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sábado, 3 de abril de 2021

La solución al siete por ciento: “ELEMENTAL, DR. FREUD”, de HERBERT ROSS



Sigue resultándome un misterio digno de ser resuelto por el detective Sherlock Holmes y su fiel ayudante y amigo el Dr. Watson el que una propuesta tan atractiva como Elemental, Dr. Freud (The Seven-Per-Cent Solution, 1976) continúe sin mencionarse cada vez que se citan las mejores versiones cinematográficas sobre estos personajes, a la cual personalmente y sin ánimo de exhaustividad incluiría, sin dudarlo, en el grupo que forman El perro de los Baskerville (The Hound of the Baskervilles, 1939), versión Sidney Lanfield; Las aventuras de Sherlock Holmes/ Sherlock Holmes contra Moriarty (The Adventures of Sherlock Holmes, 1939), de Alfred L. Werker; El perro de Baskerville (The Hound of the Baskervilles, 1959), versión Terence Fisher; Estudio de terror (A Study in Terror, 1965), de James Hill; La vida privada de Sherlock Holmes (The Private Life of Sherlock Holmes, 1970), de Billy Wilder; Asesinato por decreto (Murder by Decree, 1979), de Bob Clark; El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, 1985), de Barry Levinson; y series de televisión, como Sherlock Holmes (ídem, 1964-1968), interpretada por Peter Cushing, así como Las aventuras de Sherlock Holmes (The Adventures of Sherlock Holmes, 1984-1985), El regreso de Sherlock Holmes (The Return of Sherlock Holmes, 1986-1988), Los archivos de Sherlock Holmes (The Case-Book of Sherlock Holmes, 1991-1993) y Las memorias de Sherlock Holmes (The Memoirs of Sherlock Holmes, 1994), protagonizadas de manera consecutiva por Jeremy Brett, y la más reciente Sherlock (ídem, 2011- ), interpretada por Benedict Cumberbatch y Martin Freeman.



Elemental, Dr. Freud tiene muchos elementos que la hacen notable, empezando por una sólida base argumental que, como es bien sabido, no parte de ninguna de las novelas y cuentos de Conan Doyle sobre las aventuras de Holmes y Watson, sino de un libro original firmado por el guionista y realizador Nicholas Meyer, bien conocido por los aficionados al fantástico por su vinculación al género tras haber escrito y dirigido la muy simpática Los pasajeros del tiempo (Time After Time, 1979), así como por haber realizado un par de títulos de la franquicia cinematográfica de Star Trek, Star Trek II: La ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982) y Aquel país desconocido (Star Trek VI: The Undiscovered Country, 1991), considerados por los incondicionales de la saga de las mejores entregas de la misma. Meyer fue, asimismo, guionista del film que nos ocupa, al cual hay que añadir otros alicientes para su visionado tan poderosos como la presencia de un reparto de magníficos intérpretes —Alan Arkin, Nicol Williamson, Robert Duvall, Laurence Olivier, Vanessa Redgrave, Joel Grey, Charles Gray, Jeremy Kemp, Samantha Eggar—, ofreciendo memorables interpretaciones; así como la colaboración de un equipo técnico-artístico de auténtico lujo, encabezado por el extraordinario director de fotografía Oswald Morris, el gran decorador Ken Adam y el siempre brillante compositor John Addison.



Por si fuera poco, Elemental, Dr. Freud parte de una premisa sugestiva, desarrollada por Nicholas Meyer primero en su novela homónima (que tuve ocasión de leer hace bastantes años pero de la cual sigo guardando un grato recuerdo) y luego en su guion, que sigue con mucha fidelidad aquélla, como es el cruce de los héroes de ficción Holmes (Nicol Williamson) y Watson (Robert Duvall), así como otros surgidos del acervo creado por Conan Doyle como el profesor Moriarty (Laurence Olivier) y el hermano del detective Mycroft Holmes (Charles Gray), con una personalidad de la vida real, Sigmund Freud (Alan Arkin), y haciéndolo además desde una perspectiva irónicamente psicológica, o si se prefiere psicológicamente irónica, de tal manera que, como consecuencia de su adicción a la cocaína (la “solución al siete por ciento” a la cual hace referencia el título original de la novela y del film), Holmes acaba yendo a parar a la consulta de Freud en Viena con vistas a superar aquélla y, de paso, también el trauma de infancia que ha condicionado su vida y determinó su vocación de detective: el convencimiento de que el profesor Moriarty, en realidad un pusilánime profesor de matemáticas, era un genio del mal al que tenía que dar caza… Una premisa, la combinación de personajes de ficción con personajes históricos, muy del gusto de Nicholas Meyer, quien la repetiría poco después en la mencionada Los pasajeros del tiempo, donde —recordemos— el escritor H.G. Wells (Malcolm McDowell) construía una “máquina del tiempo” como la de su famosa novela homónima, y con la misma viajaba al San Francisco de 1979 para dar caza a… Jack el Destripador (David Warner).



Si a pesar de contener todos esos estupendos elementos, que son o deberían ser irresistibles para cualquier aficionado al cine y/ o a la mítica figura creada por Conan Doyle, Elemental, Dr. Freud continúa siendo una película que parece haber caído en el olvido, ello tan solo puede deberse, al menos en lo que a los cinéfilos se refiere, a la poca estima que se siente actualmente hacia su realizador, el cual está tanto o más olvidado que este film: el neoyorquino Herbert Ross (1927-2001), profesional vinculado a la escena teatral que entre 1969 y 1995 dirigió veinticuatro largometrajes —veinticinco, si incluimos su debut tras las cámaras con el telefilm Wonderful Town (1958)—, y en cuya carrera, ciertamente, hallamos títulos de tan poca categoría como, sobre todo, las comedias que realizó en los últimos quince años de su carrera —cosas tan horribles como Footloose (ídem, 1984), Protocolo (Protocol, 1984), El secreto de mi éxito (The Secret of My Success, 1987), Cuidado con la familia Blue (Undercover Blues, 1993) o Solo ellas… los chicos a un lado (Boys on the Side, 1995)—, pero no por ello debemos olvidar que nuestro hombre cosechó en su momento no pocos éxitos de taquilla más sólidos que los antes mencionados —La pareja chiflada (The Sunshine Boys, 1975), La chica del adiós (The Goodbye Girl, 1977), Paso decisivo (The Turning Point, 1977), California Suite (ídem, 1978)—; y, a pesar de su condición de títulos muy condicionados por la fuerte personalidad de los autores de los textos originales en los que se inspiran, Woody Allen y Dennis Potter respectivamente, Sueños de seductor (Play It Again, Sam, 1972) y Dinero caído del cielo (Pennis from Heaven, 1981) merecen un respeto. Dicho rápidamente, la poca estima que la crítica y el cinéfilo siente hacia el discreto Herbert Ross puede condicionar (aunque no debería) la revisión o el descubrimiento de Elemental, Dr. Freud, muy probablemente la mejor película de este realizador.



Una primera singularidad de Elemental, Dr. Freud, y que contribuye a conferirle su personalidad, reside en la a mi entender deliberada teatralidad de muchos momentos de la puesta en escena. Hombre de teatro y eficaz director de actores, Ross planifica buena parte de la película en función del espléndido juego interpretativo del colosal reparto que maneja. Ello da como resultado un film que, si bien a simple vista puede parecer “teatral” en el sentido más peyorativo y mal entendido de la expresión (el equivalente a “rígido”, “estático” o “académico”), en la práctica acaba siendo una de esas raras películas en las cuales la solidez de los encuadres, el juego de los actores y la espléndida combinación de la foto de Morris, los decorados de Adam y la música de Addison se produce con armonía, de tal forma que casi cada uno de esos encuadres tiene sabor y atmósfera. Dicho de otra manera, Elemental, Dr. Freud es un film planificado con vistas a conseguir que cada plano proporcione, en virtud de la mezcla de todos esos brillantes ingredientes, un deleite visual e incluso —por qué no— intelectual al espectador. Si no fuera porque a ratos la película se somete a la moda de los encuadres y reencuadres con teleobjetivo, tan típicos (y tópicos) de la mayor parte de la producción audiovisual cinematográfica y televisiva estadounidense de los años setenta, nos hallaríamos ante una obra maestra. Siendo justos, quizá Elemental, Dr. Freud no llega a tanta categoría, pero eso no significa que no contenga momentos espléndidos.



Además, es necesario insistir en que, a pesar de esa “teatralidad” bien entendida de la cual hace gala (es decir, aquélla que recurre a elementos de inspiración teatral con vistas a utilizarlos y conseguir mediante los mismos resultados puramente cinematográficos), Elemental, Dr. Freud no solo no es un film estático sino, por el contrario, ágil, cálido y dinámico a pesar de descargar buena parte de su sentido en las escenas de diálogos, excelentes (las escenas y los diálogos), las cuales hacen avanzar dramáticamente la acción y enriquecen sobremanera el perfil de los personajes. Si, cuando se habla de “cine de acción”, la expresión suele utilizarse para referirse a una parcela genérica concreta del espectáculo fílmico, no es menos cierto que en realidad todo el cine es “de acción”, la cual puede ser “interna” (como en Elemental, Dr. Freud) o “externa”. Herbert Ross consigue grandes momentos de “acción interna” en las numerosas secuencias de diálogo, tal es el caso de la primera conversación entre un Holmes atormentado y bajo los efectos de la cocaína y un lacónico y preocupado Watson, donde el realizador inserta subrepticios planos de un flashback de la infancia de Holmes, que brotan a partir de las evocaciones del pasado que hace el protagonista y que irán reapareciendo y “ampliándose” a lo largo del relato. Pero también hay un momento en que esa “acción interna” se sostiene principalmente sobre las imágenes y no sobre los diálogos: la un tanto efectista pero curiosa secuencia de las pesadillas y alucinaciones que sufre el detective mientras intenta librarse de su dependencia de las drogas en el lecho que le ha preparado Freud en su vivienda, donde el recurso a la imagen distorsionada o el ojo de pez no consigue estropear, aunque está cerca de conseguirlo, algunas sugerencias (por ejemplo, la terrorífica aparición de un monstruoso can, a modo de guiño malicioso a El perro de los Baskerville).



Por otro lado, y a pesar de lo que acabamos de comentar, Ross y Meyer no se olvidan de que los personajes de Conan Doyle se caracterizan, también, por su “acción externa” —algo que olvidó por completo el despistado José Luis Garci de Holmes & Watson. Madrid Days (2012)—, e incluye un puñado de secuencias de acción propiamente dichas resueltas con notable brío: destaco, sobre todo, el enfrentamiento entre Freud y el Barón Karl von Leinsdorf (Jeremy Kemp) en una pista de tenis, excelentemente planificado, pero asimismo llaman la atención momentos como el intento de asesinato de Holmes, Watson y Freud en la pista del hipódromo bajo los cascos de una furiosa manada de blancos caballos, o la divertida secuencia final en el tren, en la cual el rescate por parte de los protagonistas de la secuestrada Lola Devereaux (Vanessa Redgrave) deviene un inesperado homenaje a Buster Keaton y los hermanos Marx —el desguace del tren para alimentar la caldera de la locomotora, como en Los hermanos Marx en el Oeste (Go West, 1940), de Edward Buzzell—, punteado, de nuevo, por una irónica partitura musical de Addison.



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