No vi Honor de caballería / Honor de cavalleria (2005) en el momento de su estreno y lo he hecho hace muy poco, con motivo de la emisión de este film escrito y dirigido por Albert Serra por un canal de televisión local de Cataluña. No puedo decir que me haya gustado ni disgustado particularmente, pues me parece un intento de cine “diferente” de concepción tan respetable como fallido en cuanto a sus resultados. Volvemos un poco a plantear aquí algo que he apuntado recientemente en este mismo blog: que una cosa es que algo te guste o no, en este caso una película, con independencia de que entiendas sus propósitos. Si bien Honor de caballería no me ha gustado en sus líneas generales, por las razones que luego expondré, también tengo que reconocer que bajo otro punto de vista, sobre el cual entraré de inmediato, me ha parecido una película curiosa y hasta cierto punto sorprendente, a pesar de que dichas curiosidad y sorpresa tengan su trampa: la curiosidad propiamente dicha no equivale a interés; algo puede parecerte curioso pero no por ello necesariamente interesante; en cuanto a la sorpresa, en sí misma considerada carece de connotaciones valorativas, pues no tiene a priori nada de bueno ni de malo.
Pero vayamos por partes. Lo que más me ha sorprendido de Honor de caballería es que no tiene absolutamente nada que ver con lo que yo me esperaba de ella en función de las referencias que poseía de la misma, comentarios en prensa escrita, críticas, opiniones radiofónicas o particulares que habían llegado a mis oídos, tanto a favor como en contra del film. Lo que a mí se me había “vendido” (o, quizá, lo que yo había entendido al respecto, acaso equivocadamente) era un producto anticomercial y a contracorriente no ya del cine que se hace actualmente en España, sino incluso a nivel internacional, que ya es decir. También me habían dicho sus detractores que era una película lenta, aburrida, insustancial, sin nada que contar; poco menos que una tomadura de pelo por parte, además, de un cineasta amigo de ir provocando a la gente con declaraciones incendiarias contra, por ejemplo, Charles Chaplin. Pues bien, estoy de acuerdo casi en todo lo que se ha dicho de Honor de caballería, pero con matizaciones. Que es una película anticomercial, sobre todo desde el punto de vista de lo que actualmente “vende” dentro del cine español, está muy claro; por otra parte, la comercialidad de un film no tiene nada que ver con su interés: decir que una película es “comercial” o “anticomercial” equivale, a efectos de valoración artística, a no decir nada, pues el que un film no sea comercial no es ningún mérito y que otro sí lo sea tampoco es un descrédito, ni viceversa. En cambio no tengo tan claro que sea una película anticonvencional, dado que recurre a tropos del lenguaje cinematográfico de lo más clásicos, como luego veremos. La cuestión de la lentitud y el aburrimiento son tan subjetivas que tampoco vale la pena pronunciarse al respecto; diré, no obstante, que al contrario de lo que se afirma no creo que Honor de caballería sea insustancial o que no cuente nada, por más que piense que lo que cuenta tiene poca sustancia. En cuanto a las declaraciones “provocativas” de Serra, apuntar que el grado de provocación de las mismas depende asimismo del grado de susceptibilidad de quien las escucha y les hace caso: no provoca quien quiere, sino quien puede.
El auténtico discurso de un director de cine no reside en lo que declara, sino en lo que “declaran” por él sus films. En este sentido, lo que expresa su segundo largometraje (no caigamos en el tópico, tan frecuente hoy en día, de ver genios “rompedores” en cada nuevo realizador: el síndrome Orson Welles) tiene un alcance menor de lo que se ha dicho, por más que, a simple vista, lo que expresa parezca fresco e innovador. Y lo parece por la sencilla razón de que hay en Honor de caballería un gusto por el plano fijo y de larga duración muy raro de ver hoy en día, pero que no es invención de Albert Serra ni mucho menos; puede reconocérsele, en todo caso, la audacia de recurrir al mismo en plena dictadura del plano corto que impera en la actualidad, pero nada más. Por otro lado, el plano fijo y de larga duración tampoco es algo bueno per se, sino que su valor como recurso expresivo depende de su sentido. Además, cuando le conviene (es decir, por necesidades derivadas de lo que está contando), Serra rompe ese aparentemente inmutable estatismo de la cámara ya en la primera secuencia: el caballero Don Quijote (Lluís Carbó) está sentado sobre la hierba y ligeramente de costado, casi de espaldas a la cámara, en plano general; el estatismo de la imagen, que si bien es verdad se prolonga bastante más de lo habitual hoy en día, se rompe cuando el personaje se pone de pie y, seguido por un funcional movimiento de cámara, se desplaza a otro rincón del paisaje, donde descansa su escudero Sancho (Lluís Serrat), a quien ordena entre otras cosas que busque unas hojas de laurel con las cuales hacerse una corona para tocar su cabeza. Esta primera secuencia establece de entrada las bases de la relación entre ambos personajes: el carácter alucinado del Quijote y la sumisión abnegada de Sancho; de qué manera el movimiento del primer personaje (y seguido por la cámara) condiciona las acciones del segundo (Sancho se ve obligado a romper su descanso, a moverse, para obedecer a su amo); y apunta algo que la película irá desarrollando posteriormente: que Sancho está en el fondo harto de su señor; que el escudero es en realidad la víctima ingenua y propiciatoria de la locura del Quijote. En este sentido, Honor de caballería vendría a ser algo así como el reverso en off de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha de Cervantes, es decir, la narración oculta de lo no explicado en el exhaustivo texto cervantino. La idea, en sí misma considerada, no sólo no está mal sino que incluso tiene su gracia; pero su planteamiento y resolución, insisto, no tiene absolutamente nada de original o de innovador, habida cuenta que la historia del cine está llena de ejemplos de films en cuya primera secuencia hay un esbozo de todo lo que se desarrollará a continuación; el arranque de Honor de caballería, mal que pese, es convencional. Como lo son, asimismo, las imágenes que clausuran el relato: esos planos generales nocturnos de larga duración en los que vemos al Quijote y a Sancho sumergiéndose en la oscuridad, perdiéndose en la nada, “desapareciendo” cual iconos de un ingenuo ideal de la caballería (Quijote) y de la vida rural (Sancho) destinados a extinguirse: acabar una película con una “simbólica” imagen de cierre es, asimismo, convencional.
En resumidas cuentas, se tiene la sensación de que el debate en torno a la no-convencionalidad de Honor de caballería reside en que su lentitud, su parsimonia, su estética (a ratos, esteticismo puro y simple), son interpretados como “revolucionarios” en el contexto del cine actual; y, si bien podría entenderse de esta manera desde este único y exclusivo punto de vista (e incluso así sería una arriesgada afirmación), el supuesto contenido revolucionario de Honor de caballería pierde su condición de tal tan pronto como salen a relucir no ya ejemplos ilustres de cine auténticamente no convencional como Bresson, Tarkovsky o Jean-Marie Straub, sino que a su lado la película de Albert Serra parecería poco más que el apresurado proyecto de fin de curso de un alumno aventajado. Pero no caigamos nosotros mismos en el síndrome Orson Welles: seguro que Serra jamás pretendió hacer algo de esa altura, sino llamar la atención (y lo consiguió) mediante una película que en cierto sentido recupera un determinado estilo de cine catalán de vanguardia que se dejó morir entre las décadas de los ochenta y los noventa, no sin antes ofrecer algunos testimonios dignos de estima firmados por el hoy lamentablemente olvidado Gerardo Gormezano de El vent de l’illa / El viento de la isla (1988) o el todavía no tan pagado de sí mismo José Luís Guerín de Los motivos de Berta (1985).
Dicho de otro modo: lo que ofrece Honor de caballería es el recuerdo de un tipo de cine que exigía la implicación directa del espectador; y, en este sentido, resulta de agradecer el esfuerzo de Serra en el contexto de un cine que, como el actual, huye de todo lo que sea reflexión y pensamiento como si fuera la peste. El problema es que ese esfuerzo reflexivo está puesto al servicio de unas pocas ideas, atractivas en sí mismas consideradas pero dibujadas y expuestas de manera pobre e insuficiente. Ya hemos anotado que el relato vendría a ser algo así como la trastienda de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha; recordemos que el posterior largometraje de Serra, El cant dels ocells (2008), gira en torno a otras figuras emblemáticas de la cultura universal, los Tres Reyes Magos de Oriente; y que en estos momentos, Serra está preparando una libre incursión en otro clásico de la literatura, el Drácula de Bram Stoker. En Honor de caballería, el director juega a su antojo con los personajes cervantinos haciéndoles hablar en catalán; y los paisajes rurales donde se desarrolla íntegramente la acción son claramente catalanes y para nada castellanos (si bien es verdad que en la novela de Cervantes hay un famoso episodio ambientado en Barcelona).
Ese deseo implícito de visualizar “incorrectamente” la obra de Cervantes va unido a otro deseo, éste más explícito, de hacerlo mediante una puesta en escena destinada a “hacerse notar”; ya hemos hablado de los planos de larga duración, que parecen concebidos no tanto para alargar el relato como para dotarlo de un ritmo más contemplativo que narrativo (sugerencia y a la vez ataque contra la noción de que el cine sólo sirve para “contar algo”); hay que destacar al respecto ese plano nocturno en el cual el Quijote y Sancho descansan sentados en el suelo, mientras a sus espaldas brilla una espectacular luna llena: el plano es tan largo que, a poco que uno se fije, puede advertirse en el segundo término del encuadre que, en efecto, el satélite se ha movido desde el inicio del plano y hasta el final del mismo: la intención de ese plano parece, así planteado, no tanto la de crear una determinada “atmósfera” de quietud como la de hacer notar que el realizador tiene los bemoles necesarios para mantener fija la cámara hasta el punto de captar el movimiento lunar. Ese “hacerse notar” se hace patente en otros momentos del relato: por ejemplo, en la secuencia en la cual el caballero y su escudero se bañan en el río, tópico “remanso de paz” que reincide en la idea de mostrar a estos famosos personajes de la literatura universal disfrutando de una intimidad hasta ahora desconocida para los lectores de Cervantes (imagen acuática en la que curiosamente Serra coincide con el Marc Recha de Dies d’agost / Días de agosto, 2006); en el empleo de sonidos ambientales en la banda sonora, hasta el punto de que no entra música en la pista de sonido hasta alrededor del minuto noventa; en esa escena en la cual, tras el misterioso secuestro nocturno del Quijote por unos caballeros que se lo llevan consigo (y que, al menos tal y como está mostrado en el film, es un episodio que no tiene más valor que el anecdótico, dado su nulo relieve en el devenir de la narración), vemos a Sancho esperando el retorno de su amo en lo alto de la colina junto a un árbol, momento en el cual Serra recurre a otro tropo convencional: tres planos sucesivos del personaje que expresan, por corte, el paso del tiempo, la tediosa espera de Sancho. Ese espíritu de transgresión, más teórico que real, se pone en evidencia sobre todo en la emblemática aparición de otro profesional de la provocación, el cantautor Albert Pla, interpretando al caballero que mantiene un diálogo con Sancho; hay aquí un momento muy significativo: el caballero que interpreta Pla le pregunta al escudero del Quijote si seguiría “haciendo de Sancho” en el que caso de que su amo no existiera; la pregunta no tiene otra función que la de “sacar” por un momento al espectador del relato y recordarle, mediante ese retruécano meta-fílmico, que a fin de cuentas lo que está viendo no es más que una ficción recreada por unos actores (no profesionales) ante una cámara; que “el Quijote” y “el Sancho” que aparecen ante sus ojos son una convención. También hay instantes en los cuales a los actores se les escapa alguna que otra mirada “a cámara”. O en los que la trama sigue caminos caprichosos (el ya mencionado episodio del secuestro del Quijote por otros caballeros, de los cuales, se supone pues nunca lo vemos, logra zafarse con posterioridad), destinados a crearle al espectador una sensación de incomodidad, de falta de asidero dramático o emocional ante un relato que intenta no parecer un “relato”, por más que en última instancia no pueda evitar el serlo.
No voy a negar el sentido del riesgo del cual hace gala Honor de caballería, a pesar de que en demasiadas ocasiones se tenga la sensación de que se trata de un riesgo hasta cierto punto “calculado”: que sabe jugar la carta de la baratura de cara a logar una rentabilidad mínima en los circuitos minoritarios de exhibición favorables a este tipo de producciones, y de paso un sonoro prestigio, como ha sido el caso. Pero es una pena que lo haga en detrimento de lo que pudo haber sido y al final no es: una exploración subjetiva y libre de los personajes cervantinos, lo cual daba mucho más juego del que al final se le saca. La mejor secuencia del film, aquella en la cual el Quijote deambula solitario entre los árboles azotados por el viento, y que concluye con la misteriosa, inesperada “aparición” de un caballero con armadura, es un buen ejemplo de atmósfera visual y utilización expresiva del sonido ambiental (ese constante silbido del viento casi felliniano), así como un estimable apunte de algo que luego no se desarrolla: el retrato de la locura del personaje del caballero manchego, perdido en un paisaje que podría entenderse como una extrapolación de su propia mente atormentada y desquiciada.
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Hola Tomás
ResponderEliminarPuedo comprender en parte lo que dice sobre la película de Serra, pero por otro lado creo que el hecho de que el film se quede en el bosquejo de ideas, como un borrador, no tiene por qué ser necesariamente negativo. Es una cuestión de capacidad de apreciar películas que no tienen vocación de perfección desde un punto de vista ortodoxo en términos dramáticos, sin enganches genéricos más allá de el recurso a personajes míticos que están en el inconsciente colectivo -aunque muy poca gente habrá leído a fondo y conocerá el Quijote realmente-. Serra, coge esos arquetipos y los vacía, los coloca a la deriva en un entorno físico de poderosa presencia (que puede recordar al Herzog de "Aguirre"), pero también juega con los anacronismos y el sentido del humor, haciendo además explícita la representación, como bien apunta usted en su crítica. Lo que no entiendo entonces es por qué concluye que "no es una exploración libre y subjetiva de los personajes cervantinos"... Entonces, ¿qué es? ¿una exploración condicionada por los tópicos y de vocación objetiva? Supongo que estaremos de acuerdo en que no.
Ah, una puntualización final: "Honor de cavalleria" no es la primera película de Serra (aunque sí fue la primera en alcanzar cierta relevancia crítica) si no la segunda, pues ya había rodado anteriormente Crespià (2003).
Un cordial saludo,
Buenas noches, Z. Toquero:
ResponderEliminarEvidentemente, un bosquejo de ideas no es necesariamente negativo, y el caso es que la película de Serra a mi entender las tiene; pero tampoco me parece muy positivo que apunte en varias direcciones interesantes y luego no pueda, o no quiera, desarrollarlas, dejándonos por así decirlo con la miel en los labios. Pienso, incluso, que es una pena que no lo haga.
Asimismo, la impresión general que me produce "Honor de caballería" es que, a pesar de esa apariencia de película imperfecta y heterodoxa, en el fondo me parece eso: una apariencia; que el film es indudablemente imperfecto, y quizá con vocación de serlo, no lo niego (es decir, deliberadamente), pero no tan heterodoxo como parece, ya que recurre a algunas soluciones más bien convencionales.
Cuando afirmo que la película no es una exploración libre y subjetiva de los personajes de Cervantes, me refiero al hecho de que, al no profundizar en ellos porque precisamente quiere reducirlos al mínimo, a lo esencial, los reduce tanto que dejan de ser "personajes cervantinos"; de hecho, no son ni siquiera personajes, sino figuras; quizá era ese el propósito, y si es así hay que respetarlo, desde luego, pero no me veo en la obligación de compartirlo, porque este planteamiento no me resulta seductor. Me sigue dando la impresión de que, en su deseo de convertir a esos personajes en arquetipos, o en iconos, los reduce a algo anodino. Sigo pensando que hubiese sido más interesante explorar por así decirlo "la trastienda" de los personajes de Cervantes, ir un poco más allá, y no contentarse con peleles, todo lo abstractos y figurativos que quieras, pero peleles a fin de cuentas.
La comparación que haces con Herzog es muy interesante, ya que el director alemán en muchas ocasiones juega con los estereotipos dramáticos, pero en su caso viene reforzado por un planteamiento estético y una elegancia en la dirección de actores que no se percibe en "Honor de caballería"; además, al contrario que Herzog, Serra no termina de extraer toda su fuerza telúrica a los paisajes naturales en los que se mueve, salvo en la secuencia del viento entre los árboles, que por eso mismo me parece la mejor: ahí está a mi entender la película que pudo haber sido y no es.
Por cierto, tienes toda la razón del mundo: el primer largometraje de Serra es "Crespià". Lapsus por mi parte que corrijo ahora mismo.
Me alegro de que alguien se haya animado por fin a hablar de "Honor de caballería". Un saludo cordial y pásate por aquí siempre que quieras.
Muchas gracias por su excelsa respuesta a mi comentario, y disculpe la tardanza en contestar.
ResponderEliminarAunque haya sido yo quien ha introducido la comparación, estoy de acuerdo en que en la película de Serra lo paisajístico no tiene la fuerza telúrica que en el cine de Herzog (de hecho, creo que pocos cineastas tienen el poderío visual del alemán). Creo que Serra, a diferencia de Werner, juega parcialmente una baza un tanto arriesgada, en tanto puede ser fácilmente incomprendida, de abrazar una corriente de cine -procedente de algunos autores europeos de los 60 y 70, algunos de ellos compañeros de "movimiento", de Herzog, aunque éste haya renegado en algunas declaraciones recientes de su pertencia a lo que se conocía como "Nuevo Cine Alemán"- que se caracteriza por ser deslavazado, un cine hecho a salto de mata, intuitivo y libérrimo, en el que lo sublime y lo aparentemente desastroso pueden llegar a darse la mano dentro de la misma secuencia. Y creo que eso, en el contexto del cine que se hace en la Península hoy en día, pues se agradece mucho, lo veo como un soplo de aire fresco.
Insisto en que a veces las películas con defectos técnicos, o con una progresión dramática nula o deficiente desde el punto de vista ortodoxo, también pueden ser interesantes, además de refrescantes. El guión de las películas de Serra es problemático en ese sentido, de hecho incluso admitiría que se diga de ellos que no hay por donde cogerlos, pero a pesar de todo quizá estemos de acuerdo en que funcionan (aunque sólo sea, como dice usted, "a nivel teórico"), y lo hacen gracias a la confianza que tiene el director en su propia capacidad de mezclar y voltear -creo que con sobresaliente pericia- materiales e influencias variados. Pero la diferencia clave a favor de Serra respecto al grueso del cine español es que se libra de ciertas convenciones chuscas y sainetescas (valga el término) que todavía infectan a muchas películas de este país. Y eso también creo que merece ser reseñado.
Otro asunto muy distinto son las declaraciones y actitudes públicas del cineasta, sobre las cuales, al igual que hace usted, prefiero no entrar, ya que creo que lo importante a fin de cuentas es el valor de sus películas, que considero elevado (excluyendo, eso sí, el cortometraje -por llamarlo de alguna manera- "Fiasco", incluido en el proyecto colectivo "Reflejos de Chaplin")
Sepa que, aunque no estemos de acuerdo algunas veces, es un placer leerle y le considero a usted, sobre todas las cosas, un magnífico escritor, no sólo como crítico de cine, sino en general.
Un cordial saludo,