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lunes, 26 de junio de 2023

Amityville en 3-D: “EL POZO DEL INFIERNO”, de RICHARD FLEISCHER



Pese a su poco original título español, El pozo del infierno es, en realidad, Amityville 3-D (1983), también conocida como Amityville III: The Demon y tercera entrega de la franquicia inaugurada con Terror en Amityville (The Amityville Horror, 1979, Stuart Rosenberg) y continuada en la precuela Amityville II: The Possession (Damiano Damiani, 1982), esta inédita en cines españoles pero estrenada en formato doméstico como Amityville II: La posesión. Producida para Orion Pictures por Dino de Laurentiis, quien también había producido Amityville II: La posesión, y realizada por el veterano Richard Fleischer, esta producción de 6 millones de dólares fue rodada utilizando el sistema de ArriVision 3-D que se había empleado en Viernes 13, tercera parte (Friday the 13th Part III, 1982, Steve Miner) y Jaws 3-D: El gran tiburón (Jaws 3D, 1983, Joe Alves). Escrita por David Ambrose usando el seudónimo de William Wales, Orion tuvo mucho cuidado de no promocionar El pozo del infierno como otra secuela de Terror en Amityville porque los protagonistas de la famosa historia real, la familia Lutz, se hallaban en esos momentos metidos en un pleito contra De Laurentiis, acusándole de haber tergiversado los hechos en Amityville II: La posesión. Para marcar distancias, Orion difundió que el guion no estaba inspirado en el caso de los Lutz, sino en la investigación del periodista especialista en lo paranormal Stephen Kaplan, quien pretendía demostrar que la historia de la casa encantada de Amityville era una farsa. A pesar de todo, El pozo del infierno se saldó con un fracaso comercial –solo 6 millones de dólares en los EE.UU.–, y sus rudimentarios efectos tridimensionales provocaron malas críticas y quejas del público, que afirmaba haber sufrido dolores de cabeza durante la proyección. La misma cantinela que muchos utilizaron cuando se estrenó Avatar (ídem, 2009, James Cameron) (1).



En el momento de su estreno, y todavía hoy, muchos se preguntaron qué hacía el ilustre realizador de The Narrow Margin, 20.000 leguas de viaje submarino, Sábado trágico, La muchacha del trapecio rojo, Los vikingos, Impulso criminal, Barrabás, El estrangulador de Boston, El estrangulador de Rillington Place, Fuga sin fin, Los nuevos centuriones, Cuando el destino nos alcance o Mandingo firmando la tercera entrega de Terror en Amityville. Pero, dejando aparte cuestiones de índole laboral –en los últimos años de su carrera, Fleischer trabajaba en lo que podía y no en lo que quería: véanse, sin ir más lejos, sus dos mediocres trabajos con Arnold Schwarzenegger, Conan el destructor (Conan the Destroyer, 1984) y El guerrero rojo (Red Sonja, 1985)–, El pozo del infierno arrastra una fama de “mala película” a todas luces inmerecida, pues si bien es verdad que está muy por debajo del grueso del cine de su autor, e incluso de Terror en Amityville, no es menos cierto que se trata de un film más que digno y, a ratos, muy apreciable, bastante por encima de la bajísima media de calidad de la franquicia Amityville, hasta el punto de erigirse, fácilmente, en la mejor de las secuelas (2). Eso no significa, ni mucho menos, que estemos ante una gran película a reivindicar, una chef-d’oeuvre inconnue, ni nada por el estilo, pues no está exenta de numerosos defectos.



De entrada, su condición de secuela la hace forzosamente dependiente del film-madre, Terror en Amityville, por más que Fleischer se esfuerza –y, en muchos momentos, consigue– hacer algo distinto a lo logrado por Stuart Rosenberg, más allá del pago de peajes ineludibles como los inevitables planos generales de la famosa casa, realzando sus no menos célebres ventanales coronando su fachada a modo de “ojos” siniestros, o la escena en la que las moscas atacan a Clifford Sanders (John Harkins), provocándole un ataque cardíaco, que recuerda una escena muy similar de Terror en Amityville. Pero eso sería peccata minuta si no fuera porque El pozo del infierno se resiente, en sus líneas generales, de un poco estimulante guion, que echa mano de ideas sacadas de otras famosas películas de terror. Por ejemplo, las escenas en las que el Dr. Elliot West (Robert Joy) y su equipo estudian la actividad paranormal de la casa recuerdan las de Poltergeist (Fenómenos extraños) (Poltergeist, 1982, Tobe Hooper), estrenada tan solo un año antes, por más que el guion introduzca una novedad con respecto a Terror en Amityville y Amityville II: La posesión: aquí hay escenas que transcurren en los alrededores e incluso lejos de la casa –véase lo concerniente a los personajes de Melanie (Candy Clark) y Susan (Lori Loughlin), esta última la hija adolescente de los protagonistas del relato, John Baxter (Tony Roberts) y su exesposa Nancy (Tess Harper)–, impidiendo que toda la actividad paranormal se circunscriba al interior de la vivienda; pese a todo, se trata de un recurso poco aprovechado. También hace acto de presencia la consabida concesión adolescente, en forma de la pandilla de amigos de la citada Susan –entre los cuales encontramos, para más inri, a la insoportable Meg Ryan, en uno de sus primeros papeles–, lo cual da pie a una convencional secuencia de ouija resuelta sin particular convicción. Por no faltar, no faltan los irritantes “sustos” destinados a recordarnos que, efectivamente, estamos viendo un film de terror, como si el espectador sufriese de amnesia o tuviese memoria de pez, lo cual da pie a una secuencia completamente gratuita, la peor de la película: aquélla en la que la ya mencionada Melanie entra sola en la casa maldita de Amityville y, sintiéndose amenazada, a punto está de liarse a golpes con alguien que al final resulta ser Dolores (Josefina Echanove), una inofensiva limpiadora. Tampoco resulta convincente el clímax del relato, con una criatura monstruosa emergiendo del pozo y llevándose consigo al Dr. West, seguido de la destrucción total de la casa de la cual Baxter y Nancy logran sobrevivir por muy poco.



Pero hay una circunstancia añadida que contribuye a realzar un aspecto de El pozo del infierno que en el momento de su estreno estaba mal resuelto: su empleo del 3-D. Las actuales ediciones en Blu-ray de la película incluyen una versión en tres dimensiones realizada con las actuales técnicas estereoscópicas que demuestran que, viendo el film en perspectiva, Fleischer intentó hacer algo que el todavía rudimentario 3-D de 1983 le impidió llevar a cabo de forma adecuada: usar la imagen tridimensional con intención narrativa y/ o expresiva. Eso explica la planificación, a ratos agradablemente clásica, en ocasiones también muy convencional y algo insípida, que la convertía en una obra a contracorriente ya en el momento de su estreno, dado que Fleischer, buen conocedor del lenguaje del cine a esas alturas de su carrera, intenta en todo momento aprovechar el 3-D para reforzar la trama del film, con vistas a conseguir algo parecido a una atmósfera: el lento travelling lateral de derecha a izquierda de la imagen, alrededor de la casa de Amityville, en la escena nocturna con la que se abre la película, aprovechando la imagen tridimensional para resaltar las ramas de árboles y matorrales que confieren una cierta sensación de “incomodidad”, de malestar, a dicha imagen; los planos subjetivos, desde puntos de vista imposibles, con la cámara situada dentro del pozo, cuando Susan y su amiga Lisa (sí: es Meg Ryan) se asoman al mismo, o cuando lo hacen Baxter y Nancy en una posterior secuencia de pesadilla experimentada por el primero. En este sentido, y a pesar de que en El pozo del infierno hay muchos planos en los cuales el 3-D tiene un carácter meramente sensacionalista o espectacular –cf. las consabidas escenas de objetos acercados y/ o arrojados a la cara del espectador, o ciertas “apariciones monstruosas” que hacen otro tanto–, hay que reconocer que, en muchas otras ocasiones, el uso de la imagen estereoscópica por parte de Fleischer contribuye a reforzar notablemente la atmósfera fantástica del relato.



Es el caso, sin ir más lejos de la primera (y lograda) secuencia, en la cual el mencionado periodista John Baxter, personaje inspirado en el auténtico Stephen Kaplan, y su colaboradora, la también citada Melanie, asisten a una falsa sesión de espiritismo oficiada por Harold y Emma Caswell (John Beal y Leora Dana); la planificación de Fleischer aprovecha excelentemente el 3-D, de tal manera que las espaldas de los personajes sentados alrededor de la mesa, o el cirio situado a un extremo del encuadre que Harold Caswell enciende como parte de su ritual de engaño, confieren fuerza y densidad a las imágenes (de hecho, toda la película, incluso en sus peores momentos, está bien rodada). Otro momento notable en su utilización del 3-D es aquel en el que Baxter descubre el cadáver de Sanders, el hombre que acaba de venderle la casa maldita de Amityville donde Baxter piensa vivir tras haberse divorciado recientemente de Nancy: ya hemos mencionado cómo Sanders ha sufrido el ataque de las moscas en la habitación superior de la vivienda; Fleischer corta, pasando al momento en el cual Baxter regresa a la casa; éste oye un gemido y sube las escaleras; de repente, la mano de Sanders, que agoniza, entra dentro del plano en el que Baxter empieza a subir las escaleras hacia el segundo piso; Fleischer pasa de ahí a un nuevo plano del moribundo Sanders desde el punto de vista subjetivo de Baxter, tomado de tal manera que la mano de Sanders parece, gracias al 3-D, que “sale” de la pantalla. Acaso la utilización más truculenta de la imagen estereoscópica reside en la secuencia de la muerte de Melanie: su coche se estrella contra la parte trasera de una camioneta llena de tubos de metal; uno de ellos –gran efecto en 3-D– atraviesa el parabrisas del coche de Melanie, en dirección a la cámara, sin llegar, milagrosamente, a herirla; pero el milagro dura poco: de repente, el maletín, la ropa, el coche de la mujer se ponen, misteriosamente, a arder, y Melanie muere quemada viva; un hombre encuentra el coche de Melanie; el interior, lleno de humo, impide ver quién o qué hay dentro; al abrir la puerta, el esqueleto carbonizado de Melanie –nuevo efecto 3-D– se abalanza, grotesco, sobre el espectador…



Llama la atención que El pozo del infierno tenga en el personaje de Baxter al que posiblemente sea uno de los héroes más escépticos de la historia del fantástico: un periodista especializado en el descubrimiento de fenómenos paranormales fraudulentos a quien le cuesta mucho rendirse a la evidencia de que, efectivamente, lo sobrenatural existe. Personaje que contrasta, precisamente, con el del científico Dr. West, quien a pesar de ser un hombre de ciencia se revela como alguien mucho más abierto a la probabilidad de la existencia de lo inexplicable que su amigo: West le dice a Baxter que, aunque el 97% de los fenómenos paranormales resultan ser falsos, a él le llaman para que resuelva “el 3% restante”; incluso se llega a poner en boca de West una famosa frase del arquitecto e inventor Richard Buckminster Fuller, quien afirmó que “realidad” es la única palabra que habría que escribir siempre entrecomillada. Ese escepticismo es, precisamente, lo que impregna la que, sin duda, es la mejor y más hábilmente construida secuencia del film: la de la muerte, resuelta fuera de campo, de Susan: Nancy ve a Susan volviendo a la casa de Amityville empapada de pies a cabeza; la joven mira a su madre, sonríe enigmáticamente, no responde a sus preguntas y sube las escaleras, en dirección a su dormitorio; Nancy la sigue, hasta que Susan cierra la puerta detrás suyo; mientras tanto, paralelamente, Baxter descubre que el cadáver de su hija está siendo sacado en ese mismo instante del lago donde se ha ahogado… La convicción de Tony Roberts, Tess Harper, Candy Clark y Robert Joy contribuye sobremanera a la simpatía del resultado.


 

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2009/12/avatar-visita-al-planeta-pandora.html

(2) Para no matar de aburrimiento al lector con un listado interminable de bodrios, le remito a la información aparecida al respecto, entre otras fuentes, en Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Works_based_on_the_Amityville_haunting 

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