. Sorprendentemente, con menos ínfulas y metraje, Parque Jurásico III resulta superior a El mundo perdido: recupera a Alan Grant/Sam Neill y a cambio ofrece un relato de aventuras sencillo pero eficaz, con al menos una excelente secuencia, nacida en las páginas de la primera novela de Crichton y descartada del guión del primer film, pero felizmente recuperada aquí: la que transcurre en el interior de la gigantesca pajarera donde anida una colonia de feroces pterodáctilos.


Sobre Parque Jurásico, puede consultarse también la interesante reflexión del amigo Sergi Grau en su Voiceover’s Blog: http://sergimgrau.wordpress.com/2013/08/02/jurassic-park/

2 comentarios:

  1. Gracias por el enlace, Tomás. ¿La pudiste ver en 3D o simplemente la revisaste en formato doméstico? En mi caso, disfruté del pase en 3D, pero porque la película me pareció -o siguió pareciendo, hacía años que no la veía- muy entretenida, pero no porque el 3D le confiriera propiedad visual alguna que no existiera antes. Confieso, empero, que no estoy en contra de estos reestrenos: el rollo del 3D será tan inane como se quiera, pero a cambio uno puede ver de nuevo la peli en la gran pantalla, y suelen cobrar menos que en los estrenos -al menos eso me sucedió en Buscando a Nemo 3D-.

    Suscribo lo que comentas de El Mundo Perdido. La quise revisar, y la verdad es que ni llegué al final. ¿Seguro que la hizo Spielberg? :-)

    Sergi

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  2. También me uno a los que piensan que "Parque Jurásico" es un gran film. Sobre Crichton discrepo, me parece a mi que sus libros fueran a peor aunque no he leído mas que una mínima parte. Para mi "Estado de miedo" destila una mala leche anti-ecologista que me resultó muy refrescante.
    Un saludo!

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