[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] La singularidad de la obra del alemán Werner Herzog está a
estas alturas fuera de toda duda. Y, por más que en estos últimos años ha
firmado magníficas películas de ficción, como Teniente corrupto (The Bad Lieutenant: Port of Call – New Orleans,
2009) —una personalísima reformulación del excelente Teniente corrupto (Bad Lieutenant, 1992), de Abel Ferrara— o la no
menos inclasificable My Son, My Son, What
Have Ye Done (2009) (1), el
reciente revival que parece haber
experimentado este cineasta se debe, con justicia, a sus no menos atractivas
incursiones en el género —o quizá sería mejor decir formato— del documental: Grizzly Man (ídem, 2005) fue el
pistoletazo de salida, seguido de The
Wild Blue Yonder (2005) —un film en el cual la consideración del documental
como formato, más que como género, está más justificada que nunca, al tratarse
de una obra de ficción elaborada con materiales documentales—, Encuentros en el fin del mundo
(Encounters at the End of the World, 2007) y La cueva de los sueños olvidados (Cave of Forgotten Dreams, 2010).
A este honorable cupo hay que añadir Into
the Abyss (2011), un film que sería más que recomendable que, a efectos de
difusión generalizada, llegara a acceder a los cines españoles o al menos a
formatos domésticos comercializados en nuestro país, habida cuenta de que se
trata de una gran película que, en mi opinión, consagra definitivamente a
Herzog entre los mejores documentalistas de la historia del cine. Honestamente,
creo que va siendo hora de que, cuando se hable de documental, el apellido
Herzog quede tan estrechamente vinculado al mismo con la misma importancia y consideración
histórica que los de Flaherty, Grierson o Ivens.
La pena capital
Into the Abyss es una producción del
propio Herzog (Werner Herzog Filmproduktion) con la cadena de televisión por
cable norteamericana Investigation Discovery, en asociación con las también
estadounidenses Creative Differences y Revolver Entertainment y el canal de
televisión digital británico More 4 (perteneciente a la Channel Four
Television Corporation), pero destinada a las pantallas cinematográficas.
Parece ser que la idea del realizador alemán de dirigir un documental de
temática carcelaria se remonta nada menos que a los inicios de su carrera,
cuando a los 17 años intentó llevar a cabo su primer largometraje rodando un
reportaje sobre la prisión de máxima seguridad de Straubing (Bavaria). No lo
logró, pero se guardó la idea hasta el momento actual, y solo tras asegurarse de
que las empresas implicadas en la producción del proyecto le garantizarían la
máxima libertad creativa. El proyecto inicial consistía en rodar una serie de
entrevistas personales con cinco personas condenadas a muerte y a la espera de
su ejecución: Michael Perry, autor de un triple asesinato; James Barnes,
condenado por dos; Joseph Garcia y George Rivas, particularmente populares en
los Estados Unidos por ser miembros de lo que se conoció como los Siete de
Texas (un grupo de presos que el 13 de diciembre de 2000 protagonizaron una
sangrienta fuga de la unidad de máxima seguridad John B. Connally cerca de la
localidad de Kennedy); Hans Skinner, responsable del asesinato de una mujer y
sus dos hijos; y Linda Carty, co-autora del secuestro y la muerte de una joven
madre de familia de 25 años, así como del secuestro del bebé de esta última de
tan solo tres días de vida. Pero, tras la filmación de todas las entrevistas,
Herzog decidió centrarse en el caso de Michael Perry y convertirlo en un
largometraje para el cine, y aprovechar el resto del material para elaborar a
partir del mismo la miniserie de televisión de tres episodios de 49 minutos
cada uno On Death Row (2012), emitida
por primera vez en el Reino Unido el 22 de marzo del año pasado por el Channel
Four, y salvo error del que suscribe también inédita en España.
De este modo, la
acción de Into the Abyss gira en
torno al caso de Michael Perry, un joven tejano de 28 años condenado a muerte
por su relación con el triple asesinato cometido, diez años atrás, en las
personas de Sandra Stotler, un ama de casa de 50 años residente en Conroe,
Texas, y de dos muchachos, Adam Stotler, hijo de la anterior, y su amigo Jeremy
Richardson. Perry cometió estos delitos junto con un cómplice, Jason Burkett, y
aunque el grado de participación de cada uno en ellos nunca quedó completamente
aclarado Perry fue condenado a muerte, y Burkett, a cuarenta años de prisión.
El móvil fue el robo de un coche, un Red Camaro con el cual Perry y Burkett se
pasearon pavoneándose por los alrededores en presencia de numerosos testigos,
hasta que al final fueron detenidos tras una feroz persecución policial, que
culminó en un tiroteo a las puertas de un supermercado donde ambos sospechosos
estrellaron el coche y acabaron con diversas heridas de bala. Todo esto y
muchas cosas más son narradas retrospectivamente por Herzog gracias a un material
de archivo cuidadosamente seleccionado y, sobre todo, una serie de entrevistas
con las personas relacionadas con el caso: el propio Michael Perry, a quien el
cineasta alemán entrevistó tan solo ocho días antes de su ejecución con
inyección letal, la cual tuvo lugar el 1 de julio de 2010; Jason Burkett, que
cumple su condena en otro penal; familiares de las víctimas, tales como Lisa
Stotler-Balloun, hija de Sandra y hermana de Adam Stotler; Charles Richardson,
hermano mayor de Jeremy; el teniente Damon Hall, de la oficina del sheriff, que fue quien descubrió los cadáveres
de las víctimas; dos testigos locales de las andanzas de Perry y Burkett antes
de su detención, Jared Talbert y Amanda West; y testimonios de personas no
implicadas de ningún modo en los hechos pero que son entrevistadas por su
relación con los condenados, tal es el caso de Delbert Burkett, padre de Jason que
asimismo cumple una larga pena de privación de libertad en otro centro
penitenciario, y Melyssa Thompson-Burkett, esposa de Jason y embarazada de su
primer hijo. El documental se completa con los testimonios del reverendo
Richard Lopez, encargado de administrar los últimos oficios a los condenados en
el momento de la ejecución; y Fred Allen, capitán retirado del equipo de
seguridad de lo que se conoce como la
Casa de la
Muerte (sic), donde asistió a más de 120 ejecuciones.
El arranque de Into the Abyss es tan impresionante
como, hasta cierto punto, susceptible de dar pie a confusiones. Impresionante,
porque recoge el testimonio del reverendo Richard Lopez, quien es entrevistado
por Herzog fuera de cuadro —como suele hacer en muchos de sus documentales, si
bien aquí ni siquiera llega a entrevérsele: solo oímos su voz—, y lo hace colocando al
religioso nada menos que delante del cementerio donde están enterrados los
condenados a muerte cuyos cuerpos no son reclamados por nadie (la mayoría): un
camposanto consistente en ordenadas filas de cruces de piedra blancas sobre las
cuales no hay nombres grabados, solo números de serie. El reverendo explica con
serenidad, en plano medio, cuál es su cometido en las ejecuciones; luego, a
raíz de una pregunta aparentemente intrascendente de Herzog, el religioso narra
una simpática anécdota relacionada con un par de ardillas que casi atropella
con su minicoche en el campo de golf, y a partir de ahí no puede evitar
emocionarse hasta las lágrimas cuando la vitalidad de esos animales le hace
pensar en los hombres que ve ejecutar y su impotencia para detener ese
implacable proceso de administración de justicia. Como no podía ser de otra
manera, tras esta confesión la cámara recorre brevemente algunas de las cruces
del camposanto y se introduce, a continuación, en el siniestro “corredor de la
muerte” donde están las celdas de los condenados y, al final del
mismo, la habitación de paredes acristaladas con la mesa con correas preparada
para la ejecución. No obstante, como digo, este espléndido prólogo puede dar la
impresión de que Into the Abyss es un
virulento alegato contra la pena de muerte; efectivamente, lo es, pero no se
limita a lanzar ese discurso, sino que se vale del mismo para explicar, sottovoce, otras cuestiones no menos
terribles.
De este modo, y
a partir de ese inicial y generoso alegato contra la así llamada pena capital
—que Herzog formula sin sentir pena por los condenados: cuando empieza su
entrevista con Michael Perry le deja claro de entrada que no simpatiza con él
ni mucho menos con lo que hizo—, Into the
Abyss penetra en otro “abismo” no menos profundo y oscuro que el del
sistema legal que se arroba el derecho de quitar la vida de un ser humano que
previamente se la ha quitado a otro. Lo que la película dibuja admirablemente
es el trasfondo de la sociedad que ha creado ese siniestro procedimiento de
justicia; y lo hace dejando que las personas involucradas en el caso Perry
hablen libremente sobre lo que piensan y lo que sienten. El resultado es
sencillamente demoledor. Con claridad y una contundencia dignas de aplauso,
Herzog dibuja un convulso panorama social que, al menos tal y como está
planteado, da a entender que casi cualquiera de los entrevistados que no son
Perry podría estar perfectamente ocupando su lugar en el corredor de la muerte;
o, dicho de otra manera, que el drama de Perry es el de una sociedad
aparentemente sacudida por una violencia soterrada que puede estallar en
cualquier momento y en los lugares más inesperados: como afirma el teniente
Damon Hall cuando enseña la casa donde Sandra Stotler fue asesinada, situada en
una agradable zona residencial rodeada de bosque y césped fresco y bien cortado,
nadie diría que un enclave así sea inseguro para vivir. Como siempre en el cine
de Herzog, el “abismo” se encuentra en el interior de cualquier ser humano.
El calibre de las armas
La película arroja
un saldo demoledor en este sentido a raíz de las declaraciones de los
entrevistados. Descubrimos, así, que Michael Perry y Jason Burkett niegan la
autoría de los asesinatos, como hasta cierto punto era de prever. Que Charles
Richardson, el hermano mayor de una de las víctimas, ha pasado temporadas en la
cárcel por diversos delitos; incluso, confiesa entre lágrimas, para él lo más
asombroso es que haya sido su hermano Jeremy, quien jamás cometió delito
alguno, el que haya muerto prematuramente y no él. Que Lisa Stotler-Balloun
admite la sensación de alivio que sintió tras asistir a la ejecución del
asesino de su madre y su hermano: que su muerte fue para ella una liberación. Que
Delbert Burkett ya había cumplido una pena de prisión de 30 años y, cuando es
entrevistado por Herzog, cumple otra de 40 años (sic), lo cual prácticamente le
condena a vivir en la cárcel el resto de sus días, en una especie de muerte en
vida; de hecho su hijo Jason sabe que sus 40 años de condena le supondrán salir
de prisión con casi 60 años… Que Melyssa Thompson afirma que está embarazada de
Jason Burkett (hasta le enseña a Herzog una foto de su ecografía que tiene
guardada en su teléfono móvil), por más que como ella misma ha explicado
momentos antes todas las comunicaciones con su marido tienen lugar en una
habitación con una mesa y dos sillas y en presencia de un guardián, de lo cual
se deduce que su embarazo se ha producido por otras vías: por más que Melyssa
Thompson se niega a hacer el menor comentario al respecto, Herzog le insinúa
que, del mismo modo que en el interior de las cárceles hay tráfico de cosas
procedentes del exterior, también lo hay desde el interior del recinto hacia el
exterior (y que, por tanto, Burkett y Melyssa probablemente hallaron la manera
de sacar una muestra de semen del primero para inseminar a la segunda). Que Jared
Talbert también es un expresidiario que no aprendió a leer hasta que estuvo en
la cárcel; y que, muy significativamente, tanto este último como Amanda West
conocen perfectamente el calibre de las armas: Jared Talbert cuenta cómo en
cierta ocasión se vio envuelto en una pelea y cómo le apuntaron “con una pistola del calibre 22” (sic), mientras que Amanda West rememora el día en
que vio a Perry y Burkett antes de su detención, paseándose por ahí con el
coche que había robado a sus víctimas y llevando “un rifle del calibre 10” (otro sic).
De este modo, lo
que empieza —y termina— a modo de alegato contra la pena capital deja entrever
entre líneas, entre planos, un ácido retrato social de una sociedad, la tejana
rural o cuanto menos una parte de ella, en la cual la delincuencia y la
violencia parecen guardar una estrecha relación con un bajo nivel cultural y un
chocante conocimiento de las armas de fuego: las palabras de Jared Talbert y Amanda West son contundentes al respecto,
pues de ellas se deduce que en la zona donde vivían Perry y Burkett parece ser
bastante habitual haberse tirado en alguna ocasión una temporada “a la sombra”,
y que los jóvenes conozcan el calibre de las armas antes siquiera de haber
aprendido a leer… Una información que, con notable mala uva, Herzog va
entresacando con escuetas preguntas y ligeros comentarios que van “tirando de
la lengua” a los entrevistados, tal y como se ve en la entrevista a Melyssa
Thompson cuando el realizador logra que la joven dé a entender, sin en ningún
momento decirlo en voz alta, cómo ha logrado quedarse embarazada de su marido
presidiario sin tener contacto carnal con él (sic); o, en la conversación con Jared
Talbert, cómo ironiza sutilmente con la historia que le cuenta aquél en el
momento en que le confiesa que aprendió a leer en su estancia en prisión…
Into the Abyss se erige, de este modo,
en un comentario social de extraordinaria acidez que, más allá incluso de la
contundencia de la exposición de su discurso, hace gala de un formidable
sentido de la construcción narrativa. Es decir, si lo que explica Herzog es
tremendo, no lo es menos la manera como lo explica. Resulta admirable su forma
de narrar empezando, precisamente, con el planteamiento de los problemas
morales y éticos que suelen aflorar alrededor del tema de la pena de muerte
(entrevista con el reverendo Richard Lopez), para a continuación mostrarnos a
los principales protagonistas de tan desdichada historia, Perry y Burkett; luego
proseguir con una minuciosa descripción de los hechos criminales que acabaron
en sus respectivas condenas de muerte y prisión de larga duración (entrevistas
con Charles Richardson, Lisa Stotler-Balloun y el teniente Damon Hall); y, a
partir de estos hechos, irnos introduciendo (gracias sobre todo a las entrevistas
con Delbert Burkett, Melyssa Thompson, Jared Talbert y Amanda West) en la
amarga realidad que subyace en el fondo de esta historia. Un aspecto
particularmente digno de encomio de este film es que, a pesar de su perspectiva
documental y por tanto realista de lo que narra, hace gala subrepticiamente de
una determinada estilización, fruto de esa indefinible mezcla de ironía y
dramatismo, de crudeza y contención, que le imprime Herzog.
El cineasta
alemán no elude en ningún momento la dureza de lo que está contando, pero al
mismo tiempo tiene el cuidado de no incurrir en el sensacionalismo inherente a
este tipo de relatos, manteniendo cierta perspectiva distante pero nunca fría,
tal y como ya lograra en Grizzly Man,
donde relativizaba sutilmente la audición de la aterradora última grabación del
protagonista de ese documental y su novia siendo devorados por los osos. Véase,
por ejemplo, la magnífica utilización en Into
the Abyss del material videográfico, procedente de los archivos de la
policía local, mediante los cuales Herzog nos muestra las imágenes tomadas por
los agentes del interior de la vivienda de Sandra Stotler, o las que se
filmaron posteriormente cuando su cadáver, envuelto en un cubrecama, fue descubierto
arrojado a la orilla de un estanque cercano: vemos las manchas de sangre en el
suelo y las paredes de la casa, e intuimos la imagen del cadáver entre la
vegetación, pero Herzog no cae en la tentación de mostrarnos imágenes
explícitas de los cuerpos sin vida; es más, ni siquiera inserta imágenes de
archivo de las víctimas, sino que deja que sean Lisa Stotler-Balloun y Charles
Richardson quienes nos enseñen fotos de sus seres queridos. Tampoco muestra la
ejecución de Perry, ignoro si como consecuencia de algún tipo de traba legal a
la hora de filmarla o por propia elección, pero en cualquier caso esa elipsis
resulta más dramática y conmovedora, y más coherente con el tono de un relato
que apuesta antes por la sugerencia y la reflexión en detrimento de lo
explícito e impactante.
Into the Abyss hace gala, asimismo, de
una sugestiva estructura narrativa circular, dado que concluye su exposición de
hechos y su digresión sobre los mismos mediante el testimonio de Fred Allen,
excapitán de seguridad del “corredor de la muerte” que narra ante la cámara de
Herzog su experiencia profesional tras haber asistido, como hemos señalado, a
más de 120 ejecuciones. De este modo, si la película ha empezado con el
testimonio de un religioso que no puede menos que compadecerse de los
condenados a muerte, ahora se cierra con el de un funcionario que durante años
presenció con la máxima frialdad de ánimo posible la ejecución de la pena
capital, hasta el día en que asistió a la de Karla Faye Tucker, que fue
ejecutada en 2002: contrariamente a lo que pueda parecer a simple vista, Fred
Allen admite que lo que le conmovió de esta última no fue el hecho de que se
tratara de una mujer (la única a la que vio ejecutar), sino el que, apenas la
hubo sujetado a la mesa con las correas a la espera de recibir la inyección
letal, ella le diera las gracias por haberla tratado tan bien… Con la misma
capacidad de sugerencia demostrada a lo largo de todo el largometraje, Herzog
lo cierra con unos pequeños rótulos finales explicativos, a modo de epílogo, en
los que explica que Michael Perry evocó en sus últimas palabras a su madre
muerta y su deseo de reunirse pronto con ella (nada dijo sobre su padre, que
había fallecido diez días antes de que Herzog le entrevistara; el cineasta le
había dado el pésame el día de la entrevista, condolencia que él encajó con
bastante indiferencia); y, última y sangrante ironía, que Fred Allen dejó su
profesión después de la ejecución de Karla Faye Tucker, y como consecuencia de
ello perdió su pensión. No es casual que Into the Abyss se subtitule Un cuento sobre la muerte, un cuento sobre la vida. Una obra maestra.
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