Puede haber muchas razones para que un director con prestigio de “arte y ensayo” como el taiwanés Ang Lee acabara aceptando un proyecto de las características de Hulk (ídem, 2003), como suele decirse “en las antípodas” de sus películas anteriores, tanto las rodadas en Asia –El banquete de bodas (Xi yan, 1993), Comer, beber, amar (Yin shi nan nu, 1994)– o las producidas con dinero norteamericano –Sentido y sensibilidad (Sense and Sensibility, 1995), La tormenta de hielo (The Ice Storm, 1997), Cabalga con el diablo (Ride with the Devil, 1999)–, como las que en términos de financiación se encuentran a medio camino entre ambas cinematografías –Tigre y Dragón (Wo hu cang long, 2000), Deseo, peligro (Se, jie, 2007)–, aunque personalmente me da lo mismo si lo hizo porque era un trabajo muy bien pagado (lo cual me merece el mayor de los respetos) o porque veía en el proyecto ciertas posibilidades de expresión personal, la opción más fiable a la vista del resultado del film.
Es posible que Hulk no sea la mejor de las adaptaciones al cine de héroes súper-poderosos del cómic de estos últimos años, pero desde luego que está lejos, muy lejos de merecer las feroces acusaciones de mediocridad con las que fue tildada en el momento de su estreno. Doy por sentado que quienes así lo creen deben hacerlo en base a buenas razones relativas a la puesta en imágenes de la película de Lee, de la misma manera que son estas últimas las que para mí hacen tan interesante este film, y no sus teóricas virtudes como adaptación del personaje de los cómics Marvel creado por el guionista y editor Stan Lee y el excelente dibujante Jack Kirby; un personaje que incluso me parece más atractivo en la versión propuesta aquí por Ang Lee en complicidad con los guionistas John Turman, Michael France y James Schamus, como es bien sabido colaborador habitual de muchos de los últimos trabajos de Ang Lee y autor, asimismo, del argumento original. Siempre he pensado que el personaje de Hulk (o
Cierto es que el tono oscuro y sombrío que Ang Lee utiliza para describir el proceso que acaba transformando al científico Bruce Banner (Eric Bana) en el gigantesco coloso verde Hulk, y que acerca la película al terreno del cine de terror, ya fue anticipado por Tim Burton en sus dos films sobre Batman, y también se encontraba presente, en parte, en la primera película de Bryan Singer en torno a los X-Men, mas las intenciones de Ang Lee son muy distintas. Hulk no pretende marcar distancias con el cómic original mediante la evocación preciosista de un universo gótico con raíces en el expresionismo cinematográfico (opción Burton). Tampoco busca crear, aun en el contexto fantasioso de un relato de superhéroes, un determinado realismo que ponga el acento en los aspectos cotidianos de sus asombrosos personajes (opción practicada Singer tanto en sus trabajos sobre los X-Men como en su intimista, elegante y subvalorado Superman Returns, ídem, 2006). Por el contrario, en Hulk, Ang Lee abraza con firmeza la estética gráfica del original mediante una arriesgada puesta en imágenes que busca en todo momento encontrar un singular equilibrio entre el lenguaje del cómic y el lenguaje cinematográfico.
También es cierto que no era la primera vez que un film intentaba adoptar la estética gráfica de la historieta a fin de estrechar lazos entre ambos medios artísticos: podemos recordar, sin ir muy lejos, la versión de Batman rodada en 1966 por Leslie H. Martinson, nacida a modo de secuela cinematográfica de la serie de televisión homónima protagonizada por Adam West y Burt Ward; o la floja pero curiosa película de George A. Romero con guion de Stephen King Creepshow (ídem, 1982), surgida como imitación/ homenaje de los sanguinarios cómics E.C. que, posteriormente, conocería una excelente adaptación gráfica a cargo del gran dibujante estadounidense Berni Wrightson. Pero creo que ningún intento de ese estilo ha sido tan logrado como el llevado a cabo por Ang Lee. Desde este punto de vista, Hulk ofrece uno de los experimentos con el montaje más atractivos de estos últimos tiempos, y solo por eso ya merecería una atención mayor que la que se le viene dispensando desde el momento de su estreno. Basta con apuntar al respecto la brillantez de las primeras secuencias, que describen el nacimiento e infancia de Bruce Banner, con el asesinato de su madre a manos del padre como telón de fondo, en las cuales la rápida y continua asociación de imágenes y escenas mediante encadenados y sobreimpresiones expresa muy bien el estado febril del personaje de David Banner (Nick Nolte), ese padre homicida que cual moderno Dr. Frankenstein luego reaparecerá en la vida de su hijo, cuando este ya es adulto, para intentar robarle su material genético (en la que posiblemente sea una de las visiones más duras y amargas contra la figura paterna que se hayan visto en el contexto de una superproducción de Hollywood). Otro tanto puede afirmarse de las posteriores escenas en el laboratorio donde trabaja Bruce, en las cuales la misma técnica narrativa visualiza excelentemente el conflicto interior del protagonista, quien tan solo recuerda pedazos de su traumática infancia y cuya vida, en consecuencia, también se desarrolla “a pedazos”: de una forma fragmentada. Hay apuntes magníficos en este sentido, como la partición de la pantalla en tres encuadres que relacionan/ enfrentan a Bruce con su amada Betty (Jennifer Connelly) y con Glenn Talbot (Josh Lucas), por más que este último personaje sea lo peor, lo único prescindible de la función. Asimismo llama la atención la manera como Ang Lee, empleando ese mismo montaje “fragmentado”, minimiza en aras del intimismo momentos de gran espectáculo (cf. el traslado de Bruce al laboratorio del desierto metido en un contenedor que transporta un helicóptero). Precisamente las abundantes secuencias de acción de la segunda parte del relato, y que se producen a partir de la huida de Bruce/ Hulk del laboratorio militar que desencadena su implacable persecución por el ejército, las cuales se revelan “necesarias” en el contexto de producto hollywoodense destinado a recaudar mucho dinero, resultan paradójicamente lo más convencional de un film, por lo demás, muy poco rutinario, aún tratándose de secuencias bien rodadas y mejor dosificadas.
Más allá de esa experimentación con el montaje, que acompaña el desarrollo del relato pero sin imponerse nunca sobre el mismo, la película también brilla a gran altura en otros instantes. Pienso por un lado en lo escasamente convencionales que resultan aspectos como la descripción de la frustrada relación amorosa y sin aparente posibilidad de reanudación entre Bruce y Betty, o el abierto discurso sobre el parricidio que alberga –por encima de sus alardes de efectos visuales, algo envejecidos, hay que reconocerlo– la pelea final entre Bruce/ Hulk y su padre, algo insólito dado su carácter de producción, se supone, “para toda la familia” (y que no hace sino reforzar el discurso antipaterno que hemos apuntado líneas arriba). Señalo, finalmente, la fuerza fantastique de momentos tan poderosos como la reaparición del envejecido David Banner en el laboratorio donde trabaja Bruce haciéndose pasar por encargado de la limpieza; el tono terrorífico que domina la primera transformación de Bruce en Hulk, la posterior pelea del gigante verde con los perros mutantes enviados contra Betty por David Banner o la manifestación de los poderes de este último (la imagen de su mano adoptando la fisonomía del frío metal donde se apoya es realmente inquietante); y la carga trágica del diálogo entre Bruce y su padre encadenados en el hangar y que precede a su pelea final, notable por la crudeza de su blanca, casi hiriente iluminación, y por la excelente labor de Eric Bana y Nick Nolte, quienes demuestran que un film “de superhéroes” no tiene por qué estar reñido con una gran performance.
No hay comentarios:
Publicar un comentario