El embarazo de Bella: La saga Crepúsculo: Amanecer (Parte I) (The Twilight Saga: Breaking Dawn – Part I, 2011), de Bill Condon.- [Advertencia: en el presente artículo se revelan importantes detalles de la trama de este film.] Nuestra amiga Bella Swan (Kristen Stewart) sigue perseguida por un mal fario. No contenta con descubrir que el gran amor de su vida, Edward Cullen (Robert Pattinson), es un vampiro –en Crepúsculo (Twilight, 2008, Catherine Hardwicke)—, el serle (casi) infiel con otro chico, Jacob Black (Taylor Lautner), que miren ustedes por dónde es un hombre lobo –en La saga Crepúsculo: Luna Nueva (The Twilight Saga: New Moon, 2009, Chris Weitz)—, y de desatar ella solita una guerra entre bebedores de sangre y licántropos irresistiblemente atraídos por su seductora (?) presencia –en La saga Crepúsculo: Eclipse (The Twilight Saga: Eclipse, 2010, David Slade)—, ahora, en Amanecer (Parte I) –nada que ver con Murnau, por más que este también hiciera una de vampiros—, Bella la ha liado más parda que nunca. Primero, contrae matrimonio con Edward, lo cual ya es un riesgo por partida doble: el casarse y el hacerlo con un vampiro. De lo que ocurre a continuación, siendo justos con ella, no solo carece de responsabilidad alguna, sino que además es quien sufre las peores consecuencias: Bella pierde su virginidad y queda encinta la misma noche de su luna de miel, pero lo que nadie sabe, ni ella ni su esposo, suegros y cuñados vampiro, son las consecuencias exactas del intercambio de fluidos entre un no-muerto y una humana, lo cual se traduce en un embarazo de evolución ultrarrápida (apenas un par de semanas) en el que la criatura que va gestando le está, literalmente, absorbiendo la vida: a medida que el bebé va creciendo, la madre va muriendo…
Es bien sabido a estas alturas que Amanecer (Parte I) adapta, en formato de dos largometrajes, la cuarta novela de Stephenie Meyer, la cual cierra la saga literaria de Crepúsculo, en una operación comercial equivalente a la reciente división en otros dos largometrajes de la adaptación cinematográfica del último volumen de las aventuras de Harry Potter escritas por J.K. Rowling. Dejando aparte lo artero de dicha operación, destinada como resulta fácil de adivinar a que el público pague dos veces –o, si es el de España, descargue dos veces— para poder ver la conclusión fílmica de la saga, lo cierto es que, al igual que ocurría con la mencionada doble entrega final de la serie Harry Potter, la división en dos partes de Amanecer: the movie afecta notablemente el interés de esta Parte I, a todas luces un preludio excesivamente alargado para lo que se anuncia como el big ending al cual asistiremos el año que viene cuando se estrene La saga Crepúsculo: Amanecer (Parte II) (The Twilight Saga: Breaking Dawn – Part II, 2012, Bill Condon). Por más que los lectores de Stephenie Meyer lo sabrán desde hace mucho tiempo, la culminación de Amanecer (Parte I) tiene lugar cuando, estando Bella a punto de morir como consecuencia de la contundente cesárea a la cual es sometida para que dé a luz a su hija Renesmee, Edward decide hacer realidad algo que la joven le ha estado pidiendo en repetidas ocasiones: que la transforme en vampiresa. Ni que decir tiene que el deseo de la protagonista de la saga Crepúsculo carece del egoísmo del cual hacía gala Katherine Caldwell (Louise Allbritton) en Son of Dracula (Robert Siodmak, 1943), quien estaba particularmente interesada por la inmortalidad que trae aparejada la maldición (o para aquella, bendición) del vampirismo, dado que para Bella el convertirse en no-muerta es la garantía de que así podrá vivir, o “no-vivir”, eternamente al lado de su amado Edward, del mismo modo que la decisión de este último de vampirizarla no está motivada sino por el impulso de salvarle la vida.
El cambio de director de esta nueva entrega de la franquicia apenas varía en nada la tonalidad blanda de exposición y gris en resultados de Amanecer (Parte I) con respecto a Crepúsculo, Luna nueva y Eclipse, lo cual viene a demostrar por cuarta vez que la “autoría” de la serie recae en sus productores (algo, por lo demás, nada nuevo en la historia del cine, desde los tiempos de Irving Thalberg o David O. Selznick, y que llega hasta el momento actual de la mano de Albert R. Broccoli y sus herederos, Jerry Bruckheimer y David Heyman, por no hablar de los inevitables Lucas y Spielberg). Quizá cabía esperar algo más de un realizador irregular pero por lo general apreciable como Bill Condon –Dioses y monstruos (Gods and Monsters, 1998), Kinsey (ídem, 2004) y Dreamgirls (ídem, 2006) constituyen un más que correcto bagaje para cualquiera—, pero si hasta alguien curtido en cine fantástico como David Slade fue incapaz de hacer absolutamente nada atractivo con su participación en la serie (1), no parece que Condon haya tenido mayor margen de maniobra. Su película retoma prácticamente la misma estética de colores pastel que lucía Luna nueva, sin duda alguna el más aburrido capítulo fílmico de la saga, aunque por otra parte recupera la (relativa) honestidad de la Catherine Hardwicke del primer Crepúsculo; al igual que esta última, Amanecer (Parte I) tiene clara su condición, primordial y preferente, de relato-romántico-para-adolescentes por encima de su hipotética inscripción en los márgenes del cine fantástico, a pesar de que su argumento esté plagado de vampiros y hombres lobo, o de que su trama gire en torno a las penosas consecuencias del cruce sexual entre una chica y un no-muerto y de un embarazo quizá en el fondo deseado pero para nada deseable, dada su “naturaleza antinatural” (en lo cual más de uno verá las habituales connotaciones puritanas/conservadoras/reaccionarias que vienen persiguiendo ya desde la publicación de sus novelas a la mormona Stephenie Meyer).
No resulta de extrañar, en este sentido, que la primera parte de esta primera parte de Amanecer: the movie esté dominada hasta el ahogo por toda suerte de empalagosas convenciones del así llamado –y mal llamado— “cine romántico”. Está, en primer lugar y cómo no, la celebración del enlace matrimonial entre Bella y Edward, del cual no se saca ningún provecho por lo que tiene de insólita reunión de vampiros y seres humanos destinada a celebrar la unión de dos seres antagónicos; pero, como ya he indicado antes, la atmósfera bizarra cede el paso sin complicaciones a la atmósfera azucarada: el único apunte al respecto se limita a una breve pesadilla de Bella, la noche anterior a la boda, en la cual sueña con un siniestro pastel de boda a escala real formado por los cadáveres de todos los invitados y con ella y Edward coronándolo con las bocas ensangrentadas (y la imagen resultante, más que inquietante, tiene el aire pintoresco del cine del recientemente fallecido Ken Russell). Asimismo, la aparición de Jacob tras la ceremonia y durante el baile para saludar a Bella se desarrolla, previsiblemente, poniendo de relieve los celos del amante abandonado. No menos convencionales resultan las “bonitas” estampas que ilustran la luna de miel de los recién casados en, primero, Río de Janeiro, y luego, en una casa junto a la playa situada en una isla privada. Tan solo se dibuja cierta tensión en la secuencia de la noche de bodas: los nervios de Bella “preparándose” para su desfloración; el momento en que, en el fragor del deseo, Edward rompe el cabezal de la cama… Solo en una pequeña escena la situación se mira con cierto sentido del humor, bastante ausente en el conjunto de esta severa franquicia juvenil (y con independencia de que a más de uno pueda parecerle, involuntariamente, risible): Bella se extraña de que, después de la primera noche, Edward evite tener más relaciones sexuales, y de cara a “estimularle” le hace una exhibición de lencería negra que no consigue sino arrancar una carcajada del joven vampiro, lógica si se tiene en cuenta el escaso potencial erótico de Kristen Stewart.
Más sombría resulta la segunda parte del film, coincidiendo, como también resulta lógico, con la creciente situación de peligro para la vida de Bella a medida que su embarazo avanza a una asombrosa velocidad. Es el segmento más relativamente interesante de la película porque, cuanto menos, la intriga genera una determinada expectativa –en particular si, como en mi caso, no se han leído las novelas de Stephenie Meyer y, por tanto, se desconoce de antemano el desenlace previsto—, aunque la tensión sigue brillando por su ausencia, por más que el progresivo deterioro físico de Bella se erija en una especie de barómetro indicador de que la resolución del problema, para bien o para mal, se está acercando (hay que destacar que, si bien con la ayuda del maquillaje y de unos logrados efectos digitales que acentúan su delgadez, a la frágil Kristen Stewart no le cuesta nada parecer desmejorada). Aquí se produce, como en Luna nueva y Eclipse, un nuevo conato de enfrentamiento entre vampiros y hombres lobo a causa del temor de estos últimos de que la criatura que Bella va a dar a luz pueda desequilibrar la frágil balanza entre no-muertos y licántropos en beneficio de los primeros y en perjuicio de los segundos; y el clímax se articula en torno a dos “acontecimientos”: el parto de Bella mediante cesárea, que Condon resuelve mediante un feo y confuso montaje de primeros planos; y la culminación del proceso de transformación de la moribunda Bella en una vampiresa: la película casi se cierra con un gran primer plano de los ojos de la muchacha, abriéndose de par en par y mostrándonos sus rojas pupilas de mujer vampiro, en un encuadre exactamente igual al patentado (es un decir) por James Cameron en el cierre de Avatar (ídem, 2009). Pero subrayo el “casi”: los títulos de crédito finales se interrumpen al poco de haber empezado –es decir, cuando la mitad de la sala ya ha huido en tropel ante la amenazadora presencia de “las letras”—, para recordarnos que Aro (Michael Sheen), al frente de los “vampiros malos” conocidos como los Volturi, tendrá algo que decir en La saga Crepúsculo: Amanecer (Parte II), donde asistiremos –ver foto inferior— al desarrollo de Renesmee (Mackenzie Foy), la asombrosa hija de los vampiros Bella y Edward. La solución: el año que viene.
(1) Véase al respecto mi entrada del 23 de julio de 2010:
http://elcineseguntfv.blogspot.com/2010/07/eclipse-noche-y-dia-london-river-el.html
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Buenos días Tomás!
ResponderEliminarMe alegra que no te ensañes con esta película porque es muy fácil hacerlo. Es mala con ganas, con escenas "serias" que dan risa pero he llegado a leer cosas (como lo de que es anti-abortista) que en general me alucinan. Es una película para los (realmente las) admiradoras del libro. Punto.
Muy gore (para el tipo de producto que es) la escena de parto.
Salú!
Hombre, yo creo que el panfleto antiabortista es más que evidente. La saga crepúsculo es algo así como una guía de buena conducta para señoritas virtuosas: en "Amanecer" el embarazo es presentado como un castigo que se le impone a Bella por haber sucumbido a los placeres carnales (los cuales, como demuestra su cuerpo lleno de cardenales, resulta de lo más peligroso). En este caso, el feto actúa como un virus que se alimenta del cuerpo en el que vive y, a pesar de su evidente peligro, nunca hay que ponerlo en peligro, aunque suponga una amenaza para todos. Y esto lo dice alguien a quien no sólo no le molesta la saga, sino que la primera "Crepúsculo" y "Eclipse" me parecen películas nada despreciables.
ResponderEliminarUn saludo.
Buenos días, amigos:
ResponderEliminarEvidentemente, creo que el discurso antiabortista existe, guste o no o se comparta o no. Se trata, sencillamente, de aceptarlo o no, con independencia de los méritos que pueda tener la película. Es el eterno debate sobre cine e ideología. En cualquier caso, tampoco veo necesidad alguna de "ensañarme" con un film que no pretende ser más que lo que es (aunque, por descontado, que yo no la vea no significa que esa "necesidad" pueda existir).
Saludos.
la primera parte fue genial imaginaos la parte 2 sera la mejor pelicula no de la decada ¡¡¡¡del siglo!!!!
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