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viernes, 27 de septiembre de 2024

El jeque blanco en la Gran Manzana: “DÍA DE LLUVIA EN NUEVA YORK”, de WOODY ALLEN



No es ningún secreto a estas alturas que, dejando aparte Ingmar Bergman, Federico Fellini es una de las más notorias influencias del cine de Woody Allen, algo a veces reconocido por este último, aunque no siempre de buen grado: recuerdo una entrevista televisiva con Allen, emitida en nuestro país con motivo del viaje promocional del realizador de su más reciente film en aquel momento, el excelente Acordes y desacuerdos (Sweet and Lowdown, 1999) (1), y su expresión de incomodidad cuando un periodista le preguntó sobre el parecido de esta última con La Strada (ídem, 1954), y que él negó rotundamente… Por no hablar, claro está, de la influencia de Fellini 8 y medio (Fellini Otto e mezzo, 1963) sobre Recuerdos… (Stardust Memories, 1980) y, parcialmente, en las escenas circenses de la extraordinaria Sombras y niebla (Shadows and Fog, 1991); la de Julieta de los espíritus (Giulietta degli spiriti, 1965) sobre Alice (ídem, 1990); o la de Las noches de Cabiria (Le notti di Cabiria, 1957) sobre parte de Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995).  

    


Día de lluvia en Nueva York (A Rainy Day in New York, 2019) no es una excepción a esa influencia felliniana, habida cuenta de que al menos una parte importante de su trama –la que gira alrededor de las aventuras de la joven Ashleigh (Elle Fanning) a raíz de la entrevista que quiere realizarle a un famoso director de cine, Roland Pollard (Liev Schreiber), y que culmina en el momento que está a punto de hacer el amor con la estrella cinematográfica Francisco Vega (Diego Luna)… hasta que son inoportunamente interrumpidos por la pareja de este último–, es, como digo, una clarísima variante de lo ya planteado por Fellini en El jeque blanco (Lo sceicco bianco, 1952), la cual también ejercía su influencia en parte de A Roma con amor (To Rome with Love, 2012). Esta influencia no es algo malo en sí mismo considerado, y menos si se tiene en cuenta el carácter instrumental que tiene en el cine de Allen, pues a fin de cuentas lo que hace el director de Manhattan en esta y en anteriores ocasiones es reconocer su identificación con determinados postulados fellinianos en materia, sobre todo, de retratos corales en torno a la estupidez humana.



Mucho se habló, y más bien tirando a «mal», cuando Día de lluvia en Nueva York se estrenó, con retraso, primero en los Estados Unidos y luego en el resto del mundo, con motivo de un recrudecimiento de las duras acusaciones hacia Allen por presuntos abusos sexuales. No vamos a entrar en esta cuestión, sobradamente conocida, dado que, a nivel puramente cinematográfico, aquí no nos interesa para nada. Tampoco vamos a hacer lo contrario, es decir, hablar «bien» de un film por el mero hecho de ser de un cineasta sobradamente reconocido y reconocible. Centrándonos en Día de lluvia en Nueva York en sí misma considerada, diremos que es una película simpática y agradable de ver, excelentemente interpretada como suele ser habitual en el cine de su autor –incluyendo alguna sorpresa inesperada, como la que proporciona una aquí muy entonada Selena Gomez–, y que viene a erigirse en una variante, no por enésima menos válida, de las obsesiones recurrentes de Allen en torno a la dificultad de las relaciones amorosas, y al (duro) contraste existente entre personajes de una elevadísima capacidad intelectual –caso del protagonista masculino y narrador en off del relato al principio y al final del mismo, y que responde al muy literario nombre de Gatsby (Timothée Chalamet)–, y la aspereza de una realidad cotidiana donde esa intelectualidad se revela una mera cortina de humo para defenderse de la dureza del mundo, algo que queda patente en el mejor momento del film: la magnífica confesión que la madre de Gatsby (espléndida Cherry Jones) le hace a su hijo en torno a su sórdido pasado.



Como ya ocurría en Café Society (ídem, 2016) y Wonder Wheel (ídem, 2017), la calidez de la fotografía de Vittorio Storaro contribuye a darle solidez a determinados recursos formales que vienen a arropar el relato con vistas a conferirle atmósfera, caso de las abundantes escenas que se desarrollan bajo la lluvia (una lluvia que, aquí más que nunca, intenta «lavar», sin conseguirlo, las imperfecciones de los personajes), o la escena final en Central Park, en la cual la camiseta blanca de Selena Gomez se erige en simbólica luz de esperanza de cara al futuro de un personaje, Gatsby, cuyo periplo neoyorquino no acaba de tener, empero, la intensidad deseable.

 

(1) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2020/05/las-historias-de-emmet-ray-acordes-y.html 

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