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lunes, 29 de octubre de 2012

“FRANKENWEENIE”, DE TIM BURTON (Telegrama núm. 18)


[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Salvando las distancias, del mismo modo que David Cronenberg ha recibido acusaciones de comodidad a la hora de hacer frente a su lectura del Cosmópolis de Don DeLillo (incomprensibles, a mi entender: ¿quiénes así lo aseguran realmente se la han leído? –1—), algo relativamente parecido ha ocurrido con Tim Burton a causa de su, digamos, “osadía” por atreverse a rehacer su celebrado cortometraje primerizo Frankenweenie (1984), ahora en formato largometraje y animación stop-motion, en la línea de Pesadilla antes de Navidad (Tim Burton’s Nightmare Before Christmas, 1993, que todo el mundo da por hecho que es de él pese a venir firmada por Henry Selick) y La novia cadáver (The Corpse Bride, 2005, codirigida con Mike Johnson). Si no toda, al menos buena parte de la recepción de Frankenweenie (ídem), versión 2012, ha pivotado en torno a la cuestión sobre si este remake no es más que una (nueva) demostración de que a Burton se le están acabando las ideas, sobre todo a la vista del fracaso artístico de Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010 –2—), un tanto exagerado en función de su asimismo desproporcionado éxito comercial, y la división de opiniones suscitada a raíz de su largometraje anterior a Frankenweenie y estrenado este mismo año, Sombras tenebrosas (Dark Shadows, 2012). En base a este razonamiento, el del autor que necesita volver periódicamente a “su mundo”, “su universo” o llámese como se quiera a fin de reafirmarse, Frankenweenie-2012 vendría a ser una especie de cajón de sastre donde se acumula todo aquello que a estas alturas ya sabemos o creemos saber de su realizador, de ahí el carácter de recopilación de ideas/temáticas/obsesiones de esta nueva película, concebida –insisto, según esta corriente de opinión— como una especie de paso hacia atrás dado con vistas a tomar carrerilla y seguir hacia delante con energías renovadas.




Desde luego que el carácter recopilatorio del nuevo Frankenweenie no se puede negar, y desde este único y exclusivo punto de vista los defensores de la teoría del “Burton cansado” o del “Burton agotado” tendrían absolutamente toda la razón. Obviamente, Frankenweenie-2012 es una nueva versión de Frankenweenie-1984, que además reincide en la misma trama argumental –el joven Victor Frankenstein (sic) resucita a su perrito Sparky, realizando un experimento con electricidad idéntico a los mostrados en el famoso díptico de James Whale El doctor Frankenstein / La novia de Frankenstein— y en los mismos ambientes de clase media norteamericana, modelo Frank Tashlin, que salían a relucir tanto en la primera versión de Frankenweenie como en la extraordinaria Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, 1990), todavía hoy la insuperada obra maestra del realizador. A ello hay que sumar la técnica de la animación fotograma a fotograma, pasando por la reutilización –como en el primer Frankenweenie y en Ed Wood (ídem, 1994)— del blanco y negro; los “inevitables” guiños a toda la cultura que conforma el substrato de su cine (el cine de terror de la Universal, los ecos del expresionismo alemán, el cine de ciencia ficción estadounidense de los años 50, los cómics, el cartoon, las referencias icónicas al impagable Vincent Price y al majestuoso Christopher Lee, los guiños al kaiju-eiga y a las ilustraciones de Edward Gorey); o la recurrencia a fieles colaboradores en el equipo técnico-artístico (el compositor Danny Elfman, el decorador Rich Heinrichs) y a intérpretes recurrentes en su filmografía (Winona Ryder, Martin Landau, Catherine O’Hara, Martin Short), aquí a cargo de las voces de los muñecos. Hay, asimismo, ciertos diseños de personajes que remiten a los de Bitelchús (Beetlejuice, 1988) o Pesadilla antes de Navidad; yendo más lejos, y si nos ponemos tontos, hasta la efigie perruna grabada en la cruz de piedra al pie de la tumba de Sparky en el cementerio de mascotas evoca vagamente la capucha de Batman… Bajo esta perspectiva, Frankenweenie no sería sino una especie de retroceso en la obra de un realizador que parece que ahora mismo no sabe exactamente qué hacer y busca refugio en el terreno que mejor conoce: el suyo propio.



Comprendo perfectamente que pueda verse así, pero no puedo estar más en desacuerdo en lo que se refiere a que Frankenweenie-2012 sea una especie de señal inequívoca del agotamiento creativo de su autor (de la misma manera que tampoco me pareció que lo fuera Sombras tenebrosas). Parece como si, de repente, Burton se hubiese convertido en un (otro) Woody Allen, a quien parece que no se le ríen las gracias, o no se le ríen tanto como antaño, como si todo el mundo se hubiese sacado un doctorado sobre él y diese por hecho que son capaces de anticiparse a cualquier cosa que se le ocurra filmar en el futuro. O, dicho de otra manera, que Allen, o Burton, o incluso Clint Eastwood, y en el futuro cualquier director de los que hoy en día están considerados “intocables”, se han vuelto o se volverán previsibles, o predecibles, o que se les va a ver venir a la legua, o que siempre harán más de lo mismo, etc., etc., etc., que diría el rey de Siam. Insisto en que puede verse así y es perfectamente lícito el hacerlo, aunque a mi entender se trata de una simple derivación de ese parecer que busca la originalidad a toda costa, de tal manera que todos los grandes directores, o considerados como tales, parece que siempre tienen que efectuar el triple salto mortal sin red a cada nueva película. Pero también creo que en cine, o en cualesquiera otras artes, no se trata tanto de ir renovando el estilo (que también) como de ir perfeccionando o consolidando el ya existente. Desde este punto de vista, y una vez más salvando las distancias (que, a lo que se ve, no son tan lejanas como suele predicarse), Frankenweenie, versión 2012, vendría a ser dentro de la obra de Burton lo que supusieron las dos versiones de El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1934-1956) en la de Alfred Hitchcock, o el díptico Río Bravo (Rio Bravo, 1959) / El Dorado (ídem, 1966) en la de Howard Hawks. ¿Exagero? En absoluto, porque lo que estoy diciendo no es que Burton esté a la altura de Hitchcock o Hawks, sino que también ha llegado a un punto de su carrera en que su cine se alimenta de su bagaje previo y apenas necesita recurrir a otros referentes que no sean, por un lado, aquellos a los que siempre ha acudido, y por otro, al substrato de su propio cine: el cine “burtoniano”. Dicho de otra manera, a estas alturas el cine de Burton ya no se parece al de nadie y se basta y sobra por sí mismo.



El resultado supone un perfeccionamiento de lo planteado en el primer Frankenweenie –como lo supuso la segunda versión de El hombre que sabía demasiado con respecto a la primera, y, casi, El Dorado con respecto a Río Bravo—, de tal manera que, y gracias en no poca medida a la decisión de convertir el cortometraje original en imagen real en un largometraje de animación stop-motion, Burton se permite expandir generosamente el universo “freak” de la primera versión y enriquecerlo de forma substancial. De este modo, Frankenweenie, versión 2012, se convierte en una gozosa fiesta en la que Burton expone “su universo” sin necesidad alguna de defenderlo ni de justificarlo en modo alguno: cada plano del film le pertenece en exclusiva; y si alguien ve en esto comodidad, yo lo que veo es más bien una personalidad única e intransferible, que a cada instante parece estar diciendo: “yo soy así y esto es lo que a mí me gusta; y a quien no le guste, que no mire…”. Esa, dirán, “arrogancia” propia de cineastas que tanto les da lo que está de moda –Allen, Eastwood, Steven Spielberg, Peter Weir, Werner Herzog…—, y que desatan iras por el mero hecho de querer seguir pareciéndose a sí mismos y no a los demás.



En este sentido, Frankenweenie-2012 no solo es una reafirmación: es un firme paso adelante en el estilo “deconstructivo” del cine de género que Burton ha venido explotando de un tiempo a esta parte, y que ha dado pie a combinaciones genéricas, o si se prefiere, a películas sin género determinado tan desconcertantes como Big Fish (ídem, 2003), Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet (Sweeney Todd: The Demon Barber of Fleet Street, 2007) y, sobre todo, la ya mencionada Sombras tenebrosas, acaso la más conseguida dentro de ese carácter “deconstructivo”. El resultado es, en este caso y dentro del cine de animación norteamericano de estos últimos años, una de las películas más “adultas” y menos “infantiles” que se hayan visto (“adulto” e “infantil” es una diferenciación que utilizo aquí y ahora como forma de hablar y para entendernos, no porque esté de acuerdo con ella). Se trata, además, de un film “envenenado”: bajo su apariencia inofensiva esconde un feroz discurso contra la clase media estadounidense, aquí convertida más que nunca en una grotesca comunidad de rarezas, magníficamente representados por personajes / muñecos tan expresivos como el alcalde de la población de Nueva Holanda, quien obliga a su hija, Elsa Van Helsing (sic), a interpretar en público una canción para festejar la grandeza de la localidad con tonalidades casi filo-fascistas (¡); o en particular los “monstruosos” condiscípulos de Victor: la horrenda niña rubia (“Weird Girl”) con ojos de muerto viviente siempre acompañada de un repelente gato llamado no menos repulsivamente… Bigotitos (sic); el antipático niño japonés, Toshiaki; el niño jorobado, Edgar “E.” Gore; o Bob, el chico con aires de Monstruo de Frankenstein… No resulta de extrañar, en este sentido, que a los ojos de esta comunidad vulgar y mediocre como pocas, el nuevo profesor de ciencia del instituto local, el Sr. Rzykruski, se convierta en alguien “raro” y “maldito” por el mero hecho de intentar arrojar la luz del conocimiento entre tanta medianía; tampoco resulta casual que el muñeco que representa a este personaje sea un émulo furioso de Vincent Price, de nuevo la personificación de una elegancia y una cultura propia de tiempos pasados tal y como ya se producía en Eduardo Manostijeras. Dentro de lo que podríamos llamar “el acervo burtoniano”, los sentimientos más genuinos de amor, bondad y pureza vuelven a ser las características de los vínculos que se producen entre Victor, sus padres y su perro Sparky, o sea, entre un niño solitario y diferente al que le gusta el cine (y hacerlo) pero no jugar al béisbol como-todos-los-niños-normales, unos padres que aceptan la diferencia de su hijo por más que en la única ocasión en que intentan que haga cosas-de-niño-normal desencadenarán indirectamente una tragedia (el partido de béisbol que concluye con la muerte de Sparky atropellado por un coche), y un perrito muerto y resucitado que mantiene intacta su ingenuidad y su inocencia pese a su regreso de la muerte convertido en un extraño ser con el cuerpo remendado. Son personales, digamos, “anormales”, que devienen los más “normales” dentro de un contexto de “monstruosidad” generalizada.



Pero, además, Frankenweenie-2012 recupera al Burton más creativo a la hora de narrar en imágenes lo que no es sino un bonito cuento moral sobre el valor de la diferencia, tal es el caso de secuencias tan logradas como la ya mencionada de la muerte de Sparky (resuelta mediante una elegante elipsis), o la del experimento de resurrección del perro modelo James Whale (que tiene la virtud, precisamente, de no cargar las tintas sobre la obviedad de la referencia); el resucitado “pez invisible” cuya siniestra sombra (solo la espina, la cabeza y los dientes) se refleja en la pared del garaje a la luz de una linterna; y una media hora final extraordinaria, en la cual los experimentos eléctricos de resurrección de Edgar (unos “monos de mar” convertidos en una versión renovada de los gremlins), “Weird Girl” (un horrendo cruce entre un murciélago y Bigotitos), Bob (un perro transformado en una especie de momia agusanada) y Toshiaki (una pequeña tortuga vuelta a la vida bajo la forma de una prima hermana de Gamera), dan pie a un brillante encadenado de escenas paroxísticas que alcanzan su clímax –como en Frankenweenie-1984— en un molino en llamas.


(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2012/10/cosmopolis-de-david-cronenberg.html
(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2010/04/norman-z-mcleod-y-tim-burton-la-sombra.html

3 comentarios:

  1. Hola Tomás.

    Muy buena apreciación la que haces sobre la percepción que se tiene sobre ciertos directores una vez consagrados. Es verdad que parece que Tim Burton (como otros que mencionas) se tengan que estar justificando continuamente ahora que ya no están tan de moda como antes. Recuerdo que en tu crítica de Hook en el el dirigido (de hace veinte años) escribías que esa película hubiese sido mejor recibida si hubiese estado firmada por Tim Burton o Terry Gilliam (otro director al que le pasa lo mismo). En esa época eran apreciados por casi cualquier cosa que hiciesen y ahora son mirados con lupa, acusándoles de dar pasos en falso continuamente (cosa que no es verdad en muchos casos).

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  2. Te has olvidado del penoso "homenaje" a los Gremlins y de ese final de pirotecnia barata de fiestas de pueblo. Para mí, lo peor es la impresión de guión poco trabajado (cómo se incendia el molino, cómo se acaba con el monstruo, el diseño apresurado de los secundarios y los "extras", sobre todo...) que lo asocia, como muy bien dices, a un Woody Allen vendedor de retales y flecos (esto no lo dices, lo digo yo). Y es que se deben creer que por ser firmadas por ellos, ya tienen garantizado el público... cosa que, además, es cierta.
    En fin, un aburrimiento.
    Por cierto, una elegante elipsis para mostrar la muerte del perro ya tiene que darse por sobreentendida: sólo faltaría, a estas alturas, que no fuera capaz de hacerla. Aunque, fíjate, la técnica de los muñecos no parece haber avanzado nada desde "Pesadilla...": es más, hasta la he visto peor, mucho peor, en ese aspecto.

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  3. Un estupendo divertimento y un brillante ejercicio metalingüístico. Además de las múltiples referencias a los clásicos de la Universal, no pude dejar de pensar en el retrato de esa sórdida New Holland a modo de metáfora del Hollywood actual, un lugar retrógrado configurado con retazos y con productos hinchados artificialmente.

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