No es ningún
secreto para nadie que, cuando Michael Crichton publicó en 1989 su novela Parque Jurásico (primera edición
española: Plaza y Janés Editores, S.A., Barcelona, 1992), lo que hizo fue
reciclar una idea que había desarrollado previamente en uno de sus mejores
trabajos como guionista y director, Almas
de metal (Westworld, 1973): si en este la trama giraba en torno a un
insólito parque de atracciones futurista poblado por androides en el cual los
clientes podían hacer realidad sus fantasías aventureras y/o eróticas en tres
zonas temáticas bien diferenciadas, el Mundo Medieval, el Mundo del Futuro y el
Mundo del Oeste (Westworld), Parque
Jurásico lo hacía sobre la posibilidad de la creación de un parque temático
para turistas cuya principal atracción serían dinosaurios de carne y hueso
“resucitados” gracias al milagro de la clonación genética; en ambos casos, los
dos parques acaban desbordando a sus creadores como consecuencia de catastróficos
fallos mecánicos que provocan en su caso el descontrol de los androides y la
liberación de los lagartos terribles. Todo ello, unido a la ya habitualmente
gigantesca campaña mercadotécnica que acompañó al estreno de la película en
salas y a ciertas “ganas” de algunos críticos sin profesionalidad que todavía
no saben inhibirse de las técnicas de publicidad del cine de Hollywood y pensar
por sí mismos, provocó que Parque
Jurásico (Jurassic Park, 1993) fuese un gran éxito taquillero porque así
había sido diseñado pero que a cambio recibiese, al menos en España, algunas de
las peores críticas de la carrera de Steven Spielberg. Lo cierto es que este
film desprestigiado, si bien está lejos de los mejores trabajos de su autor
(que Spielberg lo es, guste o no, es algo que a estas alturas está, o debería
estar, fuera de toda duda), y que regresa a los cines con motivo de una
reposición tras su reciente reconversión a 3D, se revela veinte años después de
su estreno una obra que resiste el paso del tiempo mejor de lo que cabía
esperar.
Algo que de entrada conviene desmentir, o cuanto menos matizar, consiste en la cacareada afirmación de que Spielberg destrozó la novela de Crichton en su traslado al cine, dado que el libro de este último, aún siendo más interesante que el guión de la película, tampoco es una obra maestra de la literatura (ni siquiera la mejor novela de Crichton: si tuviese que quedarme con una, me inclinaría sin dudarlo por Devoradores de cadáveres). Por otro lado, Crichton participó en la redacción del guión, aunque de creer lo que se dice su tarea consistió en limitarse a hacer una versión resumida de la trama del libro para adecuarla al formato de un largometraje de dos horas, algo que sabía hacer sobradamente dada su experiencia como guionista y director, por más que sea justo reconocer que algunas de las mejores ideas de la novela se malograron en esa adaptación; la principal, los apuntes relativos a la célebre “teoría del caos”, puesta en boca del Dr. Ian Malcolm (Jeff Goldblum), y aquí reducidos, teoría y personaje, a meros chistes.
Una de las
acusaciones más frecuentes hacia Spielberg en general y hacia Parque Jurásico en particular reside en
la supuesta pobreza de sus personajes. Y si bien es verdad que la mayoría de
los que pueblan Parque Jurásico
adolecen de superficialidad —el ya mencionado Dr. Malcolm, la intrépida
paleontóloga Ellie Sattler (Laura Dern), el cazador Robert Muldoon (Bob Peck),
los pequeños hermanos Tim (Joseph Mazzello) y Lex Murphy (Ariana Richards)—,
hay un par de honrosas excepciones, por más que no suelan verse reconocidas
como tales: el paleontólogo Dr. Alan Grant y John Hammond, el anciano
millonario que ha financiado la erección del Parque Jurásico en la isla
costarricense de Nublar; no por casualidad, ambos corren a cargo de los dos
mejores componentes del elenco, Sam Neill y Richard Attenborough
respectivamente, y encarnan, indiscutible “toque” Spielberg, a los personajes
sobre los cuales pivota la paradoja en torno a la imposibilidad de conciliar la
fantasía y la realidad que se encierra en el fondo de muchos relatos
característicos de su director.
Alan Grant,
figura tocada con un sombrero que le da un aire a lo Indiana Jones, es
descrito como un (otro) personaje cautivado por cierta “magia” inherente a su
profesión: Alan ama los dinosaurios porque odia el mundo moderno (al principio
del relato le vemos estropeando un ordenador con solo tocarlo; “Alan es incompatible con las máquinas”,
apostilla Ellie); pero la idea de resucitar genéticamente a los lagartos terribles
le fascina tanto como le aterra, consciente del riesgo que entraña mezclar con
los seres humanos a criaturas sobre las cuales se desconoce casi todo. Ese
sentido pragmático de las cosas se ve reforzado por el cuidado que pone
Spielberg en mostrarle como un hombre lleno de recursos: al descender sobre la
isla en helicóptero, como no sabe atarse el cinturón de seguridad, acaba
atándoselo; aprovecha el agua de lluvia para llenar su cantimplora; y aplica en
la práctica sus conocimientos sobre los saurios con tal de sobrevivir. Hammond
es, como él, otro soñador, orgulloso de enseñarle al mundo la maravilla que ha
financiado (su propósito es abrir el Parque Jurásico y vender entradas a
precios populares para que nadie se vea privado de su visita); por eso mismo
intenta que Alan le apoye en ese sueño (le dice que es el único del grupo de
visitantes que puede comprender lo que está intentando conseguir); pero, al
final, no tendrá más remedio que admitir que su sueño no es viable: que lo que
realmente ha creado es una pesadilla. Resulta sintomática la secuencia, en
ocasiones injustamente criticada, de la conversación íntima entre Hammond y
Ellie: la misma se abre con un par de movimientos de cámara que asocian los
muñecos, camisetas y souvenirs del
Parque Jurásico con el anciano millonario comiendo helado, y termina con la
amarga reflexión de Ellie respecto a que el parque es como el circo de pulgas
con el que Hammond amasó su primera fortuna: otro sueño imposible.
Este film,
irregular en su primera mitad pero atractivo en la segunda, y a pesar de alguna
innecesaria salida humorística —la escena en la que un dinosaurio herbívoro, y
por tanto inofensivo, estornuda sobre la pequeña Lex y la cubre de mocos—, me
parece en su conjunto mucho mejor de lo que suele decirse, haciendo gala, a
pesar de su aparente ligereza, de un espléndido sentido del detalle que es el
que acaba confiriéndole todo su interés: la hábil planificación corta de la
primera secuencia, en la que un operario del parque es atacado por un velociraptor
enjaulado; el viento lanzado por el helicóptero de Hammond sobre el esqueleto
de dinosaurio que Alan, Ellie y su equipo están desenterrando (una bonita
imagen que resume por sí sola el conflicto que se dirime en el fondo del
relato); las extraordinarias secuencias de los ataques del tiranosaurio al
coche donde los niños recorren el parque y luego al jeep que acude en su
rescate, pletóricas de ingeniosos apuntes (el vaso de agua que vibra por las
pisadas del saurio, la pata de cabra lanzada sobre el parabrisas, la pupila del
saurio contrayéndose a la luz de la linterna que sostienen los aterrados
chiquillos, el plano del retrovisor del jeep donde se refleja el tiranosaurio
que les persigue); otro espléndido fragmento de suspense, el acoso a los niños
en la cocina por dos velociraptores, asimismo lleno de sugerentes imágenes (la
gelatina temblando en la cuchara que sostiene Lex, la sombra del animal
superponiéndose al dibujo de la pared, el reflejo de Tim escondiéndose en el
armario que despista al dinosaurio, el plano picado sobre el velociraptor en el
instante en que asesta una dentellada a través de la trampilla por la que huyen
los personajes); en particular, el inesperado lirismo de la escena final: como
señaló José María Latorre en su momento, esa última y triste mirada de Hammond
hacia la isla antes de subirse al helicóptero; o poco después de haber
despegado, cuando Ellie y Alan intercambian miradas de ironía porque los niños
se han dormido apoyados en el paleontólogo, quien detesta la idea de tener hijos
con Ellie, en otro de esos apuntes de humor que, en el caso de Spielberg,
provocan las consabidas acusaciones de conservadurismo de los modernos, sin
tener en cuenta que, como ya ocurría con el clímax de Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind,
1977) y las (torpes) acusaciones de “religiosidad” que la acompañaron, en Parque Jurásico los árboles (del
prejuicio) tampoco dejan ver el bosque (la realidad que muestran las imágenes):
retomando esa escena final del helicóptero, la mirada de Alan se aparta de la
de Ellie y de los niños, para embelesarse en lo que realmente le apasiona: la
visión de un grupo de pájaros, descendientes de los dinosaurios, surcando el
cielo.
Si Parque Jurásico mejora con el paso del
tiempo (o, sencillamente, uno no supo “verla” en el momento de su estreno), no
puede decirse lo mismo de su secuela, El
mundo perdido (The Lost World: Jurassic Park, 1997). Adaptación en este
caso de la mediocre continuación literaria homónima de Parque Jurásico perpetrada por el propio Crichton (Edición
española: El mundo perdido. Plaza
& Janés Editores, S.A. Barcelona, 1995), cuyos libros fueron empeorando a
medida que iba aumentando su popularidad como escritor, El mundo perdido tiene el dudoso honor de ser uno de los peores trabajos
de su director, amén de innecesario, habida cuenta de que la siguiente secuela
de la serie, Parque Jurásico III (Jurassic Park III, 2001), ni siquiera
corrió a cargo de Spielberg, quien se limitó a producirla, sino de Joe
Johnston. De entrada, El mundo perdido
tiene el inconveniente respecto al primer Parque
Jurásico de la eliminación del personaje de Alan Grant y la reducción del
de John Hammond, centrando el protagonismo en el menos atractivo del Dr.
Malcolm (de nuevo Jeff Goldblum), quien en esta ocasión comanda una nueva
expedición a otra isla de Costa Rica llamada Sorna (sic), donde se supone
estaba el laboratorio original de clonación de dinosaurios y en la cual estos
últimos campean a sus anchas. La incorporación de nuevos personajes tan simples
como la novia de Malcolm, Sarah Harding (Julianne Moore), su ayudante Nick Van
Owen (Vince Vaughn), el ambicioso financiero Peter Ludlow (Arliss Howard) y
otro cazador a las órdenes de este último, Roland Tembo (Pete Postlethwaite),
no ayuda a animar una función que se sigue con decreciente interés y que
culmina en un aparatoso epílogo en San Diego a lo King Kong, con Ludlow intentando sacar tajada del clausurado Parque
Jurásico de Hammond mediante el arriesgado método del traslado de un
tiranosaurio a la gran ciudad. Como siempre en Spielberg, no faltan imágenes
atractivas y momentos de acción resueltos con habilidad, pero no compensan un
relato, además, alargado en exceso. Sorprendentemente, con menos ínfulas y
metraje, Parque Jurásico III resulta
superior a El mundo perdido: recupera
a Alan Grant/Sam Neill y a cambio ofrece un relato de aventuras sencillo pero
eficaz, con al menos una excelente secuencia, nacida en las páginas de la
primera novela de Crichton y descartada del guión del primer film, pero felizmente
recuperada aquí: la que transcurre en el interior de la gigantesca pajarera
donde anida una colonia de feroces pterodáctilos.
Sobre Parque Jurásico, puede
consultarse también la interesante reflexión del amigo Sergi Grau en su
Voiceover’s Blog: http://sergimgrau.wordpress.com/2013/08/02/jurassic-park/
Gracias por el enlace, Tomás. ¿La pudiste ver en 3D o simplemente la revisaste en formato doméstico? En mi caso, disfruté del pase en 3D, pero porque la película me pareció -o siguió pareciendo, hacía años que no la veía- muy entretenida, pero no porque el 3D le confiriera propiedad visual alguna que no existiera antes. Confieso, empero, que no estoy en contra de estos reestrenos: el rollo del 3D será tan inane como se quiera, pero a cambio uno puede ver de nuevo la peli en la gran pantalla, y suelen cobrar menos que en los estrenos -al menos eso me sucedió en Buscando a Nemo 3D-.
ResponderEliminarSuscribo lo que comentas de El Mundo Perdido. La quise revisar, y la verdad es que ni llegué al final. ¿Seguro que la hizo Spielberg? :-)
Sergi
También me uno a los que piensan que "Parque Jurásico" es un gran film. Sobre Crichton discrepo, me parece a mi que sus libros fueran a peor aunque no he leído mas que una mínima parte. Para mi "Estado de miedo" destila una mala leche anti-ecologista que me resultó muy refrescante.
ResponderEliminarUn saludo!