[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN
IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] El retrato que del
superhéroe enmascarado creado por Bob Kane y Bill Finger ofrece este film
dirigido por Chris McKay es de una insospechada profundidad, muy superior a lo
que su apariencia formal de largometraje animado basado en la famosa marca de
juguetes de su título pueda dar a entender a simple vista. El protagonista de Batman: La Lego película (The Lego
Batman Movie, 2017) es un ser solitario, engreído, egocéntrico, obtuso y pagado
de sí mismo, convencido como está de que es el superhéroe-más-molón. La primera
secuencia, deslumbrante de puro inventiva, es muy significativa al respecto: el
Joker lidera un ejército de supervillanos, todos ellos enemigos declarados de
Batman cuya enumeración resulta innecesaria, y lanza un agresivo ataque sobre
Gotham City; pero, de repente, y entonando una canción de autobombo, aparece
Batman, destrozando los planes del Joker con tanta habilidad como repelente
autosuficiencia.
Esa
secuencia ya hace evidente algo que el resto del film no hace sino ampliar con
una hondura, como digo, insospechable en un producto de estas características,
el cual, a la chita callando, acaba siendo una de las mejores introspecciones
cinematográficas sobre la psicología del Hombre Murciélago que se hayan realizado
hasta la fecha. Me refiero a la presentación de Bruce Wayne/ Batman como
alguien sumergido en una existencia solitaria, aburrida, gris, a ratos
realmente patética. Después de haber derrotado por enésima vez al Joker y al
resto de sus súper-enemigos en esa primera secuencia, el Cruzado de la Capa
regresa a casa, se pone un batín (pero sin desprenderse de su famosa máscara de
puntiagudas orejas de murciélago), se calienta pacientemente una langosta en el
microondas (en sostenido plano fijo), se la come, con cáscara y todo, sentado
en una “bati-moto acuática” en medio de una enorme piscina llena de “bati-embarcaciones”,
remata la velada en su sala de cine privada viendo una película –Jerry Maguire (ídem, 1996, Cameron
Crowe)–, perteneciente a un género –la comedia romántica– que, secretamente, le
gusta, y termina en el gran salón de la gigantesca mansión Wayne, mirando
embelesado, entristecido, una foto en la que aparece, de niño, junto a sus
padres asesinados.
La
entrada en escena de su fiel mayordomo Alfred a sus espaldas, al que noquea
rápidamente de forma instintiva, da pie a una nueva y divertida digresión, no
menos brillante: Alfred le comenta a su amo que le ve raro, y eso le recuerda,
dice, las diversas etapas por las cuales ha atravesado el Hombre Murciélago en
el pasado, pasando a enumerar los años que se corresponden, precisamente, con
los largometrajes de imagen real dirigidos por Tim Burton, Joel Schumacher y
Christopher Nolan bajo el paraguas financiero de Warner Bros., incluyendo –concluye
Alfred– “esa extraña etapa de 1966”,
que, como recalcan un par de breves insertos… no es sino la serie de televisión
Batman (ídem, 1966-1968), que
protagonizara Adam West. De este modo, Batman:
La Lego película rinde tributo a los precedentes cinematográficos del personaje,
y de paso se burla cariñosamente de ellos, pero al mismo tiempo de esta manera
sitúa al protagonista en el momento actual: el Batman de Lego no es un
personaje ajeno a la tradición que le precede, sino una figura que la recoge, si
bien en clave burlesca y desmitificadora.
Otro
tanto ocurre con la antítesis de Batman, esto es, el Joker. El Joker de Lego
bebe de anteriores exploraciones de la psicología del personaje que arrancan, sobre
todo, del extraordinario relato gráfico de Alan Moore y Brian Boland Batman: La broma asesina, insistiéndose aquí
de nuevo en la interrelación que se da entre él y el Hombre Murciélago. Este
último, en, de nuevo, la primera secuencia, hiere en lo más hondo los
sentimientos del Joker cuando le dice que él no es su principal enemigo (para
Batman, ese no es otro que… Superman); desengañado por esa decepción, el nuevo
y siniestro plan del Joker consistirá, precisamente, en conseguir que Batman
sienta por él lo que el Joker siempre ha sentido por el Hombre Murciélago, o
sea, un odio total y absoluto que, a pesar de ello, en el fondo les hermana. Al
final, el “¡Te odio!” que se profesan
el uno al otro equivale, sotto vocce,
a toda una declaración soterrada de amor…
No
es esta la única paradoja de una película extraordinaria e imaginativa, repleta
de jugosos contrastes. Batman y su recién incorporado compañero Robin (sobre el
cual, ¡cómo no!, recae algún que otro chiste de naturaleza gay) visitan la
Fortaleza de la Soledad de Superman… donde el Hombre de Acero está celebrando
una descontrolada fiesta a la cual ha invitado a todos los miembros de la Liga
de la Justicia… excepto al arisco, intransigente y antisocial Hombre
Murciélago, aguafiestas donde los haya. Con la ayuda de Robin, Batman roba de
la Fortaleza de la Soledad una pistola cuyos rayos transportan automáticamente
a quien recibe la descarga a la Zona Fantasma, la célebre dimensión a donde antes
iban a parar los villanos del planeta Krypton, y envía allí al Joker. Pero el tiro le sale por la culata, y por
partida doble: no solo porque, sin el Joker en este mundo, Batman pierde todo
su sentido, sino también porque, en la Zona Fantasma, el Joker organiza a su
alrededor a todos los villanos allí encerrados, y los dirige sobre Gotham City
en el que ha de ser el ataque maléfico definitivo. Un ejército memorable, por
cierto, formado entre otros por King Kong, Voldemort, Sauron, el tiburón y los
velociraptores de Spielberg o la Bruja del Oeste y sus monos alados,
enfrentados, en singular batalla, contra el ejército improvisado por Batman
junto con Robin, Alfred, Barbara Gordon/ Batgirl… y los viejos colegas del
Joker y asimismo rivales del Hombre Murciélago, esto es, el Pingüino, Harley
Quinn, el Acertijo, el Espantapájaros, Dos Caras, Catwoman, Hiedra Venenosa, Bane
& Cia. Todo ello expuesto con algo más que virtuosismo técnico, que
también: con una inventiva que se manifiesta a idea por plano. Una obra
maestra.
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