El amigo imaginario: Paranormal Activity 3 (ídem, 2011), de Henry Joost y Ariel Schulman.- [Advertencia: en el presente artículo se revelan detalles de la trama de este film.] Paranormal Activity 3 casi podría titularse “Paranormal Activity 2.2”, habida cuenta de que, más que una secuela del primer –y no tan despreciable: véanse mis entradas a este blog del 14 y 15 de diciembre de 2009— Paranormal Activity (ídem, 2007, Oren Peli), esta nueva entrega parece, más bien, una continuación o una mera variante de lo planteado anteriormente por Paranormal Activity 2 (ídem, 2010, Tod Williams). Desde este exclusivo punto de vista, me resulta incomprensible la más bien entusiasta recepción de la crítica norteamericana hacia esta tercera parte, cuando todo su alcance se limita (y mucho) a ofrecer algo ya visto en la segunda parte, esto es, la subrepticia invasión de un hogar de clase media-alta estadounidense por parte de fuerzas ocultas que son captadas, asimismo subrepticiamente, por una serie de videocámaras domésticas instaladas en, aquí, tres puntos estratégicos de la vivienda: la planta baja, incluyendo comedor y cocina; el dormitorio de los adultos, Dennis (Christopher Nicholas Smith) y Julie (Lauren Bittner); y el de sus hijas, Katie (Chloe Csengery) y Kristi (Jessica Tyler Brown). Añadamos rápidamente que esta secuela es, en realidad, lo que en castellano se conoce bajo la pésima traducción de “precuela”, o sea, un film cronológicamente situado antes que las dos películas que ya conocíamos, y que las dos niñas que hemos mencionado líneas arriba no son sino las futuras protagonistas de Paranormal Activity 1 & 2 en sus años de infancia, Katie (Katie Featherstone) y Kristi (Molly Ephraim), dado que este nuevo film se propone –más o menos— explicarnos que, ya de pequeñas, las desdichadas heroínas de esta serie fueron violentamente rondadas por invisibles fuerzas paranormales, las mismas que, al final, se apoderaron de Katie (Paranormal Activity 1) y terminaron con la vida de Kristi (Paranormal Activity 2). Una saga familiar marcada por el signo de lo diabólico –más explícito en este tercer capítulo, sobre todo en lo que se refiere a sus escenas finales, a mi entender deudoras de otra reciente película de terror del género “¡grábalo todo, grábalo todo!”: la estimable El último exorcismo (The Last Exorcism, 2010, Daniel Stamm)—, y registrada, a modo de siniestro documento gráfico, íntegramente en vídeo.
La mayor sorpresa que depara Paranormal Activity 3… es que no hay sorpresa alguna, habida cuenta de que, como digo, es poco más que una variante formal de la secuela que la precede. Desde luego, claro está, que hay novedades a nivel argumental a partir del momento en que esta entrega retrocede en el tiempo y nos presenta a las pequeñas Katie y Kristi viviendo junto a sus padres su primera experiencia con lo sobrenatural, pero a partir de ahí hay muy poco que rascar con respecto a lo ya mostrado en las dos anteriores películas. Una de las pocas variaciones formales la hallamos en el hecho de que la cámara que está colocada en la planta baja va trazando lentas panorámicas de izquierda a derecha y viceversa, dado que está montada sobre el mecanismo giratorio de un ventilador (sic). Ello da pie, también hay que reconocerlo, al mejor y más eficaz momento del film: aquel en el cual la joven “canguro” de las pequeñas, Lisa (Johanna Braddy), es acechada a sus espaldas por una pequeña figura cubierta con una sábana (momentos antes, Lisa ha estado jugando con las niñas en su dormitorio, fingiendo que es un fantasma, también con una sábana); el lento movimiento panorámico de la cámara a un extremo y otro del decorado permite un astuto juego escénico con el fuera de campo, de tal manera que la (teórica) amenaza sobre la muchacha permanece siempre en off visual. Ese juego con el fuera de campo funciona bien, asimismo, en algunos momentos en el dormitorio de las niñas, en particular aquellas escenas en las cuales Kristi –la más pequeña, y por tanto, la más teóricamente “influenciable” de las hermanas— dirige su mirada a un punto más allá del encuadre fijo de la videocámara instalada por el padre y conversa con su invisible e inaudible “amigo imaginario”, Bobby; son encuadres que, indefectiblemente, hacen trabajar la imaginación del espectador.
No obstante, y más allá de estos y algún otro apunte de este estilo, Paranormal Activity 3 avanza con pesadez y ritmo muy irregular, de tal manera que dedica mucho, demasiado metraje a lo menos interesante –la mayoría de escenas “cotidianas” en la casa de las niñas con sus progenitores—, en detrimento de lo más atractivo, y que se encuentra depositado en sus aproximadamente quince minutos finales: la huida de los padres junto con sus niñas a la casa de la abuela materna, Lois (Hallie Foote), y todo lo que allí sucede; un fragmento que juega con cierta eficacia con el hecho de que, al contrario de lo que ha ocurrido hasta ahora, el espectador no está familiarizado con esta otra vivienda, y los paseos que se producen cámara en mano por la misma cuentan a su favor con el desconocimiento total y absoluto de lo que los personajes, y con ellos el público, se pueden “tropezar”: es un fragmento dominado, por tanto, por la incertidumbre, a pesar de que –por desgracia— tampoco vaya mucho más allá de lo ya enunciado en las dos películas que preceden a esta.
Un aspecto relativamente curioso de Paranormal Activity 3 reside en el hecho de que ha sido promocionada, un tanto engañosamente, mediante la difusión de imágenes o de un tráiler previos al estreno que contienen escenas que luego no aparecen en el film. Está, por un lado, esa foto fija en el cual vemos a Kristi delante de un espejo en su dormitorio y volviéndose sobre sus espaldas…, sin darse cuenta de que su reflejo en el espejo no lo hace y, por el contrario, sigue mirando fijamente a su hermana Katie, que se encuentra en el otro extremo de la habitación, en una escena completamente ausente en la película. O esa otra imagen, presente tanto en foto fija publicitaria como en el tráiler, en el cual las dos niñas practican en el cuarto de baño un juego “de miedo”, consistente en apagar la luz e invocar a oscuras a una tal “Caroline” diciendo en voz alta su nombre tres veces; en el tráiler, Katie acaba asustando a Kristi con un grito y la luz de una linterna, y cuando ambas niñas abandonan el cuarto de baño…, una oscura figura femenina se refleja en el espejo del mismo; en cambio, en el film, el juego con “Caroline” se produce entre Katie y Randy (Dustin Ingram), un amigo del padre de la niña que también está “grabándolo todo”, y, como consecuencia de cierto efecto “invocatorio” del juego, sufren el impactante ataque de un ser invisible que embiste la puerta del lavabo, en la tradición de The Haunting (Robert Wise, 1963). El póster mismo ofrece otra imagen –la sombra que se interpone entre las camas de las pequeñas— que tampoco aparece en la película. Señalar, finalmente, que Paranormal Activity 3 apenas indaga en los aspectos sociológicos que hacían relativamente interesante al primer film, y algo menos, al segundo: ver en él una metáfora sobre las dificultades de criar a los hijos es, con franqueza, ver mucho.
¿Qué les ocurrió a los noruegos?: La cosa (The Thing, 2011), de Matthijs van Heijningen Jr.- [Advertencia: en el presente artículo se revelan detalles de la trama de este film.] Otro exponente de eso que llaman “precuela”: en este caso, La cosa (2011) se encarga de darnos detalles de lo que vendría a ser el prólogo de La cosa (The Thing, 1982), de John Carpenter; si, como todo el mundo sabe o debería saber a estas alturas, la excelente película de Carpenter –que si no es la mejor de su autor, bien poco le falta— arrancaba con las imágenes de un perro “husky” atravesando las blancas planicies antárticas y perseguido por dos hombres en helicóptero, uno de los cuales, armado con un rifle, intentaba acabar a tiros con el animal, el film de Matthijs van Heijningen Jr. reconstruye todo aquello que en el de Carpenter estaba explicado en segundo término, es decir, qué ocurrió en la base científica noruega tras hallar los restos de la nave extraterrestre que transportaba a “la cosa” sepultados en el hielo, y sobre todo, de qué modo hicieron frente a la amenaza del ente alienígena. Así pues, buena parte de las imágenes de La cosa (2011) suponen una especie de aclaración de todo lo relacionado con la base noruega que se apuntaba en La cosa (1982). Por ejemplo, si en esta última los hombres de la base científica norteamericana descubrían los restos de la nave dentro de un inmenso agujero al descubierto y el lugar exacto donde los noruegos excavaron el fragmento de hielo rectangular dentro del cual estaba congelado el ser de otro planeta, en la “precuela” asistimos a la excavación de la nave dentro del hielo y a la perforación del bloque que, una vez derretido –como también ocurría, no lo olvidemos, en El enigma… de otro mundo (The Thing from Another World, 1951, Christian Niby)—, liberaba al peligroso ser extraterrestre atrapado en su interior. La ristra de detalles incluye, también, la explicación en torno a los horribles restos carbonizados de un ser aberrante medio cubierto por la nieve, los destrozos provocados por incendios y explosiones que han arrasado la base noruega, incluso el hacha que aparece clavada en una ensangrentada pared de madera, el cadáver de un hombre que se ha quitado la vida a sí mismo con una navaja de afeitar, cortándose el cuello y las venas de sus muñecas, de las cuales mana sangre congelada, y, por descontado, el porqué los dos noruegos en helicóptero están tan empeñados en acabar con el “husky” que huye de sus instalaciones: los planos finales de La cosa (2011), a los sones del conocido tema musical de Ennio Morricone, son los mismos planos iniciales de La cosa (1982).
Si bien, de entrada, la dependencia de la versión de 2011 de la de 1982 supone cierto lastre para esta “precuela”, dado que resulta recomendable –aunque no sea estrictamente necesario— tener más o menos fresca la película de Carpenter para entrar mejor en la de van Heijningen Jr., resulta de agradecer que el realizador no subraye en demasía esos puntos de contacto visuales entre ambas versiones que he relacionado en el párrafo anterior. Por el contrario, y contra todo pronóstico, La cosa (2011) acaba teniendo cierta consistencia propia, a pesar de esa dependencia y de alguna que otra deficiencia de guión. Hay que apuntar rápidamente, en el balance de lo negativo, el protagonismo que se le da al personaje de Kate Lloyd (Mary Elizabeth Winstead), cuya juventud no es más que una concesión al público adolescente deseoso de encontrar a/ identificarse con una figura de o cercana a su edad. Asimismo, resulta bastante absurdo que, una vez que la situación de peligro en la base noruega está desatada, con “la cosa” rondando por los alrededores, y cuando se plantea –como en la versión de Carpenter— la cuestión en torno a la posibilidad de que la persona que tienes al lado pueda ser el ente extraterrestre con una forma idéntica a la de la persona a la cual ha absorbido / replicado, luego dicho extremo no se lleve hasta sus últimas consecuencias; así, por ejemplo, después de que Kate haya advertido a sus compañeros de aventuras que resulta extremadamente peligroso quedarse solo con otra persona…, lo primero que hace a continuación es irse, acompañada únicamente de otro hombre, a comprobar un vehículo (sic): ¿cómo puede estar segura de que su acompañante no es “la cosa”? Resulta, igualmente, excesiva la constante animadversión que el director científico de la expedición, el Dr. Sander Halvorson (Ulrich Thomsen), siente hacia Kate por aquello de que es “una mujer” (¡), cuando precisamente ha sido el reclutamiento a última hora de Kate lo que le ha permitido emprender con rapidez la expedición a la Antártida que tanto ansía llevar a cabo.
A pesar de todo, hay otros aspectos que elevan considerablemente el interés de la función. Precisamente el desapego que el realizador parece mostrar hacia los personajes es lo que hace que, a la hora de la verdad, cuando se plantea que uno o más de uno de ellos pueden ser “cosas”, el desafecto emocional que siente el espectador en ese momento del relato contribuye a cargarlo de ambigüedad: cualquier personaje puede ser “la cosa”, y efectivamente, tanto da quién lo sea, porque ninguna de las figuras que pueblan el relato tiene un particular atractivo. Esta baza, jugada con cierta habilidad, hace que las escenas en las cuales todo el mundo sospecha de todo el mundo y nadie confía en nadie resulten bastante efectivas. O, desde otro punto de vista, basta con que en una comunidad se plantee la posibilidad de una diferencia con respecto a los demás para sembrar la desconfianza entre todos, si bien esta idea ya se hallaba inherente en el famoso relato de John W. Campbell Jr., ¿Quién está ahí?, que se encuentra en la base de la inspiración de todas las versiones cinematográficas del mismo. El resultado es un film extrañamente atonal, en el cual ese desapego con que están dibujados los personajes y sus relaciones entre sí se corresponde, asimismo, con una puesta en escena fría, casi tan gélida como los ambientes antárticos en los que transcurre. Por eso mismo, las numerosas y aterradoras manifestaciones de “la cosa” –surgiendo de repente del interior del bloque de hielo, arrastrando a un hombre debajo de una cabaña, brotando horripilantemente del interior de otra mujer, o fusionándose horrendamente con dos o más cuerpos humanos— hacen gala de esa misma atonalidad: La cosa (2011) es una película “de monstruos” en sentido general, los que andan sobre dos piernas y “las cosas” que, a ratos, lo hacen sobre varias extremidades.
Lo mejor acaban siendo las bien dosificadas secuencias de tensión y de acción, en particular la secuencia en la cual Kate descubre unas piezas dentales en el suelo del cuarto de baño y una enorme mancha de sangre en la ducha, lo cual le permite asociar una posible nueva transformación de “la cosa” con el traslado de un enfermo en helicóptero; el momento, inmediatamente posterior, en el cual se estrella ese mismo aparato aéreo como consecuencia de la revelación de que uno de los pasajeros es el alienígena, cuya eficacia se sostiene sobre una lograda elipsis; la secuencia en la cual Kate hace una selección entre los miembros de la base, examinando sus piezas dentales –se supone que “la cosa” puede imitar los dientes de los seres humanos, pero no los empastes dentales artificiales de sus bocas—, que se erige en una no por evidente menos ingeniosa variante de la famosa escena de la “prueba de la sangre” de la versión de Carpenter; y algunos momentos de acoso y persecución del monstruo por los pasillos de la base, o de la pelea final en el interior de la nave extraterrestre. Con todos sus defectos, y a pesar de esa tonta concesión al público adolescente antes mencionada, por mediación de esa aspirante a heredera natural de la teniente Ellen Ripley, La cosa (2011) no resulta, ni mucho menos, una película tan despreciable: está, en sus líneas generales, bien rodada, y su tono resulta bastante sombrío y menos complaciente de lo esperado.
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Estoy de acuerdo contigo: creo que "The Thing" es una película más que aceptable y muy recomendable, no obstante la inclusión de una mujer en el elenco protagonista, que tira a la basura el espíritu tan iconoclasta de Carpenter (el director de "Golpe en la pequeña China" jamás habría cedido a lo políticamente correcto).
ResponderEliminarUn saludo.
la precuela de LA COSA da la talla de los tiempos que corren: "fusilan" un clasico para hacer una mutacion inferior en todo (esa musica!). Que no sea peor que muchas del genero de hoy es, aparte de triste, porque la plantilla ya era muy buena. Pero vamos... Es la coca-cola light de la de Carpenter.
ResponderEliminarsaludos
F
Coincido en que hay aspectos que se salvan de la nueva versión de "La Cosa", que desde el principio ya es inferior a la original. El hecho de introducir la nave alienígena que resulta ser el escenario final, o la chica protagonista, o los sustos simplones como ir por detrás y hacer "¡Bu!" la hacen como cualquier producto comercial contemporáneo. Pero sí que me parece muy bien llevado la caracterización de la cosa, tanto a nivel de efectos especiales como a nivel misterio- rareza-asquerosidad-anormalidad (aunque por ejemplo, el Joda de las primeras Star Wars y el de las nuevas, para mí, mucho mejor la marioneta). Resulta muy inquietante cada presencia de la cosa y sus increíbles transformaciones, sin referirme a las dosis de sangre y las típicas muertes uno a uno de los personajes. También la música es bastante sombría. No es mala, ni buena, pero es aceptable, y mucho más teniendo en cuenta el respeto por la obra maestra original.
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