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lunes, 14 de diciembre de 2009

“PARANORMAL ACTIVITY”: EL DIABLO EN EL CUERPO

Hace poco que he visto Paranormal Activity (ídem, 2007), la muy controvertida película de Oren Peli; escribo estas líneas la misma tarde en que la he visionado; y tengo que reconocer que ahora mismo, y a falta de reposarla un poco más (o de un segundo visionado, quién sabe), me ha producido impresiones encontradas. Está, por un lado, la impresión que tengo hacia el, digamos, “fenómeno Paranormal Activity” en sí mismo considerado: que si su campaña previa de explotación a base de pases para público seleccionado; que si un tráiler habilidoso, consistente en mostrar pequeños fragmentos del film paralelamente a las reacciones de terror de ese público asistente; que si Steven Spielberg en persona se interesó por esta pequeña película y se la pasó privadamente (y que, dicen, le asustó mucho…), para luego distribuirla; que si una campaña publicitaria consistente en pedir, vía Internet, que el film se estrenara en la localidad de quienes lo solicitaran si se alcanzaba un número determinado de peticiones; que si la película tiene una apariencia de “realidad”, reforzada por el hecho de que carece de títulos de crédito, e incluye al principio y al final un par de rótulos engañosos que fingen que lo que vamos a ver/acabamos de ver es “verídico” (además, sus actores protagonistas, Katie Featherston y Micah Sloat, interpretan a personajes cuyos nombres de pila coinciden con los suyos); que si un pase, en olor de multitudes, en el pasado Festival de Sitges; que si un extraordinario estreno comercial en cines norteamericanos, donde ha acabado superando los 100 millones de dólares de recaudación; que si portada en Entertainment Weekly; etcétera, etcétera, etcétera. Pues bien, después de haber visto la película de marras, no hay más remedio que admitir… que no había para tanto. Toda esa campaña, toda esa expectación, no ha sido ni es nada más que un montaje publicitario excelente, ya que ni el film es nada del otro jueves, ni creo que cambie el género fantástico, ni que sea tan consistente como para marcar ese hito que, dicen, ha marcado. Creo, más bien, que se trata de la enésima vuelta de tuerca de una manera de “vender” cine que se remonta, claro está, al éxito de El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999, Eduardo Sánchez y Daniel Myrick), y que de unos años a esta parte se ha revitalizado a raíz de los éxitos de títulos como las dos entregas de [Rec] (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007-2009) o Monstruoso (Cloverfield, 2008, Matt Reeves). En definitiva, y bajo este estricto punto de vista como fenómeno social y/o popular, Paranormal Activity no resulta particularmente memorable.

Ahora bien, como ya he señalado al principio de estas líneas, tengo que reconocer que desde otro punto de vista, el estrictamente cinematográfico en este caso, Paranormal Activity me ha sorprendido, incluso agradablemente, si bien dentro de un orden. Me explico: quienes han tenido la santa paciencia de leer, aquí o en papel, mis elucubraciones, sabrán que no soy muy amigo ni de El proyecto de la bruja de Blair ni de [Rec] 1 & 2 (me gusta mucho, en cambio, Monstruoso), y teniendo en cuenta que aquéllas eran mencionadas como los referentes más directos del film de Oren Peli, con franqueza, no me las prometía felices antes de verlo; tanto era así, que en un primer momento había tenido el impulso de pasar de largo del mismo y esperar a verlo en DVD, una vez se hubiese disipado la polvareda que ha levantado; pero finalmente lo he visto, ni que sea un poco a regañadientes y, por qué no admitirlo, porque soy curioso por naturaleza y también tenía ganas de traerlo a colación a este blog ya que, me imagino, dará juego. Tengo que admitir que, disipada la primera impresión que me ha producido su arranque, no muy favorable (ese momento en el cual uno no puede evitar el pensar algo así como: “me lo temía…”), y quizá porque no me esperaba nada, absolutamente nada de ella, la película de Oren Peli no sólo no me ha disgustado tanto como creía, sino que en determinados momentos ha despertado en mí un interés superior al que podía prever. Vaya por delante, vuelvo a insistir, que Paranormal Activity no me parece una maravilla ni nada por el estilo; ni siquiera me parece una buena película; pero, con todas las reservas del mundo, me atrevo a afirmar que no es del todo despreciable.

Quizá sea mejor empezar explicando lo que no me ha gustado del film. No me gusta, de entrada, lo más obvio del mismo: que es un relato que se apoya prácticamente en una o dos ideas de puesta en escena, lo cual resulta insuficiente para sostener noventa minutos de metraje en todo momento (lo cual no obsta de que a ratos, lo consiga, pero de eso hablaremos luego); que se nota que el realizador es bisoño y en ocasiones tiene problemas para imprimirle mayor vigor y fuerza a una historia que da poco de sí (por más que, vuelvo a recalcar, haya instantes en que, a pesar de esas obvias dificultades y enormes limitaciones, en determinados instantes alcance cierta intensidad); en particular, no me gusta que el, por así llamarlo, “efecto realidad” en cine parezca que únicamente se consiga hoy en día en base a una filmación con estética de reportaje televisivo, abundantes planos tomados cámara en mano (y, a poder ser, con la cámara moviéndose mucho, venga o no a cuento), y encuadres y reencuadres filmados con supuesta apariencia de “espontaneidad”: es un recurso que ya se ha utilizado tanto a estas alturas que está empezando a envejecer antes de tiempo; va siendo hora de ir cambiando de disco. Hay, asimismo, un gran problema general de guión que lastra considerablemente toda la película, con escenas que son un “más de lo mismo” destinadas a ir rellenando el relato de cara a que éste alcance la duración estándar necesaria para una óptima explotación en cines y formatos domésticos; hay muchos, demasiados diálogos repetitivos y, por ejemplo, un exceso de subidas y bajadas por la escalera de la vivienda donde transcurre la acción, que no enseñan nada ni aportan nada substancioso a lo ya planteado. Está, finalmente, el desigual trabajo de los intérpretes; destaca, positivamente, la labor de la actriz, Katie Featherston, la cual está muy por encima de la de su partenaire, Micah Sloat, y de hecho se nota que el realizador descarga buena parte del peso dramático en los hombros de la primera, por más que llegue un momento en que la actriz también parece, asimismo, saturada por culpa de estar dando en todo momento registros demasiado parecidos entre sí, y su trabajo está a un paso de resultar adocenado.

Sin embargo, y a pesar de los pesares, hay algo en Paranormal Activity que, contra todo pronóstico, me ha parecido más interesante de lo esperado. Me refiero a la principal idea de puesta en escena del film, esos momentos en los cuales Micah instala su cámara de vídeo en un trípode y la fija en un determinado ángulo del dormitorio que comparte con su novia Katie, de tal manera que así vemos un plano general fijo de la estancia, con la cama de la pareja ocupando la mayor parte del lado derecho del encuadre y la puerta de la habitación, abierta y dando al pasillo del piso superior de la casa, a la izquierda del plano. De este modo, y a lo largo de sucesivas noches, esa estancia normal, vulgar incluso, se va transformando paulatinamente en algo anormal, excepcional: un espacio que, esporádicamente, recibe la visita invisible de un horror inexplicable, a juzgar por lo que se nos dice, una sombra, un viejo terror de infancia de Katie, un demonio incluso, que acaso provocó el incendio de la vivienda donde vivía con sus padres siendo ella una niña y que, al parecer, viene siguiéndola doquiera que vaya. Y eso la película lo expone de manera sencilla, un poco simplona si se quiere, pero bastante efectiva. Hay, en este sentido, un plano muy logrado; al principio, el realizador marca una especie de pauta, de tal manera que, en virtud del reloj digital de la cámara que aparece en la parte inferior derecha de la pantalla, vemos cómo transcurre el tiempo a gran velocidad, mientras vemos a cámara rápida los movimientos de los protagonistas en el lecho mientras duermen; de repente, cuando el reloj empieza a andar a velocidad normal, el espectador ya sabe que “algo” va a ocurrir: un ruido, un golpe, la puerta del dormitorio que se mueve, una sombra, unos pies monstruosos que dejan huellas en el polvo de talco arrojado al respecto por Micah antes de acostarse, una presencia invisible bajo la sábana , o, en uno de los momentos culminantes –atención: SPOILER—, esa fuerza invisible que sujeta a Katie por el tobillo, la saca de la cama y la arrastra por el suelo del pasillo. Pero el plano al que me refiero es uno incluido en esta serie y en el cual lo que vemos u oímos no es nada tan extraño como lo que acabamos de mencionar, sino algo en apariencia tan normal como Katie levantándose de la cama, como si fuera a ir al baño, por ejemplo; pero no: Katie se queda de pie, mirando al dormido Micah, y entonces el reloj situado en la esquina del encuadre vuelve a correr a toda velocidad: cuando la chica vuelve a acostarse junto a su novio, ¡ha transcurrido entre una hora y media o dos! Me parece una bonita manera, sencilla, cierto, pero muy efectiva, de mostrar lo anormal, de sugerir lo sobrenatural, de enseñar un horror latente y a punto de manifestarse. Hay, más adelante, otro plano muy parecido, y no menos logrado. Me refiero a aquél en el que Micah, sin hacer caso de lo que Katie le ha suplicado anteriormente, intenta ponerse en contacto con la entidad diabólica que se ha instalado en su casa mediante un tablero ouija colocado en la mesilla de la sala de estar; en este plano, vemos a Micah manipulando el tablero y oímos a Katie, fuera de campo, reprochándole que no le haya hecho caso y exigiéndole, enfadada, que deje ese tablero; Micah, de mala gana, accede, se levanta y sale de plano, sin apagar la cámara; el reloj marca las 7 (de la mañana o de la tarde, ahora mismo no lo recuerdo, y tampoco importa); de repente, la rápida carrera del reloj se detiene alrededor de las 11, y entonces la guía de la ouija empieza a deslizarse sola sobre el tablero, hasta que éste, de repente, se incendia. Todo ello sin el acompañamiento del consabido subrayado sonoro o musical, enseñado de manera directa, desnuda, resulta más inquietante que cualquier otra exhibición de parafernalia. Ya sé que, dada mi repetidamente confesada admiración hacia Steven Spielberg, quizá más de uno me reproche lo siguiente, pero fue a la vista de estas escenas cuando empecé a pensar que acaso Spielberg había visto “algo” en Oren Peli y su película.

Hay otro aspecto que me ha llamado la atención de Paranormal Activity. Me refiero a que, salvando todas las distancias del mundo, por descontado, hay una cierta conexión entre este film y El resplandor (The Shinning, 1980), de Stanley Kubrick, en el sentido de que ambas son, cada una a su manera, sendos retratos de crisis matrimoniales o de pareja que se desarrollan en un contexto de cine de terror. Si, en la película de Kubrick, era Jack Torrance (Jack Nicholson), un escritor fracasado, con problemas con el alcohol y que en el pasado hizo daño a su propio hijo, quien acababa siendo captado por los fantasmas del hotel, en la de Oren Peli es Katie la que acaba siendo víctima del demonio o demonios que anidan en su interior. De hecho, en más de un momento, Paranormal Activity pone de relieve las enormes diferencias que existen entre Katie y Micah, quienes llevan ya tres años viviendo juntos y acaban de estrenar la casa (como Torrance y su familia cuando él acepta el empleo de cuidador del hotel en El resplandor); ella, afirma, es estudiante de filología inglesa y todavía no trabaja, mientras que de él la propia Katie explica que trabaja en bolsa; ella es, por decirlo popularmente, “de letras”, mientras que él es “de números”: antitéticos, casi antagónicos. Se nos insinúa que él es el principal sostén económico de la pareja y el que en más de un sentido lleva la voz cantante en la relación. Además, como digo, acaban de estrenar casa, y bastante lujosa (amplia, bien amueblada, con piso superior, con jardín y piscina): nada más empezar el film, vemos a Micah filmando la llegada de Katie a la misma conduciendo un descapotable que, probablemente, también ha salido del bolsillo del hombre. En más de un momento se insinúa que Katie empieza a estar harta de Micah; le molesta que la esté filmando constantemente (hasta intenta hacerlo mientras ella está usando el inodoro…); le molesta, asimismo, su actitud y comportamiento, que llega a calificar como de “inmaduros” (escena de la piscina); también, que parezca no valorar el esfuerzo que está poniendo en sus estudios de filología (escena en la que él la interrumpe mientras estudia, y por más que ella le suplica que le dé cinco minutos para terminar su lectura, él no accede); que, a pesar de los miedos y temores de ella, él insista en seguir explorando con la cámara ese terror, hasta llegar al extremo en el cual Katie, alterada por el miedo y convencida de que, de alguna manera, Micah, con su cámara y su carácter, está provocando e “invocando” al demonio que vuelve para atormentarla, acabará perdiendo la razón. En este sentido, las tan criticadas apariciones del médium (Mark Fredrichs) que ha sido contratado por Katie, para gran disgusto de Micah, funcionan a modo de inesperada metáfora del creciente malestar de la pareja: se tiene la sensación de que, más que tratarse de un asesor sobre espíritus malignos, el médium es más bien una suerte de simbólico consejero matrimonial; resulta significativo, asimismo, que en su segunda visita, la más breve, se niegue a quedarse en la casa y admita ante Katie y Micah que no puede ayudarles contra el demonio que se ha instalado en la vivienda, acaso consciente de que esa entidad maligna ya está excesivamente arraigada en la casa, o en Katie, y que ya no hay vuelta atrás. No voy a dar detalles aquí sobre la resolución del relato ni voy a meter más SPOILERS; además, los interesados podrán hallarlos fácilmente en cualquier rincón de Internet usando cualquier buscador. Tan sólo decir que, con todas las pegas que se le pueden (y deben) poner, creo que Paranormal Activity cumple sus objetivos: ser un pequeño cuento de medio, rodado con medios pequeños y con resultados asimismo pequeños, pero que dentro de su modestia juega bien sus cartas, sin pretender nada más. No hay en ella más cera que la que arde, pero el resultado no sólo no es tan mediocre como sería de temer, sino que hace gala, incluso, de un razonable equilibrio entre intenciones y resultados.

7 comentarios:

  1. Desde luego, Tomás, las escenas de plano fijo en la habitación son siempre desasosegantes. Esa profundidad de campo que supone el pasillo oscuro, de cuyo fondo cualquier cosa puede surgir en cualquier momento, es lo mejor (y lo único) destacable de la película. Que nunca surja nada visible es lo mejor, ese dejar todo al volar de nuestra imaginación, maltratada mil veces (gracias al cine) por todo tipo de monstruos, demonios y asesinos en serie. Sin duda, pese a su modestia y al montón de minutos que le sobran, es una experiencia enriquecedora en cuanto a su forma en que es capaz de que automanifestemos el miedo a lo desconocido en nuestro interior. Y poco más (que es mucho).

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  2. Hola, Juan:

    Poco más o menos, eso me pareció a mí; que la película, sin ser gran cosa, juega bien sus modestas cartas, e incluso logra a ratos ser aceptablemente sugestiva. Quizá es que me la esperaba mucho peor, o me pilló bajo de defensas, pero no me disgustó como me tenía.

    Un abrazo.

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  3. Supongo que es también cuestión de expectativas: en Sitges nos la vendieron como una absoluta maravilla, y se convirtió en la hora y media más larga de mi vida.

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  4. Hola, Tonio:

    Pues probablemente sí, dado que a mí me pasó justo lo contrario, fui a verla desanimado y con malas expectativas por doquier (había leído además tu opinión y la de Antonio José Navarro, y siempre las respeto mucho), y al final resulta que el film me resultó más agradable de lo previsto.

    Un abrazo.

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  5. Yo la vi exclusivamente por aquello del "esta hay que verla",pero me esperaba un truño, sobre todo cuando dias antes había visto "El proyecto de la bruja de Blair" (por primara vez¡¡) y eso es precisamente lo que me pareció. Esta, en cuanto a eficacia, le da mil vueltas. No tengo ni idea de donde sale el "prestigio" que tiene La bruja.... Supongo que vista en su día impactaría más, por que lo que es hoy en día, es una castaña.

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  6. En mi opinión, tiene todos los defectos de "El proyecto de la bruja de Blair" y ninguna de sus virtudes. A pesar de lo alargada que estaba y de lo poco que pasaba, al menos le película de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez conseguía su objetivo: dar miedo. En cambio, "Paranormal Activity" sólo consigue inquietarme una vez: la primera noche. A partir de ahí la estructura resulta tan mecánica y monótona que me acaba aburriendo tanto las escenas diurnas como las nocturnas (a parte de que los protagonistas me parecieron repelentes).

    Esta moda del falso documental que se ha vuelto a instaurar me parece un fracaso total. Ninguna de las pelis que he visto ([Rec], Redacted, Monstruoso, Planet 51 -ésta en su primera parte-) me han gustado por las mismas razones: a pesar de sus intenciones de origininalidad, acaban siendo tan convencionales como siempre.

    Mis falsos documentales preferidos son: "Holocausto caníbal" (todo lo torpe que se quiera, pero que lograba dar gato por liebre) y, sobre todo, "This Is Spinal Tap".

    Un saludo a todos.

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  7. Todavía no la he visto, pero me ha sorprendido que Tomás no haya hablado en su comentario de la polémica suscitada acerca del final originalmente concebido por el director, que circula por Youtubes y demás, y el finalmente visto en cines, que al parecer fue sugerido por nuestro querido Spielberg...

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