Salvo error u omisión, esta pequeña y más bien inofensiva producción francesa titulada Manina, la fille sans voile (1952) jamás conoció estreno comercial en España, si bien actualmente se encuentra con relativa facilidad en una edición en DVD de las firmas Layons Multimedia, S.L., JV Imagen, S.L. (licencia) y Producciones Naimara, S.L. (distribución) bajo el título de Manina, la chica de la isla. A pesar de que en nuestro país es muy poco conocida, esta película ocupa un destacable lugar dentro de la mitología popular que todavía envuelve a la famosa actriz Brigitte Bardot, habida cuenta de que está considerada, a efectos “oficiales”, su debut en el cine en un papel protagonista, dado que hasta ese momento su paso por la gran pantalla se había saldado con un pequeño papel, ni tan siquiera acreditado, en Les dents longues (1952), dirigida y protagonizada por el actor Daniel Gélin, y otro rol secundario en el film de Jean Boyer Le trou normand (1952). Según parece, Manina, la fille sans voile (en algunos carteles de la época, como el que aquí reproduzco, figura como “…sans voiles”, con “ese” final) gozó en su momento de cierta fama y, de creer a Catherine Rihoit, autora de una biografía de Brigitte Bardot publicada en Francia en 1986, ello vino dado en gran medida por la generosa difusión de fotografías en las cuales la joven actriz (17 años) lucía un bikini bastante sucinto para la época; tan sucinto, que antes de su estreno se creó a su alrededor tal aureola “escandalosa” en torno al posible contenido erótico del film, que fue necesario llevar a cabo una proyección privada ante un juez para que autorizara su exhibición; no anda desacertada la autora de esta biografía cuando afirma que el “affaire Manina” fue un precedente de lo que luego ocurriría con la célebre Y Dios creó a la mujer (Et Dieu… créa la femme, 1957, Roger Vadim), el título que lanzó definitivamente a la Bardot al estrellato. Motivos más que suficientes para que Manina, la fille sans voile nunca llegara a verse en la España del nacional-catolicismo, y más teniendo en cuenta que hay un pequeño momento en la película en el cual Bardot deja entrever fugazmente sus pezones: aquí todavía deberían pasar otros diez años para que una actriz (no española: la alemana Elke Sommer) apareciera en bikini en un film nacional: Bahía de Palma (Juan Bosch, 1962).
Anécdotas aparte, Manina, la fille sans voile es una insignificancia que, a pesar de ello, puede verse con cierta simpatía si se mira, como suele decirse, con “buenos ojos”, habida cuenta que esta modesta película no pretende ser más que lo que es: un producto ligero, a medio camino entre la comedia romántica y el relato más o menos aventurero y/o picaresco. Anotar antes que nada que su director, el también productor, guionista y actor francés Willy Rozier (1901-1983), nombre artístico de Xavier Vallier, acredita una treintena de largometrajes rodados entre 1934 (A 300 por hora / Trois cents à l’heure) y 1976 (Dora, la frénésie du désir), en su mayoría dramas, comedias, policíacos y de aventuras, y de nuevo salvo error del que suscribe, casi todos ellos inéditos en España, salvo el ya mencionado A 300 por hora, la producción española Veinte mil duros (1936) –de creer a Carlos Aguilar, y no hay razón para no hacerlo, el último film español estrenado antes del estallido de la guerra civil (Guía del Cine, Pág. 1462)—, Amor maldito (Les amants maudits, 1951), Defiéndete Callaghan (A toi de jouer… Callaghan, 1954) y la coproducción franco-española Cabezas quemadas (1968). La trama de Manina, la fille sans voile gira, a pesar de su título, alrededor del personaje de Gérard Morère (Jean-François Calvé), un estudiante que regresa a una isla mediterránea con el propósito de localizar bajo el agua un importante tesoro arqueológico, consistente en una serie de ánforas griegas llenas de monedas de incalculable valor. Gérard había practicado el submarinismo en esa misma isla cinco años atrás (fue durante una de sus inmersiones donde localizó los restos del ánfora que le indicarían la existencia del tesoro), época en la cual conoció a una niña del lugar llamada Manina. Ni que decir tiene que, cinco años después, la pequeña Manina se ha convertido en una bella adolescente (Bardot) que casi logra “distraer” a Gérard de su propósito de encontrar el tesoro sumergido en las transparentes aguas que rodean la isla.
El tono inicial de comedia estudiantil de las primeras secuencias de Gérard con sus compañeros de estudios, y que culmina con un número musical de variedades a cargo de una cantante española llamada La Franchucha (sic), interpretada por la actriz francesa de probable ascendencia española o latinoamericana Espanita Cortez (otro sic), da paso, una vez que la acción se traslada a la isla de Manina, a un convencional relato amoroso repleto de todos los tópicos del cine “bonito”, en el cual si algo llama la atención es la desvergonzada exploitation de la anatomía de Brigitte Bardot, sacándola una escena sí y otra también en bikini, o con un ligero atuendo de “isleña” no menos “fresco”. Hay en el film un par de conatos de tragedia a partir del momento en que: 1) Éric (el siempre eficaz Howard Vernon), dueño del barco con el cual Gérard ha regresado a la isla y la persona que financia la aventura a cambio de un jugoso porcentaje sobre lo hallado, empieza a cansarse del asunto a medida que van pasando los primeros días de inmersiones subacuáticas y Gérard no encuentra nada, además de que empieza a mirarse con ojos libidinosos y celos poco disimulados el cuerpo semidesnudo de una Manina ya enamorada de Gérard; y 2) tras haber descubierto el tesoro, Gérard se ve en la tesitura de volver a la civilización, lo cual supone el tener que dejar a Manina en la isla temporalmente, a riesgo de que la distancia le haga perder su cariño; conatos que desembocan en una situación de peligro: Éric traiciona a Gérard y decide huir de la isla con su barco y su tripulación llevándose todo el tesoro, y el joven está a punto de morir ahogado cuando intenta perseguir el navío de Éric a nado, siendo providencialmente rescatado de las profundidades por Manina. Pero todo se resuelve felizmente: Gérard renuncia a su tesoro en beneficio del cariño de Manina, el-gran-amor-de-su-vida, y colorín colorado, este cuento, a base de bikinis, aguas cristalinas, escenas de submarinismo, citas amorosas en la playa y sonrisas de una chica que parece evocar el mito del “buen salvaje” rousseauniano en su acepción más simple, se acaba.
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Hola, Tomás.
ResponderEliminarSegún tengo entendido y da la casualidad que así lo digo en un post "de andar por casa" que le dediqué a la Bardot en mi blog, cuando rodaba Manina tuvo una oferta desde España pues Berlanga le había echado el ojo en la portada de una revista y la quería para su película Novio a la vista.
Parece ser que la Bardot no dijo que no: sólo pidió que la esperaran hasta terminar este rodaje. Berlanga, que la quería a toda costa, estaba dispuesto a esperar pero no así los productores que no la consideraban tan importante como para alterar las fechas de rodaje y le impusieron a una tal Josette Arnó. Después se tirarían de los pelos, supongo...
Saludos cordiales.
Buenas noches, Scotty:
ResponderEliminarNo recordaba esa anécdota. Y, francamente, es muy divertida, sobre todo si se piensa que quizá Berlanga y el cine español podrían haberse sumado al "fenómeno B.B.", mas con tanta y tan pacata censura lo cierto es que la actriz jamás hubiese podido desarrollar aquí una carrera tan fulgurante, ni mucho menos tan provocadora, como la que hizo en su país de origen.
Un abrazo.