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miércoles, 21 de agosto de 2024

El “affaire” Dreyfus: “EL OFICIAL Y EL ESPÍA”, de ROMAN POLANSKI



Resulta fácil poner en relación la trama de El oficial y el espía (J’accuse, 2019) con las circunstancias personales de su realizador, Roman Polanski, de manera tal que su reconstrucción del tristemente célebre affaire Dreyfus vendría a erigirse en una representación simbólica de las vivencias personales de un cineasta que, todavía hoy, sigue estando perseguido por la sombra del procesamiento judicial por violación en los Estados Unidos que pende sobre su cabeza. Es, como digo, una facilidad, y más en estos tiempos en los que el cotilleo y el virus (este, aparentemente incurable) de la “corrección política” parecen haberse apoderado de los medios de comunicación, más interesados, por ejemplo, en resaltar que la actriz Adèle Haenel abandonó, indignada (ella sabrá), la ceremonia de entrega de los premios César en el momento en que se anunció que Polanski acababa de conseguir el galardón al Mejor Director, que en destacar lo mucho que El oficial y el espía tiene de relevante en el panorama internacional del cine actual.



También es fácil, demasiado fácil, limitarse a afirmar que El oficial y el espía no es más (o poco más) que una incursión de Polanski en el género/subgénero/variante genérica conocido como “melodrama histórico”, y ello por el mero hecho de que su trama, escrita por el propio Polanski de nuevo en colaboración con Robert Harris y a partir de una novela de este último –Harris ya colaboró con Polanski en su magnífica El escritor (The Ghost Writer, 2010)–, está, como suele decirse, basada-en-hechos-reales; esto es, la investigación llevada a cabo a finales del siglo XIX por el coronel del ejército francés Georges Picquart (Jean Dujardin) que llevó al esclarecimiento de la inocencia del excapitán del mismo ejército Alfred Dreyfus (Louis Garrel), falsamente acusado y condenado por un tribunal militar por espionaje y alta traición hasta que un movimiento popular encabezado, entre otros, por Émile Zola (André Marcon) –autor de un famoso artículo, titulado J’accuse, que proporciona su título original tanto al film de Polanski como a la famosa película homónima de Abel Gance de 1919–, condujo a la liberación y rehabilitación pública de Dreyfus, sobre quien siempre recayó la sospecha de que su condena sin pruebas de cargo había tenido lugar, principalmente, por el hecho de ser judío.



Desde luego que El oficial y el espía es eso, un “melodrama histórico”, pero, tratándose de Polanski, no es solo eso. Es, también, una aguda digresión sobre los mecanismos del poder que el veterano cineasta polaco parece construir teniendo en mente a dos de sus realizadores de cabecera: Alfred Hitchcock y Fritz Lang. Del primero recupera la temática del falso culpable (el personaje de Dreyfus), pero, a diferencia del cineasta británico, centra su atención no en el sufrimiento de la persona que se sabe inocente y a quien nadie cree, sino en los avatares, a veces penosos, de la persona que también sabe de esa inocencia (Picquart) y trata de demostrarlo a los ojos del mundo. Lang, quien ya se hallaba, asimismo, muy presente en las imágenes de El escritor, es quien parece inspirar a Polanski esa visión oscura de una sociedad capaz de condenar a un inocente por el hecho de su condición racial (en lo que puede verse un apunte sobre cómo muchos de los horrores racistas y genocidas del siglo XX ya se gestaron a lo largo de la centuria anterior), y que el autor de El cuchillo en el agua visualiza convirtiendo el desarrollo de El oficial y el espía en una especie de siniestro paseo por un laberinto de oficinas y despachos donde se cuecen las decisiones del poder, y sobre todo, se decide arbitrariamente el destino de los seres humanos.



A lo largo de 132 minutos que hacen gala de una agilidad narrativa pasmosa, en los que prácticamente cada plano está insertado para expresar algo o enseñar algo, haciéndolo además sin demagogia ni falsos artificios, El oficial y el espía atesora, además, el sentido del mundo, de la vida y, por ende, de la imagen característicos del creador de El quimérico inquilino. Ya he mencionado el carácter laberíntico de los escenarios en interiores, fríos compartimentos administrativos que tiene mucho de claustrofóbico, de agobiante; a riesgo de que parezca un chiste fácil, Polanski es el cineasta del confinamiento, y aquí vuelve a demostrarlo con creces. A ello añadiría su sentido dinámico del plano, patente en momentos tan brillantes como el duelo de honor a florete entre Picquart y el maquiavélico mayor Henry (Grégory Gadebois), o en particular, la extraordinaria escena del atentado contra el abogado Labori (Melvil Poupaud). Por si fuera poco, El oficial y el espía describe, sotto vocce, los años finales del siglo XIX como una época de transición entre lo viejo y lo nuevo, un período a caballo entre la irrupción de las nuevas ideas sociales y su confrontación con el decadente pensamiento decimonónico: ahí está la, a mi entender, para nada gratuita relación amorosa de Picquart con Pauline Monnier (Emmanuelle Seigner), una mujer casada que, a pesar de su condición de tal, y de que posteriormente se divorcia de su tradicional marido, se niega a casarse con Picquart cuando este se lo pide, mostrándose así como una mujer avanzada a su tiempo. Otro detalle simpático a caballo, de nuevo, entre la tradición y la modernidad, reside en el hecho de que Polanski aprovecha la descripción de la estancia de Dreyfus en la Isla del Diablo para ilustrarla rindiendo, de paso, un explícito homenaje al cine silente, virando la imagen en sepia.


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