Curioso,
muy curioso el género, subgénero o variante genérica de los “zombis nazis”
dentro del cine de terror en general y el de temática zombi en particular, por
más que, por ahora, el mismo no haya proporcionado títulos particularmente
memorables, y eso a pesar de que, andando el tiempo, ha ido forjado una
filmografía de cierto peso: sin ánimo de exhaustividad, podemos mencionar Le
lac des morts vivants (Jean Rollin [y Julian de Laserna, no acreditado],
1981), La tumba de los muertos vivientes (Jesús Franco, 1982), el
díptico de Tommy Wirkola Zombis nazis (Dod sno/ Dead Snow, 2009) & Zombis
nazis 2: Red vs. Dead (Dod sno 2/
Dead Snow 2: Red vs Dead, 2014) o la más reciente Overlord (ídem, 2018,
Julius Avery), y, dentro de una línea relativamente similar, Frankenstein’s
Army (Richard Raaphorst, 2013). Es una pena que, por lo general, los
resultados de esta temática hayan sido malos, habida cuenta de que la misma
tiene muchas posibilidades, sobre todo si se conoce, siquiera por encima, la
fascinación, real e históricamente comprobada, de Hitler y el nazismo hacia el
ocultismo, o los célebres experimentos auspiciados por Josef Stalin para la
creación de “súper-soldados” (si bien, en este caso, sin recurrir a cadáveres
humanos, sino a la consecución de un “humancé”: un híbrido entre hombre y
simio).
Salvo
error del que suscribe, un título pionero de la temática de los zombis nazis es
Shock Waves, film fechado, ergo estrenado, en 1977, aunque el año que
aparece en las copias es 1976, y filmado en 1975; nunca se estrenó en cines
españoles –al menos, que yo sepa–, pero se encuentra actualmente editado entre
nosotros en Blu-ray como Ondas de choque. La película, rodada con un
presupuesto bajísimo incluso para la época (150.000 dólares), supuso el debut
en el terreno del largometraje del realizador estadounidense Ken Wiederhorn,
cuya posterior trayectoria profesional fue particularmente anodina –destacan en
su filmografía, es un decir, títulos como Desmadre en la universidad
(King Frat, 1979), Los albóndigas atacan de nuevo (Meatballs Part II,
1984), La divertida noche de los zombies (Return of the Living Dead Part
II, 1988) y Torre de cristal (Dark Tower, 1989), film maldito firmado
bajo el seudónimo Ken Barnett junto con ¡Freddie Francis!–, por más que podamos
salvar un título no exento de interés: Los ojos de un extraño (Eyes of a
Stranger, 1981).
Shock
Waves se articula alrededor de un largo flashback:
el que empieza, al principio de la película, con la secuencia en la que un
hombre y su hijo rescatan en su barco de pesca recreativa a Rose (Brooke
Adams), una muchacha que se halla a la deriva en un bote, deshidratada, quemada
por el sol y en tal estado de shock que es incapaz de articular palabra sobre
lo que le ha ocurrido. La voz en off de la misma Rose nos introduce en el
flashback, que incluye la práctica totalidad del metraje del film, y que
nos describe cómo, junto con otras tres personas –Chuck (Fred Buch) y la pareja
formada por Noman (Jack Davidson) y Beverly (D.J. Sidney)–, Rose navegaba en un
barato viaje de placer a bordo del viejo yate comandado por el capitán Ben
(John Carradine) con la ayuda de su escasa tripulación: Keith (Luke Halpin), el
segundo de a bordo, y Dobbs (Don Stout), un cocinero borrachín. Una serie de
fenómenos extraños –la inesperada luz anaranjada que cubre la totalidad de la
atmósfera diurna, una colisión parcial con un misterioso barco surgido de la
nada en medio de la oscuridad de la noche– preceden al naufragio del yate, lo
cual obliga a pasajeros y tripulación a abandonarlo y dirigirse a una isla
próxima, muy cerca de la cual se encuentra, embarrancado en un arrecife, el
barco, o lo que queda de él, que casi les arrolla la noche anterior. La isla,
en medio de la cual se erige un hotel de estilo colonial abandonado, va siendo
progresivamente invadida por un pequeño ejército de silenciosos muertos
vivientes con uniformes de soldados alemanes de la Segunda Guerra Mundial, los
mismos que se hallaban a bordo de aquel viejo barco. La clave del asunto la
proporciona un viejo comandante de las SS (nada menos de Peter Cushing), quien
explica que los zombis nazis no son sino el resultado de un experimento del III
Reich destinado a crear un ejército invencible, en este caso, soldados
invulnerables que pueden vivir perfectamente bajo del agua.
Salvando
todas las distancias del mundo, Shock Waves no deja de ser una “puesta
al día” de viejas convenciones del cine de terror estadounidense (desde la
perspectiva, claro está, del momento de su realización, a mediados de los años
70 del pasado siglo). El naufragio de un grupo de personas ociosas y su llegada
a una isla llena de misteriosos peligros no deja de ser un planteamiento
clásico visto, por ejemplo, en El malvado Zaroff (The Most Dangerous
Game, 1932, Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel). Los zombis que caminan
debajo del agua hicieron su primera aparición, si no me equivoco, en Zombies
of Mora Tau (Edward L. Cahn, 1957), y desde entonces se han dejado ver con
relativa frecuencia. Shock Waves coincide, me imagino que casualmente,
con el King Kong (ídem, 1976) de John Guillermin/ Dino de Laurentiis,
rodado por esa misma época, en la idea de presentar a la protagonista femenina
a bordo de un bote tras haber sobrevivido por los pelos a una situación
catastrófica. De hecho, y dejando aparte la presencia “icónica” de unos
envejecidos Peter Cushing y John Carradine en plena decadencia física (sobre
todo el segundo, devorado por la artritis que padecía), el personaje del comandante
de las SS encarnado –tan bien como siempre– por el primero de los mencionados
no deja de ser una variante de tantos y tantos mad doctors que,
indefectiblemente, acabará perdiendo la vida a manos de su diabólica creación.
El
agua se convierte, en cierto sentido, en el hilo conductor de la trama. Ya
hemos mencionado que el film empieza con el rescate de Rose tras haber estado
un tiempo indeterminado a la deriva en alta mar. El flashback que
ilustra sus recuerdos sobre lo ocurrido empieza con unos planos de Rose
buceando en el mar, por los alrededores del yate donde viaja disfrutando, se
supone, de sus vacaciones; la película no proporciona mayores detalles sobre
los personajes, hasta el punto de que entendemos que Rose viaja sola, dado que
el otro pasajero que también viaja en solitario, Chuck, ni es su pareja ni hay
la menor relación de ese tipo entre ellos, insinuándose en cambio, de forma
incipiente, una entre Rose y Keith. Más tarde, una serie de planos submarinos
de los restos del barco alemán hundido en el fondo del océano nos anticipan
(con escasa fortuna) la tenebrosa amenaza que viaja a bordo, aunque la misma no
se hace explícita hasta que, en efecto, vemos pasear a los zombis debajo del
agua, primero sus piernas calzadas con altas botas militares, luego de cuerpo
entero. Precisamente, una de las imágenes más logradas de la película, si no la
que más, consiste en ese plano de una charca de agua ondulante sobre la cual se
refleja la borrosa silueta de uno de los zombis nazis, uno de los momentos más
conseguidos junto con otros esporádicamente atractivos: la ya mencionada
secuencia a la luz de un sol anaranjado; el momento en que la bengala disparada
por el capitán Ben en medio de la oscuridad de la noche ilumina el barco alemán
en el horizonte; o, en particular, la escena final, que transcurre en tiempo
presente: Rose, en su cama de hospital, parece anotar en una libreta todos sus
recuerdos de la pesadilla que ha vivido…, pero lo que surge de su bolígrafo son
unos garabatos incomprensibles, reflejo del trastorno, o de la locura, donde ahora
está inmersa.
Por
lo demás, Shock Waves es un film tan tosco como parece, tanto a nivel de
guion como de realización, ambos en el límite de lo amateur. Los paseos
del viejo comandante de las SS por la isla buscando a sus horrendas creaciones
antes de perecer a manos de una de ellas parecen, más bien, un recurso para
estirar el metraje de la película y garantizar así que alcance una duración
estándar. Otro tanto puede afirmarse de determinadas reacciones de los
secundarios, como la irritabilidad del personaje de Norman –que hace pensar en
el grotesco padre de familia de La noche de los muertos vivientes (Night
of the Living Dead, 1968, George A. Romero)–, o el incontrolable ataque de
claustrofobia de Chuck, que pone en peligro las vidas de sus compañeros de
aventuras: son “rellenos” de guion, y se nota. No faltan a la cita los
consabidos planos submarinos en contrapicado debajo de los frágiles botes donde
se trasladan los héroes de la función, sugiriendo la presencia oculta de una
amenaza oculta bajo el agua, modelo La mujer y el monstruo (Creature
from the Black Lagoon, 1954, Jack Arnold) / Tiburón (Jaws, 1975, Steven
Spielberg). Por otra parte, todos los asesinatos cometidos por los zombis nazis
tienen lugar mediante la técnica del ahogamiento, lo cual provoca una cansina
sensación repetitiva que no alivia ni la utilización de la elipsis. Hay una
idea interesante, pero desaprovechada: el punto débil de los zombis nazis son
sus ojos, lo cual, tan pronto como quedan desprotegidos tras arrancarles las
pequeñas gafas negras que portan, provoca su destrucción, de un modo similar al
de los vampiros bajo la luz del sol. Dicho sea de paso, y a título de
curiosidad, los maquillajes de Shock Waves corren a cargo de Alan
Ormsby, rara personalidad menor del cine fantástico norteamericano conocido,
principalmente, por su labor como guionista –tiene en su haber un par de
curiosidades de Bob Clark: Children Shouldn’t Play with Dead Things
(1972) y Dead of Night (1974), esta última particularmente interesante,
así como el libreto de El beso de la pantera (Cat People, 1982), por más
que este fuera reescrito por su director, Paul Schrader–, y, sobre todo, por
haber codirigido –junto con Jeff Gillen– uno de los slashers más
logrados de mediados de los 70: Deranged (1974).
Siempre me ha sorprendido el "algo" de prestigio que tiene esta película en algunos círculos. Me parece poca cosa, la verdad.
ResponderEliminarBrooke Adams, una actriz estupenda y guapísima por la que merece la pena ver cualquier film. Alguien sabe por qué ha hecho tan poco cine después de los 80?
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