Por
más que, por regla general y salvo honrosas excepciones, Los ojos de un
extraño (Eyes of a Stranger, 1981) suele incluirse dentro del género/
subgénero/ variante genérica del slasher, lo cierto es que, en la
práctica, está más cerca del thriller de “suspense” más tradicional, con
una mirada que recuerda, por temática y determinados recursos visuales, al
Hitchcock de La ventana indiscreta (Rear Window, 1954) y, vagamente,
también al de Psicosis (Psycho, 1960), con toques sacados del cine de Brian de Palma y de lo que se
conoce como rape & vengeance. Buena prueba de ello reside en que, si
creemos las informaciones de su producción que circulan al respecto, esta pequeña
película dirigida por Ken Wiederhorn y distribuida por Warner Bros. se rodó,
inicialmente, como ese thriller de “suspense” que, insisto, en el fondo
es, y fue como consecuencia de la oleada de exitosos slashers desatada
por las franquicias creadas por La noche de Halloween y Viernes 13
que los productores de Los ojos de un extraño decidieron aumentar sobre
la marcha sus dosis de violencia y efectos de maquillaje gore (estos
últimos a cargo del especialista Tom Savini); trucajes sanguinolentos que, por
cierto, luego tuvieron que ser suavizados/ recortados/ eliminados, según los
casos, a fin de impedir que el film se estrenara en salas bajo el estigma de la
calificación moral “X” (sic), exclusivamente para mayores de edad, y que, por
si alguien no lo recuerda, en aquellos tiempos podía condenar a una película al
ostracismo.
Ken
Wiederhorn, conocido sobre todo por los aficionados al cine fantástico por Shock
Waves (1977), que comenté en este mismo blog (1) –fragmentos de la
cual aparecen, fugazmente, reproducidos en un monitor de televisión–, y por La
divertida noche de los zombies (Return of the Living Dead Part II, 1988)
–que no es sino la secuela de El regreso de los muertos vivientes (The
Return of the Living Dead, 1985, Dan O’Bannon)–, consiguió con Los ojos de
un extraño el film más relativamente interesante de los que he visto con su
firma. Sin ser, ni mucho menos, una obra excepcional, atesora numerosos
elementos que le confieren una cierta personalidad propia en el contexto del
cine de terror norteamericano de entre finales de los años 70 y primeros 80 del
pasado siglo, empezando por el hecho de que, a mi entender, ni es un slasher
ni, tampoco, un auténtico film de terror, por más que la presencia recurrente
de un serial killer en su trama argumental lo empariente, temáticamente,
con Norman Bates, Leatherface, Michael Myers, Jason Voorhees y su numerosa
descendencia. La trama gira, principalmente (aunque no exclusivamente),
alrededor de Jane Harris (Lauren Tewes), una locutora de televisión de Miami
que se obsesiona con la idea de descubrir y capturar a un misterioso asesino en
serie que se dedica a violar y asesinar a mujeres, aunque algunos hombres
también caen, víctimas de su furia homicida, por hallarse en el momento
equivocado y en el lugar equivocado.
Uno
de los primeros puntos interesantes de Los ojos de un extraño es que,
aproximadamente dentro del primer tercio del relato, descubrimos la identidad
del asesino: Stanley Herbert (John DiSanti), personaje que casi comparte
protagonismo con el de Jane. Naturalmente, en un primer momento podemos pensar
que Jane está siguiendo una pista equivocada (es decir, que nos hallamos ante
el típico truco de guion para despistar), cuando empieza a sospechar de
Stanley por el mero hecho de que no es un hombre agraciado: solitario, gordo,
con gruesas gafas de pasta y peinado de una manera que parece que usa bisoñé.
Pero, a partir del momento en que, en efecto, le vemos cometiendo nuevos
asesinatos, y ya no nos cabe la menor duda de que él es el asesino, el quid
de la película deja de ser el saber quién es el asesino, sino el cómo
lo van a atrapar. Y, si bien es verdad que la malignidad de la psicopatía
homicida de Stanley es incuestionable, no es menos cierto que, en un momento
dado, el film se mira con no menos mordacidad la malignidad inherente a la
propia Jane, la cual, en su afán de atrapar al criminal, hace gala de un
comportamiento a ratos digno de una perturbada aun con la excusa de que, con
ello, tan solo pretende capturar a un delincuente y, en el fondo, purgar un
hecho traumático de su pasado: Jane vive con su hermana menor Tracy (Jennifer
Jason Leigh), una adolescente que se quedó ciega y muda como consecuencia de
una terrible experiencia de la infancia de ambas: siendo niñas, Jane (Amy Krug)
descuidó la vigilancia de Tracy (Tabbetha Tracey), la cual fue secuestrada y
violada, perdiendo la vista y el habla a modo de secuela de dicha agresión;
desde entonces, una remordida Jane ha convertido en una obsesión personal la
protección de Tracy y la cruzada contra los delincuentes con motivaciones
sexuales (véase, por ejemplo, cómo, cuando hace su trabajo como locutora de
informativos televisivos en directo, acostumbra a “salirse del guion” ante las
cámaras profiriendo agresivas opiniones personales cada vez que en el noticiero
se informa sobre los nuevos crímenes del asesino).
Curiosamente,
como digo, Los ojos de un extraño se desmarca notablemente del slasher
de la época a pesar de que su guion está escrito por Ron Kurz, usando aquí el
seudónimo Mark Jackson; lo digo porque Kurz fue guionista no acreditado de la
primera entrega de Viernes 13 firmada en 1980 por Sean S. Cunningham y
luego intervendría en los libretos de la segunda, tercera y cuarta entregas de
la franquicia. Esa descripción en paralelo de las sanguinarias correrías del
asesino Stanley y de las pesquisas e intromisiones de la obsesionada Jane con
tal de dar con él le proporcionan al relato un trasfondo psicológico algo
tosco, si se quiere, pero a pesar de ello sugestivo. Resulta sugerente, como ya
he apuntado, que Los ojos de un extraño se detenga en la obsesión de
Jane, esforzándose en explicarnos sus motivaciones vía el preceptivo flashback,
y que, en cambio, no ofrezca la menor “explicación racional” en torno a las de
Stanley para matar, mostrándolo sencillamente como lo que, en el fondo, es: una
persona enferma fruto, acaso, de una sociedad enferma, en lo que puede verse,
salvando las distancias, un pequeño precedente de los futuros tratamientos de
la psicopatía criminal a cargo de David Fincher. De hecho, en las escenas en
las cuales Jane acosa telefónicamente a Stanley –las cuales guardan ecos,
también salvando las distancias, de lo que planteaba William Castle en Jugando
con la muerte (I Saw What You What You Did, 1965)–, se produce una inesperada
inversión de estereotipos: la mujer, víctima en potencia del asesino en serie
según la convención establecida, incomoda al asesino perturbándolo directamente
en la intimidad de su vivienda.
Es
una pena que semejante material con posibilidades cayera en las manos de un
realizador tan funcional y poco inspirado como Ken Wiederhorn, por más que,
pocas dudas caben, el resultado se eleva bastante por encima de la media de su
mediocre filmografía. Pese a todo, y a pesar de no pocos momentos resueltos,
incluso, con vulgaridad, hay instantes en los cuales la película apunta lo que
pudo haber sido de haber contado con un director más personal e implicado en lo
que narraba. Hay escenas de asesinato resueltas de manera rutinaria, como por
ejemplo la muerte de la bailarina de striptease en la ducha, por más que
Wiederhorn tenga al menos la decencia de no hacer del todo evidente el guiño a
la mencionada Psicosis y resuelva la escena de forma elíptica. Hay, en
contrapartida, secuencias rodadas con cierto vigor y esporádico ingenio: la del
asesinato de la chica rubia en su apartamento, precedido del de su novio, que
la está esperando mientras ella se cambia de ropa (hay aquí un plano logrado:
aquel que muestra la decapitación del novio, sentado en el sofá, y atacado por
la espalda por Stanley con un enorme cuchillo de cocina, que vemos reflejada en
el cristal de la pecera…, a cuyo interior irá a parar la cabeza cortada del
novio); la secuencia del asesinato de la empleada de una oficina que se ha
quedado sola y recibe llamadas amenazadoras de Stanley; la de la pareja de
amantes que se están sobando dentro del coche, y tienen la mala fortuna de
coincidir con el asesino justo cuando este está intentando deshacerse del
cadáver de aquella oficinista; y, en particular, el clímax en el apartamento de
Jane y Tracy, con Stanley intentado violar y asesinar a esta última, y que atesora
otro de los mejores momentos de la función: Tracy, que ha recuperado parte de
la vista que perdió de niña como consecuencia de esta nueva agresión sexual (un
trauma cura otro trauma), aprovecha un momento en que cree haber dejado a
Stanley sin sentido para ver, por primera vez ante un espejo, su cuerpo semidesnudo
de mujer joven; dejando aparte la extraña especialización de Jennifer Jason
Leigh en personajes de mujeres violadas ya desde estos primeros años de su
carrera, la escena se beneficia de la excelente interpretación de la actriz que,
con tan solo 20 años, todavía no incurría en sus excesos y tics posteriores, y
que no superaría hasta alcanzar su actual madurez como intérprete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario