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miércoles, 18 de agosto de 2010

UN “PLACER CULPABLE” PREFABRICADO: “LOS MERCENARIOS”


Tenía, y tengo, la intención de hablar en este blog de algunos estrenos cinematográficos de este verano que se han producido semanas atrás y que están en boca de todos los aficionados; de otros daré cuenta en las páginas del próximo número de Dirigido por… Como no me cansaré de repetir, este blog lo escribo en mi tiempo libre y principalmente movido por el placer que me produce el escribir sobre lo que me venga en gana y ocupando el espacio que me venga en gana (con lo cual no me diferencio en absoluto de cualquier otro blogger), y el poder contactar con amigos y aficionados al cine en general para intercambiar cordialmente impresiones sobre lo que nos gusta a todos, que no es ni más ni menos que el cine. Y, si bien es verdad que hay otros estrenos de estas últimas semanas sobre los cuales quiero escribir aquí, no es menos cierto que, vuelvo a insistir, este blog nace y se administra a partir de mis impulsos (buenos o malos, eso ya queda a juicio del lector…), con lo cual justifico así, o al menos lo intento, que antes de entrar en esos estrenos anteriores quiero hacerlo ahora en otro posterior y mucho más reciente al cual esos mismos impulsos me están pidiendo que le dé preferencia. Me estoy refiriendo a Los mercenarios (The Expendables, 2010), la nueva película dirigida, coescrita y coprotagonizada por Sylvester Stallone, que miren ustedes por donde esta dando de qué hablar mucho más de lo esperado. Intentaremos internarnos en un terreno espinoso tanto cuando se habla de cine como cuando se hace en relación a otras artes: la famosa cuestión de lo que en cine se conoce con una expresión inglesa puesta de moda en estos últimos años, si bien en realidad ha existido de manera soterrada desde siempre: el guilty pleasure, o “placer culpable”, bajo el cual suelen denominarse aquellas películas que son objeto de otro fenómeno cinéfilo asimismo más añejo de lo que suele reconocerse, el “culto”, de tal manera que dichos films, o cult movies, congregan a su alrededor multitudes de admiradores que los tienen en estima de una forma que podríamos calificar como irracional o ilógica, o si se prefiere como visceral o emocional, habida cuenta de que, en el caso concreto de los “placeres culpables” –todos los guilty pleasures son “películas de culto”, pero no todos los cult movies son “placeres culpables”—, el “culto” que generan se deriva de razones que poco o nada tienen que ver con su calidad o méritos artísticos, más bien al contrario.

Dicho de una manera sencilla: un guilty pleasure es un film que gusta o puede gustar aún teniendo plena conciencia de que se trata de una mala película, de ahí por tanto la unión de los conceptos “placer” y “culpabilidad”. Salvando las distancias, visionar un “placer culpable” produce un goce “perverso” similar al que pueda producir el excedernos con el tabaco o con el alcohol aun siendo plenamente conscientes de sus efectos perjudiciales para la salud, porque a la hora de la verdad nos rendimos ante el sabor de un buen cigarro o de un buen licor. El guilty pleasure es el cine entendido como experiencia hedonista; yendo incluso un poco más allá, es el cine entendido como experiencia hedonista “brutal” o “en bruto”, en cuanto es estricta o principalmente emocional, y más teniendo en cuenta que el cine también proporciona otro tipo de placeres hedonistas que nada tienen que ver con los que procuran los “placeres culpables”; evidentemente, no es lo mismo el guilty pleasure que procura o puede procurar Los mercenarios que el “placer”, en este caso “no culpable”, que proporciona o puede proporcionar El año pasado en Marienbad (L’année dernière à Marienbad, 1961, Alain Resnais). Téngase en cuenta, asimismo, que no he dejado de utilizar el verbo “puede” para referirme a ambos fenómenos, habida cuenta de que está muy claro que ni todos los seres humanos responden por igual ante los mismos estímulos, ni más concretamente, todos los aficionados al cine responden por igual ante una misma película, de tal manera que hay y siempre habrá espectadores que reaccionarán con placer ante Los mercenarios y se dormirán viendo El año pasado en Marienbad, y viceversa, del mismo modo que también hay (espero) espectadores eclécticos capaces de valorar ambos films en su justa medida. Llegados a este punto, entramos en otra cuestión: ¿puede un aficionado al cine de todo tipo experimentar un “placer culpable” ante Los mercenarios y al mismo tiempo saber apreciar la complejidad intelectual de El año pasado en Marienbad e incluso disfrutar con ella? Lo ideal no es que pueda hacerlo, sino que hasta me atrevería a decir que debe hacerlo, dado que ambos conceptos son excluyentes entre sí pero no incompatibles por completo; sencillamente, Los mercenarios y El año pasado en Marienbad están situadas a distintos niveles de apreciación, los dos perfectamente respetables siempre y cuando no se confundan ni se pretenda hacer pasar al uno por el otro; en este sentido, la ventaja desde un punto de vista de “alta cultura” siempre la tendrá la película de Resnais, reconocida oficialmente como arte desde el momento mismo de su estreno, y de arte consolidado, además, por el paso del tiempo, mientras que la película de Stallone probablemente siempre estará marcada por su condición de guilty pleasure aún por encima de sus teóricos méritos artísticos.

Una vez aquí, es el momento de centrarnos en Los mercenarios en sí misma considerada y empezar a decir que, como “placer culpable”, es un producto prácticamente perfecto. ¿Cómo no va a serlo un film capaz de dar una satisfacción “brutal” a tantos niveles? En primer lugar, es un monumento a la imagen más característica de su principal responsable, un Sylvester Stallone sexagenario que a estas alturas de su carrera y de su vida ha adquirido con el tiempo la condición de “mito viviente” (que es una manera elegante y honrosa de decir que se está haciendo viejo…), revalidada hace pocos años por la reivindicación que tuvo a raíz de los estrenos de dos tardías secuelas de sus pasados éxitos, Rocky Balboa (ídem, 2006) y John Rambo (Rambo, 2008), realizadas por él mismo. En segundo lugar, Los mercenarios está planteada como un homenaje al cine de acción de los ochenta, época de mayor tirón comercial de Stallone y de los “colegas de género” que le secundan en un reparto calculadamente diseñado de cara a estimular el recuerdo de esa década, e intentando en la medida de lo posible satisfacer de paso a los seguidores del género en la actualidad, de tal manera que junto con Stallone se codean Jason Statham (en una concesión a la modernidad); Jet Li (de cara probablemente a ganarse el mercado asiático); Dolph Lundgren; Randy Couture, Steve Austin, Terry Crews y Gary Daniels (los cuatro mencionados en último lugar han sido o son figuras del actual cine de acción de bajo presupuesto que en la mayoría de ocasiones va “directo-a-videoclub”); intérpretes de carácter curtidos en esa misma década y con imágenes asimismo “duras”, como son los recuperados Mickey Rourke y Eric Roberts; además, naturalmente, de las colaboraciones muy especiales de Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger, las otras dos grandes estrellas del género en los ochenta, compartiendo con Stallone su primera escena juntos en plan “momento inolvidable”. Casi huelga recordar que intérpretes como Kurt Russell, Jean-Claude Van Damme y Steven Seagal fueron invitados por Stallone a participar en este proyecto, y es bastante probable que, a la vista del buen funcionamiento comercial que ha tenido y el reciente anuncio de Stallone de la pronta realización de una secuela, más de uno se lo pensará de nuevo, sobre todo los dos mencionados en último lugar. ¿Chuck Norris –a quien el actor español Eusebio Poncela definió como “el Rambo de los pobres”— será llamado a participar en el futuro? También hay que tener en cuenta, finalmente, que Los mercenarios es una producción tras la cual hallamos los nombres de veteranos productores vinculados al exploitation de los años ochenta y noventa, como Boaz Davidson y Avi Lerner; y que su director de fotografía es Jeffrey L. Kimball, operador en varias películas de Tony Scott (Top Gun: ídolos del aire/Top Gun, 1986; Superdetective en Hollywood 2/Beverly Hills Cop 2, 1987; Revenge/ídem, 1990; Amor a quemarropa/True Romance, 1993) y que ya había coincidido con Stallone y Eric Roberts en la terrible El especialista (The Specialist, 1994, Luis Llosa), tratándose por tanto de alguien también vinculado al cine de acción de esa época.

Desde este punto de vista, ¿cómo no va a ser divertida, ni que sea a un nivel muy primario, una película diseñada para ser un guilty pleasure, una broma entre amigos y para amigos, un guiño en forma de largometraje pensado para proporcionar “placer culpable” a los incondicionales? Este propósito se cumple a la perfección: Stallone encarna a Barney Ross, el prototípico líder de un grupo de soldados de fortuna cuyas frases están barnizadas por los toques de filosofía práctico-existencialista de Rocky y Rambo; Statham reitera, como el mercenario que responde al exótico apellido de Navidad (sic), su habitual papel de duro expeditivo con cierta tendencia a la sorna; Li, que responde al no menos “filosófico” nombre de Ying Yang, se presta al juego auto-paródico aceptando numerosos chistes en torno a su baja estatura; Lundgren reincide en el papel de psicópata que forjó en Rocky IV (ídem, 1985, Stallone) y consolidó junto a Van Damme en Soldado Universal (Universal Soldier, 1992, Roland Emmerich): el Gunner que encarna aquí recuerda sobre todo a este último; Mickey Rourke efectúa, como Tool, su ya habitual aparición de “hombre duro desgastado” de largos cabellos desgreñados y cuerpo cubierto de tatuajes, si bien, nobleza obliga y a la vista de su actual reputación renovada como actor, tiene a su cargo la escena dramática más comprometida; el resto de intérpretes se ciñe poco más o menos a lo habitual en ellos, incluyendo en este caso a “la chica”, Sandra (Giselle Itié), que asume la doble función de heroína-en-peligro y amor-imposible de un Stallone demasiado envejecido para amarla, lo mismo que le ocurría a John Wayne en sus últimas películas. Mención especial merecen, naturalmente, Willis y Schwarzenegger, principalmente porque la escena que comparten con su colega Sly está descaradamente construida alrededor de la popular imagen cinematográfica que se ha forjado alrededor de estos tres astros: cuando Barney se reúne con el misterioso hombre que le encarga su nueva misión mercenaria y que responde al apodo de Sr. Iglesia (Willis), dado que su reunión tiene lugar en una iglesia desierta, aparece un tercer personaje, un antiguo rival de Barney llamado Trench (Schwarzenegger), que se inmiscuye en su conversación; Willis interrumpe sus réplicas diciéndoles que no se pongan “a chuparse las pollas” (sic), en lo que puede verse fácilmente un guiño a la famosa frasecita que soltaba no Willis, sino Harvey Keitel, en Pulp Fiction (ídem, 1994, Quentin Tarantino); Schwarzenegger le dice a Stallone algo así como que a este último siempre le gusta andar metido por la selva, en referencia, cómo no, a las aventuras vietnamitas de Rambo; y, cuando el austriaco sale de escena, Stallone se burla de él explicándole a Willis que se trata de un ex mercenario que ahora “quiere ser presidente” (otro sic), en alusión a la carrera política real de Schwarzenegger como gobernador de California. Es muy difícil, casi imposible, reprimir la carcajada ante semejante baño de complicidad.

El problema de Los mercenarios (si es que de problema puede hablarse habida cuenta de que el film no puede ser más honesto de lo que es) reside en que, dejando aparte su condición de guilty pleasure, del placer perverso que puede proporcionar (y que a mí mismo, sin ir más lejos, me proporcionó), como película en sí misma considerada no tiene ningún interés. La trama no es más que un encadenado de tópicos mil veces vistos y que ni siquiera son patrimonio del cine de acción de la década que se pretende reivindicar, la de los ochenta, sino que se remontan a mucho más allá en el pasado y nacen de títulos más añejos cuya cita resulta innecesaria a estas alturas. Ni que decir tiene que los personajes son unidimensionales, puesto que en ningún momento se cuestiona la “honradez” de los héroes de la función a pesar de su carácter, indiscutible, de asesinos a sueldo que matan a cambio de dinero; está, cómo no, la consabida coartada moral del siempre reconfortante “código de honor”, el cual establece que los mercenarios nunca matan a inocentes, sino a quien realmente “se lo merece” (lo cual, por sí solo, ya desmonta dicho “código de honor”, que a partir del momento en que se arroba la potestad de decidir arbitrariamente quién vive y quién muere ya ni es un código ni mucho menos, de honor). A pesar de sus generosas dosis de violencia “ochentena” (las cuales, cierto, se echan de menos en el aséptico cine comercial de la actualidad, pero que por sí solas tampoco atribuyen ningún mérito especial al cine: la violencia en sí misma considerada es tan sólo eso: violencia), el retrato de los protagonistas de Los mercenarios carece de mordiente, incluso de auténtica dureza: es el resultado de una impostura, de una cómoda sumisión y pleitesía al reino del tópico. Lo mismo puede decirse, y con más razón, de “los malos”, todos de una pieza, por más que se intente jugar a la baza de cierta complejidad emocional en lo que al dictador general Garza (David Zayas) se refiere, a quien en un momento dado se le coloca en la encrucijada de mantenerse en el poder a cambio del sacrificio de su propia y contestataria hija Sandra; o el hecho de que el villano encarnado por Eric Roberts, James Munroe, sea un ex agente de la CIA que emplea, para torturar a Sandra, los mismos métodos practicados por el ejército norteamericano y por los hombres de “la compañía” durante la guerra de Iraq, esto es, el tristemente célebre ahogamiento de seres humanos mediante la colocación de una toalla empapada de agua sobre la cara.

Cierto: Los mercenarios “es” cine de acción de los ochenta. También cierto: Los mercenarios es tan mala como solía serlo el grueso del cine de acción de los ochenta. Coherencia no le falta. Desvergüenza, tampoco. Muy probablemente, es esto último, la total y absoluta falta de prejuicios de Stallone y sus compinches, su arrogante actitud “ochentera” plantando cara a un cine, el actual, que posiblemente ni les gusta ni les entiende, pero que de momento les acepta porque han conseguido seguir dando dinero a trancas y a barrancas, lo que suscita simpatía: la actitud del rebelde a contracorriente de las modas. Pero que nadie se llame a engaño. ¿O es que acaso nadie recuerda ya que fue precisamente Stallone y todo lo que generó detrás suyo uno de los principales responsables de que el cine comercial norteamericano de los ochenta degenerara hasta extremos bochornosos, y quien contribuyó decisivamente a que dicha década fuera y siga siendo una de las peores de la historia del cine, si no la peor? Porque una cosa es que se pueda recordar con cariño Rambo: acorralado, segunda parte (Rambo: First Blood II, 1985, George P. Cosmatos), en cuanto fenómeno cinematográfico característico de un momento determinado, y otra bien distinta empezar a decir que aquellas horrendas películas de Stallone, o los subproductos de la Cannon a mayor honra y gloria de Chuck Norris, y un largo etcétera que ni siquiera vale la pena mencionar, eran buenos films. Si aceptamos esto, difícilmente podemos verle mayores méritos a una película que, como Los mercenarios, no hace otra cosa que volver a repetir los tics de ese cine que uno ya creía superado y olvidado, a no ser que empecemos a considerar ahora que dichos tics no eran sino rasgos de estilo que el tiempo acabará convirtiendo en patrones narrativos de un género, el actioner, que ciertamente todavía no se ha estudiado como es debido, pero que tampoco merece ser ensalzado sin fundamento alguno, como en este caso. Puede que, con los años, el actioner llegue a ser reivindicado como antes lo fueron otros subgéneros o variantes genéricas que durante mucho tiempo sufrieron el desprecio de los críticos, como el peplum, el giallo, el eurowestern, el slasher o diversos subgéneros del cine asiático; y, desde luego, cuando se entre en profundidad en el actioner, será el momento de poner en el elevado lugar que se merecen cineastas como Walter Hill y sobre todo John McTiernan, así como las contribuciones esporádicas de directores como Paul Verhoeven y Richard Donner; pero también será el momento de separar el grano, el poco grano, de la paja, la mucha, mucha paja.

Volviendo a Los mercenarios, dejando de lado toda la carga de “placer culpable” que le confiere todo su sentido, y concluyendo, el film no es más que un paseo por convenciones archisabidas. Una primera secuencia destinada a describirnos, y dejar establecida de entrada, la eficacia de los mercenarios comandados por Barney, mediante el dibujo de una contundente operación de rescate de rehenes a bordo de un barco secuestrado por piratas somalíes (pincelada de actualidad que Stallone no ha tardado en aprovechar, apuntándose así un buen tanto). Secuencias destinadas a seguir describiéndonos, si bien nunca saliéndose del patrón del tópico establecido, a los principales protagonistas: la vieja amistad que vincula a Barney con Tool, el mercenario retirado que ahora se dedica a hacer tatuajes como los que cubren su cuerpo y el del propio Barney (en un momento que tiene algo de intimidad viril: el único instante en el cual vemos al protagonista desnudarse no es ante una mujer, sino ante el camarada que le tatúa un cuervo en la espalda); o el dibujo de la vida sentimental de Navidad, enamorado de una mujer, Lacy (Charisma Carpenter), que se la pega con otro porque es incapaz de soportar la soledad generada por las largas ausencias de su amante, consecuencia a su vez del oficio de matarife a sueldo de este último (y que da pie a uno de los giros de guión más previsibles que imaginarse pueda: Navidad ve con malos ojos al nuevo amante de Lacy, pero acepta con resignación las quejas de la mujer y respeta su decisión: ni que decir tiene que a Navidad pronto se le presentará la gran oportunidad de romperle la cara al nuevo semental de Lacy cuando descubra que aquél se dedica a maltratarla…). Tampoco hay sorpresas destacables en lo que se refiere al dibujo del régimen dictatorial mediante el cual el ex agente de la CIA Munroe y el general Garza oprimen al imaginario país latinoamericano situado en la isla de Vilena. Y qué decir del momento en el cual los compañeros de Barney deciden acompañarle en su misión suicida a la isla movidos únicamente por la amistad y el respeto hacia su jefe: en ningún momento hemos percibido el afecto que se da entre ellos, con lo cual su decisión resulta inverosímil y carece de emotividad alguna. Puede entenderse hasta cierto punto que sea Barney quien tome en solitario dicha decisión, se supone que motivado por el –por otro lado, excelente— speech interpretativo en primer plano de Mickey Rourke (escena en la que Tool evoca sus tiempos como mercenario y cómo decidió dejar su profesión el día que dejó morir a una mujer que iba a suicidarse sin mover un dedo por ayudarla…), aunque los contraplanos de un impávido Stallone mientras le escucha no surten el efecto melodramático deseado. Las secuencias de acción son hasta cierto punto efectivas –en particular, el ataque aéreo de Barney y Navidad sobre el muelle—, pero ninguna de ellas supera el listón de lo visto en anteriores ocasiones, e incluso mejor –cf. las persecuciones automovilísticas en la isla (Barney, Navidad y Sandra huyendo en la furgoneta) y en la ciudad (Barney y Ying Yang perseguidos por Gunner y sus matones)—; incluso la batalla final en el palacio del gobierno de Vilena es poco más que un carrusel de explosiones en cadena planificado sin excesiva gracia. Y la reunión final de los mercenarios en el garaje de Tool –incluyendo la “resurrección” de Gunner y su reincorporación al equipo de mercenarios como si no hubiese pasado absolutamente nada…— es, sencillamente, una tontería. Puede que Los mercenarios no pretendiera ser nada más que eso; pero no me parece factible, ni honesto, ver en ella más cera que la que arde.

15 comentarios:

  1. Fantástico artículo!
    Desgraciadamente soy ajeno a la nostalgia de un cine que me parece nefasto y que, como bien dices, arrastró por los suelos la dignidad del concepto de "cine comercial", confundiendo lo popular y lo populachero desde unos presupuestos estéticos/arguimentales 8y de todo tipo) de pena.
    Si el film de Stallone es capaz de reproducir la ridiculez y la horterez de aquel cine es que ha triunfado, aunque sea involuntariamente.

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  2. A este tipo de placeres culpables me refería en el comentario de "Piraña", que encaja más en el ejemplo de cult movie. Creo que lo has explicado perfectamente. En el género actioner apunto unos films a recordar: "Jungla de cristal", "El último Boy Scout" y "Las aventuras de Ford Fairlaine". Con perdón ;)

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  3. Hola Tomás.

    Brillante el comentario de "Los mercenarios", aunque me parece que me abstengo. Me da la sensación de que en caso de ir a verla saldría de la proyección sintiéndome "culpable" y sin haber experimentado "placer" alguno.
    Aprovecho para animarte a que este fin de semana le eches un vistazo a "Centurión", que para algunos pueda que también signifique a priori una promesa de disfrutar de un nuevo "placer culpable" cocinado por el señor Neil Marshall (sobretodo si se tuvo la desdicha de padecer "Doomsday") pero que, mira por donde, no está nada mal y por momentos incluso es una notable película, sobretodo durante su tramo central. Desde luego lo mejor del señor Marshall hasta la fecha aunque dicho así pueda no significar mucho.
    Saludos.

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  4. Para mí fue una gozada digna de un final de Verano. No ha habido tantas películas mejores que esta en lo que llevamos de año.

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  5. es mucho mejor GUILTY PLEASURE la de EL ESPECIALISTA que citas en el articulo, con Sly, Roberts, DP Kimball y John Barry. Porque, ay!, el GP no se hace, se nace.

    saludos!

    F

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  6. Coincido en la recomendación de Centurión, más un western romano-aventurero que un peplum modernizado. Los pictos son los indios y Olga Kurylenko fascian como esa mujer-lobo que parece escapada de alguna historia de Robert E. Howard.

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  7. En "El especialista" sale (y se sale, desquiciado como casi nunca) el gran James Woods. Lo cual en mi caso le resta mucho de culpabilidad. Todo, vamos.

    Coincido con don Luís en lo referente a "Centurión". Y alguien más no entiende la fiebre discursiva que ha despertado el plano final de "Origen"??? cabía otro desenlace???

    Y revisando, vía cable, "Déjame entrar". Esa sí que no tiene nada de culpable.

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  8. Todavía hoy me siento obligado a disculparme cada vez que comento lo mucho que me gusta el cine de Stallone. Incluso las malas, que son mayoría.
    Salvo excepciones, nunca me ha decepcionado. Y es que lo que vende lo proporciona con creces.
    Mis preferencias cinematográficas son amplísimas. Mis colegas cinéfilos siempre se carcajean cada vez que aparece el nombre de Stallone en conversaciones sobre Fritz Lang, Robert Aldrich y tantos otros. Lo ven como algo antinatural, irracional e incluso irritante que alguien se atreva a mezclar en una misma sesión de cine un Domingo por la tarde: "Cadena perpetua", "Fuga de Alcatraz" y "Encerrado".
    Aún hoy no sé explicar con certeza las razones de mi admiración hacia este personaje.
    En tu post he encontrado lo más parecido a una respuesta. Me siento más tranquilo.
    "El año pasado en Marienbad": Grande.

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  9. No tienes que buscar explicaciones, Dani. Te gusta y eso es lo importante. Me molesta esa manera de racionalizar tanto el cine y, sobre todo, esa tendencia clasista de que hay cosas mejores y otras peores.

    Me gusta defender una idea del cine como aparato sensorial y las afinidades viscerales. Recientemente Sergi Sánchez lo explicó muy bien: para él, POSESIÓN INFERNAL se merece un 10 tanto como EL AÑO PASADO EN MARIENBAD (sin entrar en el terreno de los gustos).

    Si veo LOS MERCENARIOS y me gusta no pienso buscar retorcidas explicaciones: lo llevaré con la cabeza bien alta. A mí, RAMBO: ACORRALADO 2ª PARTE me parece una película de acción estupenda.

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  10. Te garantizo que LOS MERCENARIOS te va a encantar.
    Totalmente de acuerdo con Sergi Sanchez. "Rocky" es una de mis pelis favoritas. Sí, al lado de otras como "El Padrino", "Sed de mal", "Vértigo", "El hombre que mató a LV", "Ninotchka", "Los sobornados", o "Taxi driver" por decir las más conocidas.
    Jamás me he sentido avergonzado. Es sólo que está extendida la idea de que, si te gusta el cine de Stallone, ello tiene que ir ligado a una especie de complejo de culpa que obliga a uno a tener que justificar de algún modo el aprecio por su cine.
    Incluso el mismo TFV ha tenido que, de algún modo, justificar el porqué ha decidido elegir este título y no otro para el post.
    El apellido Stallone es, hoy día, sinónimo de muchos calificativos, casi siempre negativos.

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  11. Stallone siempre fue sinónimo de calificativos negativos, desde principios de los 80.
    Ha protagonizado un buen número de películas estéticamente planas o molestas (Demolition Man, Asesinos (una de las peores películas que he visto en mi vida), El especialista, Driven (!), El protector (!!)), cuando no intelectualmente nulas. Una cosa es que mueva a la simpatía o que tenga películas entretenidas (Acorralado, Rocky, Encerrado...), y otra que sea un gran actor o cineasta.
    En cuanto a lo de racionalizar el cine, creo que siempre es bueno intentar hacerlo a posteriori, pues al fín y al cabo somos seres racionales, e intentar comprender por qué no nos gusta o nos gusta algo es una buena manera de terminar comprendiendo más cosas, más películas.

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  12. No seré yo quien ponga en duda tu reflexión, Ángel.
    Ahora bien, la manera en que se ha crucificado a Stallone a lo largo de su carrera me parece que está fuera de lugar.
    De acuerdo: dudo que a alguien, por muy fan que sea de él, se le ocurra ver méritos que, en el mejor de los casos, son bastante limitados.
    Pero siempre se ha tendido a minimizar sus aciertos, que los ha tenido, cuando no a poner en evidencia sus errores hasta extremos ridículos.
    ¿Intelectualmente nulas? Está bien. Pero como simples pelis de evasión que son, no creo que sea de recibo exigirles riqueza intelectual. Está claro que la intención de sus responsables no es otra que la de entretener.
    Y es que pretender tomarse en serio a estas alturas films como COBRA o RAMBO II me parece absurdo.
    En vista de la tonelada de Razzies que le ha caído al bueno de Stallone durante todos estos años me da por preguntarme hasta qué punto se ha merecido semejante escarnio.
    Como bien dice Tomás en el post: no hay que intentar ver más cera de la que arde.
    Echando la vista atrás, me parece innecesario todo el castigo que se le ha dispensado. No han tenido piedad.
    LOS MERCENARIOS es una sencilla, directa e intrascendente película de acción. Como Stallone siempre nos ha tenido acostumbrados.
    Pasemos al siguiente estreno.

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  13. "Puede que, con los años, el actioner llegue a ser reivindicado como antes lo fueron otros subgéneros o variantes genéricas que durante mucho tiempo sufrieron el desprecio de los críticos, como el peplum, el giallo, el eurowestern, el slasher o diversos subgéneros del cine asiático;"

    Tengo que reconocerlo, al leer esto no he podido evitar reírme e imaginarme uno de los habituales estudios / mesas redondas de la revista "Dirigido", solo que esta vez con los críticos analizando películas de Van Damme, Chuck Norris o Stallone en lugar de por ejemplo películas de la Hammer, y defendiendo ardorosamente, por ejemplo, "Desaparecido en combate III" sobre "Rambo III". Y es que tampoco sería lo que se dice muy descabellado, porque imagino que los críticos son también seres humanos, y que si además crecieron durante los 80 son muy capaces de echarles un vistazo a estas cosas si las pillan haciendo zapping. Yo mismo me he hecho con alguna de esas películas en DVD, ni que sea para poderlas ver en VOSE y widescreen en lugar de VHS como solía de pequeño.

    Por lo demás muy de acuerdo con lo que dice Tomás. "The Expendables" es una mala película, emepzando por los horribles diálogos y terminando por unas escenas de acción afeadas por el baile de San Vito (mucho me temo que la presencia de Statham no es la única concesión al público actual de cine de acción), pero es tan honesta y, a ratos, divertida que es difícil no tenerle cierta simpatía, ni que sea porque viene de cara y no pretende engañar a nadie.

    En todo caso, tirón de orejas a Stallone por los diálogos (son como aquella impresentable escena de "John Rambo" con los mercenarios charlando en la barcaza de sus cosas rebosantes de testosterona, pero durante dos horas) y porque sabe hacerlo mejor.

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  14. Yo creo que la carrera de Arnold es mejor porque se juntó con mejores realizadores (Cameron, Verhoeven, McTiernan, Milius...).
    Les tengo aprecio a todos estos mamporreros, porque es cierto que en la época de los videoclubes te tragabas las pelis de Charles Bronson o Michael Dudikoff, y luego alquilabas "La insoportable levedad del ser", sin que pasara nada raro.

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  15. Sí, es verdad, porque a Arnold le quitas las veces que le ha dirigido un director con talento por encima de la media y su carrera se queda como la de Stallone o peor, entre las comedias e intentos de reinventarse-pero-seguir-dando-de-lo-mismo-a-los-fans como "Eraser" o "El sexto día".

    Y Dudikoff + Philip Kaufman igual no, pero en mis años mozos de sesión doble de VHS podía caer tranquilamente una de James Bond etapa Moore junto a "Blade Runner" (que entonces la tenía por una de acción a secas, a pesar de la parsimoniosa narración de Ridley Scott), o una de Chuck Norris y el "2001" de Kubrick. Qué tiempos.

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