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miércoles, 19 de julio de 2017

Gorra blanca, gorra negra: “DÍA DE PATRIOTAS”, de PETER BERG



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] La construcción narrativa de Día de patriotas (Patriots Day, 2016) no anda muy lejos, salvando las distancias, de la del que fuera conocido como cine de catástrofes. En montaje paralelo, y en el caso concreto de Día de patriotas, primero vamos viendo el quehacer cotidiano de una serie de personajes sin ninguna relación aparente entre sí, y cuyas vidas acaban convergiendo alrededor de un hecho traumático: nos hallamos en Boston y en el 13 de abril de 2013, lugar y fecha en los cuales los hermanos Tamerlán y Dzojar Tsarnaév atentaron contra la Maratón de la ciudad con dos artefactos explosivos, provocando tres víctimas mortales y 282 heridos, a los cuales hay que añadir una víctima mortal más y otras 16 personas heridas en posteriores tiroteos relacionados con la búsqueda y captura de los terroristas.


Esos personajes, como digo, son: el sargento de la policía de Boston Tommy Saunders (Mark Wahlberg) y su esposa Carol (Michelle Monaghan); el joven matrimonio formado por Jessica Kensky y Patrick Downes (Rachel Brosnahan y Christopher O’Shea); Steve Woolfenden (Dustin Tucker) y su pequeño hijo Leo (Lucas Thor Kelley); el sargento de la policía de Watertown, Boston, Jeffrey Pugliese (J.K. Simmons); y los autores del atentado: Tamerlán (Themo Melikidze), el hermano mayor, Dzojar (Alex Wolff), el menor, y Katherine Russell (Melissa Benoist), esposa del primero. Una vez producida la tragedia, otros relevantes personajes se añaden a la trama, la cual continúa construida alrededor del efecto asociativo creado por el montaje en paralelo: el agente del FBI Richard DesLauriers (Kevin Bacon), el jefe de la policía de Boston Ed Davis (John Goodman), el alcalde de la ciudad Thomas Menino (Vincent Curatola), el gobernador del estado de Massachusetts Deval Patrick (Michael Beach), y Dung Meng (Jimmy O. Yang), un estudiante de nacionalidad china que fue secuestrado por los Tsarnaév, así como diversos personajes más secundarios (o, mejor dicho, con menos aparición en pantalla).


Lo primero que llama positivamente la atención de Día de patriotas es que ese montaje en paralelo, que se mantiene a lo largo del extenso metraje de la película (133 minutos), no solo no resulta cansino ni reiterativo sino, por el contrario, acaba siendo la esencia de un film excelente. A falta de haber visto los dos anteriores trabajos tras las cámaras de Peter Berg, realizador de Día de patriotas –me refiero a El único superviviente (Lone Survivor, 2013) y Marea negra (Deepwater Horizon, 2016)–, y de no haberlo hecho por culpa de la apabullante mediocridad de las otras cinco películas que le conocía hasta la fecha –Very Bad Things (ídem, 1998), El tesoro del Amazonas (The Rundown, 2003), La sombra del reino (The Kingdom, 2007), Hancock (ídem, 2008), Battleship (ídem, 2012): ¡menudo lote!…–, Berg exhibe en esta ocasión unas dotes como cineasta que, esperemos, no sean fruto de la casualidad, sino de una madurez de ideas que se ha ido forjando poco a poco y aún a costa de hacer, primero, tantos malos films.


He mencionado que el montaje en paralelo acaba siendo la esencia de Día de patriotas. Berg, también guionista de la película –junto con Matt Cook y Joshua Zetumer, sobre un tratamiento previo suyo y de Cook, Paul Tamasy y Eric Johnson–, y con la inestimable colaboración de dos excelentes montadores –Gabriel Fleming y Colby Parker Jr.–, construye en este sentido un virtuoso mecanismo de relojería narrativa. El estilo semi-documental de filmación de Día de patriotas, bien dosificado y trabajado a nivel visual (nada que ver ni con el peor Paul Greengrass ni con el temible “cine de cogotes”, en feliz definición del amigo Diego Salgado), consigue de este modo expresar y transmitir una lograda sensación de cotidianeidad, muy patente, sobre todo, en las también citadas escenas previas al atentado. Una atmósfera cotidiana que no se rompe –lo cual es muy notable– cuando Berg pasa de la descripción de la vida hogareña de los personajes, digamos, “positivos”, a la de los, sigamos diciendo, “negativos”: la cámara del realizador retrata a los hermanos Tsarnaév en su casa sin alterar el tono, sin subrayados innecesarios, a pesar de que les “sorprende” en el momento en el que están discutiendo los últimos preparativos del atentado. Se logra de este modo un vibrante retrato coral, una visión de conjunto, que casa muy bien con el mencionado tono semi-documental de un relato que prefiere mostrar a juzgar, se inclina por enseñar en vez de por moralizar y antepone la descripción al sermoneo.


Otra interesante (y lograda) particularidad de Día de patriotas es que el montaje en paralelo no solo se utiliza para trazar (brillantes) contrastes entre los personajes y las situaciones que protagonizan. Ese mismo montaje en paralelo se halla presente dentro de las propias secuencias en sí mismas consideradas, de tal manera que cada una de ellas se divide, a su vez, en múltiples pequeñas escenas contempladas desde una amplia diversidad de puntos de vista. Ello resulta particularmente meritorio en la extraordinaria secuencia del atentado, y sobre todo, en los momentos inmediatamente posteriores al estallido de las bombas: los puntos de vista de los principales personajes no solo convergen y culminan aquí, sino que además Berg logra hacer la secuencia más rica, más compleja, introduciendo puntos de vista anónimos mediante la inserción de nuevos encuadres tomados desde la perspectiva de las videocámaras o los dispositivos de grabación de los teléfonos móviles y las cámaras de televisión, bien sea insertando imágenes reales de la tragedia, o bien imágenes rodadas ex profeso para el film.


Podrá reprochársele a la película que sus personajes parezcan obedecer a determinados estereotipos muy clásicos dentro de la narrativa audiovisual norteamericana. Pero, tal y como Berg lo plantea todo, Día de patriotas acaba siendo por encima de todo un film coral, y en particular, un film de situaciones, que de personajes. Un ejemplo pequeño pero definitorio de lo que la película pretende ser reside, insisto, en el tratamiento de los mal llamados personajes secundarios. Tomemos, sin ir más lejos, el del joven agente de policía Sean Collier (Jake Picking), quien perecerá a manos de los hermanos Tsarnaév cuando estos intentan robarle la pistola; el personaje de Collier no tendría en sí mayor relevancia dramática si no fuera porque antes le hemos visto flirtear con Li (Lana Condor), una joven científica de la universidad; desde luego que esa incipiente love story, en sí misma considerada, no tendría más valor que una anécdota, pero desde el punto de vista dramático, y teniendo en cuenta el carácter coral de la trama y el estilo de montaje fragmentado con el que está narrada, el apunte sirve para recordarnos que Collier es un personaje, cierto, “pequeño” (secundario), pero también un ser humano, y una pieza más, no menos importante, de lo narrado.


Esa atención a los secundarios también opera, en sentido inverso, a la hora de realzar en un momento dado a otros que, de buen principio, aparecen tan solo como telón de fondo o que apenas acaban de incorporarse a la trama y que, de repente, alcanzan una relevancia, un protagonismo casi, del todo inesperados. Ello resulta patente en el caso de Katherine Russell, la esposa de Tamerlán Tsarnaév, y la agente del FBI (Khandi Alexander) que se encarga de interrogarla tras ser detenida: esta última adquiere una notoriedad inusitada gracias a la dureza y entereza con la que interroga a Katherine, lo cual tiene su réplica en la frialdad y seguridad que exhibe a su vez la interrogada, convencida de sus ideales yihadistas y de que las autoridades carecen de prueba alguna contra ella para demostrar su participación en los atentados; además, las dos actrices están espléndidas en esta secuencia, otra de las mejores de la película.



Día de patriotas concluye, acaso inevitablemente, con una selección de imágenes documentales, estas sí completamente reales, en las cuales aparecen los auténticos protagonistas del drama a cuya representación hemos asistido. Naturalmente que puede verse como una oda patriótica, o si se prefiere patriotera, desde un punto de vista ideológico. Pero ese recurso final a las imágenes verdaderas de las víctimas del atentado y de los supervivientes del mismo en la actualidad también puede interpretarse como una consecuencia lógica del estilo con el cual está narrado el film. Un estilo, vuelvo a insistir, fragmentado y semi-documental que acaba dejando paso, cediendo la palabra, a las auténticas imágenes documentales elaboradas con un estilo similar a las de ficción. Un contraste no tanto entre esa realidad y esa ficción como, sobre todo, una sugerencia sobre las notables similitudes que existen entre los mecanismos narrativos audiovisuales del cine de ficción y los del cine de reportaje.       

1 comentario:

  1. Una excelente valoración, para una película (a mi criterio), extraordinaria. Tan extraordinaria como las otras dos colaboraciones entre Berg y Wharlberg que bien merecen un estudio aparte.
    Cierto es que la filmografia de Berg en principio da cierto yuyu, pero el pulso que demuestra en estas tres películas, el manejo tanto del suspense como de las secuencias de acción (si alguna vez ves las dos anteriores colaboraciones podrás comprobar que Berg tiene un estilo propio para rodar las escenas de acción, la contundencia de los golpes, el uso del sonido, el corte preciso en la edición...), hacen de estas tres películas un rara avis, no sólo en su filmografia, sino dentro del estándar Hollywoodiense.

    Saludos

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