“Lolita,
luz de mi vida, fuego de mis entrañas”. Así es como empieza Lolita, de Vladimir Nabokov, que el que
suscribe se atreve en colocar entre las mejores novelas que ha leído en su vida
y, si sus conocimientos literarios fuesen todo lo amplios que desearía, entre
las mejores novelas que conoce de entre las que han sido publicadas a lo largo del
siglo XX. Teniendo en cuenta la elevada calidad del libro de Nabokov, y la
práctica imposibilidad de que una película fuese capaz de captar todos sus
sugestivos matices, no hay más remedio que reconocer, de entrada, que el film
homónimo de Stanley Kubrick no termina de estar a la altura del mismo. Ello no
significa, en este caso, que nos hallemos ante una obra fallida ni mucho menos:
la Lolita (ídem, 1962) de Kubrick es una magnífica
película, tanto en sí misma considerada y como adaptación del maravilloso texto
de Nabokov. El
resultado de la colaboración del escritor en la película de Kubrick dio pie a
una singular relación amor-odio con el film, dado que en declaraciones
posteriores Nabokov explicaba que la
Lolita de Kubrick
le parecía una gran película, a pesar de que la primera vez que la vio le
desagradaron ciertas innovaciones respecto al libro introducidas por Kubrick;
pero que, a fin de cuentas, el film le interesaba porque le había servido, a
nivel personal, para volver a ver su propia novela con otros ojos.
Ya he mencionado que la adaptación de
libro a la pantalla tal cual resulta prácticamente imposible, habida cuenta de
que está narrado en primera persona y el relato abunda en acotaciones
personales muy subjetivas sobre la vida de su protagonista y narrador, Humbert
Humbert, de muy ardua traslación al cine. De hecho, es famosa la anécdota según
la cual Kubrick habría ideado una primera secuencia destinada a describir
gráficamente la atracción sexual del personaje por las niñas, luego suprimida
por temor a incurrir en las iras de la censura y en las críticas de las ligas
de opinión católicas (las cuales, a pesar de ello, no dejaron de atacar la
película cuando se estrenó en los Estados Unidos; en España, donde fue prohibida
por la censura franquista, lo hizo años más tarde); en dicha secuencia
debía verse una serie de fotografías de niñas, o cuanto menos adolescentes,
acompañadas de una voz en off
detallando las preferencias de Humbert por féminas tan jóvenes, o como
él mismo las llama en el libro, “nínfulas”.
Sin embargo, si ya de por sí entrar en detalles respecto a esa cuestión resultaba
complicado, cómo no iba a serlo trasladar al cine el espíritu de una novela tan
brillante, llena de pasajes rebosantes de inteligentes observaciones sobre la
vida y el comportamiento humanos, arrojados además con tanta ironía, como el
que voy a mencionar ahora, y que no fue incluido en la película de Kubrick: me
refiero a aquél fragmento, en los primeros capítulos del libro, en el que Humbert rememora cómo se separó de su primera mujer; esta última tenía
un amante, un ruso alto y apuesto por el cual acabó abandonándole; un día, rota
ya su relación por completo, la mujer de Humbert recogió sus cosas del
piso de este último, y su amante ruso fue con ella a ayudarla a llevarse las
maletas; el protagonista recuerda cómo se dio cuenta, cuando su exmujer y su
amante se marcharon, que el ruso había orinado en su inodoro y ni siquiera
había tenido la decencia de tirar de la cadena; pero, a continuación, pasada su
reacción inicial de furia y asco ante aquello, Humbert reflexiona al
respecto, llegando a la conclusión de que quizá el ruso había mostrado más
delicadeza y sensibilidad de lo que pudiera parecer a simple vista, habida
cuenta que el ruido de la cisterna del váter sonando en medio de la despedida
de Humbert y su exmujer podría haber sonado a modo de “inoportuno
contrapunto sonoro” en tan incómoda situación… ¿Cómo llevar al cine semejante
obra maestra de la ironía y de la buena literatura?
Pues hay que reconocer que Stanley
Kubrick resolvió excelentemente semejante papeleta. A pesar de que, por
exigencias de la censura de la época, él y Nabokov tuvieron que escoger a una
actriz relativamente “mayor” para interpretar a Lolita como la adolescente Sue
Lyon (téngase en cuenta que, en libro, Lolita apenas tiene 12 años), lo cual
desvirtúa en gran parte el sentido de la novela; y que, como ya he indicado, no
pudo volcar en el film fragmentos del original literario tan excepcionales como
el que he descrito líneas arriba (a pesar de que la película dura nada menos que
152 minutos; los cuales, por cierto, pasan en un suspiro), Lolita es un film excelente y un modélico ejemplo de adaptación
literaria al cine.
Una primera alteración que llevó a
cabo Kubrick respecto al libro, alteración en la forma pero no en el espíritu,
consiste en que, a diferencia de la novela, la película arranca con el clímax
de aquélla: una primera y magistral secuencia en la cual Humbert (James
Mason) irrumpe en la mansión de Clare Quilty (Peter Sellers), el cínico y
adinerado guionista de televisión por culpa del cual el primero acabó perdiendo
para siempre el amor de Lolita (Sue Lyon), y le asesina a tiros. La secuencia,
sin duda una de las páginas más brillantes legadas para la posteridad por Kubrick,
y que se beneficia extraordinariamente de la labor de dos grandes actores,
James Mason en la cumbre de su arte interpretativo y Peter Sellers resolviendo
genialmente uno de sus más difíciles y complejos personajes, supone además una
variante en relación a la novela que, lejos de ser una “traición” a la misma,
tiene una determinada función. Consciente de que el momento culminante de la Lolita
de Nabokov consiste en el reencuentro final de Humbert con una Lolita
crecida, casada con otro hombre y embarazada (una Lolita que, para el
protagonista, ha dejado de ser “su Lolita”), con esta variación Kubrick logró
un doble propósito: abrir el film con una secuencia “fuerte”, y reservar para
el final de la película ese emotivo (y fallido) reencuentro entre los dos
protagonistas; reencuentro que se cierra patéticamente con Humbert
viéndose obligado a perder a Lolita por segunda vez, y ahora para siempre, y se
encadena con la llegada del primero, armado con una pistola y sediento de
venganza, a la mansión de Quilty.
Por otro lado, arrancando la
narración con la consumación de la venganza de Humbert sobre Quilty,
Kubrick logró también no solo captar de inmediato toda la atención del
espectador que no conociese la trama del libro de Nabokov, sino además
justificar las posteriores elipsis en virtud de las cuales van llegando los
momentos esenciales de un relato sostenido a golpes de intensidad. La película,
en este sentido, es muy fiel a la novela, y al mismo tiempo la “aligera” en
virtud de esas abundantes elipsis, por más que algunas de ellas ya se
encuentren en el libro, aunque a simple vista pueda no parecerlo: véase, sin ir
más lejos, esa escena en la que, a solas en la habitación del hotel, Lolita se
acerca a Humbert y le propone jugar a un juego “muy divertido” al cual ella misma había jugado a menudo con el
chico del campamento de señoritas del que acaba de ser recogida por Humbert; Lolita le susurra las reglas al oído a Humbert; este se queda
estupefacto al oírlas; la imagen, entonces, funde a negro… De este modo, tanto
en la novela como en el film se insinúa la naturaleza sexual de ese “juego”,
pero en ambos casos nunca llegamos a conocer el contenido del mismo, quedando este
a la imaginación del lector/ espectador.
Lolita, versión
Stanley Kubrick, es una honesta y a ratos extraordinaria traslación de la obra
de Nabokov en la que el director de 2001:
Una odisea del espacio trabajó particularmente el contenido del plano y la
dirección de actores, de tal manera que gestos y miradas, cuya expresividad se
refuerza con excelentes diálogos llenos de dobles sentidos, contribuyen a ir
creando una espesa atmósfera de mezquindad cotidiana y de secretas intenciones.
La llegada de Humbert al hogar de los Haze para alquilar una habitación,
donde la viuda Charlotte Haze (una no menos excepcional Shelley Winters) vive
sola con su hija adolescente Dolores/ Lolita, está construida sobre un gran
sentido del detalle y a partir de la conjunción de dos deseos: el primero,
evidente, de la viuda Haze con tal de alojar bajo su techo a un hombre
atractivo que pueda ser candidato a “futuro marido” suyo; y el segundo, que
brota espontánea y sutilmente en Humbert al ver por primera vez a Lolita, tomando el sol en bikini en el
jardín de la vivienda y decidiendo en ese mismo instante que se va a quedar
allí. Todas las secuencias posteriores que describen la estancia de Humbert en el hogar de los Haze, espléndidamente filmadas por Kubrick, se
apoyan en no poca medida en la interpretación magistral de Mason y Winters, en
particular ese momento en el cual Charlotte, tras haber conseguido casarse con Humbert (petición a la cual este último ha accedido exclusivamente para
así poder estar siempre cerca de Lolita), le avisa de que tiene pensado que la
chica pase todo el verano fuera de casa en un campamento y que a continuación
sea internada en un colegio religioso: la mirada de Mason, sin cambiar de
expresión, revela sutilmente su frustración; luego, su forma de mirar la
pistola que Charlotte tiene en su mesita de noche le inspira la idea de
asesinar a su esposa…
Lolita es una
tragedia en torno a un hombre peligrosamente obsesionado con una niña
sexualmente precoz, maleducada, egoísta, vulgar y grosera; o lo que casi es lo
mismo, la tragedia de un hombre inteligente fatalmente atraído por la
vulgaridad de un mundo al cual quiere dar la espalda gracias a su pasión
desenfrenada hacia una chiquilla que, sin que sepa verlo hasta que ya es
demasiado tarde, personifica toda esa mezquindad de la cual pretende huir,
refugiándose en un amor que tan solo existe en su imaginación. De ahí que, a
partir del momento en que, tras la muerte accidental de Charlotte indirectamente
provocada por Humbert y el periplo de este último con Lolita buscando
en vano un lugar donde poder vivir en plena libertad su amor prohibido, la
película se va impregnando de una rara tensión, de un ambiente grotesco,
propiciado en gran medida por las diversas apariciones, escondido o disfrazado,
de Clare Quilty, el hombre que acabará seduciendo a Lolita y arrebatándosela a Humbert, y con ello quitándole su única razón para vivir.
Sue Lyon (1946-2019)
Vuelvo a leer las reflexiones sobre la película de Kubrick y la novela de Nabokov ahora que estoy releyendo esta última, y se me ocurre que otro buen adaptador de la misma habría sido Alfred Hitchcok, en vista de la melancolía, la tristeza, la soledad y la sordidez que se esconden detrás de la imagen brillante de una Norteamérica aparentemente feliz.
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