[NOTA
PREVIA: EL PRESENTE TEXTO ES UNA
FUSIÓN, LIGERAMENTE ACTUALIZADA. DE LOS ARTÍCULOS QUE PUBLIQUÉ EN “IMÁGENES DE
ACTUALIDAD”, NÚM. 285, SECCIÓN CULT MOVIE (NOVIEMBRE 2008), Y “DIRIGIDO POR…”,
NÚM. 427 (NOVIEMBRE 2012).]
“Soy el peor James Bond, según Internet. ¡El
más odiado! Que si era demasiado divertido, que si demasiado blando. Se lo
toman verdaderamente en serio”
Roger Moore (1927-2017)
Sean
Connery interpretó al agente James Bond 007 en seis películas basadas en las
novelas de Ian Fleming y coproducidas por Harry Saltzman y Albert R. Broccoli: Agente 007 contra el Dr. No (Terence
Young, 1962), Desde Rusia con amor
(Young, 1963), James Bond contra
Goldfinger (Guy Hamilton, 1964), Operación
Trueno (Young, 1965), Solo se vive
dos veces (Lewis Gilbert, 1966) y Diamantes
para la eternidad (Hamilton, 1971); entre estas dos últimas, George Lazenby
había encarnado a Bond en 007 al servicio
secreto de Su Majestad (Peter Hunt, 1969). Pero tras Diamantes para la eternidad, y harto del personaje, Connery anunció
su renuncia “definitiva” del mismo; y escribamos las comillas bien grandes,
porque años después volvería a interpretarlo en Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983). Saltzman y Broccoli
decidieron reemplazarle por un desconocido, repitiendo la operación llevada a
cabo con el propio Connery y con Lazenby, pero tras hacer pruebas a intérpretes
como Julian Glover –quien acabaría siendo el villano de Solo para sus ojos (John Glen, 1981)–, John Gavin, Jeremy Brett y
Michael Billington, al final acabaron jugando sobre seguro, inclinándose por un
actor famoso: Roger Moore, quien a principios de los sesenta ya estuvo a punto
de ser 007 pero prefirió seguir trabajando en la serie de televisión que le
hizo mundialmente popular, El Santo
(1962-1969). De este modo, Moore acabó haciendo siete películas de la serie
Bond: 007 vive y deja morir (Guy
Hamilton, 1973), El hombre de la pistola
de oro (Hamilton, 1974), La espía que
me amó (Lewis Gilbert, 1977), Moonraker
(Gilbert, 1979), Solo para sus ojos, Octopussy (Glen, 1983) y Panorama para matar (Glen, 1985).
La espía que se amó
se basa en la novela escrita por Fleming en 1962 y publicada en castellano con
el título de El espía que me amó. Su
trama no tiene nada que ver con su aparatosa adaptación al cine, ya que se
centra en Vivienne Michel, la cual se hospeda en un hotel de carretera y es
salvada por Bond de la amenaza de unos asesinos, de ahí que por primera vez en
un film Bond La espía que me amó
conste únicamente como “basada en los personajes de Ian Fleming”. Su
preproducción fue una de las más conflictivas de toda la historia de la serie.
De hecho, estuvo en un tris de no hacerse a causa de la bancarrota que sufrió
el productor Harry Saltzman y que casi arrastra a su socio Albert R. Broccoli,
crisis de la que este último pudo salir comprándole a Saltzman su parte de la
franquicia cinematográfica sobre el agente 007, valorada en 20 millones de
libras esterlinas, y convirtiéndose en único propietario de la misma al frente
de Eon Productions. Guy Hamilton tenía que ser de nuevo el director y una larga
serie de personalidades habían aportado ideas: el realizador John Landis (sic),
los guionistas Tom Mankiewicz, Anthony Barwick, Ronald Hardy, Derek Marlowe,
Cary Bates, Sterling Silliphant y hasta el famoso autor de La naranja mecánica Anthony Burgess. El primer guion, rescrito
quince veces (¡), no satisfizo a nadie y Hamilton abandonó el proyecto, siendo
sustituido por otro realizador con experiencia en la serie: el también
británico Lewis Gilbert, quien contrató a dos nuevos guionistas, Christopher
Wood y Richard Maibaum, que firmaron el libreto definitivo retomando algunas
ideas ya llevadas a cabo por Gilbert en Solo
se vive dos veces, de la cual La
espía que me amó puede considerarse una reedición mejorada: si en aquélla
era una nave espacial de la organización criminal SPECTRA la que se tragaba
naves espaciales americanas y soviéticas, y había una batalla final en una base
secreta oculta dentro de un volcán, aquí es un petrolero gigante el que se
apodera de submarinos yanquis, rusos y británicos, y la batalla tiene lugar a
bordo de ese mismo navío.
Otro
problema que amenazó con dar al traste con el proyecto fue la demanda judicial
contra Broccoli interpuesta por el productor irlandés Kevin McClory,
propietario de los derechos de la novela de Fleming Operación Trueno con el cual Saltzman y Broccoli se habían visto
obligados a asociarse para hacer el film homónimo de 1965. McClory, que
posteriormente lograría poner en pie la ya citada Nunca digas nunca jamás amparándose en esos mismos derechos, alegó
que el guion de La espía que me amó
se parecía al de otro guion sobre Bond que tenía registrado con el título de Warhead, en cuya trama también figuraban
submarinos atómicos. McClory perdió el pleito, pero Broccoli y sus guionistas
prefirieron curarse en salud y cambiar el nombre inicialmente previsto para el
villano de la función, Stavros, por el de Stromberg, a fin de evitar cualquier
parecido con el nombre del jefe de SPECTRA, Ernst Stavro Blofeld, cuya
utilización pertenecía legalmente a McClory.
Los
encargados de secundar a Moore en su tercera aventura cinematográfica como Bond
serían, en primer lugar, el veterano actor alemán Curd Jürgens, acreditado como
Curt Jurgens, sin diéresis en la “u”, cuando trabajaba para el cine de habla
inglesa, quien encarnaría al supervillano de la función, Karl Stromberg. Jürgens
fue elegido después de que se hubiese sido considerado muy seriamente a James
Mason, en parte por su interpretación del capitán Nemo en Veinte mil leguas de viaje submarino (Richard Fleischer, 1954). Barbara
Bach, una exmodelo con cierta experiencia en televisión y cine que al final se
retiraría del mundo del espectáculo tras contraer matrimonio con el exmiembro
de los Beatles Ringo Starr en 1981, sería la espía del servicio secreto
soviético Anya Amasova. Según parece, Bach fue elegida para el papel apenas
cuatro días antes del inicio oficial del rodaje y tras superar con éxito una
prueba de pantalla. La primera elección para el papel Anya había sido Lois
Chiles, quien declinó la oferta porque no se sentía segura como actriz, aunque
luego acabaría siendo la chica Bond de Moonraker.
El gigantesco actor de 2,17
metros Richard Kiel tendría a su cargo el lucido papel
del secuaz de Stromberg apodado en versión original Jaws y en el doblaje
castellano como Tiburón, en referencia en ambos casos a la mítica película
homónima de Steven Spielberg. Como Jaws fueron considerados Jack O’Halloran (el
villano Non de Superman 1 & 2),
Will Sampson (el actor piel roja de Alguien
voló sobre el nido del cuco) y Dave Prowse (Darth Vader en la primera
trilogía Star Wars). El reparto se
completó con intérpretes habituales de la serie Bond, como Bernard Lee, como M;
Desmond Llewelyn, como Q; Lois Maxwell, como Moneypenny; o Walter Gotell, como
el general Gogol; amén de un par de ex “chicas Hammer”: Caroline Munro,
intérprete de la bella y mortífera Naomi, y Valerie Leon, como una turgente
recepcionista de hotel.
Con
un presupuesto de 14 millones de dólares, por aquel entonces el más caro
invertido en una película de 007, La
espía que me amó se rodó entre el 31 de agosto de 1976 y el 26 de enero de
1977. La filmación de las escenas en exteriores tuvo lugar en los auténticos
escenarios donde transcurre el relato junto con otros de distintas partes del
mundo. Por ejemplo, la famosa secuencia de persecución con esquís en los Alpes
suizos que precede a los títulos de crédito fue rodada por una segunda unidad a
caballo de dicha localización y de Canadá. El momento cumbre de la misma,
consistente en el salto al vacío de 007 y la apertura de su paracaídas con los
colores de la bandera británica, fue una idea que Broccoli deseaba incluir en
el film a cualquier precio (aunque otras fuentes apuntan a que la misma ya
había sido sugerida por Lazenby durante el rodaje de 007 al servicio secreto de Su Majestad). Para llevarla a cabo se
contrató, a cambio de un salario de 30.000 dólares, al esquiador Rick
Sylvester. La escena se rodó una sola vez y a punto estuvo de arruinarse porque
las cámaras que filmaban el salto dejaron de funcionar, excepto una, que logró
captarlo con teleobjetivo, tal y como se ve en la película.
Algunas
secuencias del film fueron rodadas en escenarios reales de Egipto, como las
pirámides de Gizeh, el tempo de Abu Simbel o la ciudad de Luxor; otras, en
exteriores de Italia y Malta; y las escenas submarinas y con maquetas, en las
islas Bahamas. En este punto hay que hacer mención a la extraordinaria labor
del técnico de efectos especiales Derek Meddings, quien diseñó una maqueta de
veinte metros de largo que figuraba ser el Liparus, el petrolero gigante de
Stromberg. La principal razón por la que se decidió hacer una maqueta del
Liparus era porque rodar en un auténtico petrolero resultaba carísimo (un
alquiler diario de 50.000
libras esterlinas) y, además, extremadamente peligroso:
un petrolero vacío tiene más posibilidades de estallar con una pequeña chispa
que uno lleno por culpa de las bolsas de gas que quedan en los tanques a modo
de residuo. Meddings también realizó la enorme maqueta que simula ser Atlantis,
el laboratorio sumergible de Stromberg. Fue necesario construir nada menos que
siete maquetas distintas para rodar los planos subacuáticos en los cuales el
nuevo coche de 007, modelo Lotus Esprit S1 de color blanco, se convierte en
mini-submarino, una maqueta para cada función del vehículo (sumergirse, plegar
las ruedas, sacar las aletas, navegar…). Dos auténticos Lotus fueron utilizados
para rodar la secuencia de la persecución por carretera; uno de los cuales, por
cierto, pertenecía al director de la empresa Lotus, quien lo cedió encantado
ante la posibilidad de que su coche saliera en pantalla.
La
parte del león del rodaje tuvo lugar en el gigantesco decorado que simula ser
el interior del superpetrolero de Stromberg, en su momento anunciado como uno
de los mayores de la historia del cine. Diseñado por Ken Adam, decorador
habitual de la serie 007, era tan grande que no había plató en el mundo que
pudiese albergarlo, ante lo cual Broccoli adoptó una decisión radical:
construir ese plató al mismo tiempo que se erigía el decorado en su interior.
El resultado sería la construcción del mayor plató jamás edificado en los
londinenses estudios de Pinewood, de 114 metros de longitud, 40 metros de anchura por 16 metros de altura.
Popularmente conocido como el Plató 007, era capaz de albergar la
reconstrucción a escala real de tres submarinos, diversos vehículos y docenas
de especialistas y figurantes, y costó un millón de dólares.
¿Qué
tuvo que ver Stanley Kubrick con este film? Mucho: el director de fotografía
Claude Renoir tenía problemas de visión y era incapaz de iluminar el decorado
gigante del Liparus porque no podía ver el fondo del mismo; Adam halló la
solución buscando la opinión de un experto amigo suyo: ¡Kubrick!, con quien
había trabajado en ¿Teléfono rojo?
Volamos hacia Moscú y Barry Lyndon.
El excéntrico realizador norteamericano se comprometió a visitar el plató si se
le garantizaba que su presencia en el mismo sería un completo secreto, y a lo
largo de cuatro días estudió el decorado, sugiriendo que el mismo fuera
iluminado con luz artificial. No fue el único miembro de la familia Kubrick
involucrado en La espía que me amó:
su hijastra Katharina diseñó la incomodísima dentadura metálica que tuvo que
soportar Richard Kiel, y que le dolía tanto que tan solo podía llevarla puesta
un máximo de 36 segundos.
Estrenada
en Gran Bretaña el 7 de julio de 1977 y en los Estados Unidos el 13 del mismo
mes, La espía que me amó fue uno de
los mayores éxitos de la serie Bond, con una recaudación de más de 46 millones
de dólares solo en cines estadounidenses y más de 185 millones a nivel
internacional, cosechando además tres merecidas candidaturas al Oscar: para los
decoradores Ken Adam, Peter Lamont y Hugh Scaife; para el músico Marvin
Hamlisch, firmante de una interesante partitura moderna que renovaba el estilo
musical de la serie; y para la excelente canción Nobody Does It Better, con música de Hamlisch, letra de Carole
Bayer Sager e interpretada por la estupenda Carly Simon.
Aceptando
la convención de dividir la serie Bond en etapas representadas por cada uno de
los intérpretes que han encarnado al agente 007, cada una de aquéllas ha tenido
al menos una película lograda: James Bond
contra Goldfinger (Sean Connery), 007
al servicio secreto de Su Majestad (George Lazenby), La espía que me amó (Roger Moore), 007: Licencia para matar (Timothy Dalton), y Muere otro día (Pierce Brosnan). La excepción a esta tónica la
constituye, para mi gusto, la actual “etapa” Daniel Craig: de las cuatro que ha
protagonizado hasta la fecha, tres de ellas –007: Casino Royale, Skyfall
y SPECTRE– me parecen excelentes. Por
más que no falta quien defiende El hombre
de la pistola de oro (gracias a la presencia como villano del siempre
memorable Christopher Lee) o Solo para
sus ojos (por su recuperación del Bond más físico y menos tecnológico) como
los mejores títulos de la etapa Moore, sigo considerando que las supera La espía que me amó, y ello en base a
tres razones: porque supuso la consolidación de Bond como un personaje con un pie
anclado en el cine de los sesenta que le vio nacer, pero capaz de adaptarse a
los nuevos tiempos sin dejar de ser él mismo; por su rotundo desprecio de la
verosimilitud, acentuada por el cariz humorístico que supo imprimirle un
irónico y en este sentido subvalorado Roger Moore; y por suponer una de las
mejores combinaciones de acción, humor y espectáculo de toda la serie, solo
comparable a James Bond contra Goldfinger,
007 al servicio secreto de Su Majestad
y Muere otro día (y a diferencia de 007: Licencia para matar y los cuatro
Bond con Craig, hasta la fecha los títulos más violentos y sombríos de la
franquicia).
La espía que me amó
consolidó la etapa Moore y marcó el devenir de la serie tanto en los siguientes
títulos que la compusieron (Moonraker,
Solo para sus ojos, Octopussy, Panorama para matar), como el “Bond pirata” de Sean Connery (Nunca digas nunca jamás) o el primero de
los dos de Timothy Dalton (007: Alta
tensión). Puede que ello se deba a que se trataba de la segunda película de
la franquicia realizada por Lewis Gilbert, quien antes había firmado la exótica
pero decepcionante Solo se vive dos veces
y en esta ocasión estuvo más afinado, entre otras razones porque La espía que me amó es casi un remake de Solo se vive dos veces, y probablemente eso le ayudó a pulir los
defectos de esa primera incursión en el universo de 007: si en Solo se vive dos veces el plan de
Blofeld y SPECTRA consistía en secuestrar cápsulas espaciales soviéticas y
norteamericanas, aquí el del megalómano villano Karl Stromberg consiste en
hacer otro tanto con submarinos atómicos de USA, el Reino Unido y la antigua
Unión Soviética; y ambas películas tienen sendos clímax que giran alrededor de
la liberación por parte de Bond de los cosmonautas/ tripulantes de las naves
secuestradas para formar con ellos un improvisado ejército contra las huestes a
sueldo de Blofeld/ Stromberg (además de detalles específicos, como la piscina
con pirañas reemplazada por una con un tiburón).
Pero
es que, además de tener un villano memorable de puro excesivo –el gigantesco
Jaws, Tiburón en el doblaje español–, y atesorar algunas de las mejores
secuencias de acción de la saga, memorables por su brillante acabado –la
persecución con esquí del prólogo, que concluye con la hilarante imagen de Bond
saltando al vacío con un paracaídas que lleva estampada la bandera británica en
la tela–, su extravagancia –la persecución primero automovilística, luego
submarina, del Lotus pilotado por Bond y la agente soviética Anya Amasova–, o
su aparatosidad –la batalla dentro del colosal petrolero traga-submarinos de
Stromberg–, el film hace gala de una notoria efectividad cinematográfica, como
demuestran: la elipsis que, al principio, elude el secuestro del submarino
estadounidense en el prólogo (del cual James Cameron tomó buena nota cuando se
planteó la primera secuencia de Abyss/
The Abyss, 1989); el asesinato de Max Kalba (Vernon Dobtcheff) bajo los dientes
metálicos de Jaws, los dos ocultos tras una reja de madera y con ese suspense
logrado a base de insertar planos en paralelo de unos bailarines egipcios; la
atmósfera del intento de asesinato de Bond y Anya a manos de Jaws en las ruinas
de Keops (anticipando la bella secuencia de misterio lograda un año después por
John Guillermin en Muerte en el Nilo/
Death on the Nile, 1978); el momento en que el tema musical de 007 compuesto
por Monty Norman se interrumpe justo cuando Bond desconecta la cámara sobre la
cual se está desplazando; la divertida elipsis que muestra a Bond sacando el
manillar de una moto de un saco y, en el plano siguiente, al agente secreto
montado sobre una moto acuática; Bond hiriendo de muerte a Stromberg, con un
balazo disparado a través del cañón de la misma arma escondida bajo su larga
mesa con la que ha intentado matarle segundos antes; y la que, sin duda, es la
mejor secuencia del film y una de las mejores de la serie: la nocturna que se
desarrolla al pie de las pirámides, en la que el juego de luces y sombras y la
megafonía de un espectáculo turístico se convierten en el contrapunto visual,
sonoro e irónico para el asesinato del confidente Fekkesh (Nadim Sawalha) a
manos, de nuevo, de Jaws, y el primer cara a cara entre este último y Bond, con
resultados muy sugestivos. Todo ello permite que se puedan perdonar algunos
deslices humorísticos que señalan los derroteros cómicos que impregnarían,
sobre todo, Moonraker y Octopussy: la descacharrante huida de la
furgoneta destrozada por Jaws a través del desierto, a los sones de una música
burlesca; el guiño auspiciado por el tema musical de Maurice Jarre para Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia,
1962, David Lean) en esas mismas escenas del desierto; el pez que Bond saca por
la ventanilla después de que su Lotus submarino haya emergido en medio de la
playa...
John Landis!!! Flipo. Me gustan todas las de Roger Moore, ahí discuto mucho con mi señor padre que es de Connery a morir. Gran película y buen homenaje. Mi "placer culpable" es Panorama para matar: increíblemente la película que menos recaudó de la serie pese a tener una persecución en París que vale por toda ella. Injusticia.
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