[Advertencia: en el presente artículo se revelan importantes detalles de la trama de este film.] No deja de resultar hasta cierto punto chocante la fría recepción, cuando no abierta indiferencia, con que ha sido recibido el nuevo trabajo del mismo realizador a quien se le deben tres películas de animación de los Pixar Animation Studios tan celebradas en su momento como fueron Bichos, una aventura en miniatura (Bugs, 1998) –si bien es cierto que esta última estaba codirigida con John Lasseter—, Buscando a Nemo (Finding Nemo, 2003) –esta, con Lee Unkrich— y Wall-E: Batallón de limpieza (Wall-E, 2008). Es más: ya antes de su estreno, John Carter (ídem, 2012) se anunciaba como lo peor y más desastroso que nos iba a deparar el cine de ciencia ficción de estos últimos años. Pues bien, una vez vista la película de marras, y aun reconociendo que está bastante por debajo de los otros tres films de Andrew Stanton mencionados líneas arriba, y que ni tan siquiera es una buena película, el resultado final de John Carter no es tan horripilante como se ha dicho. Con ello solamente pretendo dejar constancia de que se ha producido un exceso de rechazo (en ocasiones, preconcebido) hacia una producción que, aun estando lejos de resultar satisfactoria, tampoco es el producto atrozmente mediocre del que se ha hablado, y creo que ello se ha producido por desinterés e incluso pereza (esta es una de esas típicas películas que a nadie le apetecía ver), a pesar de que, como digo, no esté libre de defectos ni tampoco a la altura de lo que se podía esperar de ella partiendo, como lo hace, de un estupendo material previo: Una princesa de Marte, la excelente primera novela de la serie “John Carter en Marte” escrita por Edgar Rice Burroughs.
Es justo reconocer, empero, que buena parte de la insatisfacción que ha generado este film está justificada en sus notables defectos. El primero de ellos, y de una notable gravedad, reside en la absoluta falta de carisma de su actor protagonista, un inexpresivo y más bien huraño Taylor Kitsch, sobre quien recae el peso dramático de la función (está prácticamente presente en casi todas las escenas de la película), y que no logra conferirle el más mínimo atractivo al personaje que da título al relato. El segundo gran defecto del film consiste en la gran descompensación que existe entre sus secuencias de acción, aparatosas pero a ratos brillantes, y las escenas de transición o sencillamente de diálogos, que están en el borde mismo de lo tedioso, lo cual daña considerablemente la consistencia dramática de un relato que no sabe o no puede mantener el equilibrio entre el espectáculo y el trenzado de la trama y el dibujo de los personajes. Esto último está íntimamente ligado con el tercer gran defecto de la película: la impersonalidad (inesperada, dados sus antecedentes) de la labor de realización de Andrew Stanton. Se echa en falta a lo largo de todo el relato un director que hubiese sido capaz de compensar la insipidez de Taylor Kitsch y la desigualdad entre lo espectacular y lo descriptivo de una manera más inventiva y vigorosa. Finalmente, John Carter sufre del peso de un gran inconveniente, que aunque no es justo calificarlo como defecto puede achacarse a los responsables del film: el hecho de que la película nos llega, por así decirlo, “tarde”, y como consecuencia de ello, impregnada de influencias ajenas. Téngase en cuenta que estamos hablando del personaje que se encuentra en la base de buena parte de los cómics, la literatura y el cine de aventuras espaciales del siglo XX: Burroughs publicó Una princesa de Marte entre 1911-1912 (la primera edición por entregas) y 1917 (la primera edición en libro), y nadie niega la influencia que el personaje de Carter ha tenido en Flash Gordon o Buck Rogers, la literatura de Frank Herbert o la saga Star Wars, para no alargarnos. Pero, como digo, puede achacárseles a los responsables de John Carter, y considerarlo hasta cierto punto como el cuarto gran defecto de la película, el no haber querido (o podido) soslayar el hecho de que el diseño de producción y efectos visuales bebe a tragos largos de una serie de influencias que, paradójicamente, a su vez bebieron primero de la creación literaria de Burroughs: los guerreros de las distintas tribus de Marte (o Barsoom, como lo llaman sus habitantes), sus corazas, armamentos, vehículos y aeronaves parecen salidos de los lápices de Alex Raymond o de la versión de Flash Gordon (ídem, 1980) de Dino de Laurentiis/ Mike Hodges (el clímax del relato, con el héroe Carter/ Kitsch lanzándose de cabeza a impedir la boda de la princesa Dejah/ Lynn Collins con el villano Sab Than/ Dominic West, recuerda mucho el del film de Hodges); los diseños de decorados y vestuario evocan el Dune (ídem, 1984) de David Lynch; y los monstruos y determinados paisajes se dirían sacados de la franquicia Star Wars o hasta de Avatar (ídem, 2009, James Cameron)… Paradójicamente, John Carter consigue parecer así un mero sucedáneo de buena parte de las producciones gráficas y cinematográficas de ciencia ficción que generó el personaje original en el cual esas se inspiraron.
A pesar de todos esos inconvenientes, el balance final de John Carter no termina de parecerme tan despreciable (¡cualquiera diría que, comparado con el film de Andrew Stanton, todo el cine que se hace hoy en día es tan maravilloso!). Señalo a su favor el respeto a la ingenuidad y carácter pulp del original de Burroughs, o dicho de otra manera, su aire démodé, bastante arriesgado en un momento como el actual, en el que el cine de ciencia ficción no suele prestarse a ejercicios de nostalgia con cierta perspectiva, ¡ay!, cultural: el Marte de John Carter es el Marte de Burroughs, un planeta que no es rojo y al cual no se viaja con una nave espacial, sino por mediación de un medallón mágico (sic), y donde no es necesario el uso de escafandras, sino en el que se respira oxígeno y, como consecuencia de una rara diferencia de densidad atmosférica y de gravedad, el terrícola Carter ve aumentada de manera sobrehumana su fuerza física y es capaz de dar saltos de increíbles proporciones. Funciona bien la descripción inicial del carácter solitario y aventurero del protagonista, e incluso hay una secuencia que tiene cierta gracia: la detención de Carter por los soldados del coronel Powell (Bryan Cranston) y los consecutivos intentos de fuga del protagonista, en los cuales a cada plano de Carter golpeando a un guardia o saltando por una ventana le sigue un nuevo plano del personaje yendo a parar a un nuevo espacio de su cautiverio. También me resulta simpático el bonito planteamiento del arranque del relato, extraído, por lo demás, de la novela de Burroughs: si en esta última el creador de Tarzán introduce a John Carter como si fuera un tío suyo, para a continuación reproducir el diario en primera persona donde Carter narra sus aventuras en Marte/ Barsoom, en el film un joven Burroughs (Daryl Sabara) se convierte en el heredero de su supuestamente fallecido tío Carter y procede a la lectura del diario secreto de este último como parte de las misteriosas disposiciones que ha dejado establecidas en su testamento. El epílogo del relato, con Burroughs descubriendo que su tío John Carter ha fingido su muerte para burlar a sus enemigos, y que debe custodiar su envoltorio humano metido en una cripta que tan solo puede abrirse desde dentro (sic), mientras su “copia” regresa mágicamente a Marte junto a su amada esposa Dejah, tiene cierto encanto y ese tono agridulce que recuerda al de otra subvalorada adaptación de otra añeja novela de ciencia ficción, en este caso de H.G. Wells, y asimismo tampoco tan desdeñable como se dijo: La máquina de tiempo (The Time Machine, 2002, Simon Wells), agradable muestra de ciencia ficción démodé que la intelligentsia defenestró a falta de algo mejor que hacer. Todo ello, unido al buen acabado de las secuencias de acción, me impiden echar a la basura este insuficiente pero curioso John Carter, con el que me he extendido un poco más de lo habitual con este “telegrama” porque creía que necesitaba un poco más de cariño que otros títulos que, como los ya comentados The Turin Horse o Caballo de batalla, casi se defienden por sí solos.
Totalmente de acuerdo en que no se merecía el desprecio que está recibiendo, ni mucho menos el ganarse el título de "el mayor fracaaso de la historia". "John Carter" es una de esas obras cuyo contagioso espíritu soñador e inocente compensa sus defectos. Mi opinión completa en: tdacine.blogspot.com.es
ResponderEliminarParece que hay críticos a los que "pagan" por poner mal ciertas películas y quizá ni
ResponderEliminarla han visto. Hoy, sin ir más, lejos he escuchado en un programa de radio local a un "crítico" poner por los suelos "Battleship" y por las nubes la última de David Trueba...¡para luego reconocer que no ha visto ninguna! ¡Viva los prejuicios!
Por cierto, aunque sea un film trilladísimo ¿habrá algún homenaje a "Blade Runner" por su 30 aniversario? ¿y por los 40 de El Padrino?
Un saludo!
Buenos días a los dos.
ResponderEliminarMiguel: tomo nota de tu blog y prometo echarle un vistazo en cuanto pueda.
Dacosica: bueno, eso que comentas no hace más que reafirmar mi sospecha de que hay críticos de cine a los que no les gusta el cine... Y no es broma: probablemente, querrían escribir sobre otra cosa, y se ven obligados a hacer esto o a no hacer nada, lo cual también es una pena. Lo de los homenajes a "El Padrino" y "Blade Runner" queda anotado.
Saludos cordiales.