[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Al principio de Objetivo: La Casa Blanca (Olympus Has Fallen, 2013) hay dos secuencias de construcción prácticamente idéntica. En la primera nos hallamos en Camp David, la famosa residencia de descanso del presidente de los Estados Unidos, aquí llamado Benjamin Asher y con los rasgos de Aaron Eckhart. El presidente Asher y su Primera Dama, Margaret (Ashley Judd), comparten unos momentos de “intimidad conyugal” en los cuales la mujer sonríe comprensivamente ante los despistes de su marido, consciente de que este último soporta sobre sus hombros el peso de una gran responsabilidad, algo que queda todavía más claro en una escena posterior cuando, ya dentro del coche oficial camino de una recepción a la que han sido invitados, Margaret bromea con su esposo diciéndole que tiene pensado rasurarse la cabeza (sic), y él, distraído con su trabajo, sus insoportables obligaciones, le contesta mecánicamente: “Me parece estupendo” (otro sic); contraplano de Margaret: nueva sonrisa de complicidad y comprensión. La acción da un salto de dieciocho meses y llegamos así a la segunda secuencia a la que me refiero: la que muestra al exagente de seguridad del presidente Asher Mike Banning (Gerard Butler) en el apartamento que comparte con su pareja Leah (Radha Mitchell) en Washington D.C.; la situación es, como digo, muy parecida a la de la primera secuencia: él tiene un trabajo administrativo en el Departamento del Tesoro, y ella es doctora en un hospital; asimismo, ella le reprocha a su compañero sentimental que esté tan absorbido por su trabajo (por más que, como queda claro, él lo detesta) porque ello está repercutiendo negativamente en su relación. De este modo, se crea un vínculo entre los personajes del presidente Asher y Mike Banning sobre la base de su elevado sentido del deber y de la responsabilidad: ambos hombres, se nos viene a decir, en el fondo son idénticos, por más que el primero sea el primer mandatario de la-nación-más-poderosa-del-mundo, y el segundo, un funcionario relegado a tareas de administración como consecuencia del penoso incidente que, expliquémoslo ya, cerró la primera secuencia: un accidente automovilístico en el cual Banning salvó in extremis al presidente Asher pero no consiguió hacer lo mismo con la Primera Dama.
No cuesta demasiado ver en este planteamiento, y sobre todo a la luz de lo que ocurrirá a continuación, una enésima variante de ese concepto tan típicamente norteamericano como es el de la segunda oportunidad: la que se le brindará a Banning para “enmendar su error”, y de paso “redimirse”, cuando un inesperado —y más bien inverosímil— ataque paramilitar por parte de un aguerrido comando de terroristas norcoreanos lleve a cabo el más-difícil-todavía, la toma de la Casa Blanca (“el edificio más seguro del mundo”, como afirma enfáticamente una línea de diálogo), y él se convierta así en “la última esperanza” para deshacer semejante entuerto de proporciones épicas (que no líricas). Más aún: el planteamiento dramático de Objetivo: La Casa Blanca no puede menos que recordar la premisa que sustentaba la película de Wolfgang Petersen En la línea de fuego (In the Line of Fire, 1993) —la cual, por cierto, y sea o no deliberado, comparte a un mismo actor en su reparto que Objetivo: La Casa Blanca: Dylan McDermott—, en la cual el guardaespaldas presidencial interpretado por Clint Eastwood seguía remordido por el hecho de no haber sabido (o podido) proteger más eficientemente al presidente Kennedy el día del magnicidio en Dallas, y ahora está más que dispuesto a impedir que un nuevo primer mandatario de la nación caiga asesinado ante sus narices; aquí también Banning nota sobre su conciencia el peso de haberle “fallado” a su presidente y, además, amigo: véase la enorme familiaridad que hay entre ellos en esa misma primera secuencia, así como la complicidad que se da entre Banning y el hijo de Asher, Connor (Finley Jacobsen).
Lo mejor de Objetivo: La Casa Blanca se concentra en sus aproximadamente treinta primeros minutos de metraje, y lo hallamos, en primer lugar, en el momento del accidente de coche que acaba costando la vida de la Primera Dama (un inserto del parabrisas del coche en el que viajan Asher y Margaret cubierto de nieve y azotado por la ventisca, con la cámara en el interior del vehículo, sugiere muy bien ese peligro inminente); y sobre todo, la brillante secuencia que sigue a la mencionada presentación de personajes protagonistas, esto es, la toma de la Casa Blanca, en la cual el realizador Antoine Fuqua saca a relucir de nuevo su pericia para las escenas de acción, logrando hacer creíble, como digo, una situación en el borde mismo de la ciencia ficción. Por desgracia, a pesar de esos buenos momentos y de que, en sus líneas generales, la película está tan bien rodada como suele ser habitual en Fuqua, Objetivo: La Casa Blanca está más cerca de sus trabajos para mi gusto más anodinos —Asesinos de reemplazo (The Replacement Killers, 1998), Bait (ídem, 2000), Lágrimas del sol (Tears of the Sun, 2003), Shooter (El tirador) (Shooter, 2007)— que de las bastante más interesantes Training Day (Día de entrenamiento) (Training Day, 2001), El rey Arturo (King Arthur, 2004) y Los amos de Brooklyn (Brooklyn’s Finest, 2009). En este sentido, lo peor del film se revela en su recurso a todo tipo de tópicos destinados a rellenar un relato que, a mi entender, empieza “demasiado fuerte” (esos mencionados treinta primeros minutos) y luego es incapaz de mantener el interés, sosteniéndose sobre un exceso de estereotipos nada convincentes y destinados a ir alargando la acción hasta el “esperado” cara a cara final entre Banning y Kang (Rick Yune), el sádico líder de los terroristas norcoreanos responsables del desaguisado. La mediocridad del guión tampoco ayuda a Fuqua a inspirarse, pero a fin de cuentas acaba siendo de su responsabilidad que acabe echando mano a las convenciones de rigor para ilustrar, por ejemplo, la “inevitable” alternancia de secuencias entre los movimientos secretos de Banning por la Casa Blanca, lo que acontece en la cámara de seguridad donde el presidente Asher y sus colaboradores permanecen secuestrados, y las reacciones del “centro de control” desde el cual los poderes fácticos —personificados en el personaje del “presidente en funciones” encarnado, con su parsimonia habitual para estos casos, por Morgan Freeman— luchan por hallar una solución a semejante atolladero (ni siquiera falta el consabido “militarote” a cargo de Robert Forster empeñado en solucionar la crisis por la fuerza de las armas); que no consiga sacar más provecho del penoso personaje secundario del “agente secreto traidor” a cargo del mencionado Dylan McDermott (el momento en que este reacciona a los puñetazos de Banning diciendo: “Perdí el camino” es involuntariamente cómico); o el suspense a contrarreloj y hasta el último segundo en torno a la detonación de unos misiles nucleares, que viene repitiéndose desde los tiempos de James Bond contra Goldfinger (Goldfinger, 1964, Guy Hamilton). Como apuntaba hace poco Antonio José Navarro en su crítica para Dirigido por…, queda para el recuerdo el desvergonzado empleo de la típica iconografía made in USA que lleva a cabo el film en su enésima evocación indirecta del traumático 11-S: el derrumbe, provocado por el ataque norcoreano, del obelisco dedicado a George Washington, planificado de tal manera que evoca ladinamente el desplome del Trade World Center; los planos de la bandera norteamericana acribillada por las balas de los terroristas, y luego siendo arrojada (a cámara lenta) desde lo alto de la Casa Blanca; las escenas de Leah en la sala de urgencias de un hospital abarrotado de heridos…
Una pelicula expectacular con toda la accion,dramatismo y suspenso esperados,excelente!!! para aplaudir de pie,totalmente recomendada
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