Translate

sábado, 7 de septiembre de 2019

La maldición de los Bridges: “TRACK OF THE CAT”, de WILLIAM A. WELLMAN




[ADVERTENCIA:  EL PRESENTE TEXTO ES LA VERSIÓN ÍNTEGRA DE MI COMENTARIO DE ESTA PELÍCULA PUBLICADO EN “DIRIGIDO POR…”, NÚM. 501, JULIO-AGOSTO 2019, “DOSSIER TERROR ANIMAL” (1).] Cuenta Lee Server en su biografía de Robert Mitchum que Track of the Cat (1954), producción de Batjac Company, la productora de John Wayne, distribuida por Warner Bros., era un proyecto muy personal de William A. Wellman, quien desde hacía tiempo fantaseaba con la idea de rodar en color una película en blanco y negro (sic). Una novela de Walter Van Tillburg Clark, autor al que ya había adaptado en The Ox-Bow Incident (1942), convertida en guion por A.I. Bezzerides, era la excusa para hacer una película “sobre la cacería de una pantera negra asesina (…) Todos y cada uno de los elementos de la película estaban pensados a partir de un severo plan sobre el color, desde el vestuario hasta los muebles, pasando por la margarina que había encima de la mesa de la cocina; las únicas excepciones eran una camisa amarilla y el abrigo de color rojo sangre que llevaba Mitchum”. La fotografía en Technicolor del fordiano William H. Clothier, combinada con el formato Cinemascope, haría el resto (Robert Mitchum: ¡Olvídame, cariño! T&B Editores. Madrid, 2002. Págs. 277-279). El film fue un fracaso comercial, mas a pesar de ello se trata de una película excepcional, posiblemente la última gran obra de su director y una rareza sin parangón dentro del western.


Su acción se sitúa en una helada zona montañosa, lugar donde viven los Bridges, una familia cuyos lazos están muy deteriorados ya desde el inicio del relato: el padre (Philip Tongue) es un borracho; la madre (Beulah Bondi), una mujer amargada que impone una severa disciplina puritana a los suyos; Curt (Robert Mitchum), el hijo mayor y el preferido de la madre, es un cazador no menos abyecto que su progenitora, e intimida a los que le rodean; Grace (Teresa Wright), la hija, es una solterona que amenaza con convertirse en alguien como su madre; Arthur (William Hopper), el hijo mediano, es el más sensato y el único que frena los arranques de mal genio de Curt; y Harold (Tab Hunter), el hijo pequeño, es un muchacho sensible pero algo pusilánime, al que la madre y Curt tratan con notable desprecio y, en el caso de este último, haciendo gala de una envidia corrosiva, pues a pesar de su aparente debilidad Harold ha conseguido enamorar a una hermosa vecina, Gwen (Diana Lynn), con la que se ha prometido en matrimonio y que en esos instantes se encuentra alojada en casa de los Bridges. Un último personaje es Joe Sam (Carl Switzer), un anciano piel roja que trabaja para los Bridges como criado y que, en cierto sentido, es quien desencadena la acción: Joe Sam viene advirtiendo a los Bridges desde hace años que, con la caída de las primeras nieves, una pantera negra asesina acecha por los alrededores; para ahuyentar el temor supersticioso de Joe Sam, Arthur cada año le talla en madera una pequeña pantera a modo de amuleto protector, pero ese invierno todavía no ha tenido tiempo de completar la figura y corren noticias de que una pantera ha protagonizado algunos ataques por las cercanías de su granja.


Así planteada, Track of the Cat parece más bien una de las producciones de Val Lewton para la RKO en torno a personajes que se transforman en animales por culpa de una oscura maldición de origen remoto. Pero lo cierto es que, a pesar de su densa atmósfera rayana en lo sobrenatural, Wellman sitúa el relato en un terreno en el cual tiene más peso la psicología de los personajes que la amenaza, más metafórica que real, de esa pantera. Despreciando la explotación de la presencia oculta del felino a modo de amenaza externa (por más que no falten excelentes apuntes al respecto), Wellman concentra su atención en la tensión interna, cotidiana, de unos personajes que parecen a punto de explotar. Así pues, las tensas escenas familiares rodadas en interiores que, como hemos señalado, tienen una peculiar austeridad deliberadamente teatral, a tono con el singular tratamiento del color y el empleo del formato panorámico, se corresponden en cierto sentido con las escenas en exteriores, filmadas en su mayoría en escenarios naturales. Por decirlo de alguna manera, las escenas de Carl y Arthur, y tras la muerte de este último las de Carl en solitario, siguiendo el rastro del felino, funcionan a modo de liberación, de exteriorización propiamente dicha de la tensión que se vive en el hogar de los Bridges. Buscando centrar la atención en los personajes, Wellman elude mostrar al animal salvaje objeto de esa cacería mortal: la muerte de Arthur a manos de la pantera está filmada con extraordinaria habilidad, desde el punto de vista subjetivo de la fiera; cerca del final, cuando Harold abate al animal, ni siquiera en ese momento veremos su cuerpo: su muerte está resuelta fuera de campo.


Track of the Cat es una película ominosa y llena de malos augurios. Además de la presencia del anciano indio y de las tallas de la pantera hechas por Arthur, tienen una enorme fuerza dramática detalles como el del abrigo rojo de Carl: este último encuentra el cadáver de su hermano en la nieve y lo cubre con su propio abrigo, porque el caballo que tiene que transportar el cadáver de Arthur y regresar solo a la granja se niega a hacerlo dado que la ropa del difunto está impregnada con el olor de la pantera; más tarde Carl se da cuenta de que se ha olvidado las raciones que necesita para sobrevivir en la nieve en los bolsillos del abrigo que puso al cadáver de su hermano, y en el abrigo de Arthur que ahora lleva puesto encuentra, en cambio, la talla de la pantera a medio hacer y un libro de poemas de Keats: la lectura del primer verso de Posthuma (“Cuando me asalta el temor de que deje de existir…”) será el detonante del miedo que irá apoderándose progresivamente de su persona. El final de Carl será trágico y paradójico: el personaje, sin comida, sin fuego con que calentarse (ha gastado sus últimas cerillas y hasta ha quemado la talla y el libro de Keats), sin munición (en un arranque de pánico vacía todo el cargador de su winchester), ve a lo lejos la hoguera que su madre ha ordenado encender para guiarle de regreso a casa y, enloquecido por el miedo, corre hacia allí, hallando la muerte en el fondo de un barranco. Ninguna estrella de Hollywood, salvo una tan poco convencional como Robert Mitchum, se habría atrevido a interpretar tan desagradecido personaje. Otro momento extraordinario, de los mejores del cine de Wellman, reside en el entierro de Arthur: el realizador lo resuelve en virtud de un magnífico y perturbador plano subjetivo en contrapicado, desde el interior de la fosa excavada en el suelo donde será depositado el ataúd, y encuadrando de este modo a los Bridges asistiendo al sepelio: personajes malditos y miembros de una familia que, como tal, está muerta desde hace mucho tiempo.

 

1 comentario: