No hace mucho un amigo de este blog me preguntaba a propósito de un comentario despectivo que hice en mi entrada del pasado 1 de diciembre con respecto al realizador mejicano Alejandro González Iñárritu, a quien en ese momento no dudé en calificar de “horrible” (bajo mi exclusivo punto de vista, por descontado, y como siempre, sin la pretensión de que se comparta forzosamente mi opinión). Hasta ahora sus tres películas más celebradas, Amores perros (ídem, 2000), 21 gramos (21 Grams, 2003) y Babel (ídem, 2006), no solo no me habían impresionado favorablemente, sino que a ratos lograron aburrirme profundamente, hasta el punto de que ni siquiera llegué a ver entera Amores perros, cuya proyección abandoné aproximadamente alrededor del minuto noventa, y tuve que hacer un gran esfuerzo para completar el metraje de las otras dos. Conozco de sobras la reputación de este cineasta, respecto a la cual únicamente estoy de acuerdo, poco más o menos, en un par de aspectos, por lo demás tan obvios que pocas personas difícilmente serían capaces de opinar lo contrario: el primero, que el cine de Iñárritu se distingue, al menos hasta la fecha, por su visión sórdida y desesperada de la existencia humana, su gusto por los ambientes empobrecidos y depauperados, y su tendencia a poner en escena relatos recorridos, en todo o en parte, por aires trágicos; y, en segundo lugar, su habilidad como director de actores, de tal manera que muchos intérpretes que han trabajado con él han logrado algunas de sus mejores y más intensas interpretaciones, tal es el caso, por ejemplo, de Naomi Watts y Benicio Del Toro en 21 gramos, o incluso de Brad Pitt –que ya es decir— en Babel. Pero, contrariamente a lo que suele afirmarse al respecto, su puesta en escena me parece fea, efectista y redundante, en la mayoría de las ocasiones una mera exhibición formal de cámara en mano y encuadres tomados, “aparentemente”, al azar (cosa que, según parece, no es así: Iñárritu tiene fama de hacer muchas y muy variadas tomas de cada escena); trabajo de realización tosco y superficial revestido, eso sí, de una apariencia de complejidad, de densidad narrativa y dureza psicológica, la cual se derivaba en gran medida de los guiones (a mi entender, discutibles) de Guillermo Arriaga. De resultas de todo ello, los saltos temporales que conformaban el desarrollo de 21 gramos, o los relatos en paralelo que nutrían la entraña de Amores perros y Babel, no eran sino meras piruetas narrativas destinadas a añadir “complicación”, y no complejidad, a unas tramas que, explicadas siguiendo el desarrollo convencional de planteamiento-nudo-desenlace o con un montaje lineal de secuencia-a-secuencia, tendrían muy poco o ningún interés. Esto era para mí el cine de Alejandro González Iñárritu… hasta Biutiful (ídem, 2010).
Sorprendentemente, Biutiful es, o mejor dicho, me ha parecido otra cosa, por más que a simple vista comparta muchos rasgos del cine más característico de su realizador, empezando por el gusto por la visión pesimista del ser humano y el grado de implicación que consigue inculcar a los actores. En puridad de conceptos, Biutiful “es” otra cosa, al menos con respecto a Amores perros, 21 gramos y Babel. Llama la atención, primeramente, la ausencia en los créditos del guionista Guillermo Arriaga después de la en su momento muy publicitada ruptura profesional con Iñárritu, lo cual provoca que el guión esté escrito por este último, a partir de una idea propia, en colaboración con Armando Bo y Nicolás Giacobone. Ello provoca que, al menos en comparación con sus tres anteriores largometrajes, haya desaparecido en Biutiful casi por completo la construcción narrativa basada en el salto temporal y en el desarrollo paralelo de varias tramas, a pesar de que (subrayo el “casi”) pervivan algunos de esos saltos en el tiempo y se conserve cierto tono coral. La principal diferencia con respecto a las anteriores propuestas de su autor consiste, en primer lugar, en que la manera de construir el relato tiene aquí un sentido, y lo que es más importante, una fuerza expresiva a mi entender ausente de aquellos primeros y tan celebrados trabajos. El arranque del film, sintetizado en dos secuencias, ilustra perfectamente lo que digo: en la primera secuencia de ese principio, vemos al protagonista, Uxbal (Javier Bardem), conversando con un hombre joven (Nasser Saleh) en medio de un bosque nevado; más adelante, ya hablaremos sobre quién es ese muchacho y qué sentido tiene esa conversación en ese bosque; la segunda secuencia consiste en un primer plano fijo e iluminado en la penumbra de las manos de Uxbal y de una niña –no tardaremos en saber que se trata de su hija Ana (Hanaa Bouchaib)—, mientras oímos en off su charla, que gira en torno al anillo que Uxbal luce en un dedo y que acaba regalando a la pequeña; asimismo, como veremos más adelante, no será hasta mucho más tarde cuando comprenderemos en toda su magnitud la relevancia de este plano.
Por otra parte, y a pesar de que la película se desarrolla casi exclusivamente desde el punto de vista del personaje de Uxbal, la evolución de este último sirve para enlazar simultáneamente con la descripción de los personajes que pululan a su alrededor, creándose de nuevo una sensación de retrato coral, o si se prefiere, de retrato colectivo: no solo en lo que atañe a su hija Ana y a su otro hijo más pequeño, Mateo (Guillermo Estrella), con los que Uxbal vive en el barrio barcelonés del Raval, sino también a Marambra (Maricel Álvarez), su exmujer y madre de los pequeños; Tito (Eduard Fernández), su hermano; Ekweme (Cheikh Ndiaye), un emigrante ilegal de nacionalidad senegalesa que malvive como “mantero” en compañía de su mujer y de su hijo, al cual Uxbal pasa mercancía para venderla por las calles; mercancía que a su vez le proporciona Hai (Cheng Tai Shen), el responsable de un negocio clandestino de fabricación de bolsos para señora que opera en un sórdido sótano lleno de trabajadores ilegales asimismo oriundos de China, y que mantiene una relación homosexual con su joven socio Liwei (Luo Jin); “Lily” (Lang Sofia Lin), la joven madre china que cuida de los hijos de Uxbal mientras está fuera de casa haciendo sus trapicheos; Zanc (Rubén Ochandiano), el mosso d’esquadra corrupto que, a cambio del dinero que le proporciona Uxbal “de parte de los chinos”, hace la vista gorda con los “manteros” senegaleses... Sorprende comprobar cómo en esta ocasión, que esperemos se repita en futuros trabajos de su realizador, Iñárritu nos ofrece unos personajes que no son meros instrumentos de un entramado narrativo destinado a deslumbrar a los amantes de los rompecabezas, sino seres humanos dibujados con precisión y cuyas vivencias interesan sin necesidad, insisto, de engarzar con ellos un puzzle: el degradado paisaje de los suburbios barceloneses que aparece en Biutiful –y que ha sido objeto de alguna que otra crítica despectiva carente, en mi opinión, de fundamento alguno, como luego veremos— está poblado por figuras vivas y no por meras piezas de ajedrez. Dicho de otra manera: Uxbal acapara la atención del relato por ser el personaje elegido por Iñárritu y sus co-guionistas como motor narrativo del mismo, pero todos los demás tienen su propia entidad y podrían haber sido, en un momento dado, los protagonistas de esta ficción dentro de la cual Uxbal hubiese podido ocupar, hipotéticamente, un rol secundario. De ahí que, al margen del protagonismo de aquél, sobre el cual asimismo regresaremos en breve junto con los demás cabos sueltos que hemos ido desatando porque están íntimamente relacionados con Uxbal (las dos secuencias del principio y la mirada sobre Barcelona), los demás personajes de Biutiful enriquecen sobremanera el relato: el dibujo del trastorno mental de Marambra; de qué manera Tito se aprovecha de ella cada vez que recala en su piso y se la tira; la paradójica situación, al filo de la ilegalidad, de Ekweme y sus compatriotas africanos, obligados a vender mercancía de estraperlo a fin de sobrevivir y bajo la perpetua amenaza de su detención y deportación, y de qué forma intentan aprovechar las brechas legales del sistema con tal, asimismo, de subsistir (el hijo de Ekweme, de poco más de un año, es español por nacimiento, y por tanto no puede ser deportado: el ius sanguinis del pequeño es el único punto de anclaje con España que tienen sus famélicos padres); la terrible descripción del quehacer cotidiano del taller clandestino de Hai; asimismo, ese estupendo apunte en torno a la incomodidad que se forma en la casa de este último, mientras está comiendo con su familia, cuando su amante Liwei viene a verle, reprochándoles en silencio su relación “contra natura”.
He leído u oído estos días algún que otro reproche con respecto al personaje de Uxbal, a cuya descripción psicológica se le echa en cara el hecho de ser alguien excesivamente bondadoso teniendo en cuenta los ambientes lumpen por los que habitualmente se mueve. También sé de quejas relativas a la supuesta inverosimilitud con que están descritos los barrios marginales de Barcelona, las cuales han servido para enlazar, Javier Bardem mediante, con las críticas que sufrió Woody Allen con su todavía hoy tan y tan masacrada e incomprendida Vicky Cristina Barcelona (ídem, 2008). Dejando aparte esas críticas, todo lo respetables que se quiera por más que muchas de ellas se sustentan sobre argumentos muy poco dignos de respeto (y que suelen tener otro nombre: prejuicios), creo por el contrario que una de las mejores cualidades de Biutiful reside en la descripción del personaje protagonista y del entorno urbano (barcelonés, en este caso) en el que vive; que ambos, personaje y escenario, forman un todo casi inseparable; y que esta singular fusión entre Uxbal y Barcelona (o, por lo menos, la Barcelona en la que él vive) es mérito del componente subjetivo que Iñárritu imprime al relato a través tanto de determinadas ideas de guion, que inciden particularmente en esa subjetividad, y de la labor de puesta en escena, a cuyos méritos no es ajena la colaboración del director de fotografía Rodrigo Prieto, quien imprime a la película un peculiar sentido de la luz y del color que confieren a las imágenes una pátina impresionista, de tal manera que el realismo de los ambientes y de las situaciones contrastan a su vez con la relativa “irrealidad” plástica con los que están filmados. Irrealidad que se desprende, como digo, de la descripción del personaje de Uxbal, presente casi en todas las secuencias del film y que atesora en su persona una cualidad, asimismo, “irreal”. Se nos explica que una de las maneras que tiene el protagonista de ganarse la vida consiste en asistir a funerales o velatorios, para captar los últimos pensamientos de los difuntos y transmitírselos luego a los familiares, a cambio de dinero. De nuevo contra todo pronóstico, Iñárritu hace gala aquí de una insospechada fuerza a la hora de visualizar, sobria y eficazmente, los momentos en los cuales, aparentemente, Uxbal se comunica con las almas de los muertos. Resulta ejemplar, en este sentido, la primera vez que se lo vemos hacer en el funeral de tres niños: Uxbal se queda a solas en una habitación con los tres pequeños ataúdes; mediante un sencillo plano/contraplano, vemos cómo se “aparece” delante suyo uno de los niños, que está al mismo tiempo dentro y fuera de su propio ataúd. También es excelente un momento posterior en el cual vemos a Uxbal repetir ese contacto con el más allá: en esta ocasión, lo hace al pie del lecho de muerte de un anciano; la escena se cierra con un detalle magnífico: el protagonista abandona el dormitorio del difunto, en un plano tomado de tal manera que, por un par de segundos, vemos al fondo de la imagen un espejo donde ser refleja, subrepticiamente, el espíritu del anciano muerto… Ello deriva en un par de momentos aterradores, por más que estén resueltos con la misma sobriedad: la impresionante escena en la cual Uxbal inspecciona el sótano donde han fallecido los trabajadores chinos de Hai, asfixiados por las defectuosas estufas de gas que el propio protagonista proporcionó (hay que destacar esos primeros planos de Uxbal en ligero contrapicado, de tal manera que vemos, a sus espaldas y encaramados al techo del local…, las almas de los chinos difuntos); y ese instante en el cual Uxbal intuye a otra alma en pena acechándole en el techo de su propia casa…
Hay otros aspectos de Biutiful no menos interesantes que, a mi entender, presentan a Iñárritu como heredero directo del “melodrama charro” tan característico de la cinematografía mejicana, y en una línea relativamente similar a la del cine del que posiblemente siga siendo, todavía hoy, el mejor realizador latinoamericano de la actualidad (por más que en estos momentos sufra un lamentable olvido): Arturo Ripstein. Juega en este sentido la enfermedad mortal de Uxbal, ese cáncer que le hace mear sangre –un detalle que hace venir a la memoria el famoso Fat City (Ciudad dorada) (Fat City, 1972) de John Huston— y que le provoca incontinencia urinaria, obligándole incluso a tener que usar pañales… De hecho, toda Biutiful puede verse, y entenderse, como un melodrama mortuorio, la descripción de los últimos meses de vida de un personaje marginal cuya vida se desmorona a medida que se va acercando al momento de su muerte: la ya citada, y tortuosa, relación con su exesposa Marambra, una mujer con problemas de drogas, crisis mentales y arranques de ninfomanía; la asimismo mencionada tragedia de los chinos muertos en el sótano; el momento en que Zanc, el policía “untado”, se cita con Uxbal en un bar para decirle que ha retirado el trato de favor a los “manteros” porque él también tiene que pensar en la manutención de su propia familia. Resulta significativo que, a medida que la vida de Uxbal se extingue, vaya aumentando correlativamente su sensibilidad hacia el más allá: Uxbal tiene una conversación con Bea (Ana Wagener), una vidente que le aconseja que tiene que arreglar sus asuntos antes de dejar este mundo; el protagonista les enseña a sus hijos una foto de su propio padre, el abuelo de los niños, al cual Uxbal nunca conoció y que se fue de España siendo muy joven, para nunca volver (el muchacho de la foto no es sino el hombre joven con el cual hemos visto a Uxbal conversando en la secuencia del bosque nevado del principio); más adelante, Uxbal y Tito serán llamados a identificar nada menos que el cadáver de ese padre, que falleció a edad temprana y cuyo cuerpo embalsamado conserva prácticamente el mismo aspecto que aparenta en la foto que guarda Uxbal: la escena en la cual este último acaricia, emocionado, el rostro petrificado de su progenitor, se cuenta asimismo entre los mejores momentos del film. Huelga añadir que las citadas secuencias de la conversación en el bosque nevado de Uxbal con, ahora lo sabemos, su joven padre muerto, y del protagonista con su hija Ana en la cama cuando le regala su anillo, son el cierre fúnebre de un relato que, antes de llegar a esta sombría conclusión (en absoluto, como también se ha insinuado estos días, un “final feliz”), está premonitoriamente precedida de vigorosos apuntes que contrastan y contraponen el deterioro físico y anímico de Uxbal con el retrato al aguafuerte de una ciudad convulsa y rebosante, igualmente, de vida y de muerte: la redada policial contra los “manteros”, que convierte el turístico centro de la Ciudad Condal en un campo de batalla; el visceral travelling por la playa que nos descubre cuál ha sido el destino final de los cuerpos sin vida de los trabajadores chinos. Desde luego que hay imperfecciones en Biutiful, la principal de ellas un exceso de metraje y alguna que otra secuencia prescindible –la de la discoteca, por ejemplo, a pesar del virtuoso plano con cámara móvil que acompaña a Uxbal hasta el reservado donde están sentados su hermano Tito y sus acompañantes—, lo cual nos impide el estar hablando de una película completamente conseguida. Pero, llegados a este punto, ¿hace falta que diga que Biutiful me ha parecido un film magnífico y el título gracias al cual me he reconciliado con el cine de Alejandro González Iñárritu?
Sorprendentemente, Biutiful es, o mejor dicho, me ha parecido otra cosa, por más que a simple vista comparta muchos rasgos del cine más característico de su realizador, empezando por el gusto por la visión pesimista del ser humano y el grado de implicación que consigue inculcar a los actores. En puridad de conceptos, Biutiful “es” otra cosa, al menos con respecto a Amores perros, 21 gramos y Babel. Llama la atención, primeramente, la ausencia en los créditos del guionista Guillermo Arriaga después de la en su momento muy publicitada ruptura profesional con Iñárritu, lo cual provoca que el guión esté escrito por este último, a partir de una idea propia, en colaboración con Armando Bo y Nicolás Giacobone. Ello provoca que, al menos en comparación con sus tres anteriores largometrajes, haya desaparecido en Biutiful casi por completo la construcción narrativa basada en el salto temporal y en el desarrollo paralelo de varias tramas, a pesar de que (subrayo el “casi”) pervivan algunos de esos saltos en el tiempo y se conserve cierto tono coral. La principal diferencia con respecto a las anteriores propuestas de su autor consiste, en primer lugar, en que la manera de construir el relato tiene aquí un sentido, y lo que es más importante, una fuerza expresiva a mi entender ausente de aquellos primeros y tan celebrados trabajos. El arranque del film, sintetizado en dos secuencias, ilustra perfectamente lo que digo: en la primera secuencia de ese principio, vemos al protagonista, Uxbal (Javier Bardem), conversando con un hombre joven (Nasser Saleh) en medio de un bosque nevado; más adelante, ya hablaremos sobre quién es ese muchacho y qué sentido tiene esa conversación en ese bosque; la segunda secuencia consiste en un primer plano fijo e iluminado en la penumbra de las manos de Uxbal y de una niña –no tardaremos en saber que se trata de su hija Ana (Hanaa Bouchaib)—, mientras oímos en off su charla, que gira en torno al anillo que Uxbal luce en un dedo y que acaba regalando a la pequeña; asimismo, como veremos más adelante, no será hasta mucho más tarde cuando comprenderemos en toda su magnitud la relevancia de este plano.
Por otra parte, y a pesar de que la película se desarrolla casi exclusivamente desde el punto de vista del personaje de Uxbal, la evolución de este último sirve para enlazar simultáneamente con la descripción de los personajes que pululan a su alrededor, creándose de nuevo una sensación de retrato coral, o si se prefiere, de retrato colectivo: no solo en lo que atañe a su hija Ana y a su otro hijo más pequeño, Mateo (Guillermo Estrella), con los que Uxbal vive en el barrio barcelonés del Raval, sino también a Marambra (Maricel Álvarez), su exmujer y madre de los pequeños; Tito (Eduard Fernández), su hermano; Ekweme (Cheikh Ndiaye), un emigrante ilegal de nacionalidad senegalesa que malvive como “mantero” en compañía de su mujer y de su hijo, al cual Uxbal pasa mercancía para venderla por las calles; mercancía que a su vez le proporciona Hai (Cheng Tai Shen), el responsable de un negocio clandestino de fabricación de bolsos para señora que opera en un sórdido sótano lleno de trabajadores ilegales asimismo oriundos de China, y que mantiene una relación homosexual con su joven socio Liwei (Luo Jin); “Lily” (Lang Sofia Lin), la joven madre china que cuida de los hijos de Uxbal mientras está fuera de casa haciendo sus trapicheos; Zanc (Rubén Ochandiano), el mosso d’esquadra corrupto que, a cambio del dinero que le proporciona Uxbal “de parte de los chinos”, hace la vista gorda con los “manteros” senegaleses... Sorprende comprobar cómo en esta ocasión, que esperemos se repita en futuros trabajos de su realizador, Iñárritu nos ofrece unos personajes que no son meros instrumentos de un entramado narrativo destinado a deslumbrar a los amantes de los rompecabezas, sino seres humanos dibujados con precisión y cuyas vivencias interesan sin necesidad, insisto, de engarzar con ellos un puzzle: el degradado paisaje de los suburbios barceloneses que aparece en Biutiful –y que ha sido objeto de alguna que otra crítica despectiva carente, en mi opinión, de fundamento alguno, como luego veremos— está poblado por figuras vivas y no por meras piezas de ajedrez. Dicho de otra manera: Uxbal acapara la atención del relato por ser el personaje elegido por Iñárritu y sus co-guionistas como motor narrativo del mismo, pero todos los demás tienen su propia entidad y podrían haber sido, en un momento dado, los protagonistas de esta ficción dentro de la cual Uxbal hubiese podido ocupar, hipotéticamente, un rol secundario. De ahí que, al margen del protagonismo de aquél, sobre el cual asimismo regresaremos en breve junto con los demás cabos sueltos que hemos ido desatando porque están íntimamente relacionados con Uxbal (las dos secuencias del principio y la mirada sobre Barcelona), los demás personajes de Biutiful enriquecen sobremanera el relato: el dibujo del trastorno mental de Marambra; de qué manera Tito se aprovecha de ella cada vez que recala en su piso y se la tira; la paradójica situación, al filo de la ilegalidad, de Ekweme y sus compatriotas africanos, obligados a vender mercancía de estraperlo a fin de sobrevivir y bajo la perpetua amenaza de su detención y deportación, y de qué forma intentan aprovechar las brechas legales del sistema con tal, asimismo, de subsistir (el hijo de Ekweme, de poco más de un año, es español por nacimiento, y por tanto no puede ser deportado: el ius sanguinis del pequeño es el único punto de anclaje con España que tienen sus famélicos padres); la terrible descripción del quehacer cotidiano del taller clandestino de Hai; asimismo, ese estupendo apunte en torno a la incomodidad que se forma en la casa de este último, mientras está comiendo con su familia, cuando su amante Liwei viene a verle, reprochándoles en silencio su relación “contra natura”.
He leído u oído estos días algún que otro reproche con respecto al personaje de Uxbal, a cuya descripción psicológica se le echa en cara el hecho de ser alguien excesivamente bondadoso teniendo en cuenta los ambientes lumpen por los que habitualmente se mueve. También sé de quejas relativas a la supuesta inverosimilitud con que están descritos los barrios marginales de Barcelona, las cuales han servido para enlazar, Javier Bardem mediante, con las críticas que sufrió Woody Allen con su todavía hoy tan y tan masacrada e incomprendida Vicky Cristina Barcelona (ídem, 2008). Dejando aparte esas críticas, todo lo respetables que se quiera por más que muchas de ellas se sustentan sobre argumentos muy poco dignos de respeto (y que suelen tener otro nombre: prejuicios), creo por el contrario que una de las mejores cualidades de Biutiful reside en la descripción del personaje protagonista y del entorno urbano (barcelonés, en este caso) en el que vive; que ambos, personaje y escenario, forman un todo casi inseparable; y que esta singular fusión entre Uxbal y Barcelona (o, por lo menos, la Barcelona en la que él vive) es mérito del componente subjetivo que Iñárritu imprime al relato a través tanto de determinadas ideas de guion, que inciden particularmente en esa subjetividad, y de la labor de puesta en escena, a cuyos méritos no es ajena la colaboración del director de fotografía Rodrigo Prieto, quien imprime a la película un peculiar sentido de la luz y del color que confieren a las imágenes una pátina impresionista, de tal manera que el realismo de los ambientes y de las situaciones contrastan a su vez con la relativa “irrealidad” plástica con los que están filmados. Irrealidad que se desprende, como digo, de la descripción del personaje de Uxbal, presente casi en todas las secuencias del film y que atesora en su persona una cualidad, asimismo, “irreal”. Se nos explica que una de las maneras que tiene el protagonista de ganarse la vida consiste en asistir a funerales o velatorios, para captar los últimos pensamientos de los difuntos y transmitírselos luego a los familiares, a cambio de dinero. De nuevo contra todo pronóstico, Iñárritu hace gala aquí de una insospechada fuerza a la hora de visualizar, sobria y eficazmente, los momentos en los cuales, aparentemente, Uxbal se comunica con las almas de los muertos. Resulta ejemplar, en este sentido, la primera vez que se lo vemos hacer en el funeral de tres niños: Uxbal se queda a solas en una habitación con los tres pequeños ataúdes; mediante un sencillo plano/contraplano, vemos cómo se “aparece” delante suyo uno de los niños, que está al mismo tiempo dentro y fuera de su propio ataúd. También es excelente un momento posterior en el cual vemos a Uxbal repetir ese contacto con el más allá: en esta ocasión, lo hace al pie del lecho de muerte de un anciano; la escena se cierra con un detalle magnífico: el protagonista abandona el dormitorio del difunto, en un plano tomado de tal manera que, por un par de segundos, vemos al fondo de la imagen un espejo donde ser refleja, subrepticiamente, el espíritu del anciano muerto… Ello deriva en un par de momentos aterradores, por más que estén resueltos con la misma sobriedad: la impresionante escena en la cual Uxbal inspecciona el sótano donde han fallecido los trabajadores chinos de Hai, asfixiados por las defectuosas estufas de gas que el propio protagonista proporcionó (hay que destacar esos primeros planos de Uxbal en ligero contrapicado, de tal manera que vemos, a sus espaldas y encaramados al techo del local…, las almas de los chinos difuntos); y ese instante en el cual Uxbal intuye a otra alma en pena acechándole en el techo de su propia casa…
Hay otros aspectos de Biutiful no menos interesantes que, a mi entender, presentan a Iñárritu como heredero directo del “melodrama charro” tan característico de la cinematografía mejicana, y en una línea relativamente similar a la del cine del que posiblemente siga siendo, todavía hoy, el mejor realizador latinoamericano de la actualidad (por más que en estos momentos sufra un lamentable olvido): Arturo Ripstein. Juega en este sentido la enfermedad mortal de Uxbal, ese cáncer que le hace mear sangre –un detalle que hace venir a la memoria el famoso Fat City (Ciudad dorada) (Fat City, 1972) de John Huston— y que le provoca incontinencia urinaria, obligándole incluso a tener que usar pañales… De hecho, toda Biutiful puede verse, y entenderse, como un melodrama mortuorio, la descripción de los últimos meses de vida de un personaje marginal cuya vida se desmorona a medida que se va acercando al momento de su muerte: la ya citada, y tortuosa, relación con su exesposa Marambra, una mujer con problemas de drogas, crisis mentales y arranques de ninfomanía; la asimismo mencionada tragedia de los chinos muertos en el sótano; el momento en que Zanc, el policía “untado”, se cita con Uxbal en un bar para decirle que ha retirado el trato de favor a los “manteros” porque él también tiene que pensar en la manutención de su propia familia. Resulta significativo que, a medida que la vida de Uxbal se extingue, vaya aumentando correlativamente su sensibilidad hacia el más allá: Uxbal tiene una conversación con Bea (Ana Wagener), una vidente que le aconseja que tiene que arreglar sus asuntos antes de dejar este mundo; el protagonista les enseña a sus hijos una foto de su propio padre, el abuelo de los niños, al cual Uxbal nunca conoció y que se fue de España siendo muy joven, para nunca volver (el muchacho de la foto no es sino el hombre joven con el cual hemos visto a Uxbal conversando en la secuencia del bosque nevado del principio); más adelante, Uxbal y Tito serán llamados a identificar nada menos que el cadáver de ese padre, que falleció a edad temprana y cuyo cuerpo embalsamado conserva prácticamente el mismo aspecto que aparenta en la foto que guarda Uxbal: la escena en la cual este último acaricia, emocionado, el rostro petrificado de su progenitor, se cuenta asimismo entre los mejores momentos del film. Huelga añadir que las citadas secuencias de la conversación en el bosque nevado de Uxbal con, ahora lo sabemos, su joven padre muerto, y del protagonista con su hija Ana en la cama cuando le regala su anillo, son el cierre fúnebre de un relato que, antes de llegar a esta sombría conclusión (en absoluto, como también se ha insinuado estos días, un “final feliz”), está premonitoriamente precedida de vigorosos apuntes que contrastan y contraponen el deterioro físico y anímico de Uxbal con el retrato al aguafuerte de una ciudad convulsa y rebosante, igualmente, de vida y de muerte: la redada policial contra los “manteros”, que convierte el turístico centro de la Ciudad Condal en un campo de batalla; el visceral travelling por la playa que nos descubre cuál ha sido el destino final de los cuerpos sin vida de los trabajadores chinos. Desde luego que hay imperfecciones en Biutiful, la principal de ellas un exceso de metraje y alguna que otra secuencia prescindible –la de la discoteca, por ejemplo, a pesar del virtuoso plano con cámara móvil que acompaña a Uxbal hasta el reservado donde están sentados su hermano Tito y sus acompañantes—, lo cual nos impide el estar hablando de una película completamente conseguida. Pero, llegados a este punto, ¿hace falta que diga que Biutiful me ha parecido un film magnífico y el título gracias al cual me he reconciliado con el cine de Alejandro González Iñárritu?
¡Qué ganas tienes siempre de llevar la contraria, Tomás! Basta que hasta los más acérrimos seguidores de Iñárritu hayan torcido el gesto en esta ocasión para que vengas tú y digas qe te parece no la mejor, sino su única buena película.
ResponderEliminarDesde luego, eres el crítico más impredecible que conozco, algo raro en este mundillo tan proclive a llevarse por prejuicios.
Un saludo.
Hola, Tomás, vaya ... pues voy a tener que verla, si uno de mis "críticos de cabecera" la pone tan bien. Yo no pude ver enteras "Amores perros" ni "21 gramos" (a "Babel" ni me acerqué, dados los precedentes), no había manera de aguantarlas.
ResponderEliminarSin haberla visto aún, creo que entiendo lo que comentas sobre las críticas de la visión que se da de Barcelona (o de otra ciudad). Era como aquel señor que le decía a Truffaut que "La ventana indiscreta" de Hitchcock era una mala película (¿¡?!) porque él provenía de Greenwich Village y no era tal como salía en la película. Por otra parte, sin duda Barcelona tiene que dar mucho de sí a la hora de ambientar cine, viendo las diferencias que al parecer hay entre "Biutiful" y aquel film de Woody Allen (a mí me pareció muy flojo y ligero, qué le vamos a hacer, y creo que Allen está enfilando lentamente la senda de los elefantes). Por ejemplo, yo vivo en A Coruña, que es una ciudad mucho más pequeña que Barcelona, y da perfectamente para rodar en ella películas de ambientes guays-elitistas y también films de fondo social degradado (y siempre saldrá quien diga que no, que su barrio no es así ..).
Un saludo.
tambien sorprende cuaaaanta gente dice conocer esa "otra Barcelona" para poder decir si lo de Iñarritu es realista o no. Yo, la verdad, ni idea, mas alla de las noticias en diarios.
ResponderEliminarcoincido en que es su mejor peli, pero me sigue pareciendo tremendamente irregular; podria durar facilmente la mitad. Y me cansa su tendencia al tremendismo, aqui contrastada con una especie de realismo magico o que se yo.
lo de justificar todo apoyandote en la subjetividad del relato es un comodin que usas demasiado, Tomas! :))
saludos!
F
PD: te vimos en el pase de TIBURON y ALIEN. Eso si que son clasicazos!
Buenos días a todos:
ResponderEliminarInt, juro y perjuro que no me gusta llevar la contraria por sistema, ¡pero nadie me cree! (y, claro, lo comprendo, dado que a veces tengo estas salidas...). Todo depende del cristal con el que se mire: ¿no será que es el mundo el que me lleva la contraria a mí...? (je, je...). Bromas aparte, vuelvo a jurar que soy el primer sorprendido de lo que me gustó "Biutiful", sobre todo teniendo en cuenta de que estuve a punto de no verla, y al final lo hice casi a regañadientes.
Emilio: pues a ver qué te parece, sobre todo si tampoco eres de los incondicionales de Iñárritu. Lo de los prejuicios a los que me refiero son, en primer lugar, partir de la base de que todas las personas que viven en el Raval de Barcelona son delincuentes, y luego, considerar que no hay otra manera de ver y entender Barcelona que la suya propia. Y seguro que lo mismo ocurre con A Coruña y con cualquier otra ciudad del mundo: todo el mundo no las ve (ni las vive) de la misma manera.
F: ¡pero si el arte es subjetivo por definición! Y, cierto, lo de la mirada subjetiva es una de mis debilidades, lo reconozco, pero... ¡es que me gusta tanto que una película, cualquier película, me sumerja en otros puntos de vista diferentes del mío! Fabulosa, por cierto, la proyección de "Tiburón" y "Alien" en el cine Urgel: me lo pasé bomba, con las películas y con el ambiente festivo; y, dirán lo que quieran, pero, por muy buenas que sean las ediciones de films en alta definición, y aunque las pantallas hogareñas son cada vez más grandes, por ahora no hay nada mejor que ver cine en una sala de cine; quizá en un futuro inmediato lo haya, pero por ahora no. Todos hemos visto cien veces "Tiburón" y "Alien", y de verdad que, revisadas de nuevo en pantalla de cine, captas matices que habías olvidado o que se te habían escapado en su momento. Por cierto, si otro día me véis (vosotros jugáis con ventaja: no ponéis foto), ¡acercaros a saludar, hombre!
Un abrazo.
Pues a mí tampoco me apetece ni pizca ver "Biutiful" (de hecho, aún no he visto "Babel") y me lo estoy replanteando: creo que no se le puede hacer mejor elogio a un crítico, aunque cada vez me resulta más difícil coincidir contigo, Tomás.
ResponderEliminarDespués de lo que comenté en la entrada correspondiente a las mejores películas de la década creo que está clara la prevención que me causa el tal Iñárritu. Mi única duda es si el mal está en Iñárritu o en el hasta ahora compañero de andanzas Arriaga (o en ambos). También añado, aunque suene cursi y poco riguroso, que me cuesta cada vez más ver películas que se regodean en lo feo, en lo cruel, en lo sórdido, en lo deprimente..., y esa cara de Bardem como de tótem de la isla de Pascua, tan consciente de estar haciendo una gran interpretación, me tira para atrás. Y si encima mea sangre, que es una de las cosas que peor rollo me dan (ya me lo dio en "Fat City"), pues en fin, que necesito un muy buen día para animarme a ver "Biutiful". Me pasó lo mismo con "Anticristo", que tampoco la he visto aún, casi por idénticos motivos.
Un saludo.