[Advertencia: en el presente artículo se revelan importantes detalles de la trama de este film.] Empezaremos por lo obvio. A Roma con amor (To Rome with Love, 2012) es, a simple vista, un nuevo eslabón de lo que de un tiempo a esta parte ha venido en llamarse «etapa europea» del último cine de Woody Allen, denominación simplona donde las haya que se fundamenta en el hecho de que, con la excepción de Si la cosa funciona (Whatever Works, 2009), los últimos largometrajes de su autor han ubicado su acción en ciudades de Europa como Londres –Match Point (ídem, 2005), Scoop (ídem, 2006), Cassandra’s Dream (El sueño de Cassandra) (Cassandra’s Dream, 2007), Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010)–, Barcelona –Vicky Cristina Barcelona (ídem, 2008)— y París –Midnight in Paris (ídem, 2011)—, es decir, no solo como si las estancias en Venecia y, de nuevo, París de Todos dicen I Love You (Everyone Says I Love You, 1996) nunca hubiesen existido, sino, lo que es peor, por la mezquina idea de que un cineasta procedente de los capitalistas-e-imperialistas Estados Unidos de América se transforma en alguien de la vieja-culta-y-refinada Europa por el mero hecho de trabajar aquí. Un prejuicio –y recordemos lo que significa esta palabra: idea preconcebida— que ha arraigado con lamentable fortuna en el acervo de un sector de la crítica española que todavía afirma barbaridades como que Allen es el-más-europeo-de-los-cineastas-norteamericanos, siendo así, y concluyendo, que un rápido vistazo a su filmografía nos descubre a un realizador que es y hace un cine estadounidense hasta la médula (o, mejor dicho, neoyorquino hasta la médula –1–), a pesar de sus confesadas influencias de Ingmar Bergman y Federico Fellini, las últimas de las cuales brillan en todo su esplendor en varios momentos de A Roma con amor.
Uno de los aspectos que más se le ha reprochado al Allen de estos últimos años, y que puede que reaparezca en muchos comentarios cuando A Roma con amor llegue a nuestros cines, es su carácter de película «turística». Se dijo, con insistencia digna de mejor causa, de la muy subvalorada Vicky Cristina Barcelona; no se dijo tanto, en cambio, de sus cuatro largometrajes «londinenses» ni del «parisino»; y, si no recuerdo mal, nada se dijo al respecto de Todos dicen I Love You. De repente, parece que Allen se ha convertido en una versión actual del Delmer Daves de sus últimos años para algunos que, sospecho, ya ni siquiera se acuerdan de Delmer Daves. Poca gente parece haber tenido en cuenta que, con la excepción de la mediocre Scoop, el Londres aparentemente «turístico» de Match Point, Cassandra’s Dream y Conocerás al hombre de tus sueños estaba intrínsecamente relacionado con el punto de vista «neyorquino» del cineasta y de los personajes que describe, y lo mismo puede afirmarse de sus recientes miradas sobre la Ciudad Condal (la cual, se diga lo que se diga, apenas ocupaba escasísimos minutos en el conjunto del metraje de Vicky Cristina Barcelona) y sobre la así llamada Ciudad del Amor (que en la no menos despreciada Midnight in Paris cumplía una función icónica a tono con la mirada idealizada que de la capital francesa tenía el personaje encarnado por Owen Wilson).
Allen ama Nueva York. Venecia, Londres, Barcelona, París y Roma le gustan o le pueden gustar en la medida que le interesa su patrimonio artístico o que, simplemente, le divierten sus particularidades. En este sentido, la Roma de su última película es, más que las otras ciudades europeas mencionadas, la Roma «de las películas», contrapuesta al Londres sombrío de sus cuatro films ambientados allí, a la Barcelona que tan poco parecía interesarle de Vicky Cristina Barcelona (y que en A Roma con amor es objeto de una sonora burla a costa de la arquitectura «sexy» (sic) de La Sagrada Familia de Antoni Gaudí), o al París idealizado de Midnight in Paris. Roma entendida como un espacio burlesco que queda definido con gran ironía en esa línea de diálogo que, a pocos minutos de haber empezado el film, le dedica la no por casualidad norteamericana Hayley (Alison Pill) cuando, hablando por teléfono con una amiga, le comenta lo asombrada que está por hallarse «en-una-ciudad-tan-maravillosa» y, encima, de haberse «enamorado-de-un-maravilloso-italiano» (sic). Parece ser que en Italia se le ha reprochado a Allen que haya recurrido a los tópicos habituales para describir a los italianos: lo mismo que se le echó en cara aquí cuando, en Vicky Cristina Barcelona, plantó delante de las narices de los españoles –a mi entender, deliberadamente— un incómodo espejo.
A Roma con amor es una agradable comedia coral muy característica de su autor, en cuanto recupera buena parte de su acervo más conocido, hasta el punto de convertirse, casi, en lo que algunos denominarían «film-catálogo» de sus obsesiones. Tras un plano general de apertura sobre la Ciudad Eterna a los sones del Nel blu dipinto di blu (Volare) de Domenico Modugno (toda una declaración de intenciones), un travelling reencuadra de plano general a plano americano a un guarda urbano –el mismo personaje que cerrará la película desde el balcón de su casa—, el cual detiene su labor de dirigir el tráfico y, mirando a la cámara, se convierte así en el narrador/introductor de una serie de pequeños relatos narrados en paralelo. 1) Una joven estadounidense –la mencionada Hayley— se enamora de un joven abogado romano –Michelangelo (Flavio Parenti)—, y organiza un encuentro de sus padres respectivos y futuros suegros; los progenitores de Hayley –Jerry (Woody Allen) y Phyllis (Judy Davis)— viajan a Roma para conocer a los de Michelangelo; es entonces cuando Jerry descubre, estupefacto, que el padre de su futuro yerno –Giancarlo (el tenor Fabio Armiliato)— es un portentoso cantante de ópera..., pero solo mientras se está duchando (sic). 2) Un estudiante de arquitectura norteamericano –Jack (Jesse Eisenberg)— que vive con su novia –Sally (Greta Gerwig)— conoce casualmente a un reputado arquitecto también estadounidense que está de vacaciones en Roma –John (Alec Baldwin)—, y poco después recibe la visita de una actriz amiga de su novia –Monica (Ellen Page)— por la que empieza a sentir una fuerte atracción. 3) Un gris hombrecillo romano –Leopoldo (Roberto Benigni)— se convierte, de la noche a la mañana, en alguien extremadamente famoso y acosado por los medios de comunicación, sin tener la menor idea del porqué... Y 4) Una pareja de recién casados de provincias –Antonio (Alessandro Tiberi) y Milly (Alessandra Mastronardi)— llegan a Roma para que el marido presente a su joven esposa a sus padres; se produce un extraño equívoco, en virtud del cual Antonio tiene que fingir ante sus padres que la turgente prostituta que se ha colado por error en su habitación del hotel –Anna (Penélope Cruz)— es su esposa, mientras que Milly, perdida por Roma mientras buscaba una peluquería, acaba seducida por una afamada estrella de cine local –Luca Salta (Antonio Albanese)— y en brazos de un ladrón –Riccardo Scamarcio— que se ha colado en la habitación de Salta para atracarle...
Podemos afirmar, con escaso margen de error, que las dos primeras historias son las que se encuentran más cerca del Allen fácilmente reconocible, y no es ajeno a ello el hecho de que se trate, precisamente, de las historias principalmente protagonizadas por personajes de nacionalidad estadounidense. La primera de ellas, acaso la más divertida, permite recuperar al Allen-actor repitiendo su sempiterno personaje de intelectual judío y neoyorquino hipocondríaco (véase la escena de su presentación en el avión), y da pie a una sarcástica mirada sobre el mundo de la ópera –y, de paso, sobre la crítica de arte...– que alcanza sus momentos culminantes en una hilarante representación de la famosa pieza de Ruggero Leoncavallo I Pagliacci. La segunda es, casi, como un viaje en el tiempo, dado que por un lado recupera los delirantes diálogos imaginarios del personaje que cumple la habitual función de personificación del propio Allen –en este caso, Jack— con otro que no se encuentra físicamente presente en la escena, o bien lo está tan solo en la imaginación de su interlocutor –en este otro caso, John—, tal y como ocurría en su famosísima obra de teatro Play It Again, Sam, llevada al cine por Herbert Ross (Sueños de seductor/Play It Again, Sam, 1972); por otra parte, el personaje encarnado aquí por Ellen Page recuerda mucho a los interpretados por Diane Keaton en Annie Hall (ídem, 1977) y Manhattan (ídem, 1979): la referencia verbal que hace Jack respecto a lo atractiva que se ve Monica con la ropa mojada por la lluvia es casi idéntica a la que se oía en Manhattan. El relato protagonizado por Benigni retoma a su vez el humor absurdo y surrealista de los primeros títulos de la carrera de Allen o de Edipo revivido (Oedipus Wrecks), su sketch para el largometraje colectivo Historias de Nueva York (New York Stories, 1989) (2); mientras que la historia en torno a las vivencias por separado de los recién casados y sus respectivos despertares a la madurez por la vía del sexo extraconyugal es poco menos que una nada disimulada mezcla de Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995) –el personaje de la prostituta— con pinceladas del Billy Wilder de Bésame, tonto (Kiss Me, Stupid, 1964) –la inversión de roles sociales entre la prostituta y la mujer respetablemente casada—, y al final, un descarado remake del Fellini de El jeque blanco (Lo sceicco bianco, 1952).
Si se acepta el artificio de la utilización de la Ciudad Eterna más como un espacio imaginario que realista –en caso contrario, reaparecerán las consabidas acusaciones de «mirada turística»—, A Roma con amor depara un puñado de buenos momentos, por más que en su conjunto no se encuentre entre lo más brillante del siempre irregular Allen. Llama la atención, por ejemplo, el ya mencionado juego onírico que se da en los momentos en los que Jack tiene conversaciones imaginarias con John, como las que tenía el propio Allen con un imaginario Humphrey Bogart en Sueños de seductor, con la gran diferencia de que John es un personaje «real»; John se convierte así en la voz de la conciencia de Jack, quien se siente irresistiblemente atraído por Monica, su cultura y su desparpajo sexual (confiesa haber tenido relaciones con otra mujer, y haber intentado, a base de sexo heterosexual, que un exnovio suyo que era gay se acostumbrase a probar con ella otra cosa...); Allen lo visualiza, como suele hacerlo, con sencillez, separando a Jack y a John en plano/contraplano, por más que en un momento dado esa «coherencia fantástica» se rompa cuando Monica termine interpelando al, se supone, invisible a sus ojos John. Como siempre en el realizador neoyorquino, lo que al final subyace es la caricatura de las debilidades humanas, sostenida como también suele ser habitual en él por la entrega de un espléndido grupo de actores.
Nota final: el presente texto es una versión ampliada e íntegra de la crítica que publiqué en Dirigido por…, núm. 424 (julio-agosto 2012) (3).
(1) ¿Cómo va a arraigar en un país como el nuestro la idea de la personalidad diferenciada de Nueva York con respecto al resto de los Estados Unidos, y apreciar en ello la riqueza cultural de la nación norteamericana, si ni siquiera sabemos respetar las nacionalidades históricas de la península ni ver en ellas un elemento enriquecedor?
(2) Hay, asimismo, ecos de A World of Difference (Ted Post,1960), con guión de Richard Matheson, el famoso episodio de la serie de televisión Dimensión desconocida (The Twilight Zone, 1959-1965) que se encontraba, asimismo, en la base de El show de Truman (The Truman Show,1998, Peter Weir). Curioso: en Midnight in Paris también podían rastrearse ciertas influencias de la serie creada por Rod Serling; véase mi comentario en el núm. 412 de Dirigido por… (junio 2011).
(3) http://elcineseguntfv.blogspot.com.es/2012/07/dirigido-por-julio-agosto-2012-ya-la.html
Tomás,¿ no te parece que el personaje de Leopoldo es el tipico europeo de clase media que ama las películas neoyorkinas de Woddy Allen, pero rechaza las cintas ambientadas en su ciudad cuando descubre que sus personajes son gente de clase media-alta y alta, y por tanto desprenden un tufillo pijo.?
ResponderEliminarBuenos días, Pere:
ResponderEliminar¿Insinúas acaso con eso que Woody Allen es consciente de la recepción crítica de sus últimas, digamos, "películas europeas-turísticas", o consideradas como tales, y se burla abierta pero también sutilmente de ello (que no es tanto como decir que le importa un bledo lo que los demás opinen sobre sus películas)?
Pues es muy posible que así sea... Y más teniendo en cuenta que, en "A Roma con amor", hay un explícito cachondeo a costa de la Sagrada Familia, Gaudí y, de rebote, quizá hacia la recepción que tuvo "Vicky Cristina Barcelona"(mala en España, pero excelente en los Estados Unidos).
No acabo de entender el porqué, pero ahora mismo hay mucha, mucha gente aparentemente convencida de que Woody Allen ha nacido ayer.
Un saludo cordial.
Me parece que el cine de Woddy Allen, especialmente a partir de Annie Hall, es una reflexión continua sobre su vida; desde la distancia que aporta el transcurso el tiempo, la relación del director con Mia Farrow le permitia disponer de material sentimental para utilizarlo como base para sus historias.
ResponderEliminarLa última obra maestra del cineasta neoyorkino es Desmontando a Harry (si exceptúas Match Point), film que temáticamente cierra el ciclo de películas inspirada en su matrimonio y posterior divorcio con la protagonista de El bebe de Rosamary; estoy seguro que su historia de amor con Soon Yi lo ha colmado de amor y satisfacción, pero en cambio le ha afectado negativamente a la calidad de su obra, cada vez mas impersonal o, mejor dicho, menos referencial a su vida sentimental.
El cine de Woddy Allen es esencialmente autobiográfico, al menos el que va de Annie Hall a Desmontando a Harry; es muy posible que el director americano quedase emocionalmente vacio después de su divorcio y todo el proceso judicial posterior (cabe recordar que el cineasta no mantiene ninguna relación con sus hijos, quienes lo han repudiado)y, además, es importante señalar el bajón físico vinculado a la edad del cineasta que seguramente le ha provocado no poseer la energía física e intelectual necesaria para poder continuar escribiendo y dirigiendo excelentes películas cada año; a lo mejor la solución es descansar, y tardar más tiempo en rodar sus películas.
Tomas, estoy convencido que Woddy Allen se enteró de las críticas a Vicky-Cristina-Barcelona, y como toda vivencia personal, ha tenido la necesidad de reflejarla en su cine; si él mismo ha asumido que nunca más va a rodar una obra maestra, por tanto él es el primero en ironizar sobre esta situación, y de pedirle al público que se relaje, que actúe como él, disfrutando de cada nuevo proyecto, sin darle más importancia que la que el mismo le otorga a sus películas.
Woody Allen riza el rizo en este (en mi opinión) bodrio: en una misma historieta se plagia a sí mismo... el doble. Sí, porque la historieta de la pareja que recibe la visita de la amiga actriz no sólo es un sucedáneo de "Sueños de un seductor": es, principalmente, una chusca repetición de "Todo lo demás" (Anything Else), pero sin ninguna chispa.
ResponderEliminarMe da la impresión de que ya ni lo pretende. ¿Para qué molestarse si sabe que va a gustar, haga lo que haga, a los de siempre? La verdad es que me extraña ver lo bajo que pones el listón cuando hablas de este señor. ¿Te imaginas a Billy Wilder haciendo algo del nivel de "Aquí un amigo" años y años seguidos hasta su muerte?
No le fue muy bien a a Roma con Amor y no se porque, si las 4 historias hna logrado hacer una muy buena película
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