¡Menuda decepción me he llevado con Donde viven los monstruos (Where the Wild Things Are, 2009)! No es que los dos anteriores largometrajes de Spike Jonze me hubiesen entusiasmado en demasía, ya que me parecían sobre todo películas-de-guion (responsable: Charlie Kaufman), pero también tenía claro que había en Cómo ser John Malkovich (Being John Malkovich, 1999) y Adaptation (El ladrón de orquídeas) (Adaptation, 2002) los suficientes buenos momentos de puesta en escena como para considerar que, con independencia de sus méritos de guion, tenían tras las cámaras un realizador con talento que sabía resaltarlos adecuadamente. Ahora bien, el visionado de Donde viven los monstruos me ha pillado o bajo de defensas, o distraído, o más tonto que de costumbre, porque por más vueltas que le doy no veo en ella otra cosa que: 1) la constatación de que a Spike Jonze le ha sentado mal el hecho de que este sea su primer largometraje en el que no ha colaborado Kaufman (Donde viven los monstruos está escrito por el propio realizador en colaboración con Dave Eggers a partir del cuento infantil homónimo de Maurice Sendak), dado que en esta ocasión el ingenio y la originalidad brillan, dolorosamente, por su ausencia; 2) el enésimo síntoma del “síndrome Orson Welles”, en virtud del cual muchos, demasiados realizadores de la actualidad, alcanzan un desmesurado prestigio con sus primeras y/ o segundas películas (y la lista empieza a ser ya demasiado larga), lo cual no parece sino un reflejo de esa incómoda y no reconocida postura que muchos adalides de la cultura, o lo que se entiende como tal, propugnan a fin de disimular el más bien mediocre “estado de las cosas” del cine en estos momentos, a base de aupar y hacernos creer que, cada dos por tres, la cinematografía brinda al mundo una generosa cantidad de supuestos genios renovadores/ transgresores/ diferentes que, a la hora de la verdad, hacen lo mismo que todo el mundo, o peor; y 3) el hipócrita doble rasero que impera hoy en día, en virtud del cual se alaba casi cualquier cosa por el mero hecho de no querer perder un supuesto/ falso/ imaginario/ artificial “tren de la modernidad”, lo cual sería respetable si no fuera porque no se aplica con la misma ecuanimidad, con idéntica equidad, a todos los realizadores; unos son los privilegiados, otros, los excluidos; el rigor y el desprecio con el cual se despacha a los segundos no es el mismo que se da cuando se trata de juzgar una obra de los primeros, ni aún tratándose de algo tan insulso como Donde viven los monstruos.
De este modo, se nos ha “vendido” Donde viven los monstruos poco más o menos como una “película de autor” hecha en el seno de Hollywood, en el mejor de los casos un triunfo de la creatividad, del arte, de la personalidad sobre las exigencias meramente comerciales de los mercachifles hollywoodienses; en el peor, la consideración de que Spike Jonze ha sido una nueva víctima del ya legendario “sistema”, el cual le obligó a remontar su primera versión del film, retocar efectos visuales y estrenarlo finalmente poco más o menos un año después de haberlo terminado (con una considerable cota de éxito que, a falta de ver cómo era ese primer montaje, y por tanto ignorando si ese si que era bueno, o acaso era –horror— peor, en cualquier caso nadie parece dudar que, al final, el considerable triunfo taquillero de la película es mérito único y exclusivo de su director). Sea como fuere, el tiempo desvelará los posibles detalles sobre lo que quizá haya habido, o no, detrás de la producción del film; por ahora debemos conformarnos con la versión oficial. En cualquier caso, y tanto si el resultado final de Donde viven los monstruos depende de esas vicisitudes de producción como si no, lo cierto es que el balance que arroja la película me parece desolador.
Quienes me conocen bien saben que el hecho de que un film, cualquier film, tenga un planteamiento considerado/ etiquetado de entrada como “infantil” o, como popularmente se dice, “para niños”, no supone para mí el menor inconveniente de cara a su valoración. De hecho, no estoy completamente seguro de que realmente exista cine, o literatura, o música, o cultura en general “para niños” y “para adultos”, pero esto último es demasiado largo y complicado como para desarrollarlo aquí. Con lo cual quiero decir que mis reparos hacia Donde viven los monstruos no provienen del hecho de que sea una película etiquetada como infantil o, como en este caso concreto, basada en un celebrado cuento “para niños” de Maurice Sendak. Más bien empezaría echándole en cara precisamente el hecho de que no sea tan infantil como en principio pretende, del mismo modo que tampoco termina de ser todo lo adulta que al mismo tiempo también intenta ser: una especie de exploración fantástica del universo de la infancia desde una perspectiva de adulto, o de fantasía adulta contemplada desde un punto de vista infantil: ambos extremos se confunden con frecuencia. La idea, en sí misma considerada, es muy interesante; el problema es que su ejecución, su plasmación en imágenes, deja a mi entender bastante que desear, de tal manera que la misma se empobrece hasta el punto de quedar anulada por un planteamiento equivocado.
La película arranca con unas primeras secuencias en las cuales vemos al pequeño protagonista del relato, Max (Max Records), en su hogar. Vive con su madre (Catherine Keener) y su hermana mayor Claire (Pepita Emmerichs). Nada más empezar, vemos a Max jugando sobre la nieve en un jardín muy cerca de su casa; acaba de construir un iglú donde le gusta meterse y del que parece muy orgulloso; al cabo de un rato, ve que un puñado de adolescentes, amigos de la edad de su hermana, acuden a visitarla; Max quiere participar en esa reunión, pero al ser “pequeño” esos mismos adolescentes no le hacen el menor caso; en parte por venganza, en parte queriendo forzarles a jugar con él, Max arroja bolas de nieve a Claire y los chicos cuando salen a la calle; se desencadena una desenfadada batalla de bolas de nieve, en principio sin mayores consecuencias si no fuera porque uno de los adolescentes se echa encima del iglú de nieve donde Max se ha refugiado y lo derrumba; el destrozo de su iglú provoca las lágrimas del niño. Max es presentado, de este modo, como un incomprendido, un chiquillo al que nadie parece hacer caso: ni su hermana adolescente, que prefiere ir con chicos y chicas de su edad, ni su madre, que parece distraerse con otro hombre, un “novio” (un fugaz Mark Ruffalo) que no es el padre de Max y Claire: la madre de estos últimos es una mujer separada o divorciada y todavía bastante joven que intenta vivir con otro hombre: “cosas de adultos” que Max aún no comprende y de las cuales, por tanto, también está excluido. Max se rebela contra todo eso; primero, usando su imaginación, en la cual intenta dar rienda suelta a un afán infantil de aventuras, que no es sino un reflejo indirecto de su deseo de huir, de evadirse de su situación (jugueteo con el barquito de juguete sobre las sábanas; mirada al globo terráqueo que, no por casualidad, le regaló su padre, y en cuyo pie figura que Max es “el amo del mundo”). En segundo lugar, Max se toma la vida entera como un juego que solo se rige por sus propias reglas, otra manera indirecta de ese anhelo de querer que el mundo, su mundo, sea como él desea, que las cosas vayan como a él le gustaría que fueran: escena de Max fugando histéricamente con su perro, al que “da caza”, lo captura y se revuelca por el suelo; escena en la que Max, con su disfraz de lobo, sorprende a su madre con “el novio” y se entromete, pretendiendo que su madre juegue con él y, al no conseguirlo, huyendo de casa. Todo ello guarda una correspondencia con lo que veremos a continuación: la ya citada escena en la que el amigo de Claire derrumba el iglú de nieve con Max dentro anticipa la posterior en la isla de los monstruos cuando estos últimos se arrojan unos sobre otros, cubriendo a Max en una juguetona y aparatosa melé; asimismo, la escena de la cocina, en la que Max pretende que su madre juegue con ella, tratándola como a “su sierva”, anticipa asimismo el momento en el cual Max será proclamado rey por los monstruos de la isla, y su primera orden será “hacer el bestia”: como el juego con el perro: como con su madre.
Hasta este momento, Donde viven los monstruos se sustenta dramáticamente sobre tópicos (el niño incomprendido, la adolescente en la “edad del pavo”, la madre solitaria) filmados, asimismo, de la manera más convencional posible. La textura de las imágenes se inclina hacia el realismo: abundan los planos tomados cámara en mano o con cámaras ultraligeras, para dar sensación de “espontaneidad”; los colores son cálidos, brillantes en exteriores, densos en interiores, para dar sensación de “cotidianeidad hogareña”. Pero, a partir del momento en que Max se escapa de casa y echa a correr por la calle, se produce una ruptura dramática pero no estética: el niño, perseguido por su madre, atraviesa una reja rota, desciende una pequeña ladera y va a parar a un embarcadero, donde toma una pequeña barca a vela y se interna mar adentro. Hacia el final del relato, Max regresará con esa misma barca hacia el mismo embarcadero, y volverá a atravesar esaa reja rota camino de su casa, donde su preocupada madre le está esperando; aparentemente, han transcurrido días, pero en la práctica la fuga y el retorno de Max al hogar materno han tenido lugar durante la misma noche. Hasta ahí, podemos intuir que esa huida y ese agujero en la reja metálica son las puertas hacia un mundo imaginario, equivalentes pongamos por caso al “¡ábrete, Sésamo!” de los cuentos de las Mil y Una Noches o el célebre hoyo por el cual se cuela el Conejo Blanco en la Alicia de Lewis Carroll. El error, a mi entender, reside en que Spike Jonze no establece diferencia formal alguna entre las escenas de Max en su casa y las escenas de Max en la isla de los monstruos, manteniendo poco más o menos la misma textura pseudo-realista del principio; no hay una atmósfera fantástica propiamente dicha; todo está contemplado exactamente igual. Nos movemos, por tanto, en el terreno de la abstracción. El problema es que semejante planteamiento no resulta verosímil. Quede claro, de entrada, que cuando hablo de verosimilitud no me refiero ni mucho menos a realismo o a realidad, lo cual sería (es) absurdo en el contexto de un relato que, como éste, parte de un planteamiento de cuento de hadas. La verosimilitud a la cual me refiero tiene que ver más bien con una cuestión de coherencia interna del relato. Si Spike Jonze filma exactamente igual la “realidad cotidiana” de Max en su casa y la “realidad mágica” de su estancia en la isla, podemos interpretar que, de este modo, el realizador las equipara, o cuanto menos, las subsume por igual en un mismo plano narrativo; podemos entender, por tanto, que todo está contemplado desde el punto de vista o la perspectiva del niño, cierto, pero la coherencia se rompe a partir del momento en que la mirada de Max sobre su madre, hermana, novio de su madre y amigos de su hermana es idéntica a la que arroja sobre los monstruos de la isla. Al no marcar diferencias estéticas relevantes entre uno y otro mundo, Spike Jonze los iguala o, como mínimo, los equipara; pero, precisamente por el hecho de que no marque esas diferencias, el trasvase de un mundo al otro no resulta convincente: el viaje en barca del niño es demasiado “real” para concluir en un mundo fantástico, y a la vez demasiado “irreal” para tratarse, simplemente, de la rabieta de un chiquillo que no quiere obedecer a su madre dentro del contexto de un relato que ha arrancado sobre una base de fuerte cotidianeidad.
Hemos mencionado antes la palabra abstracción. De acuerdo: podemos entender que si Spike Jonze filma igual la “realidad” que la “fantasía” es porque pretende equiparar ambas bajo un mismo concepto, mirada o visión abstractos. Pero dicha abstracción sigue sin funcionar por culpa de la misma incoherencia que lastra el arranque del relato y lo hace inverosímil. Si, se supone, la isla de los monstruos es un mundo ideal o idealizado, en el cual Max puede hacer lo que se le antoje –convertirse en rey, jugar a “hacer el bestia”, dar órdenes y reorganizarlo a su capricho—, la fantasía deja de serlo a partir del momento en que, a medida que avanza la estancia del niño en la isla, algunos de los monstruos que viven en ella empiezan a cuestionar la presencia y los poderes imaginarios de Max, produciéndose un conato de rebeldía e, incluso, de peligro cuando la criatura llamada Carol (James Gandolfini), desengañada con el niño, amenaza con comérselo… De este modo, y a falta de conocer por mí mismo el cuento original de Maurice Sendak, la versión que plantean Jonze y Eggers deviene un pesado y a ratos bastante cargante relato con moraleja, de tal manera que la estancia de Max en la isla sirve para “educar” al niño en aquello que ha hecho mal al comportarse caprichosamente con los adultos de su entorno. Puede alegarse en descargo del film que ese contenido moralista se encuentra presente en buena parte de la literatura infantil, siendo substancial a la inmensa mayoría de los cuentos de hadas; pero, en el caso de Donde viven los monstruos, el discurso está presentado bajo un envoltorio tan poco atractivo, tan vulgar en ocasiones, que la eficacia de dicha lección moral se diluye hasta el punto de quedarse, únicamente, en un mero sermón, y de lo más penoso. Vuelve a salir a relucir, aquí, la falta de coherencia del relato. La primera vez que Max se interna en la isla y se encuentra con los monstruos está filmada por Jonze con pasmosa torpeza: las criaturas se “aparecen” a los ojos de Max/del espectador por mediación de una aburrida sucesión de planos generales tomados con teleobjetivo; de nuevo podemos interpretar que lo que pretende Jonze es presentar a los monstruos de una forma, digamos, “cotidiana” aún partiendo de la base, claro está, de la imposibilidad de su existencia empírica, es decir, que está intentando ser “abstracto”; pero, de esta manera, lo único que consigue es que veamos no a monstruos, sino a una docena de enormes peluches salidos del taller del malogrado Jim Henson; y, desde este punto de vista, resulta imposible tomarse en serio un relato consistente en ver a un niño disfrazado de lobo hablando y relacionándose con unos monstruos nada monstruosos ni fabulosos y, a todas luces, artificiales. Spike Jonze exige así al espectador algo en lo cual él no parece creer: exige que creamos en unos monstruos que él mismo parece incapaz de retratar como las fabulosas criaturas que, se supone, son.
Todo el teórico encanto del relato se sostiene, por tanto, sobre una base de abstracción mal planteada y peor resuelta, que de este modo acaba eliminando el menor atisbo de fantasía del mismo y erige Donde viven los monstruos en una de las películas fantásticas menos fantásticas que se hayan visto últimamente. La sensación final, harto lamentable, es que Spike Jonze no ha podido o no ha sabido (me inclino por lo segundo) dar con el tono adecuado para un relato que, a mi entender, precisaba otro tipo de tratamiento; y resulta sorprendente, dado que en Cómo ser John Malkovich y, en parte, Adaptation, había sabido jugar hábilmente con las contradicciones entre fantasía y realidad, quizás porque había en aquéllas una ironía soterrada y una mirada bizarra que sabían transmitir mucho mejor y de una forma más poderosa el carácter abstracto de dichas propuestas. De ahí que, en sus peores momentos –por desgracia, los más abundantes—, Donde viven los monstruos transmita, acaso sin haberlo pretendido en primera instancia, la execrable sensación de ser un film fantástico hecho por alguien que parece despreciar el género; un relato infantil al cual le molesta serlo y no se atreve a llevar sus componentes oníricos o poéticos hasta sus últimas consecuencias y se contenta con erigirse en una especie de sermón para niños maleducados; un film que se avergüenza de su etiqueta de “para niños” y que, a base de una puesta en escena que huye de lo bizarro, abraza formas convencionales (las largas, interminables secuencias de Max y los monstruos “haciendo el bestia” por el bosque, o la de la batalla con terrones de piedra, mal planificadas y confusamente montadas), con el propósito de demostrar, patéticamente, que en el fondo también puede ser una película “para adultos”, encallando finalmente en tierra de nadie. O de nada. Una gran decepción.
De este modo, se nos ha “vendido” Donde viven los monstruos poco más o menos como una “película de autor” hecha en el seno de Hollywood, en el mejor de los casos un triunfo de la creatividad, del arte, de la personalidad sobre las exigencias meramente comerciales de los mercachifles hollywoodienses; en el peor, la consideración de que Spike Jonze ha sido una nueva víctima del ya legendario “sistema”, el cual le obligó a remontar su primera versión del film, retocar efectos visuales y estrenarlo finalmente poco más o menos un año después de haberlo terminado (con una considerable cota de éxito que, a falta de ver cómo era ese primer montaje, y por tanto ignorando si ese si que era bueno, o acaso era –horror— peor, en cualquier caso nadie parece dudar que, al final, el considerable triunfo taquillero de la película es mérito único y exclusivo de su director). Sea como fuere, el tiempo desvelará los posibles detalles sobre lo que quizá haya habido, o no, detrás de la producción del film; por ahora debemos conformarnos con la versión oficial. En cualquier caso, y tanto si el resultado final de Donde viven los monstruos depende de esas vicisitudes de producción como si no, lo cierto es que el balance que arroja la película me parece desolador.
Quienes me conocen bien saben que el hecho de que un film, cualquier film, tenga un planteamiento considerado/ etiquetado de entrada como “infantil” o, como popularmente se dice, “para niños”, no supone para mí el menor inconveniente de cara a su valoración. De hecho, no estoy completamente seguro de que realmente exista cine, o literatura, o música, o cultura en general “para niños” y “para adultos”, pero esto último es demasiado largo y complicado como para desarrollarlo aquí. Con lo cual quiero decir que mis reparos hacia Donde viven los monstruos no provienen del hecho de que sea una película etiquetada como infantil o, como en este caso concreto, basada en un celebrado cuento “para niños” de Maurice Sendak. Más bien empezaría echándole en cara precisamente el hecho de que no sea tan infantil como en principio pretende, del mismo modo que tampoco termina de ser todo lo adulta que al mismo tiempo también intenta ser: una especie de exploración fantástica del universo de la infancia desde una perspectiva de adulto, o de fantasía adulta contemplada desde un punto de vista infantil: ambos extremos se confunden con frecuencia. La idea, en sí misma considerada, es muy interesante; el problema es que su ejecución, su plasmación en imágenes, deja a mi entender bastante que desear, de tal manera que la misma se empobrece hasta el punto de quedar anulada por un planteamiento equivocado.
La película arranca con unas primeras secuencias en las cuales vemos al pequeño protagonista del relato, Max (Max Records), en su hogar. Vive con su madre (Catherine Keener) y su hermana mayor Claire (Pepita Emmerichs). Nada más empezar, vemos a Max jugando sobre la nieve en un jardín muy cerca de su casa; acaba de construir un iglú donde le gusta meterse y del que parece muy orgulloso; al cabo de un rato, ve que un puñado de adolescentes, amigos de la edad de su hermana, acuden a visitarla; Max quiere participar en esa reunión, pero al ser “pequeño” esos mismos adolescentes no le hacen el menor caso; en parte por venganza, en parte queriendo forzarles a jugar con él, Max arroja bolas de nieve a Claire y los chicos cuando salen a la calle; se desencadena una desenfadada batalla de bolas de nieve, en principio sin mayores consecuencias si no fuera porque uno de los adolescentes se echa encima del iglú de nieve donde Max se ha refugiado y lo derrumba; el destrozo de su iglú provoca las lágrimas del niño. Max es presentado, de este modo, como un incomprendido, un chiquillo al que nadie parece hacer caso: ni su hermana adolescente, que prefiere ir con chicos y chicas de su edad, ni su madre, que parece distraerse con otro hombre, un “novio” (un fugaz Mark Ruffalo) que no es el padre de Max y Claire: la madre de estos últimos es una mujer separada o divorciada y todavía bastante joven que intenta vivir con otro hombre: “cosas de adultos” que Max aún no comprende y de las cuales, por tanto, también está excluido. Max se rebela contra todo eso; primero, usando su imaginación, en la cual intenta dar rienda suelta a un afán infantil de aventuras, que no es sino un reflejo indirecto de su deseo de huir, de evadirse de su situación (jugueteo con el barquito de juguete sobre las sábanas; mirada al globo terráqueo que, no por casualidad, le regaló su padre, y en cuyo pie figura que Max es “el amo del mundo”). En segundo lugar, Max se toma la vida entera como un juego que solo se rige por sus propias reglas, otra manera indirecta de ese anhelo de querer que el mundo, su mundo, sea como él desea, que las cosas vayan como a él le gustaría que fueran: escena de Max fugando histéricamente con su perro, al que “da caza”, lo captura y se revuelca por el suelo; escena en la que Max, con su disfraz de lobo, sorprende a su madre con “el novio” y se entromete, pretendiendo que su madre juegue con él y, al no conseguirlo, huyendo de casa. Todo ello guarda una correspondencia con lo que veremos a continuación: la ya citada escena en la que el amigo de Claire derrumba el iglú de nieve con Max dentro anticipa la posterior en la isla de los monstruos cuando estos últimos se arrojan unos sobre otros, cubriendo a Max en una juguetona y aparatosa melé; asimismo, la escena de la cocina, en la que Max pretende que su madre juegue con ella, tratándola como a “su sierva”, anticipa asimismo el momento en el cual Max será proclamado rey por los monstruos de la isla, y su primera orden será “hacer el bestia”: como el juego con el perro: como con su madre.
Hasta este momento, Donde viven los monstruos se sustenta dramáticamente sobre tópicos (el niño incomprendido, la adolescente en la “edad del pavo”, la madre solitaria) filmados, asimismo, de la manera más convencional posible. La textura de las imágenes se inclina hacia el realismo: abundan los planos tomados cámara en mano o con cámaras ultraligeras, para dar sensación de “espontaneidad”; los colores son cálidos, brillantes en exteriores, densos en interiores, para dar sensación de “cotidianeidad hogareña”. Pero, a partir del momento en que Max se escapa de casa y echa a correr por la calle, se produce una ruptura dramática pero no estética: el niño, perseguido por su madre, atraviesa una reja rota, desciende una pequeña ladera y va a parar a un embarcadero, donde toma una pequeña barca a vela y se interna mar adentro. Hacia el final del relato, Max regresará con esa misma barca hacia el mismo embarcadero, y volverá a atravesar esaa reja rota camino de su casa, donde su preocupada madre le está esperando; aparentemente, han transcurrido días, pero en la práctica la fuga y el retorno de Max al hogar materno han tenido lugar durante la misma noche. Hasta ahí, podemos intuir que esa huida y ese agujero en la reja metálica son las puertas hacia un mundo imaginario, equivalentes pongamos por caso al “¡ábrete, Sésamo!” de los cuentos de las Mil y Una Noches o el célebre hoyo por el cual se cuela el Conejo Blanco en la Alicia de Lewis Carroll. El error, a mi entender, reside en que Spike Jonze no establece diferencia formal alguna entre las escenas de Max en su casa y las escenas de Max en la isla de los monstruos, manteniendo poco más o menos la misma textura pseudo-realista del principio; no hay una atmósfera fantástica propiamente dicha; todo está contemplado exactamente igual. Nos movemos, por tanto, en el terreno de la abstracción. El problema es que semejante planteamiento no resulta verosímil. Quede claro, de entrada, que cuando hablo de verosimilitud no me refiero ni mucho menos a realismo o a realidad, lo cual sería (es) absurdo en el contexto de un relato que, como éste, parte de un planteamiento de cuento de hadas. La verosimilitud a la cual me refiero tiene que ver más bien con una cuestión de coherencia interna del relato. Si Spike Jonze filma exactamente igual la “realidad cotidiana” de Max en su casa y la “realidad mágica” de su estancia en la isla, podemos interpretar que, de este modo, el realizador las equipara, o cuanto menos, las subsume por igual en un mismo plano narrativo; podemos entender, por tanto, que todo está contemplado desde el punto de vista o la perspectiva del niño, cierto, pero la coherencia se rompe a partir del momento en que la mirada de Max sobre su madre, hermana, novio de su madre y amigos de su hermana es idéntica a la que arroja sobre los monstruos de la isla. Al no marcar diferencias estéticas relevantes entre uno y otro mundo, Spike Jonze los iguala o, como mínimo, los equipara; pero, precisamente por el hecho de que no marque esas diferencias, el trasvase de un mundo al otro no resulta convincente: el viaje en barca del niño es demasiado “real” para concluir en un mundo fantástico, y a la vez demasiado “irreal” para tratarse, simplemente, de la rabieta de un chiquillo que no quiere obedecer a su madre dentro del contexto de un relato que ha arrancado sobre una base de fuerte cotidianeidad.
Hemos mencionado antes la palabra abstracción. De acuerdo: podemos entender que si Spike Jonze filma igual la “realidad” que la “fantasía” es porque pretende equiparar ambas bajo un mismo concepto, mirada o visión abstractos. Pero dicha abstracción sigue sin funcionar por culpa de la misma incoherencia que lastra el arranque del relato y lo hace inverosímil. Si, se supone, la isla de los monstruos es un mundo ideal o idealizado, en el cual Max puede hacer lo que se le antoje –convertirse en rey, jugar a “hacer el bestia”, dar órdenes y reorganizarlo a su capricho—, la fantasía deja de serlo a partir del momento en que, a medida que avanza la estancia del niño en la isla, algunos de los monstruos que viven en ella empiezan a cuestionar la presencia y los poderes imaginarios de Max, produciéndose un conato de rebeldía e, incluso, de peligro cuando la criatura llamada Carol (James Gandolfini), desengañada con el niño, amenaza con comérselo… De este modo, y a falta de conocer por mí mismo el cuento original de Maurice Sendak, la versión que plantean Jonze y Eggers deviene un pesado y a ratos bastante cargante relato con moraleja, de tal manera que la estancia de Max en la isla sirve para “educar” al niño en aquello que ha hecho mal al comportarse caprichosamente con los adultos de su entorno. Puede alegarse en descargo del film que ese contenido moralista se encuentra presente en buena parte de la literatura infantil, siendo substancial a la inmensa mayoría de los cuentos de hadas; pero, en el caso de Donde viven los monstruos, el discurso está presentado bajo un envoltorio tan poco atractivo, tan vulgar en ocasiones, que la eficacia de dicha lección moral se diluye hasta el punto de quedarse, únicamente, en un mero sermón, y de lo más penoso. Vuelve a salir a relucir, aquí, la falta de coherencia del relato. La primera vez que Max se interna en la isla y se encuentra con los monstruos está filmada por Jonze con pasmosa torpeza: las criaturas se “aparecen” a los ojos de Max/del espectador por mediación de una aburrida sucesión de planos generales tomados con teleobjetivo; de nuevo podemos interpretar que lo que pretende Jonze es presentar a los monstruos de una forma, digamos, “cotidiana” aún partiendo de la base, claro está, de la imposibilidad de su existencia empírica, es decir, que está intentando ser “abstracto”; pero, de esta manera, lo único que consigue es que veamos no a monstruos, sino a una docena de enormes peluches salidos del taller del malogrado Jim Henson; y, desde este punto de vista, resulta imposible tomarse en serio un relato consistente en ver a un niño disfrazado de lobo hablando y relacionándose con unos monstruos nada monstruosos ni fabulosos y, a todas luces, artificiales. Spike Jonze exige así al espectador algo en lo cual él no parece creer: exige que creamos en unos monstruos que él mismo parece incapaz de retratar como las fabulosas criaturas que, se supone, son.
Todo el teórico encanto del relato se sostiene, por tanto, sobre una base de abstracción mal planteada y peor resuelta, que de este modo acaba eliminando el menor atisbo de fantasía del mismo y erige Donde viven los monstruos en una de las películas fantásticas menos fantásticas que se hayan visto últimamente. La sensación final, harto lamentable, es que Spike Jonze no ha podido o no ha sabido (me inclino por lo segundo) dar con el tono adecuado para un relato que, a mi entender, precisaba otro tipo de tratamiento; y resulta sorprendente, dado que en Cómo ser John Malkovich y, en parte, Adaptation, había sabido jugar hábilmente con las contradicciones entre fantasía y realidad, quizás porque había en aquéllas una ironía soterrada y una mirada bizarra que sabían transmitir mucho mejor y de una forma más poderosa el carácter abstracto de dichas propuestas. De ahí que, en sus peores momentos –por desgracia, los más abundantes—, Donde viven los monstruos transmita, acaso sin haberlo pretendido en primera instancia, la execrable sensación de ser un film fantástico hecho por alguien que parece despreciar el género; un relato infantil al cual le molesta serlo y no se atreve a llevar sus componentes oníricos o poéticos hasta sus últimas consecuencias y se contenta con erigirse en una especie de sermón para niños maleducados; un film que se avergüenza de su etiqueta de “para niños” y que, a base de una puesta en escena que huye de lo bizarro, abraza formas convencionales (las largas, interminables secuencias de Max y los monstruos “haciendo el bestia” por el bosque, o la de la batalla con terrones de piedra, mal planificadas y confusamente montadas), con el propósito de demostrar, patéticamente, que en el fondo también puede ser una película “para adultos”, encallando finalmente en tierra de nadie. O de nada. Una gran decepción.
no entiendo el porque no distinguir los dos mundos es algo necesariamente malo. Como tenia que ser esa isla, como las lucecitas de Pandora de AVATAR? jeje
ResponderEliminaren lo que si te doy la razon es que se entretiene innecesariamente (el relato original es brevisimo) en la isla y las peripecias simbolico-psicologicas acaban agotandome.
saludos
F
Pues para variar,completamente de acuerdo con lo que dices.Ha sido una de las mayores decepciones que he tenido últimamente en el terreno cinematográfico,hasta el punto en que la colocaría entre lo peor estrenado este año que está a punto de dejarnos.No me decepcionó porque esperara nada especial de Jonze(aunque "Adaptation" no me disgustó para nada),sino porque había leído la comparación de "Donde viven los monstruos" con la adaptación de Wolfgang Petersen de "La historia interminable",que,particularmente,me apasiona(para mi sigue siendo uno de los ejercicios de cine infantil-juvenil más elaborados y su atmósfera onírica no ha perdido ni un ápice en estos últimos 25 años).Pero ni mucho menos,en "Donde viven los monstruos",la forma es engañosa y pretenciosa,el fondo es bastante inane(y,como dices tú,tópico),la narración es torpe.Y lo que es peor,es realmente aburrida,su escasa hora y media(alargada,encima) se me hizo pesadísima("Avatar",que tampoco es santo de mi devoción,al menos no me sumió en el sopor durante la proyección,durando una hora más),e incluso me parecen más interesantes sus primeros veinte minutos que toda la aparición posterior de los monstruos.
ResponderEliminarHola de nuevo, amigos:
ResponderEliminarPues no, F, no se trata de que la isla de los monstruos tuviese una escenografía más "fantástica" (a ratos la tiene, por ejemplo cuando los monstruos construyen el fuerte), sino más bien de que el hecho de no distinguir ambos mundos, o "planos de realidad" si prefieres, empobrece las posibilidades de ambos, ya que el mundo adulto está mostrado, a mi entender, con tópicos, y luego el mundo "fantástico" pues no es eso, fantástico. Es más bien una cuestión de cómo filmarlo todo que no de enseñar decorados surrealistas; es una cuestión más de tono y de atmósfera que de trucajes. El problema es, y en eso estamos de acuerdo también con Miguel Ángel, que la película nos aburrió.
Pese a todo, aprovecho la ocasión para reiterar que lamento si, con este comentario o el que hice en Facebook el otro día, herí alguna que otra susceptibilidad. Lo cierto es que esta película, a la gente que le gusta y hay que respetarlo, les "toca" una determinada fibra sensible. Quede claro que lo que no me gusta es la película, pero respeto profundamente la fibra sensible de quienes sí les gusta y que parecen haberla adoptado como parte de su legado sentimental.
Un saludo cordial.
Por lo que he leido en el articulo, no sé por qué pero esta pelicula me parece un peñazo parecido a "Los Mundos de Coraline", otra pelicula que con tanta reflexión psicologica me aburrió más que a mis propios sobrinos con los que fui.
ResponderEliminarGracias por el aviso para navegantes y gran articulo. Un saludo y feliz año nuevo (cuando llegue).
quieres decir que ver a unos monstruos de peluche hablando no es suficientemente "fantastico"?
ResponderEliminarsaludos
F
Buenas noches, F:
ResponderEliminarDesde luego, ver a unos monstruos de peluche hablando "es" fantástico en sí mismo considerado, pero "dentro" de la película no lo es, porque se supone que son seres vivos y, al final, acaban pareciendo eso: muñecos; es decir, acaban pareciendo eso que parecen a simple vista, pero no eso que se supone "son" en el contexto de la propia película, es decir, "dentro" de ella: monstruos.
Puedes decir: hombre, "Cristal oscuro" estaba protagonizada toda por marionetas, y se ve que "son" marionetas; pero, además, "dentro" de esa película no "son" sólo marionetas, "son" también (se supone) seres vivos, porque el contexto fantástico estaba perfectamente establecido desde el principio del relato.
Un apunte final para Adriano: pues no sabría decirte, porque, por increíble que te parezca, no vi "Los mundos de Coraline" en el momento de su estreno y todavía la tengo pendiente de recuperación en formato doméstico. Evidentemente, como siempre digo, lo que yo opine o deje de opinar sobre tal o cual película no debe desanimarte a la hora de verla, pues hay mucha gente a la que le ha gustado mucho y yo haberla entendido mal.
Un abrazo.
claro, pero precisamente creo que Jonze no enfoca eso como "otro mundo" aposta, sino como una REPRESENTACION/extension de la psique del chaval desde nuestro punto de vista. De ahi la narracion homogenea que criticas.
ResponderEliminares decir, los monstruos no son un mundo fantasioso alternativo de luz y color, con sus aventurillas fantasticas, como en LA HISTORIA INTERMINABLE, CRISTAL OSCURO o aquel TIME BANDITS donde la fantasia irrumpia a patadas en la triste realidad (el clasico leit motif terrygillianesco).
saludos!
F
Hola de nuevo, F; veo que el tema de la contraposición entre mundos/planos narrativos está dando mucho de sí; eso es bueno, sí señor.
ResponderEliminarYo ya entiendo que Spike Jonze pretende equiparar ambos mundos, creo que lo he mencionado en el comentario, de ahí que, por así decirlo, los filme igual; también, que los monstruos acaban comportándose con el niño como "personas mayores" o "adultos", ya que al final le regañan por su egoísmo; lo que no veo claro (quizás no lo entiendo, o simplemente lo veo de otra manera) es el propósito final de todo ello, salvo el de "educar" o "corregir" a un niño que hace lo que le da la gana (o pretende hacerlo). Y lo que tampoco veo claro es que, de todas las posibles opciones, Jonze se haya inclinado por la que, a mi entender, es la más aburrida y rutinaria: la de filmarlo todo igual, la de unificarlo todo bajo un mismo prisma; me da la sensación que, de este modo, él mismo se estropea los matices que hubiese podido sacar de una contraposición y/o contraste entre mundos y planos de realidad/irrealidad (como ya hizo sin ir más lejos, y muy bien, en "Cómo ser John Malkovich" y "Adaptation"); de ahí que, al final, la película me dé la impresión de que se queda en tierra de nadie, que no termina de ser lo suficientemente infantil ni lo suficientemente adulta.
Vuelvo a insistir: quizás eso mismo es lo que pretendía Jonze, quizás tampoco ha querido repetir "Cómo ser..." y "Adaptation" y ha preferido arriesgarse con otra cosa nueva (el riesgo que ha corrido no se lo niego en absoluto); en este sentido, "Donde viven los monstruos" estaría conseguida, pero a pesar de ello el conjunto me parece poco brillante y sin atractivo.
Pero, como ocurre siempre en estos casos, y con todas las películas, el límite o la frontera entre lo que está logrado y lo que no está a su vez dentro de nosotros mismos. Para mí, de todas las opciones que tenía, creo que Jonze ha escogido la menos interesante; o, dicho de otra manera, la que menos me interesa a mí personalmente. Pero, claro, lo que a mí no me interesa puede resultar harto interesante para otra persona; y, desde este punto de vista, el film de Jonze sería memorable.
También entiendo que Jonze no ha querido hacer algo del tipo "La historia interminable", pero de lo que no estoy seguro es de que el camino que ha seguido para evitarlo sea el mejor. Ni siquiera sé si realmente ha querido evitarlo o, simplemente, es que le ha salido así (si no recuerdo mal, esta película estuvo casi un año en los cajones de la Warner mientras se remonntaba y retocaban sus efectos visuales: a saber cómo era el primer montaje; quizá las futuras ediciones en DVD/Blu-ray nos lo aclaren).
Pero, insisto y acabo, más allá de la cuestión del contraste entre Fantasía y Realidad, lo que en definitiva no me gusta de la película es que no me resulta amena ni atractiva, sino tediosa y visualmente fea. Y creo que esto último es lo que realmente termina de estropearla, por encima de sus planteamientos teóricos y/o abstractos. El desequilibrio entre intenciones y resultados. Entre el qué plantea y el cómo lo resuelve.
Gracias por tu inquietud y por ese afán de querer ir siempre más allá de lo aparente. Y por criticar al crítico. Nadie es intocable. ¡Ni siquiera yo! (je, je...).
Un abrazo.
Tomás,
ResponderEliminar"Donde viven los monstruos" a mí también me ha parecido "un tostón" (perdón por la vulgaridad, pero a veces estas expresiones son muy descriptivas).
Debo admitir mi ignorancia sobre el relato original. Hasta la fecha desconocía a Maurice Sendak y su famoso cuento.
Me he aburrido sobremanera, además se me ha hecho larguísima. Y mi opinión, coincide con la tuya, que la visión de realidad de la ficción está equivocada, demasiado plano. Me ha faltado la magia de otros relatos fantásticos. Por otra parte, alabar la elección de Max Records como protagonista, su mirada lo dice todo (los McCauley Culkin y Haley Joel Osment, afortunadamente, ya están creciditos).
Lamento la decepción que me ha producido "Donde viven los monstruos", ya que si considero a Spike Jonze como un gran realizador, aunque como muy bien comentas, el mérito sea tal vez de Charlie Kaufman.
En unas horas, veré mi última película en cines de este año a punto de fenecer... que al menos, espero sea "entretenida", su título es "Bienvenidos a Zombieland", de la cual sólo espero eso, que sea entretenida.
Gracias Tomás por tus comentarios siempre enriquecedores.
Hola:
ResponderEliminarSolo aguanté 30 minutos porque la peli es deprimente (ese niño gritón!), aunque el tufillo indie era lo peor. Pon un niño vestido de conejo y llénalo todo de estilo indie USA y tendrás a los críticos de nuevo entre rios de tinta...No entiendo las comparaciones con La Historia Interminable...y si hablamos de el fin de la inocencia o la inocencia de la infancia aun no se ha superado un film tan conmovedor como "La Fuerza de la Ilusión" de Richard Donner. Tampoco nadie se acuerda ya de El Hombre Sin Rostro de Mel Gibson, claro, pero eso es cine hollywoodiense hecho por personajes comerciales. Si dices que te gusta una peli de Mel Gibson te empiezan a mirar mal, pero si al que mencionas es a Spike Jonze entonces eres un tipo "cool". Pero la película sobre el final de la inocencia infantil que rodó Gibson emociona de verdad. Aunque curiosamente también va de "monstruo".
Eso si, lo de los chavales y los trajes de conejo empieza a ser todo un subgénero: Donnie Darko, Gummo y ahora Donde Viven Los Monstruos!
Carlos, que bien que reivindiques "El hombre sin rostro" y "La fuerza de la ilusión", dos títulos muy infravalorados.
ResponderEliminarHola Alvaro:
ResponderEliminarEn el caso de El Hombre Sin Rostro yo es que aun no he visto a ningún crítico profesional reivindicarla y a mi me parece una de las pelis más sensibles y deliciosas de los últimos lustros. Pero claro, como está dirigida por Mel Gibson. Si el director fuera Eastwood la peli sería considerada una obra maestra! Claro, que tampoco comprendo ese desprecio de la crítica por Gibson, cuya carrera como director es impecable. Cuatro pelis y todas con algo que decir, potentes, visualmente maravillosas, intentado decir cosas nuevas...solo a Gibson se le ocurre rodar una peli en Arameo y con ella arrasar la taquilla mundial!
Pero ya te digo, Mel Gibson no pega en las revistas sesudas de cine, para eso mejor el plasta de Oliveira, que queda más guay y pretencioso.
La Fuerza de la Ilusión es otra peli aun más olvidada, por lo mismo, porque la dirigió Richard Donner, y claro Donner no tiene el prestigio de Woody Allen y por lo tanto no cuenta.
Bueno Carlos, si no recuerdo mal, creo que Tomás siempre defendió "El hombre sin rostro", y asimismo Antonio José Navarro. Asimismo, creo que estos críticos sí han valorado bien los filmes de Gibson. Eso sí, Carlos, Gibson ha hecho sólo tres películas y Oliveira, gusten o no, bastantes más.
ResponderEliminarEn cuanto a Donner, es cierto que ha firmado una buena cantidad de buenas o interesantes películas, obviando algún inolvidable episodio de "Twilight Zone"("Superman", "Superman 2" "La profecía", "Los Goonies", "Arma Letal", "Lady Halcón", "La fuerza de la ilusión", "16 Calles"...) , largometrajes que no fueron demasiado bien recibidos por la crítica española, pero por ejemplo "Asesinos" no hay por donde cogerla.
Saludos.
A mí me parece que hay que reconocerle a Spike Jonze que como cineasta haya escogido la opción menos convencional; es decir, filmar con intención realista a unos monstruos peludos de 2 metros de alto. Pero estoy de acuerdo en que, a la larga, termina resultando la opción más conservadora porque potencia el carácter moralista de la historia.
ResponderEliminarComo ejemplo de la opción contraria podemos poner el cine de Terry Gilliam, donde suele ser la estética fantasiosa la que invade la realidad y la que, finalmente, sale triunfante del enfrentamiento.
Lógicamente, a los amantes del cine fantástico nos resulta más simpática la segunda opción, ya que nos gusta identificar la fantasía y la evasión con la rotura de las convenciones sociales.
Sin embargo, el mundo fantástico de "Donde viven los monstruos" es como una prolongación bastante cutre del mundo real. Es como una fantasía que, al tornarse en pesadilla, hace que el niño quiera volver a la seguridad del hogar materno. Una idea bastante conservadora y fácilmente conmovedora, si lo pensamos. Es como una llamada de atención a los niños demasiado fantasiosos. ¡Cómo si eso fuera malo!
Dicho todo esto, he de reconocer que a mí me gustó moderadamente, aunque no la pondría entre mis películas fantásticas favoritas del 2009.
Féliz año nuevo a todos!
Hola a todos:
ResponderEliminarAclaro que la primera vez que vi "El hombre sin rostro" no me gustó demasiado, e incluso hice para "Dirigido por..." una reseña poco entusiasta. Pero, vuelta a ver hace poco en DVD, me pareció un film excelente. A mí me gusta el cine dirigido por Mel Gibson, tanto ésta como "Braveheart", "La Pasión de Cristo" y "Apocalypto", y las polémicas existentes en torno a su violencia o a sus contenidos religioso-morales me parecen árboles que no dejan ver el bosque.
Hace mucho que no he vuelto a ver "La fuerza de la ilusión", pero guardo un recuerdo simpático de ella. En más de una ocasión he roto una lanza por Richard Donner, excesivamente vapuleado por algunos títulos endebles que no deberían hacer olvidar los buenos. ¡Caray, parece que está prohibido hacer una mala película de vez en cuando! ¡Como si todo el mundo lo hiciera siempre todo bien!
Es posible, Deckard, que Terry Gilliam hubiese sido una interesante alternativa a Spike Jonze para "Donde viven los monstruos". Reconozco el riesgo que ha corrido Jonze, ya lo he dicho otras veces, pero me temo que en esta ocasión se ha equivocado y que probablemente Gilliam lo hubiese hecho mucho mejor.
Un saludo cordial.
Hola Tomás:
ResponderEliminarPues me alegra que te guste El Hombre Sin Rostro, recuerdo verla en su estreno y pensar que era el único ser humano del planeta al que le había emocionado el film! Y por supuesto fue una sorpresa que Mel Gibson (el de Arma Letal!) estuviera detrás de ese film. De todas formas la confirmación de Gibson vino con Braveheart, al fin y al cabo su primer film era lo bastante modesto e intimo para controlarlo sin problemas, pero esa historia supermega-épica fue la sorpresa definitiva. Pensé que no importaba ya si hacia un montón de bodrios después de eso, había dmeostrado que era un gran cineasta...pero afortunadamente sus pelis posteriores nos fueron sorprendiendo de nuevo una a una...y quien lo diría de alguien que era un actor de acción con fuertes ideas conservadoras (por no decir cavernicolas!)
Richard Donner es un genio, si, ha rodado muchos bodrios, pero solo por lograr que un film sobre un tipo con pijama que vuela no quede en ridículo ya se merece el cielo! Y no voy a olvidar que Superman es otra gran peli de productor más que de director, pero Donner si que pudo imponer parte de sus ideas y talento, como bien se demuestra en la deliciosa edición deluxe en DVD de la peli.
Buenos días, Carlos:
ResponderEliminarDisculpad, tú y todos, porque estos días he andado algo atareado y no he tenido tiempo de sentarme a contestar los comentarios de los amigos del blog.
Totalmente de acuerdo: Mel Gibson es muy buen director, a pesar de que su imagen pública sea pésima y exista esa tendencia prolongada a confundir la personalidad, que puede gustar o no, de un realizador, y los méritos estrictamente fílmicos de su trabajo.
La obra de Richard Donner va creciendo con el tiempo, y su "Superman" sigue siendo un film de superhéroes modélico, y suerte que, en este caso, sí pudo imponer sus ideas sobre los productores (yo también he visto ese DVD y lo que se explica en él), pues no hay más que ver qué derroteros siguió luego la franquicia cuando los Salkind se apropiaron por completo de ella y echaron a Donner. Pero, sin perjuicio de los méritos de "Superman", que son muchos, mi Donner favorito sigue siendo "La profecía", una de las mejores películas de terror de los setenta.
Un cordial saludo.