A mi amigo Jesús (“Chus”) Parrado.
[NOTA
BENE: EL PRESENTE TEXTO ES LA VERSIÓN
ÍNTEGRA DE MI COMENTARIO DE ESTE MISMO FILM PUBLICADO EN “DIRIGIDO POR…”, NÚM.
491, SEPTIEMBRE 2018, SECCIÓN CINEMA BIS.] Estos días en los que Dirigido por... ha reivindicado, en sus
números de julio-agosto y septiembre de este año (1), a los principales cineastas del spaghetti western o eurowestern
italiano, entre ellos a Sergio Sollima (1921-2015), no está de más recordar
que, aparte de sus tres celebradas aportaciones a este género –El halcón y la presa (La resa dei conti,
1966), Cara a cara (Faccia a faccia,
1967), ¡Corre, Cuchillo... corre!
(Corri uomo corri, 1968)–, Sollima cuenta en el haber de su no muy extensa
filmografía con un par de importantes contribuciones al poliziesco –Ciudad violenta
(Città violenta, 1970), Revolver
(1973)–, además de algunos títulos, en los primeros años de su carrera,
adscritos al cine de espionaje nacido a la sombra de las películas de James
Bond –Agente S3S: pasaporte para el
infierno (Agente 3S3: Passaporto per l’Inferno, 1965), 3S3, agente especial (Agente 3S3, massacro al sole, 1966), Consigna: Tánger 67 (Requiem per un
agente segreto, 1966), los dos primeros firmados con el seudónimo Simon
Sterling–, el thriller El cerebro del mal (Il diavolo nel
cervello, 1972) y, en los últimos años de su carrera (período 1976-1998),
abundantes trabajos para televisión. El más famoso de estos últimos fue, sin
duda alguna, la miniserie de seis episodios Sandokán
(Sandokan, 1976), adaptación de las aventuras del célebre personaje creado por
Emilio Salgari cuyo éxito internacional alcanzó tales proporciones que dio pie,
ese mismo año, a la preparación y el estreno de un largometraje para el cine
elaborado a la sombra de ese triunfo. Nos referimos a El juramento del Corsario Negro (Il Corsaro Nero, 1976), en la cual
repitieron Sollima como coguionista y director, el actor indio Kabir Bedi y la
actriz francesa Carole Lauré en los papeles protagonistas, el también guionista
Alberto Silvestri, los músicos Guido y Maurizio De Angelis, y el montador Alberto
Gallitti, partiendo nuevamente de una obra de Salgari.
A
falta de haber visto El Corsario Negro
(Il Corsaro Nero, 1971), dirigida por Lorenzo Gicca Palli bajo el seudónimo de
Vincent Thomas (sic), protagonizada nada menos que por los inefables Terence
Hill y Bud Spencer y que, por lo visto, no tiene absolutamente nada que ver con
la creación de Salgari, la trama de El
juramento del Corsario Negro de Sollima está basada en dos de las tres
novelas que Salgari escribió sobre este personaje, El Corsario Negro (1898) y La
reina de los caribes (1901); la tercera, Yolanda, la hija del Corsario Negro (1905), daría pie a la película
homónima de Mario Soldati de 1953. Sollima funde hábilmente los dos primeros
libros de Salgari. Del primero toma la idea de que Emilio di Roccabruna, conde
de Ventimiglia y Valpenta, apodado el Corsario Negro (Bedi), se enamore
accidentalmente de Honorata de Van Guld (Lauré), la cual resulta ser nada menos
que la hija de su mortal enemigo el duque de Van Guld (Mel Ferrer), de quien ha
jurado vengarse no solo porque asesinó a sus padres, sino porque acaba de hacer
lo mismo con sus dos hermanos menores, el Corsario Rojo (Jackie Basehart) y el
Corsario Verde (Nicolò Piccolomini). Del segundo libro recupera al personaje de
Yara (Sonja Jeannine), la joven india caribeña que, en la novela, es una
princesa que se enamora del Corsario Negro (ella es la “reina de los caribes” a
los que se refiere el título), y en el film, se une a su venganza contra Van
Guld por la masacre de su pueblo. La lectura de Salgari efectuada por Sollima
incluye detalles tan fieles a los originales literarios como que el Corsario
Negro, roto de dolor, se vea obligado a cumplir su juramento de venganza contra
Van Guld abandonando a Honorata en alta mar a bordo de un bote, lo cual va
acompañado del comentario en voz alta de otros dos personajes asimismo
presentes en las novelas, los subalternos del Corsario Negro Carnaux (Sal
Borgese) y Van Stiller (Franco Fantasia), quienes exclaman: “¡Mira! ¡El Corsario Negro llora!”, que
es justo la frase final de El Corsario
Negro de Salgari (lástima que la escasa potencia interpretativa de Kadir
Bedi juegue en contra de la teórica intensidad de la escena). Asimismo, Sollima
incluye en la trama –como también le gustaba al propio Salgari– a personajes
históricos y acontecimientos reales, tal es el caso de la presencia del famoso
pirata Henry Morgan (1635-1688) –encarnado en la película por Angelo Infanti– y
el saqueo filibustero a Maracaibo (1669).
Pese
a manejar convenciones, El juramento del
Corsario Negro sorprende, agradablemente, por la sencillez y cariño con que
están dibujados los personajes secundarios: la pícara amistad-rivalidad de
Carnaux y Van Stiller; la historia de amor no consumada entre Yara y José (Tony
Renis), el marinero español que está enamorado de la muchacha india; la nobleza
del conde de Lerma (Mariano Rigillo), un aristócrata español hemofílico que
ayuda a escapar al Corsario Negro... a cambio de que este le proporcione en
combate una muerte rápida y digna de un caballero; el tono burlesco-vodevilesco
del episodio protagonizado por el Corsario Negro y la marquesa de Bermejo
(Dagmar Lassander); o la caracterización de los piratas de la isla de Tortuga:
la ironía en torno a Morgan (cuyo apellido, lejos todavía de su posterior fama,
ningún pirata consigue recordar), el pintoresco filibustero que abandonó los
hábitos para ejercer la piratería (sic), o la violencia que caracteriza al
Olonés (Edoardo Faieta, acreditado como Eddy Fay), rebautizado como El Polaco
(?) en la versión doblada al castellano: resulta inolvidable ese sarcástico
momento en que, para convencer a un grupo de dominicos de que acerquen las
escaleras que los piratas utilizarán para escalar los muros de Maracaibo, el
Olonés mata sin contemplaciones, detrás de un árbol, al prior de los
monjes...
A
pesar de la sobreabundancia de zooms
y reencuadres con teleobjetivo que sazonan la mayor parte del metraje, tics del
cine de la época que marcan a fuego el momento de su realización, puede verse y
entenderse El juramento del Corsario
Negro como una especie de despedida y cierre de una importante etapa del
cine de género italiano dedicada específicamente al así llamado cine de
piratas. Llama la atención el hecho de que, a pesar de mantenerse fiel a la
mayoría de convenciones de este género o subgénero, la puesta en escena de
Sollima no olvida el tono abrupto y determinadas soluciones estéticas
características del spaguetti y el poliziesco: pienso, por ejemplo, en los
grandes primeros planos de los ojos de los personajes lanzándose miradas de
odio, a lo Leone; o ese momento en el que, por una vez, el teleobjetivo tiene
una eficaz cualidad expresiva: el plano en el que una puerta de acceso a la
fortaleza de Maracaibo es destruida de un cañonazo, y en medio del polvo blanco
levantado por la detonación vemos aparecer al Corsario Negro florete en mano,
como si fuera un ser mitológico.
Al
vigor de las escenas de acción, con momentos tan notables como los duelos a
espada, los abordajes, el ataque a Maracaibo o la ingeniosa estratagema que
emplea Morgan para abordar el barco de Van Guld (el actor y antiguo
especialista Franco Fantasia, ya mencionado, supervisó las escenas de esgrima),
hay que añadir la subrepticia atmósfera fantástica que salpica el relato,
patente en momentos como ese en el que el Corsario Negro ve o creer ver los
cadáveres de sus hermanos corsarios en vez de los de dos indios asesinados por
los españoles, las apariciones fantasmales de los hermanos del Corsario Negro,
o en particular la secuencia nocturna en la que el protagonista hace un pacto
satánico favorable a su venganza antes de arrojar los cuerpos de sus hermanos
al mar. Sollima crea una hermosa relación visual entre el plano en el que, a la
izquierda del encuadre, Van Guld escucha en primer término la entrada de los
corsarios Rojo y Verde en la fiesta, ambos en plano general y a la derecha del
mismo encuadre, y un plano posterior e inversamente proporcional, en el cual es
el primer plano del rostro del Corsario Negro el que ocupa el margen derecho
del encuadre, mientras que a la izquierda vemos a Honorata, en plano medio,
tras haberse descubierto que es la hija de Van Guld. Señalemos, asimismo, el
sombrío movimiento panorámico de la cámara, de casi 360º, que muestra la
desolación del poblado de Yara tras el ataque de los españoles; los solemnes travellings que acompañan a Honorata, de
pie en el bote, en el momento en que es abandonada a su suerte en el océano; o
la abrupta elipsis con la que se resuelve el asesinato, a manos de Van Guld,
del Corsario Rojo: el primer plano de Van Guld, apuntando su pistola hacia la
cámara, se corta bruscamente, sin que tan siquiera lleguemos a oír la
detonación del arma que siega, con la misma brusquedad, la vida del hermano
mediano del Corsario Negro. Anotar, finalmente, que la secuencia de la fuga
submarina del Corsario Negro –escondido dentro de un barril que luego es
arrojado al mar– parece un guiño a una secuencia y situación similares que se
producían en un episodio de Sandokán.
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