Cuando un cineasta es ya un veterano con una trayectoria profesional consolidada y, lo que aquí más interesa destacar, con un estilo tan personal e inconfundible que prácticamente se identifica a simple vista en virtud de una determinada manera de planificar o iluminar un encuadre, se tiene la sensación de que los guionistas les escriben los textos expresamente a su medida. Éste parece el caso de Nick Schenck, firmante del guión del último film dirigido y protagonizado por Clint Eastwood, Gran Torino (ídem, 2008), escrito a partir de un argumento previamente elaborado por Schenck en colaboración con Dave Johanson. De creer lo que afirman las notas de producción al respecto, Schenck acredita una escasa experiencia profesional previa como guionista, actor y productor en producciones más bien de segunda fila, mientras que para el también mencionado Johanson éste es su primer crédito profesional como coautor del argumento para una película. Se dice, incluso, que Schenck desconocía el dato de que, en algunos de sus films de la serie Harry el Sucio, Eastwood conducía un modelo Gran Torino como el que da título a esta película; y que, cuando tuvo el libreto en sus manos, el realizador lo aceptó tal y como estaba, sin modificar nada del mismo excepto el escenario principal, que pasó de ser Minneapolis a convertirse en Detroit.
Puede que los acontecimientos se produjeran exactamente así, pero cuesta de creer que fuera de ese modo habida cuenta de que, una vez vista la película, se tiene la sensación de que la misma o bien ha sido desde un principio escrita expresa y meticulosamente a la medida de Clint Eastwood, o bien ha habido alguna intervención posterior no acreditada por parte de Eastwood o sus colaboradores más estrechos, dado que el film exhibe muchas de las características temáticas y estilísticas que su director ha ido forjando a lo largo de su carrera. Ahora bien, también cabe una tercera posibilidad: que Eastwood haya llegado a tal punto de madurez como cineasta que se permite absorber cualquier libreto que le interese, apropiarse del mismo y hacérselo suyo mediante la potenciación de aquellos elementos que le son más cercanos y la minimización de los que no.
Sea como fuere, Gran Torino es lo más parecido a una compilación o compendio sobre su cine, y en particular sobre su imagen cinematográfica más popularizada, que haya realizado hasta la fecha. Ahora bien, no es un homenaje como en su momento lo fue En la línea de fuego (In the Line of Fire, 1993, Wolfgang Petersen), o en este caso un auto-homenaje, sino un paso más en la evolución de un proyecto en torno a la creación de un determinado personaje que arranca desde los tiempos de sus primeros trabajos como intérprete a las órdenes de Sergio Leone y que llega hasta el momento actual. En este sentido, no cuesta demasiado ver en Walt Kowalski, el personaje central de Gran Torino, una prolongación casi podríamos decir que lógica del Hombre Sin Nombre, o de Harry Callahan, el protagonista de la serie Harry el sucio, o de tantos y tantos personajes inconformistas, antisociales y ligeramente marginados por una sociedad que no comprenden ni les comprenden que pueblan la carrera de Eastwood como realizador, y que van desde el pinchadiscos de Escalofrío en la noche (Play Misty for Me, 1971) hasta el solitario entrenador de boxeo Frankie Dunn de Million Dollar Baby (ídem, 2004), pasando por los héroes de sus westerns, el Bronco Billy del film homónimo de 1980, el sofisticado ladrón Luther Whitney de Poder absoluto (Absolute Power, 1997), el periodista desclasado Steve Everett de Ejecución inminente (True Crime, 1999) o el expolicía Terry McCaleb de Deuda de sangre (Blood Work, 2002).
Está muy claro a estas alturas que, aún partiendo de idéntica raíz y estando interpretados por el mismo actor, el Hombre Sin Nombre y Walt Kowalski no son exactamente la misma persona (de la misma manera que Eastwood tampoco es exactamente la misma persona que trabajó con Leone). Entre ambos personajes hay un profundo y apasionante proceso de madurez (y, por qué no admitirlo, dado que es natural: de envejecimiento), cuyo planteamiento y resolución vuelven a demostrar la agudeza del realizador. El Walt Kowalski de Gran Torino no es un héroe (aunque, en un momento dado, para sus convecinos de su barrio sí lo sea), sino un anciano todavía lúcido y para nada decrépito, pero que está quemando sus últimas naves. Nada más empezar el relato le vemos recién enviudado y asistiendo a las exequias de su esposa: es un signo de muerte, que de entrada ya viene a decirnos que él será, “naturalmente”, el siguiente en caer (por más que, en el clímax del relato, su destino final diste mucho de producirse por causas naturales). Pero, a pesar de que la muerte ronda en muchos momentos del relato, o mejor dicho, la amenaza de una muerte brutal y repentina a manos de una pandilla de violentos delincuentes juveniles de ascendencia oriental, Gran Torino no es un film sobre la muerte, o al menos no es únicamente eso, sino más bien un film sobre la vida, entendida esta última como acumulación de conocimientos y experiencias humanas en la que la muerte no es tan sólo final de la existencia sino en cierto sentido su culminación, tal y como también se postula, en parte, en El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, 2008, David Fincher).
Como no podía ser menos en estos tiempos de corrección política, la actitud del protagonista de Gran Torino hacia otras razas o etnias distintas a la suya ha sido objeto de controversia. Kowalski, de quien se nos dice que participó en la guerra de Corea (un conflicto bélico que, al menos en el cine norteamericano, suele carecer de las connotaciones derrotistas de la guerra de Vietnam), es un hombre marcado por esa circunstancia, la cual flota sobre el relato en determinados momentos, impregnándolo sutilmente (y resulta de agradecer, en este sentido, que Eastwood no caiga en la tentación de visualizarlo por medio de los preceptivos flashbacks). Ello explica, sin justificarlo, su odio hacia las personas de raza oriental y la aversión que le producen los vecinos instalados en la casa contigua a la suya. Como el protagonista de El sargento de hierro (Heartbreak Ridge, 1986), otro militar, éste todavía en activo pero que también está pegando sus últimos tiros, Kowalski suelta muchos tacos; y, al igual que en El sargento de hierro, el lenguaje soez del personaje forma parte de una especie de código vital; es, según Kowalski, la manera que tienen de hablar “los hombres”, tal y como queda claro en las hilarantes escenas en las que el personaje, solo o acompañado por su joven protegido Thao (Bee Vang), visita la barbería de Martin (John Carroll Lynch). Resulta lícito pensar que Kowalski es, en primera instancia, un racista, un grosero y un misógino; pero la película añade nuevos e insospechados matices a esta primera impresión, conformando un retrato completo, y complejo, de un ser humano con defectos y virtudes.
En una nueva demostración de que la pretensión de limitar o acotar lo que transmite el cine de Clint Eastwood (o de cualquier otro cineasta) dentro de simples parámetros políticos es un ejercicio estéril, los consabidos árboles que no dejan ver el bosque, Gran Torino se reafirma y en cierto sentido culmina el soterrado discurso contra la familia, como institución social, que se encuentra en la mayoría de películas de este realizador, se supone, de ideología conservadora, votante republicano, ex amigo de Ronald Reagan y que, por tanto, en teoría debería ser un defensor a ultranza de la institución familiar, o mejor dicho, de la familia como institución natural o biológica. En cambio, en el cine de Eastwood se encuentra muy presente un ácido discurso contra la familia biológica, y no es nada raro que en sus películas los personajes renieguen de los parientes que les han tocado “por nacimiento” y creen, a cambio, “su” familia a partir de amigos o allegados que van conociendo a lo largo de su vida. Eso está muy claro en el caso de personajes que, en un momento dado, han vuelto la espalda a “los suyos”, o se han visto obligados a ello por las circunstancias, para crear por su cuenta y riesgo otros núcleos de afectividad similares o equivalentes a los familiares, tal y como hace el protagonista (William Holden) de Primavera en otoño (Breezy, 1973), Josey Wales en El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales, 1976) –que, tras el asesinato de su familia biológica, acabará creando una segunda familia a base de mujeres abandonadas y pieles rojas que va recogiendo por el camino—, el protagonista de El sargento de hierro –para el cual el ejército es “su familia”—, el pequeño Phillip (T.J. Lowther) y su “nuevo padre” Butch (Kevin Costner) en Un mundo perfecto (A Perfect World, 1993), o el veterano entrenador de boxeo y “su hija” Maggie (Hilary Swank) en Million Dollar Baby (recuérdese, asimismo, el retrato de la egoísta y desaprensiva familia biológica de la boxeadora en este film). Por el contrario, Eastwood suele mirar con malos ojos la defensa a ultranza de la familia biológica, tal es el caso del personaje de Jimmy (Sean Penn) en Mystic River (ídem, 2003), cuya venganza por el asesinato de su hija desembocará en un trágico e irreparable error. Esa visión negra del núcleo familiar preestablecido está muy clara en Gran Torino: Kowalski tiene una familia que no comprende ni le comprende, y acabará teniendo “otra”, la formada por Thao y los suyos, a los que quizá tampoco termina de comprender ni ellos completamente a él, pero respecto a los cuales establece una relación de afectividad basada en algo que no se da entre Kowalski y su familia biológica: el respeto mutuo. Otro aspecto importante de Gran Torino, estrechamente vinculado con el anterior, vuelve a ser la enésima defensa de la mujer que aquí lleva a cabo el realizador: la dignidad con la que retrata a Sue (Ahney Her), la hermana mayor de Thao, se inscribe en la ya notable galería de personajes femeninos cuya actitud resulta decisiva en la de los hombres de su entorno, tal es el caso de las protagonistas femeninas de Escalofrío en la noche, Primavera en otoño, El fuera de la ley, Ruta suicida (The Gauntlet, 1977), Bronco Billy, Impacto súbito (Sudden Impact, 1983), El jinete pálido (Pale Rider, 1985), el telefilm Vanessa en el jardín (Vanessa in the Garden, 1985), El principiante (The Rookie, 1990), Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995), Poder absoluto, Medianoche en el jardín del bien y del mal (Midnight in the Garden of Good and Evil, 1997), Space Cowboys (ídem, 2000), Deuda de sangre, Mystic River, Million Dollar Baby y El intercambio (Changeling, 2008). Llama la atención al respecto que Eastwood también reincida, en Gran Torino, en la figura de la esposa muerta, tan fordiana, como determinante de la conducta del marido que todavía la llora en vida, algo asimismo evidente en El fuera de la ley y Sin perdón (Unforgiven, 1992).
De hecho, el pasado tiene un enorme peso específico en el meollo del relato. Kowalski no sólo llora a su difunta esposa; también tiene un coche “anticuado”, un Gran Torino de los años setenta, que conserva en perfecto estado; y, además, está calladamente traumatizado por sus recuerdos, para nada heroicos, de la guerra de Corea, cuyo comentario con el joven sacerdote de su feligresía, el padre Janovich (Christopher Carley), es un tema que sigue causándole malestar, en lo que puede verse, conversaciones con el cura y evocación traumática de hechos bélicos del pasado, sendas referencias a Million Dollar Baby y Banderas de nuestros padres (Flags of Our Fathers, 2006), respectivamente. Pero el pasado no sólo afecta a Kowalski: también lo hace sobre la familia oriental de Thao y Sue, que se vieron obligados a emigrar de su país e instalarse en los Estados Unidos, donde siguen estando considerados extranjeros; incluso los pandilleros que atemorizan al barrio, sean de ascendencia asiática o hispana, son indirectamente víctimas de un pasado remoto cimentado alrededor de un odio ancestral, en virtud del cual, aún siendo norteamericanos de segunda o tercera generación, continúan estando considerados a los ojos de los demás e incluso entre ellos mismos “amarillos” y “sudacas”; ¡incluso bromeando, Kowalski sigue siendo, para su amigo barbero, un “puto polaco”, y para él este último es “un italiano” o un “puto espagueti”! [Nota bene: en el momento de escribir estas líneas todavía no he visto The Visitor (ídem, 2007, Thomas McCarthy), pero me pregunto si su dibujo de la emigración es tan sutil y profundo como el que muestra Eastwood en Gran Torino].
En cierto sentido, la interacción entre pasado y presente constituye en gran medida el meollo del substrato dramático de Gran Torino. El detonante de la relación entre Kowalski y la familia de Thao tendrá lugar por el intento de robo de su Gran Torino por parte del chico a instancias del grupo de pandilleros en el cual pretenden que se integren (en particular el líder de la banda, su propio primo: otro apunte corrosivo en torno a los lazos familiares “naturales”). Kowalski vive aferrado a ese pasado que compartió con su difunta mujer, y por eso no consiente que nadie toque ese pasado (su Gran Torino); también rechaza los interesados cuidados de su familia, porque le hablan de cosas que le son ajenas (pinzas para coger objetos que están colocados en lo alto, residencias para ancianos donde pretenden llevarle a morir…); y, por descontado, desconfía de los orientales porque tuvo que luchar contra ellos en Corea. De ahí la importancia del personaje de Sue, una chica que juega un papel integrador (es la única de su casa que tiene un nombre en inglés, “americanizado”), rechaza los prejuicios del pasado e intenta avanzar hacia un futuro conciliador: planta cara a los prejuicios ancestrales representados tanto por Kowalski como por su primo pandillero, tan joven como ella pero en el fondo más reaccionario e intolerante que su viejo vecino polaco; no sólo invita a Kowalski a comer con su familia, incluso le anima a bajar al sótano y a relacionarse con los jóvenes. No obstante, Kowalski es consciente de que, para él, ya es demasiado tarde. Su forma de plantar cara a los pandilleros es decidida, pero tiene algo de patético: ese gesto con la mano, en virtud del cual amenaza a los delincuentes fingiendo que empuña una pistola, demuestra hasta qué punto está el personaje condicionado por un pasado marcado por la violencia, así como la imposibilidad, dada su edad avanzada y ya con serios problemas de salud diagnosticados, de resolver mediante esa misma violencia el conflicto que se le plantea. La fatídica decisión de Kowalski –que, en atención a quien todavía no haya visto el film, aquí no detallaremos— es el resultado de una previa toma de conciencia, que la película va desgranando minuciosamente, en torno a una vida que el protagonista descubre vacía de contenido, sobre todo a raíz de la muerte de su esposa; acaso la simbología cristiana que reviste el sacrificio de Kowalski resulte excesivamente retórica, por más que pueda verse en ello un último gesto de homenaje a su difunta esposa, una católica practicante a la que su marido acompañaba a los oficios religiosos, aún a regañadientes, por su amor y respeto hacia ella. Eastwood muestra sutilmente todo ese proceso en virtud de una planificación donde abundan los planos generales y los planos medios, de tal manera que las asociaciones entre los personajes se dan con una pasmosa sensación de naturalidad. Hay, no obstante, algunas rupturas de carácter introspectivo: en la escena en la que su hijo le telefonea para preguntarle qué tal le va, Kowalski contesta al teléfono en el garaje donde tiene su Gran Torino: Eastwood inserta un breve plano del cartel de una cervecería que cuelga en una pared, mientras el protagonista le dice simplemente a su hijo que todo le va bien (antes hemos visto a Kowalski bebiendo con sus amigos en el bar, y no es nada raro verle en su propia casa tomándose latas de cerveza: Kowalski es demasiado orgulloso para reconocer que, en el fondo, está hundido y acabado). Asimismo, la secuencia en la que el protagonista recibe la visita de su hijo y su nuera, pretendiendo venderle las supuestas excelencias del asilo (perdón: residencia geriátrica) donde intentan meterle, está planificada poniendo el acento en la ruptura de las relaciones de Kowalski con los suyos: un primer plano progresivamente más cerrado sobre el iracundo rostro del personaje da paso, por corte de montaje, a un plano del hijo y la nuera de Kowalski abandonando precipitadamente su casa tras haber sido expulsados de ella por el anciano: un corte de montaje que expresa, asimismo, el “corte” entre Kowalski y aquéllos que se supone que son “los suyos”. La conclusión de Gran Torino atesora, a pesar de su tono sombrío y pesimista, un apunte esperanzador: al final será Thao y no la repelente nieta de Kowalski quien heredará el Gran Torino, dando a entender así que, para vencer las miserias del presente, en ocasiones hay que volver la mirada hacia el pasado y conservar del mismo aquello que vale la pena si se quiere avanzar, como hace Thao en el plano que cierra la película, por el camino que le conduce, o puede conducirle, a un futuro mejor. La herencia de Walt Kowalski es, en cierto sentido, el legado del cine de Clint Eastwood: el puente que une, simbólica y cinematográficamente hablando, un cine del pasado que, sin renegar de su condición de tal, está hecho desde una perspectiva de presente y mira de frente al futuro.
Extraordinario texto para extraordinaria película
ResponderEliminar¡Buenos días, Tomás!
ResponderEliminarEs siempre un placer leerte, y sin duda son una buena noticia los cambios que has realizado en tu blog, pues aparte de solucionar los pequeños problemas que tenia el anterior creo que ahora es más bello desde un punto de vista estético.
Y, desde luego, no podías empezar mejor este nuevo blog que con este extenso artículo que, además, completa de manera excelente el reciente t magnífico estudio que le dedicaste a Eastwood en la revista Dirigido Por.
Estoy de acuerdo en todo lo que dices acerca de "Gran Torino"; en mi opinión la película (excelente, aunque para mi gusto ligeramente por debajo de sus cinco anteriores trabajos) es tanto un resumen de la filmografía de Esatwood como, sobretodo, una sentida y emotiva despedida a su faceta como actor. Solo me gustaría añadir una observación; se trata de algo que no citan las críticas que hasta ahora he leído sobre la película, y que por lo tanto puede ser una simple impresión personal (atención: SPOILER). Se trata de que creo que "Gran Torino" es una de las películas de su director que muestran más claramente la influencia de su mentor Don Siegel. Pienso que toda la media hora final (la mejor de la película, y que a mi parecer roza lo magistral) está íntimamente relacionada con lo que Siegel hizo con John Wayne en "El último pistolero", de la que Eastwood parece retomar algunas ideas, eso sí con mucho talento y de forma muy personal. En ambas películas se sigue a un "hombre duro" en el final de sus días (tanto Wayne como Eastwood interpretan a enfermos) en su viaje hacia "el último duelo", un duelo en el que de antemano saben que van a morir. Me parece muy parecido el itinerario que siguen los dos personajes antes de acudir a ese duelo: el personaje de Eastwood salda deudas con su barbero, visita a un sastre para que le confeccione el traje con el que será enterrado, deja su perro al cuidado de su vecina... Por su parte el personaje de Wayne, y si no recuerdo mal (hace unos años que no he vuelto a ver esa película), quemaba el único periódico que había leído en su vida, se despedía de su amada Lauren Bacall, le regalaba su cojín al conductor de un tranvía... En ambos casos los ritos son diferentes pero tienen un mismo sentido, puesto que se trata de hombres preparándose para abandonar este mundo. Otro punto de contacto entre "Gran Torino" y "El último pistolero" es la relación paterno-filial que los protagonistas establecen con un adolescente (el joven Thao en el caso de Eastwood y el personaje interpretado por Ron Howard en le caso de Wayne). Y finalmente puede que tengan otra cosa en común: con "El último pistolero" Wayne se despidió del mundo del cine con un personaje que resumía toda su carrera; parece que con "Gran Torino" Eastwood hace algo parecido, abandonando el mundo de la interpretación aunque afortunadamente no el de la realización.
Siento haberme extendido tanto, pero es que me apetecía comentarte estas ideas.
Pedro Grimalt.
Excelente análisis de un excelente film, Tomás.
ResponderEliminarExcelente análisis sobre un excelente film. Enhorabuena Tomás.
ResponderEliminarExcelente análisis de un excelente film. Enhorabuena Tomás.
ResponderEliminar¡Buenos días, Tomás!
ResponderEliminarSiempre es un placer leerte, y sin duda son una buena noticia los cambios que has realizado en tu blog, pues aparte de solucionar los pequeños problemas técnicos que tenia el anterior creo que ahora es más bello desde un punto de vista estético.
Y, desde luego, no podías empezar mejor este nuevo blog que con este extenso artículo que, además, completa de manera excelente el reciente y magnífico estudio que le dedicaste a Eastwood en la revista Dirigido Por.
Estoy de acuerdo en todo lo que dices acerca de "Gran Torino"; en mi opinión la película (excelente, aunque para mi gusto ligeramente por debajo de sus cinco anteriores trabajos) es tanto un resumen de la filmografía de Eastwood como, sobretodo, una sentida y emotiva despedida a su faceta como actor. Tan solo me gustaría añadir una observación; se trata de algo que no citan las críticas que hasta ahora he leído sobre la película, y que por lo tanto puede ser una simple impresión personal (atención: SPOILER). Se trata de que creo que "Gran Torino" es una de las películas de su director que muestran más claramente la influencia de su mentor Don Siegel. Pienso que toda la media hora final (la mejor de la película, y que a mi parecer roza lo magistral) está íntimamente relacionada con lo que Siegel hizo con John Wayne en "El último pistolero", de la que Eastwood parece retomar algunas ideas, eso sí con mucho talento y de forma muy personal. En ambas películas se sigue a un "hombre duro" en el final de sus días (tanto Wayne como Eastwood interpretan a personajes gravemente enfermos) en su viaje hacia "el último duelo", un duelo en el que de antemano saben que van a morir. Me parece muy similar el itinerario que siguen los dos personajes antes de acudir a ese duelo: el personaje de Eastwood salda deudas con su barbero, visita a un sastre para que le confeccione el traje con el que será enterrado, deja su perro al cuidado de su vecina... Por su parte el personaje de Wayne si no recuerdo mal (hace unos años que no he vuelto a ver esa película) quemaba el único periódico que había leído en su vida, se despedía de su amada Lauren Bacall, le regalaba su cojín al conductor de un tranvía... En ambos casos los ritos son diferentes pero tienen un mismo sentido, puesto que se trata de hombres preparándose para abandonar este mundo. Otro punto de contacto entre "Gran Torino" y "El último pistolero" es la relación paterno-filial que los protagonistas establecen con un adolescente (el joven Thao en el caso de Eastwood y el personaje interpretado por Ron Howard en le caso de Wayne). Y finalmente puede que tengan otra cosa en común: con "El último pistolero" Wayne se despidió del mundo del cine con un personaje que resumía toda su carrera; parece que con "Gran Torino" Eastwood hace algo parecido, abandonando el mundo de la interpretación aunque afortunadamente no el de la realización.
Siento haberme extendido tanto, pero es que me apetecía comentarte estas ideas.
Pedro Grimalt.
Se recuerda poco un film como "Breezy", que me parece uno de los mejores de la primera época de Eastwood. Lo mismo ocurre con "Honkytonk man", que es uno de los 5 mejores que ha hecho todavía para mí.
ResponderEliminarCreo que es una gran pelicula. Discreta, inteligente y elegante. No me gustaría que fuera la última del viejo Eastwood pero serviría como cierre.
ResponderEliminarSaludos!
PD: Impresionante imagen de Marilyn. No la había visto nunca.
Desde hace muchos años guardo sus estupendos especiales sobre películas de culto de la revista "Imágenes de actualidad". Deberían ser recopilados para hacer una enciclopedia, pq en muy pocas ocasiones ha visto en 4 caras recogerse tan completamente tantos detalles y anécdotas de un film. Puede q "Gran Torino" no entre nunca en la categoría de cine de culto, aunque ciertamente es un film magnífico con la rara habilidad de hacer reir y llorar. Una de las películas del año y de ser la última actuación de Eastwood, un inmejorable canto de cisne. Yo desde hace un año tengo tb un blog de cine, que aspira a alcanzar algún día la madurez y la elaboración de éste. Muchos soñamos en poder vivir algún día del cine, mientras tanto hay mucho q aprender de los maestros.
ResponderEliminarUn saludo.
Excelente tu artículo. Para mí lo más flojo (lo único flojo, diría) de la película son las escenas con el sacerdote. Y lo mismo me pasaba con "Million dollar baby". Parecen unos sacerdotes-pegote-recursobarato. Me recuerdan al cura de "Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo...", en el último episodio.
ResponderEliminarPor cierto, no había visto nunca la foto de la cabecera, tan "desmitificadora"...
ResponderEliminarBuenos días, Tomás.
ResponderEliminarRecuerdo que en tu estudio sobre Eastwood en "Dirigido por..." terminabas diciendo que esperabas con ansiedad el estreno de "Gran Torino". Leyendo tu crítica veo que no te ha defraudado en absoluto.
Al igual que tú soy un gran admirador de Eastwood, desde que con doce años mi padre me llevó al cine a ver "Cazador blanco, corazón negro", una obra que me marcó profundamente y, por decirlo así, fue mi puerta de acceso a la filmografía del autor de "Un mundo perfecto".
El filme que nos ocupa merece el abordaje que le dispensas, temático, por lo que el filme tiene de, por así decirlo, culminación en esa íntima discusión del autor con su obra y sus contenidos que ha caracterizado la obra de Eastwood en los últimos tiempos, una discusión desde la perspectiva de la senectud, y caracterizada por la virtuosa fusión entre sabiduría y melancolía.
Creo que todo eso, esa "alta carga subjetiva", es fundamental a la hora de buscar el meollo de la cuestión. De hecho incluso opino que, plantear el relato en otros términos, nos arrojaría a ciertas inconsistencias de guión en la solución final (que no puedo detallar para no destriparla). Lo que interesa es el proceso de redención espiritual de Walt, y todas sus motivaciones que tan bien analizas en la crítica.
En el ítem referido a la contextualización del relato en lo ideológico o político, yo creo que tomando en consideración que la importancia del Gran Torino, el orgullo americano motorizado, alcanza al título del filme no es descabellado pensar que Eastwood quería insertar sutiles paráfrasis ideológicas, referidas a la necesidad de cicatrizar las heridas y superar el odio aunque ello implique un sacrificio o pueda ser tildado de injusto, todo ello en el contexto de la política llevada a cabo por su país en la era post-11 de septiembre. Ello sin embargo, yo soy más de la opinión que el discurso de Eastwood se entronca más bien de un modo abstracto, íntimo, y se articula en términos de Humanismo, en la exploración de su autentico valor, el que sólo puede hallarse en contextos hostiles, en encrucijadas en las que la empatía hacia un personaje nos lleva a menudo a establecer antagonismos, opción que, de un modo u otro, Eastwood nos lleva a reconsiderar: es lo que ya sucedía en A perfect World, o en la historia de una amistad perdida en la que en definitiva se erigía Mystic River; era el debate que atravesaba de principio a fin el díptico sobre Iwo Jima (desde su propio concepto: la narración de idéntico acontecimiento desde los dos puntos de vista enfrentados); e incluso en The Changeling existían diversos pasajes y reflexiones que nos hacían cuestionarnos si la venganza institucional, la pena de muerte, era una receta ética a algo tan deleznable (nada se me ocurre más deleznable) que el asesinato indiscriminado de niños. He de confesar que viendo la soberbia The Changeling, me dio por pensar que Eastwood está instalado desde hace un puñado de filmes en una especie de nirvana. En Gran Torino nos habla, en la misma voz susurrante que le escuchamos en la canción que aparece en los créditos finales, del modo de alcanzarla. Y logra entregarnos las más valiosas dosis de emoción rehuyendo, se dice deprisa, cualquier sentimentalismo.
PD. Si se me permite, terminaré con una queja referida al doblaje al español de la película. Aunque suelo ver las pelis en VO, mi segundo visionado de "Gran Torino" fue en español, y lamenté comprobar que la película perdía muchos enteros dramáticos en una transcripción que se entretiene sobretodo en lo chusco. Vivo en Catalunya, y en estos tiempos en los que los políticos reclaman más doblajes al catalán, creo que los amantes del cine deberíamos reclamar las cuotas inversas, más salas de cine en VO.
Sergi Grau
Muy buen texto. Me quito el sombrero. Es una película que dice tanto de por sí que se me antoja que tiene que ser muy dificil escribir sobre ella sin caer en lo evidente. Sin embargo has conseguido un texto muy bueno. Mis felicitaciones. Poco se puede aportar a lo que dices.
ResponderEliminarHola Tomás:
ResponderEliminar"Gran Torino" me recuerda a algunas de las películas más personales del Eastwood de los 80: "Bronco Billy" y "El aventurero de medianoche". No sé muy bien por qué. Puede que sea por la sencillez formal que exhibe Easwtood en todas estas películas o por esa manera tan fluida y natural de mezclar drama y comedia. Eso sí, tengo claro que el final esperanzador de "Gran Torino" se parece mucho al de "El aventurero de medianoche".
¿Qué te parece a ti? ¿Ves relación entre estos títulos?
Un saludo.
Àngel
Exhaustivo análisis, la verdad es que poco más hay que decir (debe ser esa la razón de que no haya comentarios todavía :-). Me gustaría únicamente llamar la atención sobre una escena que en mi opinión aclara muchas cosas sobre la aparente vena reaccionaria del personaje y del propio Eastwood, y que es la confesión final del personaje con el cura; en concreto, el último pecado que confiesa (y que se puede entender que es al que mayor importancia da) es la añeja infidelidad que cometió al besar a una compañera de trabajo en una fiesta de Navidad. El cura (y nosotros como espectadores) reacciona con incredulidad y un poco de cachondeo ("¿Era eso?, ¿era para tanto?"), y el personaje responde "¿De qué se rie?, esto me ha estado atormentado todos estos años".
ResponderEliminar¿Es posible que Eastwood considere que la infidelidad, sea o no consumada sexualmente, sea un asunto de importancia en un matrimonio, y que en la sociedad actual se la haya despojado de toda trascendencia? ¿Quizás quiera decir que en el proceso de desechar valores "antiguos" se haya barrido con todo, eliminando tanto actitudes equivocadas o despreciables como cualidades valiosas?. Desde luego, es una reflexión valiosa que me llegó varias semanas después de ver la película que, como es habitual en las grandes películas, crece en el recuerdo.
Un abrazo.
Saludos Tomás
ResponderEliminarEn primer lugar, enhorabuena porque le ha sentado de maravilla el cambio de formato al blog (a ver si me aplico el cuento,porque lo de blogspot.es es desastroso). En cuanto a Gran Torino, creo que aciertas en el enfoque del artículo, ya que en mi opinión la película tiene más valor simbólico que estrictamente cinematográfico, pero en su conjunto no deja de parecerme una obra menor en la filmografía de Eastwood. La puesta en escena es, en numerosas ocasiones, tosca y descuidada (algo que no me cuadra viniendo de rodar algo tan pulcro y elegante como "El Intercambio),las interpretaciones, a excepción del propio Eastwood (que tampoco es que haga la de su vida),son muy mediocres, especialmente las que respectan a los personajes de Thao y al sacerdote y álgunos pasajes de guión,especialmente al final,son bastante previsibles. Lo dicho, creo que tiene más valor que otras obras menores de Eastwood por todo lo que significa y que acertadísimamente comentas en el artículo, pero creo que cinematográficamente, Eastwood se ganó hace mucho tiempo el derecho a que le exijamos mucho más.
Aporovecho para avisar a los amigos del cine de una edición en DVD DESASTROSA, no sé si es el lugar, pero con objeto de que los aficionados no den el dinero a caraduras que faltan el respeto a grandes creadores, he señalado ya en distintos foros y espacios que en la de "El Manuscrito encontrado en Zaragoza", de Versus, se cargan el scope (Dyaliscope, en concreto, la proporción corresponde a 2,35:1) y hacen un 2:1 con las figuras estiradas (¡¡¡). Total, que habrá que seguir tirando de la copia en vhs de cineclassics, o rastrear proyecciones en pantalla grande. Lo inquietante es que en ninguna reseña publicada en este país se haya señalado este despropósito.
ResponderEliminarRastreo las ediciones internacionales y resulta que había una a 1:1,78 y que la actual parece que es la misma que en España.
Y para dato más inquietante, el famoso Coppola está detrás de esta edición. Recordemos: Coppola accedió a editar su "Apocalypse Now" también en 2:1 (en esa ocasión cortando los lados). Es un mundo de locos y a nadie parece interesarle ya respetar (de verdad) el cine.
Muy buenas noches Tomas.
ResponderEliminarPoco mas puedo añadir a tu opinion, no mas que coicido plenamente, y apuntar que entre muchas escenas que me gustaron del la pelicula hay una que me gustaria comentar y es cuando Kowalski encierra a Thao en el sotano y atraves de la rejilla de la puerta (como si fuera la de un confesionario) esta vez si que confiesa lo que de verdad le atormenta y no un poco antes(en un encuadre similar) ante el sacerdote. me gusta por lo que significa y sobre todo por la idea visual sencillo pero efectivo.
En mi opinion "Gran Torino" es una Obra Magnifica (y ya van ..) de este gran maestro del cine que es Clint Eastwood.
Un saludo, muy atentamente de
David Miranda.
También creo que pasa un legado simbólico a las nuevas generaciones y no deja de ser pausible ese tratamiento, esa mirada crítica en contra de la violencia que Eastwood le está dando a películas como ésta, o 'Cartas desde Iwo Jima'.
ResponderEliminarEspero poder seguirte regularmente en tu nuevo blog. De hecho conozco tus críticas y las seguia desde que prácticamente empezaste en 'Dirigido por'.
Un saludo.
Tomás, echo en falta tu participación en las respuestas. Al menos estaría bien una respuesta general...
ResponderEliminarEstimado Tomás:
ResponderEliminarExcelente tu texto. Poco puedo agregar a las muchas ideas que se han añadido aquí. A mí también me impactaron las secuencias de las dos confesiones que alguien ha apuntado más arriba: la "pecata minuta" al cura y la auténtica al chico, ambas a través de un rejilla.
Y teniendo en cuenta esa afirmación del propio Eastwood de que es su última interpretación, mi impacto fue aún mayor, precísamente, con su última imagen al final del metraje y que no destripo para el que no la haya visto.
Un saludo
Carlos
Bueno, veo que ya funciona lo de los comentarios :)
ResponderEliminarEn fin, nada que no te hayan dicho ya. Un análisis excelente.
Unicamente te quería comentar que hace poco tuve ocasión de ver "El intercambio" y me pareció fenomenal. En mi opinión superior en muchos aspectos a "Gran Torino".
La secuencia en la que aquel muchacho narra el calvario sufrido por los niños que secuestraba junto con su psicopático tio me parece de lo más espantoso que he visto en cine en mucho tiempo. Esa secuencia vale más que toda "Martyrs" (que por cierto, no se si has visto).
Saludos!
Enhorabuena Tomás, un lujo. Te animo a que escribas algo de Déjame entrar, que me ha parecido memorable. Saludos. Julio.
ResponderEliminarEnhorabuena Tomás, un lujo tu comentario. Te animo a que escribas sobre Déjame entrar, que me ha parecido memorable. Saludos. Julio.
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