[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Antes de ver Toy
Story 4 (ídem, 2019, Josh Cooley), resultaba lógico pensar que una cuarta
entrega difícilmente podría no ya superar sino tan siquiera igualar los grandes
logros de la franquicia animada de Disney/ Pixar inaugurada por Toy Story
(ídem, 1995, John Lasseter) y brillantemente proseguida en Toy Story 2
(ídem, 1999, Lasseter, Ash Brannon y Lee Unkrich) y Toy Story 3 (ídem,
2010, Unkrich). La sorpresa, en este sentido, es total y absoluta: a riesgo de
equivocarme (hace tiempo que no he vuelto a ver ninguna de las tres películas
anteriores, con lo que no guardo un recuerdo fresco de las mismas), Toy
Story 4 no solo está a la altura de los títulos de la serie que la
preceden, sino que incluso me atrevería a decir que los supera.
Como
ya tuve ocasión de escribir en su momento desde las páginas de Dirigido por…
con motivo del estreno de Toy Story 3, una de las mejores cosas que
logró Pixar con el primer Toy Story fue devolverle no ya al cine de
animación en particular, sino al cine en general, una vivificante sensación de descubrimiento
como en contadas ocasiones ha vuelto a verse desde entonces. Lo meritorio de Toy
Story no residía en su infantil trama argumental (dicho sea sin intención
peyorativa), ni siquiera en el vigoroso tratamiento narrativo de la misma (el
cual, dicho también de paso, no tenía nada de infantil), sino sobre todo en su
demostración de una nueva tecnología de la imagen que se enseñaba sin gratuitos
exhibicionismos, dado que se encontraba plenamente integrada dentro de las
necesidades dramáticas de la trama (y vuelvo a subrayar que, por más que
temáticamente pueda ser o considerarse infantil, una trama siempre tiene necesidades
dramáticas, las cuales nada tienen que ver con «el tema» y sí mucho, en
cambio, con una labor de tratamiento y desarrollo plenamente adultos enfocada
hacia esa nebulosa parcela de la creatividad humana conocida como “arte”).
Dicho de una manera sencilla, y a riesgo de incurrir en el tic del relato de “batallitas”
personales, la primera vez que vi Toy Story pensé que era una película que,
con independencia de que gustara o no, sin duda alguna ofrecía una nueva
perspectiva del espectáculo cinematográfico como no se había visto antes, salvo
en esporádicas tentativas previas y parciales. Lo cierto es que el film en
cuestión no solo convenció, sino que además gustó, y mucho, dando el
pistoletazo de salida al actual imperio Pixar.
Vaya
por delante asimismo que, tal y como tuve ocasión de comentar en Dirigido
por… con motivo de sus respectivos estrenos, tanto Toy Story como Toy
Story 2 son excelentes películas..., con independencia de sus nada
disimulados discursos conservadores sobre el conformismo (el descubrimiento, a
la fuerza, que en Toy Story llevaba a cabo el juguete cosmonauta Buzz
Lightyear de su mera condición de... juguete) y la resignación (el proceso
emocional que, en Toy Story 2, llevaba al equipo de juguetes a aceptar
que, a medida que fuera haciéndose mayor, “su niño” Andy iría arrinconándoles
en beneficio de otros juegos/ juguetes más acordes con su edad). En este
sentido, Toy Story 3 daba un paso más allá en este discurso, con los
juguetes protagonistas viéndose ante la encrucijada de ir a parar o bien al
desván (equivalente, para ellos, a la “jubilación”), o en el peor de los
casos a una bolsa de basura (“la muerte”), a partir del momento en que
«su» Andy se ha convertido en un preuniversitario que, según la convención
social establecida, ya no quiere/ no puede/ no debe jugar con cosas-de-niños.
La diferencia con respecto a sus predecesoras consistía en que el destino de
los juguetes, en un giro final tan artero como ingeniosamente resuelto, se resolvía con un cierre circular de la trilogía dejándola astutamente como estaba al
principio, con los juguetes convertidos en los nuevos amigos-para-siempre de
una niña pequeña que volcará en ellos su amor ingenuo y su imaginación
(repitámoslo de nuevo) infantil.
Toy
Story 4 arranca donde concluyó la anterior entrega, con
Woody, Buzz y sus amigos siendo los juguetes favoritos de aquella niña, Bonnie.
Tras dos brillantes secuencias, los flashback del rescate de un coche de
juguete que está a punto de ser arrastrado por un torrente hacia el
alcantarillado, y otro en que, a base de imágenes y música, encadena en un solo
plano el paso del tiempo mientras Andy juega con esos juguetes, la acción no
tarda en ofrecer un par de giros excelentemente planteados y resueltos: la
nueva dueña de los juguetes, Bonnie, ya no tiene a Woody entre sus preferidos,
sino a su versión femenina, Dolly, la cowgirl que conocimos en Toy
Story 2 (a la que, incluso, le coloca la estrella de sheriff de
Woody), lo cual provoca en el cowboy la sensación de que su final como
juguete, almacenado en el desván, recordemos, está cerca… Para más inri,
en su primer día en la escuela primaria, Bonnie construye con un tenedor de
plástico, cordel, plastilina y un palito de madera su propio juguete, al que
bautiza como Forky, y que se convierte de inmediato en su favorito: otro golpe
para la autoestima de Woody. En su crítica publicada en el pasado número de Dirigido
por… (1), Quim Casas titulaba su crítica de Toy Story 4 “La
emancipación de los juguetes”. Es una definición muy precisa del substrato de
esta nueva entrega: contrariamente a lo que defiende Woody, que se ha tomado
como una cuestión de honor la felicidad de Bonnie porque, asegura, esa es la
sagrada misión de todo juguete, hacer feliz a “su” niño o niña, Toy Story 4
da un paso más allá respecto a los tres films que lo preceden, mostrando
minuciosamente el proceso que lleva a Woody a dar un giro a su existencia como
juguete y abrazar algo que hasta ahora desconocía: la libertad. Proceso
que vendrá marcado por la presencia de dos fuertes personajes femeninos: por un
lado, Bo Peep, la pastora de porcelana de una lámpara infantil que, un buen
día, decidió escaparse junto con sus tres ovejas (y, de paso, rompiéndole el
corazón a Woody), para vivir en libertad; y, por otro, Gabby Gabby, una muñeca
que vive en una tienda de antigüedades y que sueña, por el contrario, con realizarse
como juguete, consiguiendo por primera vez aquello de lo cual Woody y sus
colegas han disfrutado siempre: la satisfacción, como juguetes, de hacer feliz
a un infante.
Si
el guion, escrito por Andrew Stanton y Stephany Folsom a partir de un argumento
elaborado por ambos junto con John Lasseter, Valerie LaPointe, Rashida Jones,
Will McCormack, Maritn Hynes y el realizador Josh Cooley, solo pueda
calificarse como de magnífico, no lo es menos su puesta en imágenes. Si cabe,
como decía al principio de estas líneas, Toy Story 4 hace gala de una
inventiva que la erige en uno de los mejores trabajos de los Pixar Animation
Studios de estos últimos años. Los nuevos personajes funcionan excelentemente: desde
el rudimentario Forky, con su recurrente obsesión –la antítesis de los
juguetes– de arrojarse a la basura, porque está convencido de que ese es su
destino, hasta la decidida Bo Peep, convencida de que solo ella puede decidir
sobre su propia vida, pasando por Gabby Gabby y el pequeño imperio de terror
que ha erigido en la tienda de antigüedades gracias a un ejército de
inquietantes muñecos de ventrílocuo a sus órdenes, la antipática pareja de
peluches Ducky y Bunny, que maldicen el hecho de estar siempre cogidos/ cosidos
de/ por la mano pero que a la hora de la verdad son incapaces de vivir
separados el uno del otro, o el frustrado motorista Duke Caboom, que tan solo
vive para cumplir con su sino, esto es, ejecutar con su motocicleta el salto
mortal perfecto. ¡Toy Story 4 es un drama del destino!
Más
allá, asimismo, del envidiable nivel de perfección técnica de la animación, Toy
Story 4 avanza y crece a cada instante gracias a la modélica construcción
de todas y cada una de sus secuencias. Ya hemos mencionado algunas: el rescate
del coche de juguete; el juego del pequeño Andy en un único plano que marca el
paso del tiempo; la espléndida en la que Woody se esconde dentro de la mochila
de la niña para acompañarla en su primer día de escuela; los “intentos de
suicidio” de Forky cada vez que ve un cubo de basura o una papelera rebosante
de desperdicios… A todo ello habría que añadir las extraordinarias secuencias
en la mencionada tienda de antigüedades –espléndida la inclusión del detalle
del vinilo donde suena Midnight, the Stars and You (1934), que era la
misma canción que sonaba al final de El resplandor (The Shining, 1980,
Stanley Kubrick): un guiño divertido y a la vez inteligente–, así como en la
feria, cuya descripción desbordaría las intenciones de estas líneas. Toy
Story 4 es una obra maestra del cine, no solo el de animación, y la enésima
demostración de que este género sigue acumulando los mayores niveles de
inventiva en la actualidad.
muy de acuerdo con vos, pienso que ésta es incluso superior a la tercera que tanto endiosan los críticos. Y que por supuesto está al nivel de la saga sabiendo que las dos primeras quizá sean insuperables hasta por su recuerdo.
ResponderEliminarNunca dudé de la calidad Pixar a pesar de que se expriman los personajes que tanto rédito dan. E incluso su final propicia una nueva saga... no? o sería mucho? jaja... saludos...
Estoy totalmente de acuerdo contigo, Tomás: "Toy Story 4" es la obra maestra de una serie que se caracteriza, precisamente, porque cada capítulo es mejor que el anterior, y en cada uno de ellos se aportan elementos que van creando un tapiz de enorme espesor hasta concluir con este último que, con total brillantes, revierte esa condición fundamental de los juguetes. El canto al conformismo de los primeros capítulos acaba transformándose en un lamento existencial (subrayando así la "humanidad" de los juguetes), planteando por primera vez en este film que se puede escapar al "determinismo" a que parece empujarlos su esencia: a la posibilidad de optar por la libertad personal. Muy bonita la idea, sellada por la excelencia de todos los demás elementos (personajes, situaciones, puesta en escena) y con un final verdaderamente bonito.
ResponderEliminarSi tienes curiosidad, he dedicado en mi blog La mano del extranjero un artículo a la saga en su totalidad:
https://lamanodelextranjero.com/2019/07/17/la-saga-toy-story-o-la-metafisica-del-juguete/