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sábado, 11 de enero de 2020

El fin del mundo en Bahía Bodega: “LOS PÁJAROS”, de ALFRED HITCHCOCK



Dejando aparte el hecho de que tanto Rebeca (Rebecca, 1940) como Los pájaros (The Birds, 1963) estén basadas, respectivamente, en la novela y el cuento homónimos de Daphne Du Maurier, ambas películas de Alfred Hitchcock tienen en común que sus resultados están muy por encima de los originales literarios en los que se inspiran. Ahora bien, siendo justos con Du Maurier, hay que reconocer que lo que hizo Hitchcock con su cuento en Los pájaros fue únicamente tomar la idea base y acaso un par de situaciones para crear a partir del mismo algo absolutamente diferente. Si el relato de Du Maurier es la recreación de una situación imposible que se convierte en inquietante realidad, la posibilidad de que todas las aves voladoras del mundo hayan decidido unirse contra la humanidad y acabar con su predominio sobre el planeta, el film de Hitchcock está planteado desde una perspectiva radicalmente más subjetiva, de tal manera que el tema de la invasión de las aves acaba siendo no un mero telón de fondo, como pudiera parecer a simple vista, sino el contrapunto que sirve para ir marcando la evolución de un personaje: Melanie Daniels (Tippi Hedren), la protagonista de Los pájaros.


De ahí que, como en muchas grandes ficciones hitchcockianas, la película arranque de una manera aparentemente ligera por medio de una secuencia de presentación del personaje de Melanie, y el dibujo del inicio de su relación/ atracción con/ hacia Mitch Brenner (Rod Taylor), que está dominada a partes iguales por la comedia y el misterio. Melanie entra en una tienda de mascotas de San Francisco –de la cual, por cierto, acabamos de ver salir a Hitchcock, haciendo su clásica aparición especial, llevando unos perros–; la muchacha se fija entonces en Mitch, quien entra poco después de ella con la finalidad de comprar unos periquitos; Mitch la confunde con una empleada, y Melanie, lejos de despejar el equívoco, intenta aprovecharse del mismo para flirtear con Mitch, si bien este último no tarda en darse cuenta de que la joven está jugando con él y se suma a ese mismo juego de seducción y burla. Tras la, insisto, aparente ligereza de la secuencia se esconde un sutil, densísimo juego de miradas que convierte la cómica situación en un agudo y elegante dibujo de sentimientos encontrados: el deseo de Melanie hacia Mitch, de qué manera el descaro de Melanie va cautivando a Mitch, cómo Mitch consigue invertir el juego de Melanie y usarlo en su contra, y cómo esa resistencia de Mitch a dejarse engatusar por una mujer acostumbrada a que los hombres se rindan a sus pies no hace otra cosa que alimentar el interés de Melanie hacia ese hombre “difícil”…


Los pájaros arranca, por tanto, como un juego de seducción, como el preludio a una conquista amorosa; un juego de dominación, de poder, al cual la caprichosa Melanie se entrega con denuedo: consigue la dirección de Mitch, compra un par de periquitos y se dirige al lugar donde el objeto de su deseo vive en compañía de su madre viuda, Lydia (Jessica Tandy), y su hermana pequeña Cathy (Veronica Cartwright): la localidad costera de Bahía Bodega. Más adelante, sabremos que Melanie es una mujer de la así llamada alta sociedad que tiene cierta fama por haber salido con frecuencia en las páginas de la prensa amarilla; en una de esas ocasiones, se dice, fue vista bañándose desnuda en una fuente de Roma, en lo que puede verse un avieso guiño a La dolce vita (ídem, 1959) felliniana. Melanie, por tanto, es una mujer acostumbrada a conseguir lo que quiere y cuando lo quiere; es, además, una persona habituada a un modo de ver y entender la vida que nada tiene que ver con lo que le ofrece Bahía Bodega: un espacio tranquilo, silencioso, acariciado por la brisa y el mar; un lugar, para ella, aburrido porque nada tiene que ver con su divertida existencia.


Desde este punto de vista, Los pájaros es el retrato de la evolución psicológica de Melanie, una mujer que movida por un capricho sexual anda detrás de un hombre al que añadir a lo que se presume una larga lista de conquistas amorosas, y que acaba abriendo los ojos a una realidad que para ella era desconocida. Apertura a la realidad que pasa, paradójicamente, por una violación del concepto de realidad cotidiana, por una inmersión en una situación absurda, apocalíptica e irracional: los ataques progresivamente más violentos de los pájaros, que amenazan con destruir Bahía Bodega y más tarde quizá el mundo entero. La presencia, primero, y la amenaza, después, de las aves se erige en un contrapunto constante del dibujo del carácter de Melanie y su evolución hacia una persona más humana y comprensiva, más sensible hacia el dolor ajeno, en un proceso que pasa por su propio martirio personal. Cuando la vemos en descapotable en dirección a Bahía Bodega, lo hace conduciendo el vehículo a toda velocidad y sin reducir la marcha ni siquiera cuando atraviesa algunas peligrosas curvas; detalle genial: los periquitos que están en la jaula que reposa en el asiento del copiloto van moviendo sus cuerpecitos al vaivén de las curvas (sic). El juego de seducción de Melanie, consistente en coger una barca, atravesar la bahía, entrar a hurtadillas en la casa de Mitch y dejarle la jaula con los periquitos termina con brusquedad y de manera absolutamente imprevista: una gaviota cruza el cielo y la hiere con el pico en su cabeza, haciéndola sangrar: es el primer golpe de realidad, el primer paso hacia su humanización. Melanie se aloja en la casa de Annie Hayworth (Suzanne Pleshette), la maestra de la clase del colegio de Bahía Bodega donde va la hermana pequeña de Mitch; más aún: Annie fue en el pasado novia de Mitch, y aunque su relación terminó hace cuatro años la mujer se instaló en Bahía Bodega y en una casa al otro extremo de la bahía, frente a la de Mitch, en lo que se intuye un claro gesto de enamoramiento no superado por parte de Annie. Es significativo ese momento en el cual vemos a Melanie hablar por teléfono en casa de Annie mientras esta última aparece en primer término del encuadre, fumando, atendiendo sin mirar las palabras de Melanie, esa mujer que se ha presentado en el pueblo, en su propio hogar, para convertirse en su más inmediata rival en la (re)conquista del amor de Mitch; no por casualidad, la secuencia del diálogo nocturno de ambas mujeres, en el curso del cual Annie confiesa a Melanie sus sentimientos hacia Mitch, concluye con un nuevo contrapunto inquietante: otra gaviota se estrella contra la puerta de la casa de Annie, matándose con la furia del impacto… Otro golpe de realidad para Melanie, probablemente inconsciente hasta ese momento de que, con su frívola conducta, con su promiscuidad, ha podido hacer daño a terceras personas.


A partir de ese momento, hay por así decirlo un doble crescendo, interior y exterior. El interior, representado por un lado por la evolución del personaje de Melanie; pero también del de Lydia, la madre de Mitch (otra de esas terribles progenitoras tan frecuentes en el cine de Hitchcock: Encadenados, Atrapa a un ladrón, Psicosis…), quien al principio no soporta la presencia de Melanie, la cual le parece una mujer demasiado “frívola” para Mitch, hasta que descubrimos que lo que realmente la aterra es la posibilidad de quedarse sola en sus últimos años de viudedad y vejez; incluso Mitch poco a poco irá venciendo sus prejuicios iniciales hacia Melanie (influidos, en gran medida, por la opinión de su madre) y se irá enamorando sinceramente de ella cuando vaya percibiendo la evolución positiva de la muchacha.


Crescendo interior que se complementa a la perfección con el crescendo exterior formado a su vez por los progresivamente más violentos ataques de las aves. No es casual que uno de los más feroces, el que se produce mientras los niños celebran una fiesta en el jardín, tenga lugar poco después de que Melanie y Mitch se hayan sincerado en lo alto de una colina que, como es proverbial en su autor, Hitchcock filma en un decorado que destaca su irrealidad, su artificio: su carácter de paréntesis espacial donde los personajes, aislados del mundo, dan rienda suelta a sus sentimientos; el ataque de los pájaros que tiene lugar a continuación incide en la idea de la destrucción de la inocencia: las aves atacan a los niños y, en otro detalle genial, hacen reventar con sus picos los globos que decoran la fiesta infantil. El siguiente ataque de las aves reincide en la idea de la destrucción de la inocencia, de la idea que del mundo y de la vida tenía hasta entonces Melanie, por mediación de otro terrible encarnizamiento sobre los niños de la escuela de Bahía Bodega; es de señalar, asimismo, que Melanie deja de ser un personaje pasivo y se implica activamente en lo que ocurre, arriesgando su propia vida con tal de recoger a la pequeña Cathy del colegio sitiado por las aves. La siguiente agresión de los pájaros tiene ya resonancias universales: Melanie queda aislada dentro de una cafetería donde una serie de pintorescos personaje secundarios (entre ellos, una mujer experta en ornitología y un borracho que va exclamando: “¡el fin del mundo!”) van mostrando diferentes puntos de vista en torno a lo que ya tiene todas las trazas de ser una amenaza a nivel mundial; tampoco es casual, asimismo, que el ataque de las aves se centre en un símbolo del poder del hombre civilizado (la gasolinera), ni que dicho ataque sea la confirmación de la destrucción de la perspectiva del mundo que hasta ahora tenía Melanie (véanse esos extraordinarios primeros planos como “congelados”, de una increíble modernidad, que recogen la mirada de Melanie observando aterrorizada el imparable camino de las llamas que prenden el reguero de gasolina).



El excepcional tercio final de Los pájaros en el hogar de los Brenner, donde Melanie, Mitch, Lydia y Cathy resisten las nuevas oleadas de aves enloquecidas, confirma lo que hemos estado exponiendo hasta ahora: la casa deviene una prisión de la que no se puede escapar; los gritos de los pájaros que golpean paredes, puertas y ventanas en el exterior enloquecen a sus ocupantes (la magistral utilización del sonido, pues el film entero carece de música, está fuera de toda discusión); incluso la chimenea, símbolo de confort hogareño, deviene la entrada de acceso a una asfixiante bandada de gorriones… El proceso de humanización de Melanie culmina en cierto sentido con su anulación como personaje: gravemente herida por los pájaros que la han atacado en la habitación del piso superior, Melanie queda conmocionada, silenciosa, absorta, debiendo recibir la ayuda de Mitch e incluso de Lydia, cuyo afecto ha aprendido a ganarse. Melanie simbólicamente “muere”, desaparece como el personaje que era, para convertirse tan pronto como se recupere de sus heridas quizá en otra persona, acaso mejor, en cualquier caso, alguien distinto a quien era; una mujer diferente en un mundo que ahora, dominado por los pájaros, también será diferente… No olvidemos asimismo que el personaje de Lydia, el polo opuesto del de Melanie, acabará revelando sus auténticos temores (su miedo a la soledad) tras una experiencia traumática relacionada, también, con las aves: el descubrimiento del cuerpo sin vida del vecino, cuyos ojos han sido vaciados por los picos y garras de sus asesinos voladores, en una secuencia no menos moderna e impactante en su concepción: un montaje corto de tres planos progresivamente cerrados sobre el rostro ensangrentado del cadáver que anticipa los tres planos que luego emplearía Stanley Kubrick en una escena clave de 2001: Una odisea del espacio.



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