viernes, 24 de abril de 2009
“A CIEGAS” – “UN CUENTO DE NAVIDAD” – “SEÑALES DEL FUTURO”
A ciegas (Blindness, 2008), de Fernando Meirelles.- Cuando hablamos de una película basada en una famosa obra literaria, y sobre todo cuando esta última es una obra que hemos leído o hemos visto representada, resulta prácticamente imposible no hacer comparaciones al asistir al visionado del film que ha inspirado. Por el contrario, ver una película, digamos, con la mente “virgen”, es decir, sin conocer la obra literaria de la que ha partido, por un lado puede ser enriquecedor, y por otro, tergiversador: enriquecedor, porque el film en cuestión es visto así con una mirada fresca y sin prejuicios, valorándolo positiva o negativamente en virtud de sus propios méritos y en sí mismo considerado; tergiversador, porque el desconocimiento directo del antecedente literario que le sirve de base estructural o dramática puede dar pie a interpretaciones erróneas de la película, atribuyéndole como propias ideas que no son sino trasplantes más o menos respetuosos (o, como suele decirse, “fieles”) de las ideas de la obra inspiradora. Pues bien, toda esta digresión viene a cuento a propósito de A ciegas, la versión para el cine que el brasileño Fernando Meirelles ha llevado a cabo de la-prestigiosa-novela-del-reputado-José Saramago-Ensayo sobre la ceguera. Dado que no he leído esta última, la opinión que tengo o pueda tener de A ciegas es probablemente más subjetiva y parcial (y, por eso mismo, posiblemente más equivocada) que la que tendría o podría tener en el caso de haber leído el libro de Saramago; por otra parte, en mi opinión pesan otros factores previos, tales como las referencias dadas por los anteriores trabajos de Meirelles –los muy interesantes Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002) y El jardinero fiel (The Constant Gardener, 2005)— o lo poco que he leído de Saramago hasta la fecha –su muy aburrida La balsa de piedra, contra la cual se estrelló lamentablemente el no menos interesante George Sluizer con su película homónima de 2002—, con lo cual mi mirada sobre la versión de Meirelles no es completamente “virgen”. Sea como fuere, A ciegas, the movie, me ha parecido un trabajo atractivo y repleto de méritos cinematográficos (sus teóricos méritos o sus defectos como adaptación del libro no los discuto, por la sencilla razón de que no puedo hacerlo), ante el cual no puede menos que sorprenderme la más bien mala acogida que ha tenido entre festivales y críticos, porque si bien es cierto que no se trata de un film perfecto (¡como si hubiese tantos hoy en día!), no lo es menos que atesora las suficientes virtudes como para ser tenido en cuenta y, en mi opinión, refuerza el interés que me suscita el cine de su realizador.
Me ha gustado la idea visual de sugerir la ceguera, la oscuridad, mediante imágenes quemadas hasta alcanzar un blanco lechoso, cegador; una inteligente utilización de un recurso muy frecuente en el cine actual, por lo general en forma de fundidos en blanco y del cual quizá Meirelles abusa un poco, pero que a pesar de ello tiene un sentido: para su protagonista femenina (Julianne Moore, que nunca ha sido santo de mi devoción, aquí está particularmente bien), que sufre la maldición que ella misma define como peor que perder la vista, es decir, ser la única que ve en un mundo de ciegos, la ceguera no significa oscuridad, sino por el contrario luminosidad, ver las cosas más claras que nunca; la mujer, paradójicamente la esposa de un oftalmólogo (Mark Ruffalo), será en contra de su voluntad la única persona plenamente consciente del horror apocalíptico que la envuelve, una misteriosa plaga que deja a los seres humanos ciegos durante una larga y angustiosa temporada; A ciegas es, en este mismo sentido, insisto, la odisea subjetiva y personal de una persona, la mujer del oftalmólogo, que aprenderá de mal grado y a la fuerza a ver el mundo con otros ojos; la experiencia será tan fuerte, que jamás podrá volver a ver las cosas de la misma manera ni siquiera después de que la plaga de ceguera remita, de ahí esa paradójica voz en off final, que recoge sus pensamientos y que nos explica su confusión ante el hecho de haberse quedado “ciega”, aún sin perder la vista, en el mismo momento en el que los demás recuperan la suya.
Es muy acertada en este mismo sentido la forma como Meirelles construye los encuadres, de tal manera que la relevancia de lo que muestra está en muchas ocasiones en función de la mirada, primero cotidiana, luego aterrada, que la protagonista arroja sobre el mundo que le rodea. Por ejemplo, en las primeras escenas en su hogar, Meirelles planifica la preparación del desayuno de la pareja protagonista seleccionando una serie de planos de detalle (cafetera, cubiertos, tazas de café), de forma que esos objetos cotidianos “crecen”, se magnifican a los ojos del espectador, dado que no van a tardar en “desaparecer” simbólicamente a los ojos de los personajes; la desaparición de esos objetos del entorno cotidiano cuando la ceguera se presenta en la vida de la protagonista, empezando por su propio marido, equivale a la desaparición de una civilización entera que se desmorona y se hace añicos, tal y como se verá en las secuencias posteriores; esa planificación, por cierto, parece heredada de la utilizada por Steven Spielberg en A.I. Inteligencia artificial (A.I., 2001) para mostrar la fascinación del pequeño “meca” hacia los objetos que conforman un mundo para él desconocido, en una muy similar secuencia de preparación de, asimismo, un desayuno. Por eso también me parece coherente que uno de los momentos cruciales y más controvertidos del relato, y que según tengo entendido (corríjanme si me equivoco) en el libro de Saramago está descrito con todo lujo de crudos detalles, se visualice en el film de la manera como está resuelto; me refiero, claro está, a la secuencia en la que la esposa del oftalmólogo y otras mujeres de su mismo pabellón acceden a ser vejadas sexualmente por los violentos hombres del pabellón número 3, gobernado por su autoproclamado “rey” (Gael García Bernal), a cambio de comida para ellas y los suyos; es la única secuencia de la película en la que hay una oscuridad genuinamente negra, “real”; naturalmente que habrá quien lo interprete como una cómoda o incluso acomodada solución de cara a no mostrar explícitamente una serie de aberraciones que podrían dificultar la calificación moral del film de cara a asegurarse un público lo más amplio posible (A ciegas es una película relativamente cara: 25 millones de dólares); pero, si se considera que el relato está narrado desde la subjetividad de la protagonista, resulta coherente que en este terrible instante esta última “cierre” los ojos más que nunca, y en este caso voluntariamente, ante esa brutal realidad que, intuimos, desde su posición social inicialmente privilegiada debía resultarle completamente ajena. En resumidas cuentas, y a pesar de todas las pegas que pueden ponérsele, A ciegas es, coherentemente, un film sobre la mirada, que sabe expresar lo que quiere contar narrándolo exclusivamente en imágenes.
Un cuento de Navidad (Un conte de Noël, 2008), de Arnaud Desplechin.- Otro ejemplo de cine visionado de forma “virgen”, esto es, sin referentes previos, es el de esta película que supone el primer título que se estrena en España de su prestigioso autor, el francés Arnaud Desplechin. A falta de conocer por mí mismo sus no menos reputados trabajos previos, como La vie des morts (1991), La sentinelle (1992), Comment je me suis disputé… (ma vie sexuelle) (1996), Esther Kahn (2000) o Rois et reine (2004), Un cuento de Navidad es un excelente film que sabe contar de manera fresca y vibrante una historia cien veces vista con anterioridad y haciéndolo, además, con un estilo que, si bien bebe o parece beber de algunos claros referentes, asume sin problemas esa herencia de forma igualmente renovadora. Sobre el papel, lo que ofrece la película es una trama de asociación de diversos personajes, miembros de una misma familia que se reúnen durante las fiestas navideñas, momento en el cual rebrotan las viejas rencillas y se reavivan las antiguas tensiones entre ellos. En suma, nada que no hayamos visto en tantas y tantas ocasiones dentro del cine norteamericano en títulos que están en la mente de todos, como Reencuentro (The Big Chill, 1983, Lawrence Kasdan) o la reciente La boda de Rachel (Rachel Getting Married, 2008, Jonathan Demme), y en títulos de otras latitudes, como la danesa Celebración (Festen, 1998, Tomas Vinterberg). Lo que distingue Un cuento de Navidad de estos o parecidos films en esta línea es una labor de puesta en escena sinuosa y elegante, de tal manera que el dibujo de las relaciones entre los personajes deviene, sobre todo en sus realmente extraordinarios primeros minutos, un lánguido ballet de asociaciones visuales que nace de una perfecta consonancia entre unos encuadres bellamente elegidos y, en particular, un magistral sentido del montaje, en el que me parece uno de los más interesantes experimentos de edición que se hayan visto recientemente en una pantalla de cine. El arranque, en este sentido, es realmente irresistible, resultando de una extremada brillantez el encadenado de cortas secuencias destinadas a ponernos en antecedentes sobre las circunstancias de los principales personajes: la grave enfermedad de la matriarca, Junon (Catherine Deneuve); la descripción de la “oveja negra” de la familia, Henri (Mathieu Amalric) y el odio que le profesa su hermana Elizabeth (Anne Consigny); o los antecedentes psiquiátricos de Ivan (Melvil Poupaud), que parecen repetirse en la persona del hijo de Elizabeth, su sobrino Paull (Emile Berling).
He mencionado que en Un cuento de Navidad se aprecian algunos creo que muy claros referentes cinematográficos, y en particular dos: Ingmar Bergman y Alfred Hitchcock. La secuencia en la que la lectura de la carta que Henri ha escrito a su hermana Elizabeth se revuelve por medio de una serie de planos cada vez más cerrados de Henri mirando a la cámara, y recitando en voz alta el contenido de la misiva, recuerda al Bergman de, por ejemplo, Los comulgantes (Nattvardsgästerna, 1962). Y la escena en la que Faunia (Emmanuelle Devos), la actual amante de Henri a la cual este último ha traído consigo a la celebración familiar, descubre a Junon mirando una pintura en un museo, está planificada casi como la famosa secuencia en la que James Stewart espía a Kim Novak en un escenario muy similar en De entre los muertos/ Vértigo (Vertigo, 1958). La referencia a Bergman puede parecer coherente en el contexto en el que se mueve la acción de Un cuento de Navidad, un melodrama coral sobre la familia que, en un momento dado, también puede recordar vagamente Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, 1982), sobre todo en la secuencia de la representación teatral infantil llevada a cabo por los hijos de Simon y Sylvia (Chiara Mastroianni). Puede no parecerlo tanto la referencia a Hitchcock, pero quien conozca bien la obra del maestro británico sabrá perfectamente de la venenosa visión de las relaciones familiares que solía aflorar en su obra; por otro lado, los personajes de Un cuento de Navidad, cuyas motivaciones nunca están del todo claras pero que en ningún caso tampoco son exactamente aquello que aparentan a primera vista, atesoran una cualidad que algunos especialistas han señalado respecto a los personajes hitchcockianos: son un misterio. En este sentido, resulta muy “hitchcockiano” que las figuras que pueblan el paisaje humano de Un cuento de Navidad tengan algo de misterioso, de poco claro o definido: una madre (Junon) que no quiere a su hijo (Henri), y viceversa; una hermana (Elizabeth) que no sólo no quiere a su hermano (Henri), sino que además le odia profundamente; a la inversa, un hermano (Henri) que no termina de comprender –y, con él, el espectador— el odio feroz y sin condiciones que le profesa su hermana (Elizabeth); un adolescente (Paull) que tiene tendencias suicidas; un marido, el de Elizabeth (Claude: Hippolyte Girardot), que no se cuestiona las motivaciones de su esposa y comparte con ella su odio hacia Henri; un joven (Ivan) con antecedentes psiquiátricos que quizá no esté recuperado por completo; otro (Simon: Laurent Capelluto), que durante años ha estado escondiendo su amor hacia Sylvia, la mujer de Ivan, a la que renunció en beneficio de este último…; también resulta, en cierto sentido, “hitchcockiana” la resolución del relato, que concluye con una última nota de incertidumbre en torno al destino final del personaje de Junon (el apunte con que se cierra es admirable: Henri visita a su madre en el hospital, donde está recibiendo el tratamiento que o la curará de su dolencia o acabará definitivamente con ella, y lanza una moneda al aire: el destino de Junon queda sellado así, a cara o cruz, como de hecho lo está el del resto de personajes). A pesar de la claridad de esos referentes, es mérito de Arnaud Desplechin el haber sabido llevar a cabo aún a través de los mismos una obra tan personal, que se sigue con sumo interés en sí misma considerada. Puede que pese en su contra su algo excesiva duración (alrededor de dos horas y media), pero el prestigio que precedía a Un cuento de Navidad está, por esta vez, justificado.
Señales del futuro (Knowing, 2009), de Alex Proyas.- Acabo de ver la última película del australiano nacido en Egipto Alex Proyas y me ha parecido, de lejos, su mejor trabajo hasta la fecha (puntualizo: el mejor de los que le conozco: no he visto sus primeros trabajos y videoclips de los ochenta y desconozco Días de garaje/ Garage Days, 2002). Y, aviso de antemano, voy a hablar aquí del final de Señales del futuro, que según parece es su aspecto más polémico y que en cambio a mí, particularmente, me ha encantado…
Si bien simpatizo bastante con Dark City (ídem, 1998), que hasta la fecha era a mi entender su más interesante aportación no ya al cine fantástico sino al cine en general, hay algo en Señales del futuro que la sitúa bastante por encima tanto de aquélla como de sus otras aportaciones al género, llamativas pero un tanto huecas, como eran El Cuervo (The Crow, 1994) y Yo, robot (I, Robot, 2004): un sentido de la narración preciso y elegante, dentro del cual Proyas demuestra algo más que habilidad para contar una historia sin sobrecarga de planos ni exceso de retórica. Está muy bien dosificado, por ejemplo, el dibujo del personaje protagonista, el astrofísico John Koestler (Nicolas Cage), que vive solo con su hijo Caleb (Chandler Canterbury) desde que su esposa y madre del pequeño falleciera en un accidente. La muerte de ese ser querido, y el rechazo de las creencias religiosas de su padre (Alan Hopgood), que es pastor, las cuales son compartidas por su hermana Grace (Nadie Townsend), han convertido a John en un ateo triste y escéptico que, más que interrogarse sobre cuestiones religiosas, está angustiado ante el sinsentido de la vida; ella queda bien patente en la secuencia en la que le vemos dando clase en la universidad, donde John contrapone la teoría del determinismo, según la cual todo ocurre como consecuencia de algo por más que a veces ese algo se nos escape (todo efecto tiene una causa: nada ocurre porque sí), y la teoría del relativismo, que predica todo lo contrario, es decir, que no hay una explicación lógica para los hechos del universo y el que haya vida en nuestro planeta puede deberse, pura y simplemente, a una mera casualidad; está muy claro que, cuando habla de estas teorías, John habla en cierto sentido de sí mismo y de sus angustias; ¡incluso Nicolas Cage está aquí menos mal que de costumbre!
Que este personaje sea viudo y determinados aspectos de atmósfera que van jalonando el relato permiten establecer, como se ha dicho, cierto parentesco entre Señales del futuro y el cine de M. Night Shyamalan, más concretamente con Señales (Signs, 2002), donde ya se dibujaba un, digamos, trasfondo filosófico similar. No termino de ver claro que Proyas haya pretendido “imitar” a Shyamalan, o al Steven Spielberg de Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977) o incluso el de la subvalorada La guerra de los mundos (War of the Worlds, 2005), el cual aparece claramente citado en las secuencias finales, aunque resulta lícito creerlo así, habida cuenta de que la presencia de ambos autores pesa sobremanera en el conjunto; ello, en principio, no debería ser un obstáculo para reconocer el interés de Señales del futuro, si bien puede servir para volver a poner en tela de juicio la relevancia real de la personalidad de Alex Proyas, un cineasta que en todas sus películas –insisto: las que yo le conozco al menos— siempre ha puesto de relieve su carácter de director-esponja, abierto a todo tipo de influencias. Creo que, simplemente, Spielberg y Shyamalan tienen unas personalidades cinematográficas tan rotundas y definidas que resulta difícil sustraerse por completo a su influencia; además, en esta época en la que se admite sin problemas que el cine actual se nutre del propio cine y donde todo el mundo imita a todo el mundo, nadie está, por así decirlo, “libre de pecado” y en condiciones de arrojar la primera piedra.
Sea lo que fuere lo que pasara por la cabeza de Proyas mientras afrontaba la realización de Señales del futuro, el resultado me parece –aún con ciertas irregularidades, pero más que nada de guion que de puesta en escena— francamente notable. La primera secuencia retrospectiva, situada cincuenta años en el pasado, momento en el que la maestra de escuela (Danielle Carter) encarga a sus pequeños alumnos un dibujo sobre cómo será el mundo dentro de medio siglo, lo cual da pie a la elaboración de la misteriosa lista de números garabateada por la pequeña Lucinda (Lara Robinson) que será la clave de la intriga, hace gala de una concisión narrativa a la altura de un John Carpenter. Sorprende agradablemente que Proyas no recurra a “sustos” idiotas, sino que se incline más bien hacia lo sugerente y lo atmosférico, en las diversas escenas de las apariciones de los misteriosos heraldos rubios que acosan al pequeño Caleb, todas ellas excelentemente planificadas (en particular, la del cerco a los dos niños dentro del coche mientras John y Diana/Rose Byrne investigan dentro de la casa abandonada de la madre de esta última). Y las secuencias de catástrofes, quizá más convencionales, atesoran a pesar de todo algunos estimables apuntes de realización: señalo el excelente plano de larga duración, casi un plano-secuencia, que muestra la caída del avión de pasajeros y a John internándose entre los restos del aparato para intentar ayudar a los escasos supervivientes; o la muy bien resulta catástrofe en el metro de Nueva York, que incluye una imagen muy inquietante: ese plano “subjetivo”, con la cámara colocada detrás del cristal de la parte delantera del primer vagón del tren suburbano, lanzado a toda velocidad y arrollando violentamente a los desdichados pasajeros que aguardan en el andén.
Llegamos al punto más polémico del film: el final. Se ha dicho estos días que es un final “excesivo”, en cuanto desborda por completo las previsiones que el espectador se ha hecho o puede haberse hecho en función del atmosférico desarrollo previo del relato. Comprendo que pueda verse así, pero a mí este final me resulta particularmente atractivo por lo que tiene de contundente. Sospecho que habrá quien se sienta “ofendido” porque reaparezca, más explícita que nunca, la célebre asociación entre ángeles y extraterrestres formulada por Spielberg en su seminal Encuentros en la tercera fase; pero esta conclusión me parece completamente coherente y respetuosa con la línea de pensamiento, lógico, científico y racional, del protagonista: John siempre ha despreciado las ideas religiosas de su padre, y al final descubre que, en cierto sentido, tanto él como su progenitor tenían razón: que las fuerzas superiores que nos dominan existen, pero lo que para su padre son dioses o ángeles, para él son extraterrestres: el abrazo final de John a su padre puede entenderse como una claudicación de la ciencia ante la fe, pero también puede interpretarse como un reconocimiento entre distintos saberes, entre distintas maneras de entender la existencia humana que, en el fondo, no están tan alejados entre sí como pueda parecer a simple vista. La conclusión, agridulce, tiene dos caras: nuestro planeta será destruido por el sol, nuestra mayor fuente de vida (¡me parece genial acabar una película con la destrucción del mundo!); mientras que, en otro planeta –y a modo de guiño final, en este caso, a 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968, Stanley Kubrick)—, el ciclo de la vida volverá a empezar. Señales del futuro es una extravagancia que como tal, y es comprensible, puede dejar a más de uno estupefacto, en el peor sentido de la expresión.
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Vayamos por partes.
ResponderEliminar'A CIEGAS'. Coincido en que es un film muy estimable, y me parece totalmente inmerecido el varapalo crítico al que ha sido sometido y al total menosprecio del público. Que una película basada en una obra merecedora del Premio Nobel y dirigida por un realizador de prestigio suscite tan poco interés dice mucho de los gustos del público. Que esos datos tampoco garantizan una buena película, pero a priori deberían resultar atractivos para el público, ¿no crees?
Quizás muchos hayan criticado a la película por no ser tan intensa como el texto en el que se basa, 'Ensayo sobre la ceguera', que yo sí he leido, y por tanto puedo comentar con un poco más de conocimiento de causa. Si hace unas semanas se debatía intensamente sobre si una novela gráfica como 'Watchmen' era o no 'infilmable', creo que, para todos aquellos que nos habíamos leído la novela de Saramago, una adaptación cinematográfica de la misma parecía imposible. No por su extensión, o porque los hechos narrados en la novela fueran difíciles de plasmar en imágenes, sino por cómo diablos se puede contar en imágenes una novela centrada acerca de la privación del sentido de la vista.
Es decir, parte del interés del libro es que a veces los personajes no ven, y el lector es partícipe de su punto de vista, y al no poder ver tampoco, comparte su mismo sentimiento de impotencia. Ahora bien, ¿cómo poder expresar eso mismo a través de una cámara, externa a los personajes, y que nos muestra todo aquello que ellos no pueden ver? Es difícil, muy difícil, por no decir casi imposible.
Hay que admitir que, dentro de lo que cabe, Meirelles ha logrado lo que parecía imposible: traducir a imágenes aquello que Saramago lograba mediante palabras, a través de numerosos recursos visuales: la fotografía quemada, los encuadres, los juegos de enfoque-desenfoque, o los reflejos que llegan a bañar la pantalla de blanco y dejar literalmente ciego al observador. Una puesta en escena que muchos han acusado de formalista y que no aporta nada al relato, pero que desde mi punto de vista es esencial para conservar la esencia del original. Por cierto, la "ceguera blanca" ya está descrita como tal en la novela, así que aunque tu interpretación es acertada, que sepas que ese detalle procede del texto original.
Supongo que muchos han atacado a la película en función de que carece de la intensidad de la novela original, y al respecto, hay que darles la razón: como en casi todas las adaptaciones de textos literarios voluminosos, se pierde gran parte del original en el proceso de adaptación. Pero a pesar de eso, creo que Meirelles ha logrado hacer una película disfrutable por sí misma y que al mismo tiempo capta toda la esencia del original, algo que no era nada, pero que nada fácil. Por eso, aunque no sea ni mucho menos "un peliculón", ya sólo por el hecho de haber logrado hacer una buena película a partir de un material de partida tan complicado y sin traicionar su esencia me parece motivo suficiente para aplaudir la labor de Meirelles.
'SEÑALES DEL FUTURO'. Aunque personalmente difiero contigo en lo de que 'Señales del futuro' es la película más conseguida de Proyas (para mí su mejor film sigue siendo, de lejos, 'Dark City'), coincido contigo, Tomás, es que es un film no exento de interés.
ResponderEliminarAl igual que tú, no comprendo las airadas reacciones que ha suscitado el final de la misma, calificándolo de ridículo. Aunque bueno, no cabe duda que todo final de película en el que aparezcan contactos con extraterrestres son susceptibles de ser considerados una tomadura de pelo, al fin y al cabo películas como 'Misión a Marte', 'A.I.' (en este caso no eran extraterrestres, pero su parecido con los aliens de 'Encuentros en la tercera fase' hizo que una gran parte del público creyera que lo eran) o incluso 'Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal' fueran masacradas sin piedad en función de sus "ridículos desenlaces". Por mi parte, creo que es un desenlace muy potente y coherente con la historia que se está narrando. Lo que no comprendo es cómo alguien puede acudir a ver una película de ciencia-ficción y mostrar una mente tan cerrada ante ciertos desarrollos argumentales: es evidente que si una película está centrada en una lista que predice todas las grandes catástrofes de los últimos 50 años no puede acabar de una manera que no sea fantasiosa.
Por otra parte, y aún resultando un film interesante y con algunos momentos de gran intensidad (según mi parecer: las catástrofes del avión y el metro, el clímax final y el poderoso epílogo), quizás el problema es que no todo el film goza de la misma intensidad (más bien lo contrario) y sobre todo, que la película parece un refrito de numerosas películas del género (sobre todo de Spielberg y de Shyamalan, como bien has apuntado), pero sin lograr nunca su verdadera personalidad.
Por ejemplo, la película gira en torno al enfrentamiento determinismo-relativismo, pero nunca llega a explotar tan bien esta idea como sí lo hizo Shyamalan en 'Señales', tanto a nivel de guión como de realización, en la que su milimétrica puesta de escena estaba organizada en función de la capacidad para creer o no creer de Graham Hess (Mel Gibson). Esta película podía ser muy interesante, ya que cambiaba el punto de vista del religioso por el de un científico (¿a nadie le ha recordado al Elliot de 'El incidente'? Shyamalan de nuevo)... pero al final creo que el tema está desarrollado de una manera muchísimo más superficial que en el film de Shyamalan.
Algo parecido sucede cuando la película toma derroteros más similares a 'La guerra de los mundos': si bien la influencia del film de Spielberg me parece más que evidente, la puesta en escena de Proyas languidece ante la fascinación que ejercían en la retina las terroríficas secuencias ideadas por el judío. Y además, Cage es tan buen padre que verle proteger a su hijo no resulta tan interesante como la clase de paternidad forzosa a la que se ve obligado Ray/Tom Cruise en la adaptación de la novela de H.G. Wells.
Y si bien la aparición final del "arca de Noé" es, a nivel visual, lo más bonito de la película, creo que la escena tampoco tiene el calado dramático que sí tienen las escenas análogas en 'Encuentros en la tercera fase', 'E.T.', 'Contact' o la ya citada 'Misión a Marte'.
Con lo cual, para mí lo realmente interesante de esta película es la crudeza y la hábil puesta en escena de la catástrofe del metro, y, sobre todo, el final del mundo a ritmo de Beethoven, que me puso los pelos de punta. Y es que es en ese agridulce final donde para mí reside el mayor interés de la película (¿cuántas producciones fantásticas de Hollywood tienen un final tan desolador como el de esta cinta?). No obstante, no puedo evitar quedarme con la sensación de que se le podría haber sacado mucho más partido a esta historia, con un guión mejor hilvanado y unos personajes más carismáticos.
Saludos.
Iván Blanco Martín.
Ah, y me alegra ver que tu opinión sobre 'La guerra de los mundos' ha ido mejorando con el paso del tiempo. A mí ya me pareció magnífica en su primer visionado y me entristeció un poco ver cómo, después de tus excelentes analisis y reivindicaciones de 'A.I.' y de 'Minority Report' desde las páginas de 'Dirigido por', tu reseña de 'La guerra de los mundos', sin ser negativa, fue mucho más fría.
ResponderEliminarSin embargo, por lo que he podido deducir en tus últimas alusiones al film, tanto en la crítica de 'El incidente' como en la nueva reseña que hiciste de la misma en el excelente (¡y barato!) libro 'El cine de ciencia-ficción', parece que tu opinión de la película ha mejorado considerablemente con los nuevos visionados. No me extraña, creo que es una película que detrás de su aparente simplicidad oculta mucha miga detrás, y que con cada visionado va ganando en matices y poder de fascinación. Como la mayor parte del cine de Spielberg de la última década.
Saludos.
Hola Tomàs.
ResponderEliminarDe acuerdo contigo respecto a "Señales del futuro": Tiene bastante más interés del que se le está reconociendo y el final, al igual que a ti, me resultó muy atractivo.
No he visto "A ciegas" ya que la novela de Saramago no me gustó en absoluto. Espero que no se me lapide por ello, pero "Ensayo sobre la ceguera" me pareció una novela cargantemente aleccionadora y encima mal escrita. Si alguien le apetece leer alguna novela sobre la maldad intrínseca del ser humano mejor se olvide de Saramago y acuda, por ejemplo, a algunas obras de Coetzee como "Esperando a los Bárbaros".
Por otra parte debo reconocer que el único trabajo de Meirelles que he visto, "El jardinero fiel", que parte, al parecer, de una mediocre novela de John Le Carré, me pareció muy estimable, lo mejor basado en Le Carré desde los muy, pero que muy, lejanos tiempos de "El espía que surgió del frío" y "Llamada para un muerto"
Saludos.
el problema del final de KNOWING no es lo que nos cuenta sino como nos lo cuenta. No se puede ser tan cursi con ese arbolito y los niños correteando, recordando al peor Aranofsky (si, el de THE FOUNTAIN), igual que no se puede ser tan zafio recreandose en todo el desastre final de la Tierra. Si es que encima no hacia falta! La peli pierde contundencia, en mi opinion, si es que alguna vez la tuvo (o la pretendio).
ResponderEliminarAl Proyas le faltan 2 hervores para tener el poder de fascinacion/sugerencia con las imagenes de un Shyamalan, y unos 5 para el de Spielberg (por mucho que PLAGIE visualmente el final de ET, al que solo le falta el tiestito).
Buenas noches a todos.
ResponderEliminarI-Chan: estamos prácticamente de acuerdo, sobre todo en el hecho de que el final de "Señales del futuro" es criticado un poco porque sí, olvidando que, a fin de cuentas, estamos viendo un relato de ciencia ficción donde, teóricamente, todo lo imposible es posible... Evidentemente, a pesar del esfuerzo de aproximación que Proyas ha hecho hacia Spielberg y Shyamalan, todavía le falta mucho para estar a la altura de ambos (y en eso sí que estamos, en parte, de acuerdo con F, quien también expresa su opinión al respecto, pero más negativa); pero al menos le reconozco ese esfuerzo e, insisto, ese final tan contundente y arriesgado, que me sorprendió. Es verdad que mi reseña en "Dirigido por..." de "La guerra de los mundos" de Spielberg fue demasiado fría y estuvo condicionada por el hecho de verla por primera vez en un pase de prensa lleno de críticos completamente contrarios a Spielberg en su mayoría; recuerdo haberla visto de nuevo esa misma semana y la película me ganó muchos enteros pero, claro, mi reseña ya estaba en la imprenta, pues la tuve que escribir deprisa y corriendo, el mismo día que la vi en la sesión para prensa. Las prisas son malas consejeras. Por suerte, en el capítulo del libro de ciencia ficción tuve ocasión de rectificar, lo cual, dicen, es de sabios (o, como mínimo, de prudentes...).
Hola, Luís: ya menciono en el comentario que yo he leído "La balsa de piedra" y me aburrió; ahora bien, como es lo único que he leído de Saramago, y a juzgar por su enorme prestigio, está muy claro que debo seguir dándole nuevas oportunidades.
Un saludo para todos,
Tomás.
Por cierto, un apunte final que se me olvidaba: ¡nadie ha dicho nada todavía de "Un cuento de Navidad"! Los cahieristas nos van a poner en sus listas negras... Bromas aparte, es muy buena película y vale la pena verla.
ResponderEliminarTomás.
Tomas, eso que comentas de WAR OF WORLDS de Spielberg me paso a mi con AI. Estuve presente en su pase de prensa y aquello parecia la escena de los Gremlins en el cine: alboroto, papeles volando, gritos varios contra el director... todo esto ANTES de empezar la proyeccion! Esta tendencia anti-spielberg por parte de la prensa (escrita, mayormente, porque por internet no la veo)la creia mas superada. No ha cambiado?
ResponderEliminarEstoy deseando leertela en ese libro. Aun recuerdo tu buena critica a TERMINAL cuando fue derribada incluso por fans del director (no por mi). No recuerdo haberte leido nada de la que para mi es su pelicula mas redonda desde AI, CATCH ME IF YOU CAN. Que opinas?
Buenas a todos:
ResponderEliminarSinceramente,no creo que Alex Proyas, cuyas películas me parecen la mitad simpáticas (Días de Garaje, Yo Robot)y la mitad magistrales (El Cuervo, Dark City) tenga mucho que envidiarle a Shyamalan (o, al menos, al Shyamalan de La Joven del Agua y El Incidente), por mucho que éste último esté ya siendo considerado como un maestro del cine o , aún peor, como alguien que ha inventado algo nuevo en esto del género fantástico. En un extracto de crítica que he leído en filmaffinity en la ficha de Knowing, un crítico dice algo así como que el final es una pugna entre el atrevimiento de Proyas y el conservadurismo de los ejecutivos de los estudios (ignorando al guionista, que digo yo que algo pintará). No estoy para nada de acuerdo y me parece el final más arriesgado y menos complaciente posible, siendo lo mejor de la película junto con las secuencias de acción mencionadas por Tomás y la atmósfera creada por Proyas durante toda la primera hora y cuarto inicial, antes de que se avecine el giro final (que es algo que no ha inventado Shyamalan,hombre). Luego están algunos pasajes de guión bastante discutibles. Y luego está Nicolas Cage (Proyas sigue dándole papeles protagonistas a actores mediocres, recordemos a Brandon Lee en El Cuervo y Rufus Sewell en Dark City). Pero Knowing es una rareza de las gordas en el mainstream de hoy.Creo.
Saludos!
Buenos días para F y Carlos Mira:
ResponderEliminarYo no vi "A.I." en un pase de prensa, F, sino que la vi (y no es por marcarme una "vacilada") en un cine de Nueva York, codo con codo con Ángel Sala, con el que coincidí un día de vacaciones de verano con mi familia en la Gran Manzana. Tengo un vivo recuerdo de esa sesión, porque fue en el año 2001, poco más de un mes antes de que las Torres Gemelas, que aparecen en el film, fueran derribadas. Recuerdo que, cuando llegamos a la secuencia de la Feria de la Carne, Sala y yo nos miramos y él me dijo: "¡Aquí puede pasar ya cualquier cosa...!". Y, al llegar a las secuencias casi finales del Nueva York inundado, yo le estaba susurrando a mi hermano al oído: "Obra maestra...". Tiempo después, vi a un colega que me es muy querido y, por eso mismo, no voy a decir su nombre, que vino del pase de prensa de Barcelona, telefoneó a alguien y empezó a explicarle que había visto "A.I." y que era "muy mala..., muy mala...". En fin, "c'est la vie". Respecto a "Atrápame si puedes", en efecto, me parece magnífica y uno de los mejores Spielberg de estos últimos años, y tuve ocasión de explicarme al respecto en una crítica que hice para "Dirigido por...".
Sigo estando de acuerdo, Carlos, en que el final del film de Proyas es cualquier cosa menos complaciente: un final convencional y reconfortante hubiese sido aquél en el cual el personaje de Cage hubiese logrado evitar de algún modo la catástrofe. Yo ya sé que "Señales del futuro" no es perfecta (lo he dicho desde el principio), pero a pesar de ello reconozco que me ha hecho una gracia en especial, quizá porque fui a verla sin grandes expectativas y me pilló desprevenido.
Un saludo y hasta otra.
Tomás.
P.D.: ¡Nadie sigue sin comentar nada de "Un cuento de Navidad"! ¡Maldición eterna para estos cinéfilos frívolos que sólo les gusta la ciencia ficción y no aprecian el cine "serio"...!
BLINDNESS
ResponderEliminarMeirelles es un realizador que trabaja mucho la planificación, el montaje y, en definitiva, el engranaje de los elementos cinematográficos, algo que pude constatar con las excelentes Cidade de Deus y The constant gardener, y aquí no falla a su cita, asumiendo el reto de narrar en imágenes un texto de fuerte carga no tanto alegórica como abstracta (un texto que yo hermano en muchos sentidos con otra historia difícilmente transpolable a imágenes, La peste de Albert Camus) y erigiendo una estructura visual y un tono que buscan el meollo del texto con humildad suficiente para limitarse a plantear dudas, a perfilar metáforas, sin pretender una toma de posición que no sea la estrictamente dramática. Sinceramente, me cuesta mucho entender cómo una película de esta (magnífica) hechura ha sido vapuleada por la crítica de una forma tan generalizada y contundente.
Creo hallar puntos de encuentro entre los tres filmes del director. En todos ellos, Meirelles da rienda suelta a un artefacto visual de alta carga expresiva para incidir en temáticas de interés social. Todo ello, cierto es, se lleva al extremo (por su abstracción) en Blindness, lo que sirve para decirnos que el realizador brasileño marca con esta película un punto y aparte en su filmografía, pasa de la descripción particular a la general, del relato de trasfondo realista al relato de alta carga simbólica y alegórica. Pienso que Meirelles es un profundo humanista y que los retratos humanos de sus películas son de todo punto brillantes. El hecho de que los pasajes más obviables de la película sean ciertos diálogos (p.ej. uno de ida y de vuelta –en dos momentos distintos del metraje- sobre un recuerdo que mantiene el matrimonio japonés) o las informaciones concretas sobre el exterior (las que nos llegan del televisor o que nos explica el personaje encarnado por Danny Glover en un interludio) indica algo innegable: que Meirelles logra moverse con gran sabiduría entre la aridez de lo inconcreto y logra cohesionar a la perfección el texto con el contexto, y que los métodos con los que apuntala los sugestivos perfiles psicológicos de los personajes son eminentemente visuales.
KNOWING
Decir que Knowing me ha gustado mucho porque creo que Alex Proyas es un excelente storyteller. Jugando a las comparaciones pero dejando de lado las conexiones temáticas –a una de ellas me referiré en el próximo párrafo-, el abordaje visual llevado a cabo por Proyas me recuerda en determinados momentos a soluciones atmosféricas como las de The Happening, de Shyamalan, o las de The Mist, de Darabont. Creo que se trata de tres obras que, más allá de lo que nos cuentan, consiguen transmitir a la perfección el nivel de sugerencia (y el sentido de lo que hay más allá de los encuadres) que resulta dable esperar del cine fantástico. Las tres me parecen espléndidas obras. Fijémonos en que en Knowing, los actores están muy, muy justitos, y a los diálogos les suele faltar un mayor punch, pero todo ello no resulta óbice para que Proyas encarrile el relato a la perfección (desde la excelente secuencia prólogo, a la presentación de los diversos personajes y conflictos, siempre con informaciones y sugerencias que vemos en pantalla, no escuchamos) y que construya un tejido visual que busca siempre la esencia, la información que el relato precisa para avanzar, logrando transmitir lo desconcertante y lo inquietante sin necesidad de tirar de efectismos.
Sobre los clímax catastróficos, me sumo a lo comentado por Tomás, y anoto que en este filme los efectos infográficos no está tan bien logrados como en muchas otras producciones actuales, pero el resultado en imágenes es contundente, demostrándonos que en el lenguaje cinematográfico los efectos especiales son un medio, pero no un fin en sí mismo. Pero en todo caso prefiero los otros clímax, los, por así decirlo, íntimos, en los que Proyas logra concretar toda la carga alucinante que alambica el relato: pienso principalmente en la secuencia en la que padre y madre con sus respectivos hijos visitan la casa en el bosque de Lucinda, o aquélla otra, probablemente la más fascinante, que nos muestra la pesadilla de Caleb (el bosque ardiendo, los ciervos huyendo despavoridos, y ese plano que muestra la mirada aterrorizada del niño desde la ventana, entre las llamas dominando el encuadre).
Anotar que el filme me parece un remake encubierto, y en clave adaptada a los parámetros temáticos y estéticos de esta década, de la genial Encuentros en la tercera fase, no sólo por la intervención de extraterrestres/divina y el discurso de raigambre cuasibíblica, no sólo por su clímax luminoso y trascendental, sino por los mecanismos de desarrollo narrativo –el juego de pistas que desafía la lógica científica, la obsesión creciente del protagonista- y la exploración de los conflictos y personajes desde la óptica de esa conexión misteriosa que se establece entre miembros de familias middle-class –dos que se emparejan, del mismo modo que lo hacía Richard Dreyfuss y Melinda Dillon- y el elemento sobrenatural, en su doble vertiente científica –extraterrestres- y religiosa –Dios-.
Por otro, y ya que citamos a Spielberg –y que en los otros comentarios se menciona a menudo-, quizá deberíamos empezar a dejar sentado que La Guerra de los Mundos ha resultado ser, probablemente, la película más influyente de la década (hablo, claro, en términos de cine fantástico). No sé si estarán de acuerdo conmigo.
Sobre Señales del Futuro
ResponderEliminar¿Existe una cierta nueva tendencia en el último cine fantástico y de ciencia-ficción que nos llega desde Hollywood? Siendo un poco capcioso – es decir, eligiendo para sustentar dicha teoría los títulos que la inspiran y prescindiendo de aquellos que no, además de los muchos que desconozco – podría aventurar que la coincidencia en apenas unos pocos meses de obras como Monstruoso, La Niebla, El Incidente, o incluso el remake de Ultimátum a la Tierra han conseguido, pese a las múltiples diferencias temáticas y estilísticas de todas ellas, crear la impresión de que Hollywood no teme ya a películas catastrofistas o que dibujan un futuro más bien poco alentador para la humanidad sino que aprovecha esta conciencia global de que habitamos un mundo bastante inestable para apadrinar un tipo de propuestas cuyo sentido del riesgo y cierta voluntad transgresora encajan bien en este traumatizado mundo post 11-S que habitamos.
Señales del Futuro es una película que parte de una idea sumamente interesante: una cápsula del tiempo enterrada por unos niños cincuenta años atrás encierra entre dibujos que juegan a adivinar el futuro una críptica secuencia de números que predicen diversas catástrofes, el lugar donde acontecen y el número de muertos que provocarán. Esta lista cae en manos de un astrofísico descreído del determinismo que una vez rigió su vida ya que la muerte en accidente de su esposa ha destruido por completo su fe (como le ocurría al personaje de Mel Gibson en Señales, aunque esta fe no sea religiosa), dejándole a la deriva en un universo que ahora cree regido por el azar más caprichoso e injusto. La forma obsesiva en la que este personaje se aferra a la lógica de unos números capaces de predecir el futuro con aterradora precisión acabará por transportarnos a esa idea del Apocalipsis del mundo tal y como lo conocemos que, en mayor o menor medida, subyace en todas las películas anteriormente mencionadas y que, en mi modesta impresión, pueden conformar esa cierta nueva tendencia a la que antes me refería.
Alex Proyas, que ya demostró sobradamente con su estupenda Dark City y en menor medida en El Cuervo y Yo, Robot que sabía moverse con fluidez en los a menudo pantanosos terrenos del mundo digital para forjar imágenes poderosas que estuvieran al servicio de la historia que pretendía contar y no al revés como suele ser habitual, consigue en la primera hora de película una propuesta muy interesante gracias a una mezcla de elementos afortunados: tanto la descripción de ese padre perdido y su a ratos difícil relación con su hijo – no por casualidad con un defecto auditivo que le permite aislarse del mundo real y ser así algo más sensible a ese otro mundo que se oculta tras de él – como el desvelo progresivo de las claves del misterio contribuyen a recrear una atmósfera propicia para que cuando entren en juego los grandes tour de force del relato – dos espectaculares secuencias catastróficas, la primera de las cuales es un elaboradísimo plano-secuencia ejecutado de forma magistral, y la presencia cada vez mayor de ese elemento sobrenatural sumamente perturbador personificado en esos extraños seres que acechan a los protagonistas – engancha por completo la atención del espectador, capaz incluso de pasar por alto algunos sonrojantes agujeros de guión.
Por eso, es una lástima que la resolución de Señales del Futuro no esté a la altura de lo que desarrolla en su excelente primera hora y media: a medida que los personajes se ven enfrentados a la evolución de los acontecimientos y no encuentran la forma mejor de escapar a ese destino implacable que dejarse llevar por el puro instinto – como el personaje de Rose Byrne – o por una renacida y obsesiva fe en el determinismo – en el caso del astrofísico interpretado por Nicholas Cage -, se revela igualmente que Proyas ha encontrado muchas dificultades para conciliar la negrura de una historia que apunta en muchos momentos a una sola resolución posible con la necesidad, un tanto impostada y algo a contracorriente, de buscar una salida algo más esperanzada. Al contrario de lo que, en una situación similar, hacían Frank Darabont en La Niebla o Steve Reeves en Monstruoso, Señales del Futuro acaba acercándose algo más al universo redentor del Shyamalan de Señales o El Incidente. Así, de un thriller bien construido con elementos fantásticos pero a un tiempo con los pies bien asentados en la realidad, Proyas desemboca de forma un tanto suicida en la ciencia-ficción más desatada provocando no poca perplejidad. Y es que (y en esto difiero con Tomás) el cóctel final aun siendo en muchos momentos de lo más estimulante, resulta un pelín indigesto.
No es que Señales del Futuro se malogre por completo en ese tramo final, pese a su estomagante epílogo: al fin y al cabo, si consideramos la propuesta en su conjunto, lo cierto es que esta película de Alex Proyas consigue convertirse por sus propios méritos durante dos tercios de su metraje en una propuesta de lo más estimable que, eso resulta indudable, prueba una vez más la pasión por el género que destila su director: consciente de que la ciencia-ficción siempre ha servido para diagnosticar los males que aquejan a la sociedad que la cobija, Señales del Futuro consigue así configurarse como un ejemplo más de esa tendencia actual de este tipo de cine que parece empujarnos de forma irremediable a preguntarnos si la mejor forma de salvar el mundo no será otra que, enfrentados al Apocalipsis, empezar por salvarnos a nosotros mismos y a aquellos a quien más queremos. Debe ser el signo de los tiempos.