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miércoles, 30 de abril de 2025

Las gemelas del Mal: “DRÁCULA Y LAS MELLIZAS”, de JOHN HOUGH



Tercera entrega de lo que se conoce como el ciclo Karnstein de Hammer Films –la preceden The Vampire Lovers (Roy Ward Baker, 1970) y Lust for a Vampire (Jimmy Sangster, 1971)–, inspirado, con irregular criterio y desiguales resultados, en el extraordinario relato de Sheridan Le Fanu Carmilla (1872), Drácula y las mellizas (Twins of Evil, 1971) fue la única que conoció estreno comercial en salas españolas, si bien probablemente recortada por la censura franquista, a juzgar por los fugaces desnudos femeninos que dejan entrever las actuales copias íntegras. Dirigida por John Hough, quien poco después se ganaría cierta reputación dentro del género fantástico, a todas luces exagerada, con la que sigue siendo la mejor película que le conozco –La leyenda de la mansión del infierno (The Legend of Hell House, 1973), adaptación de la gran novela de Richard Matheson La casa infernal (1971) (1)–, Drácula y las mellizas hace gala de la simpatía y el desparpajo característicos del grueso del cine de terror chez Hammer. Pero, incluso viéndola con “buenos ojos”, el film está, en sus líneas generales, por debajo de lo que promete.



Dejando aparte el hecho, puramente anecdótico, de que el título español de la película ya es, de entrada, una solemne tontería –Drácula no aparece por ningún lado; y el conde Karnstein, a cargo del recientemente fallecido Damien Thomas, nada tiene que ver con el vampiro creado por Bram Stoker (2)–, el guion, escrito por Tudor Gates –cuya filmografía tampoco es precisamente brillante (3)–, está repleto de agujeros por todos lados. Pero antes, ubiquémonos: la acción transcurre en el condado de Karnstein, en la región austriaca de Estiria, aproximadamente a finales del siglo XIX. Dicha zona rural es el campo de operaciones de los sádicos puritanos encabezados por Gustav Weil (Peter Cushing), quienes se han propuesto erradicar el Mal, con mayúsculas, eligiendo como método para lograrlo la quema en vivo de todas las mujeres jóvenes, solteras, hermosas y –presumiblemente– folladoras de la región, acusándolas de propagar el culto al Diablo con su conducta lujuriosa y belleza “tentadora”. ¡Hasta tres muchachas veremos arder en la hoguera! No obstante su notoria misoginia, el principal objetivo de Weil no son esas chicas inocentes cuyos asesinatos, inexplicablemente, nadie parece haber denunciado ante las autoridades, sino detener de algún modo al promiscuo conde Karnstein, quien haciendo valer su condición de aristócrata fornica tanto como quiere y con quien quiere, escogiendo a placer entre las muchachas de los alrededores y aprovechándose de su pobreza a cambio de darles unas pocas monedas por sus “servicios”. Los problemas de Weil se acentuarán a partir del momento en que tenga que acoger en su propia casa a dos atractivas sobrinas suyas, gemelas para más señas, potencialmente “seductoras”, ergo potencialmente malignas: Maria y Frieda Gellhorn (a cargo de las “exconejitas” de Playboy y ocasionales actrices Mary y Madeleine Collinson).



Mientras tanto, el conde Karnstein, aburrido de las falsas ceremonias erótico-satánicas que le organiza su ayudante, Dietrich (un desaprovechado Dennis Price), lleva a cabo un sacrificio humano auténtico en la persona de una desdichada muchacha que participa en una de esas charadas, lo cual provoca la resurrección de la vampiresa Mircalla Karstein (Katya Wyeth), en el que es, sin duda, el mejor momento del film: la figura encapuchada de la vampiresa parece brotar, vaporosa, del cadáver de la chica sacrificada, y luego atraviesa lentamente el salón, a espaldas de Karnstein, hasta mostrarse ante este último; la escena tiene atmósfera, algo que por desgracia se echa en falta en el resto del metraje. A continuación, Mircalla promete a Karnstein “emociones fuertes” si se transforma en vampiro, cosa a lo cual el aristócrata accede. Pero, paradójicamente, la incorporación de Mircalla al relato, lejos de hacerlo más atractivo, lo que hace es poner de relieve los defectos del guion. Secuencias atrás hemos visto a Weil y su ejército de puritanos descubriendo el cadáver desangrado de un hombre, con el característico mordisco de un vampiro en el cuello. Teniendo en cuenta que no es hasta después que Mircalla resucita y vampiriza a Karnstein, no tenemos más remedio que preguntarnos quién es el vampiro que ha asesinado a ese desdichado: la película nunca lo aclara, como tampoco hace nada para explicar por qué Mircalla desaparece de la trama tras su resurrección.



El nudo del relato gira en torno a las mellizas Gellhorn: Maria, la bondadosa, y Frieda, la “perversa”, ergo la folladora. El contraste maniqueísta entre ambas es tan evidente, como torpe la resolución del proceso de seducción y “vampirización”, voluntarias, de Frieda por parte de Karnstein: desde el primer momento, la joven manifiesta su interés por el conde, atraída por su fama de “malvado”, y no duda en salir todas las noches de la habitación que comparte con su hermana y atravesar el bosque hasta el castillo de Karnstein, siendo recogida por el camino por Joachim (Roy Stewart), el criado negro del conde. Ello contrasta con el amor creciente, y correspondido, que Anton Hoffer (David Warbeck), el profesor de música local, siente hacia Maria, “la buena”, a la cual distingue perfectamente de su idéntica hermana gemela. Puede verse en el contraste existente en el carácter de las dos hermanas una metáfora sobre el Amor Sagrado (Maria) y el Amor Profano (Frieda), pero eso es hacerle un favor a un film que decepciona a cada momento, en gran medida, por la puesta en imágenes, fea y mecánica, de John Hough, con “perlas” tales como el primer plano de la mano de Mircalla acariciando una vela mientras Karnstein le hace el amor (muy “sutil”), o los zooms en primer plano de los ojos de Maria y Karnstein combinados con plano/contraplano para expresar el influjo hipnótico del segundo sobre la primera. Incluso Peter Cushing, que con todo vuelve a ser el mejor del reparto, está aquí menos brillante que de costumbre, por más que sea el único que transmite energía a una película que no se merece el prestigio, siquiera pequeño, del cual goza.
    


(1) Para más información al respecto, me remito a lo que escribí sobre este film y sobre las adaptaciones a cine y televisión de las obras de Matheson en el volumen colectivo coordinado por el amigo Sergi Grau Richard Matheson. El maestro de la paranoia: https://elcineseguntfv.blogspot.com/2016/10/richard-matheson-el-maestro-de-la.html  

(2) Hay que decir, en descargo del distribuidor español, que probablemente se limitó a tomar la referencia a Drácula de los títulos similares que tuvo el film en numerosos países: Las hijas de Drácula, Les sévoces de Dracula, Le figlie di Dracula, Twins of Dracula, As servas de Dracula…: https://www.imdb.com/es-es/title/tt0069427/releaseinfo/?ref_=tt_ov_at_dt_rdat

(3) Para no perder tiempo y espacio citando títulos, la mayoría de ellos de segunda fila (y porque no hay tercera…), me remito a su filmografía: https://www.imdb.com/es-es/name/nm0309633/?ref_=tt_ov_wr_1




jueves, 24 de abril de 2025

Cine y (corona)virus: “CONTAGIO”, de STEVEN SODERBERGH



Una de las numerosísimas consecuencias de la alarma sanitaria vivida a nivel mundial en el año 2020 por la pandemia provocada por la espectacular propagación del coronavirus COVID-19 fue el revival que experimentaron, a nivel casero y vía visionado en plataformas o descargas en la Internet, numerosas películas de ficción centradas en la temática de los virus incontrolados –recordemos La amenaza de Andrómeda (The Andromeda Strain, 1971, Robert Wise) (1), El puente de Cassandra (The Cassandra Crossing, 1976, George P. Cosmatos), Estallido (Outbreak, 1995, Wolfgang Petersen) y Guerra Mundial Z (World War Z, 2013, Marc Forster) (2), entre las más populares, o Estación 3 ultrasecreto (The Satan Bug, 1965, John Sturges), entre las que menos–, destacando entre todas ellas Contagio (Contagion, 2011), dirigida por Steven Soderbergh (3).



Pueden ser varias las razones por las cuales el film de Soderbergh caló tan hondo en el inconsciente colectivo, si no todas ellas al menos la mayoría ajenas, probablemente, a sus cualidades artísticas (que, a mi entender, las tiene: es una de las películas más interesantes que haya realizado su director en estos últimos años). La primera de ellas puede deberse a que, al contrario que la mayoría de las “películas sobre virus” que se han hecho, Contagio tiene una apariencia más realista, ergo más “cercana”, que por ejemplo La amenaza de Andrómeda, El puente de Cassandra y Guerra Mundial Z, más enfocadas hacia la ciencia ficción, el cine de catástrofes y el de terror, y, por tanto, más alejadas de la realidad cotidiana del espectador. El realismo de Contagio –aceptando, de entrada, que el realismo, en cine, no es más que una convención– es superior, incluso, al de la relativamente más verosímil Estallido, que empieza mostrando los estragos de un virus (imaginario), el Motaba, con cierto rigor, para luego ir derivando al relato de acción, con el bajito Dustin Hoffman haciendo no de superhéroe –piénsese que Harrison Ford era el primer protagonista previsto–, pero casi. Al “realismo” de Contagio contribuye la textura misma del film, rodado con cámaras ultraligeras y con un estilo a la hora de elegir y filmar los encuadres cercano a los modos del documental o del reportaje informativo para televisión.



Otro aspecto que probablemente jugó de cara a la popularidad de esta película fue el tratamiento, asimismo, “cercano”, muy humano, de sus personajes. Resulta significativo, en este sentido, que el primer personaje relevante que fallece, víctima del virus, a poco de empezar el film, el de Beth Emhoff, sea, precisamente, el personaje más “distante”, menos empático, socialmente hablando, de cara al espectador: una mujer de clase social acomodada, que acaba de regresar de un viaje de negocios a Hong Kong –ergo, China: el origen del actual foco pandémico del COVID-19 a efectos oficiales–, previa escala en Chicago para encontrarse brevemente con un antiguo amante y echar un polvo con él antes de volver a casa. Que Beth corra a cargo de la componente del elenco que hasta hace poco representaba más y mejor el glamur hollywoodense actual (o lo que se entiende como tal), es decir, la repelente Gwyneth Paltrow, refuerza lo que Contagio tiene de lectura a ras de suelo sobre la terrible historia que cuenta –la propagación y contención de una pandemia que provoca casi 30 millones de muertos en todo el mundo a lo largo de 135 angustiosas jornadas–, narrándola desde el punto de vista de una serie de personajes contemplados bajo una perspectiva más naturalista.



Efectivamente, todos los personajes sufren o bien los efectos directos del virus (se infectan del mismo, desarrollan la enfermedad y, en muchas ocasiones, mueren, o lo hacen sus seres queridos), o bien los indirectos (lo analizan en laboratorios, estudian la manera de controlar el pánico de la población, y buscan sobrevivir a los saqueos de los supermercados encerrándose en casa y evitando al máximo el contacto con otras personas); los hay, incluso, que se aprovechan de la situación en beneficio propio, tal es el caso del “profeta de Internet” Alan Krumwiede (Jude Law). Pero, en última instancia, a todos ellos, de un modo u otro y en mayor o menor medida, les mueve lo mismo: el instinto de supervivencia y la protección egoísta de sí mismos y de las personas de su más inmediato entorno, la pleitesía al “dios salvaje”, que diría Roman Polanski con la complicidad de Yasmina Reza. Nadie se salva. Mitch Emhoff (Matt Damon), el padre de familia que acaba de ver morir a su esposa Beth y a su pequeño hijastro Clark (Griffin Kane) prácticamente de la noche a la mañana, trata de proteger la vida de su hija adolescente Jory (Anna Jacoby-Heron), aunque sea a costa de tenerla encerrada en casa e impedirle que se acerque a un chico del barrio que le gusta, Andrew (Brian J. O’Donnell). El Dr. Ellis Cheever (Laurence Fishburne), uno de los médicos encargados de supervisar el control de la pandemia, se salta el código ético de imparcialidad inherente a su profesión y telefonea a su esposa Aubrey (Sanaa Lathan) para que abandone de inmediato la ciudad antes de que se decrete una cuarentena que le impediría irse. El mencionado Alan Krumwiede se erige en paladín de la verdad, negando desde su blog o a través de apariciones por televisión la existencia del virus y, posteriormente, la efectividad de la vacuna creada para erradicarlo, pero porque ello le sirve para aumentar su popularidad (su blog alcanza en un día los dos millones de visitas) y para llevar a cabo ciertos negocios particulares. Sun Feng (Chin Han), uno de los anfitriones en Hong Kong de la Dra. Leonora Orantes (Marion Cotillard), la retiene en la humilde aldea de la cual es originario, a fin de asegurarse de que los suyos estén “entre los primeros de la cola” cuando empiecen a repartirse las vacunas. Ello no obsta para que, en medio de todo este panorama de egoísmo feroz e hipocresía mal disimulada, no surjan gestos altruistas. Para ganar tiempo, y jugándose la vida, la Dra. Ally Hextall (Jennifer Ehle) prueba en sí misma el primer prototipo de vacuna que ha funcionado bien en los simios. Acaso consciente de la falta de ética que ha cometido favoreciendo a su mujer, Cheever lo compensa regalando su propia dosis de vacuna al pequeño hijo de Roger (John Hawkes), el humilde empleado de la limpieza que trabaja en su laboratorio. Otra médica, la Dra. Erin Mears (Kate Winslet), contagiada por el virus y ya agonizando, intenta darle su chaqueta acolchada a otro enfermo en la camilla contigua a la suya que dice tener mucho frío. Una vez seguro de que ni él, ni su hija, ni el joven Andrew, pueden enfermar, Mitch organiza una pequeña fiesta “de fin de curso” en su propia casa para que la pareja de adolescentes pueda “bailar pegados”.



Pero, dejando aparte la sensación de proximidad que transmiten todos estos personajes (lo cual, sin duda, es uno de los aciertos estrictamente fílmicos de la película), está muy claro que el punto fuerte de la revalorización, acaso coyuntural, de Contagio residió en los evidentes paralelismos existentes entre su trama y los acontecimientos reales. Está, por un lado, que el origen del virus se sitúe, también, en China, más concretamente en Hong Kong, en vez de en Wuhan, y que incluso aparezca –en el revelador flashback final– el detalle del murciélago que infecta con su saliva no al célebre pangolín, sino sencillamente a uno de los cerdos que luego es servido en el restaurante hongkonés donde Beth va a comer con unos compañeros de trabajo y donde se contagia al darle la mano al cocinero. Asimismo, la descripción de los efectos de la pandemia sobre la población civil da pie a que el film ofrezca un catálogo de imágenes y situaciones dramatizadas que no pueden menos que traernos de inmediato a la memoria la iconografía del coronavirus: el confinamiento forzoso en los propios hogares; el uso obligatorio de mascarillas quirúrgicas para salir a la calle; el recuerdo constante de las medidas sanitarias, como la del frecuente lavado de manos con agua y jabón o con gel hidroalcohólico, o el mantenimiento de una distancia de seguridad entre las personas (medidas de separación social, las llamaron, cuando más bien serían medidas de separación física); el no darse besos con un ser querido, o ni tan siquiera darse la mano (es de agradecer que, al menos, la película nos ahorre la imbecilidad de saludar con el codo o –por favor– con el pie); las colas ante los supermercados o los camiones de abastecimiento, con el miedo pintado en los rostros de los ciudadanos; o las macabras fosas comunes, con los cadáveres –los grandes ausentes de la auténtica tragedia colectiva– escondidos en asépticos envoltorios blancos de plástico, que hacen pensar, por descontado, en los sepelios masivos que se llevaron a cabo en determinadas zonas desfavorecidas del planeta.



En consonancia con este planteamiento, Soderbergh va sazonando diversos momentos con primeros planos de manos tocando teléfonos, puertas u otros objetos, de manera que esos gestos cotidianos, naturales, “inofensivos”, se convierten así en algo inquietante, amenazador, mortal: contestar a una llamada con un teléfono que no es el propio, abrir una puerta, incluso besar la mejilla de un ser querido, puede significar la muerte. En este sentido, la película funciona porque muchas de sus pinceladas están, dramáticamente hablando, conseguidas: ese momento, magnífico, en que Mitch recibe la noticia de la muerte de su esposa y, dada su confusión, pregunta al médico que acaba de anunciárselo si puede hablar con ella…; la secuencia, sobriamente resuelta, en que Mitch y su hija Jory recorren los supermercados saqueados en busca de comida; las escenas de Krumwiede deambulando, con un traje presurizado (sic), por las desoladas calles de la ciudad en cuarentena, y colocando panfletos en los coches animando a la gente para que no se vacunen. Otra ventaja del método utilizado por Soderbergh reside en que su supeditación a las escenas y al montaje cortos está, asimismo, estrechamente vinculada con otro elemento dramático del argumento: la idea de que el virus se propaga fácilmente por contacto directo de una dermis con otra. Hay un momento en el cual la Dra. Mears explica que el ser humano se toca la cara algo así como veinticinco mil veces al día como media, es decir, cuatro o cinco veces por minuto (¡), lo cual facilita que el portador del virus vaya extendiéndolo doquiera que vaya (4).


(1) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2020/03/el-virus-que-vino-del-espacio-la.html

(2) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2013/08/el-viejo-nuevo-orden-guerra-mundial-z.html  

(3) Según datos extraídos de la página en inglés dedicada a Contagio en Wikipedia, en enero de 2020 sus descargas piratas habían aumentado un 5,609% en comparación con el mes anterior; en marzo, era la séptima película más popular en iTunes, y la segunda del catálogo de Warner Bros. (ocupaba el número 270 en diciembre de 2019); y, a finales de ese mismo mes, había sido el título más visto en la plataforma HBO durante dos semanas seguidas (https://en.wikipedia.org/wiki/Contagion_(2011_film)#Renewed_popularity).

(4) Para leer un comentario crítico más extenso de este film, puede consultarse la crítica que escribí en este blog en el momento de su estreno: http://elcineseguntfv.blogspot.com/2011/10/los-pasos-dobles-no-habra-paz-para-los.html.