Hoy en día,
inquietante signo de los tiempos que nos ha tocado vivir, para mucha gente la
expresión “Gran Hermano” se asocia de inmediato con cierto reality show televisivo de una imbecilidad extrema. Es más, abrigo
la sospecha de que probablemente ninguno de los espectadores que han empleado
su tiempo en visionar semejante engendro tiene la más remota idea de que el
origen del “Gran Hermano” se remonta a 1948, año de publicación de la primera
edición inglesa de 1984, una
excelente novela de George Orwell en la cual, a grandes rasgos, su autor
proponía la descripción, imaginaria pero no exenta de cierto realismo, de una
sociedad futurista a casi cuarenta años vista, que vendría a ser una versión
corregida, aumentada y exacerbada del comunismo (similar, hasta cierto punto, a
la fantasía futurista urdida por Aldous Huxley, a partir de una visión
convenientemente magnificada de los males del capitalismo, en su no menos
espléndida Un mundo feliz).
Pero no
estamos aquí para hablar de la novela de Orwell, sino de la versión
cinematográfica homónima que realizó a partir de ella Michael Anderson en 1956,
la cual había sido precedida dos años antes por una celebrada adaptación para
televisión escrita y dirigida por Nigel Kneale para la BBC: las dos se
encuentran recogidas en la edición en DVD que editó en su día L’Atelier 13.
Empecemos por el 1984 de Michael
Anderson, un film sobrio y estilizado que, a pesar de tratarse de una
coproducción británico-norteamericana de Holiday Film y Columbia, tiene sobre
todo la atmósfera característica del cine de ciencia ficción inglés, en la
línea de pequeños clásicos como La vida
futura (Things to Come, 1936), de William Cameron Menzies. La versión de
Anderson es razonablemente fiel al libro de Orwell, con la salvedad de que, a
diferencia de otras versiones, como la de la BBC que se recoge en ese mismo DVD o la más
posterior –y excelente– de Michael Radford (filmada deliberadamente,
recordemos, en el año 1984, con John Hurt y Richard Burton como protagonistas),
se hace más hincapié en la elaborada trampa preparada por O’Connor (Michael
Redgrave), en virtud de la cual Winston Smith (Edmund O’Brien) y Julia (Jan
Sterling) caerán en manos del gobierno del Gran Hermano, aprovechándose del
ansia de Winston por alistarse en un hipotético grupo de rebeldes que quieren
acabar con la tiranía. Según explicaba la Dra. Zora G (sic) en el folleto que acompañaba a dicha
edición en DVD, se hicieron dos versiones del final, una más fiel a la novela
(y más amarga), con Winston y Julia convirtiéndose en fieles servidores del
Gran Hermano tras haber sido sometidos a tortura y lavado de cerebro (este es
el final que aparece en la edición en DVD), y otra, también melodramática pero
más heroica, en la que Winston es abatido a tiros mientras grita: “¡Abajo el Gran Hermano!” (un final, por
cierto, rechazado por Sonia Orwell, viuda del escritor, quien fue la
responsable de que la película estuviera durante años retirada de la
circulación). El film de Anderson no es, en sus líneas generales, muy
memorable, pero a pesar de ello como adaptación de Orwell es más que digna y
cuenta con el valioso concurso de unos excelentes intérpretes.
Ya hemos
comentado que la edición en DVD contiene, como extra, la versión de 1984 escrita y dirigida en 1954 para la
cadena de televisión británica BBC por Nigel Kneale (si bien otras fuentes
acreditan como realizador de este telefilm a su productor Rudolph Cartier).
Curiosamente esta versión es más larga y todavía más fiel al libro de Orwell
que la película de Anderson, aunque se percibe hecha con muchos menos medios,
algo lógico teniendo en cuenta su origen televisivo y que, además, se trata de
una producción emitida en riguroso directo, cosa muy usual en la televisión de
la época (si bien, como aclara el texto de la
Dra. Zora G, algunos planos de exteriores
fueron rodados con anticipación, e insertados en los momentos oportunos, a fin
de dar la deseada sensación de continuidad). El formato televisivo se nota, y
mucho, sobre todo en lo que se refiere a la cámara estática, los funcionales
movimientos de cámara siguiendo las evoluciones de los actores y los abundantes
primeros planos y planos medios de estos últimos. A pesar de ello, esta versión
para la pequeña pantalla es una pieza valiosa y recomendable de ver, ni que sea
por el concurso de talentos de dos futuras estrellas de la productora Hammer
Films: el ya mencionado Nigel Kneale, cuyo guion para El experimento del Dr. Quatermass (The Quatermass Xperiment, 1955),
de Val Guest, tras una primera adaptación también para la televisión, sería el
pistoletazo de salida de la espléndida especialización de Hammer en el terreno
del cine fantástico; y sobre todo, el gran Peter Cushing, futuro barón
Frankenstein y Van Helsing en diversas obras maestras de Terence Fisher para el
mismo estudio, quien asume espléndidamente el papel de Winston Smith, secundado
por, entre otros, un no menos magnífico Donald Pleasence, quien también aparece
en la versión de Anderson pero cuyo personaje está en la de Kneale mucho más
potenciado.
¡Qué simpática es Asalto a la Tierra
(Uchûjin Tôkyô arawaru), producción japonesa dirigida por Kôji Shima de 1956!
Y, sobre todo, qué curiosa resulta su condición de heredera de algunas ideas ya
apuntadas en diversos clásicos de la ciencia ficción norteamericana de los
cincuenta, caso de Ultimátum a la Tierra
(The Day the Earth Stood Still, 1951), de Robert Wise (con los extraterrestres
advirtiendo a la humanidad de que debe detener sus desmanes con la energía
atómica so pena de autodestruirse), o de Cuando
los mundos chocan (When Worlds Collide, 1951), de Rudolph Maté/ George Pal
(el mundo al borde de la destrucción como consecuencia de una catástrofe
“natural” procedente del espacio); así como, por otro lado, su valor como
precedente de algunos títulos posteriores, inscribibles tanto en la
cinematografía nipona (El hundimiento del
Japón/ Nippon chinbotsu, 1973, Shiro Mirotani) como en la estadounidense (Meteoro/ Meteor, 1979, Ronald Neame: la
idea, expuesta en esta última, de que las dos potencias mundiales por
antonomasia, los Estados Unidos y la por entonces vigente Unión Soviética,
deben aliarse y lanzar sus misiles atómicos al unísono para destruir al
gigantesco meteorito que amenaza con destruir nuestro mundo está directamente
sacada, sin duda alguna, de Asalto a la
Tierra).
Tal y como informaba el siempre
documentado folleto que acompañaba a las ediciones en DVD de L’Atelier 13, Asalto a la Tierra fue, es, la
primera película japonesa de ciencia ficción rodada en color. Lo más chocante
de su visionado, o nuevo visionado (pues el film se estrenó en España el 11 de
noviembre de 1957, pero quizás desde entonces no había vuelto a verse),
consiste en comprobar que, al menos durante sus primeras secuencias, Asalto a la Tierra tiene un tono
cotidiano, costumbrista e incluso intimista que casi hace pensar en algunas
propuestas de Yasuhiro Ozu rodadas, asimismo, en color (por ejemplo, Buenos días/ Ohayô, 1959). Ello resulta muy eficaz, habida cuenta de que,
poco después, la subrepticia introducción del elemento fantástico en el relato,
las primeras y extrañas apariciones en el cielo de objetos voladores no
identificados, y en particular los primeros indicios de vida alienígena
infiltrándose entre los seres humanos, contribuyen a violentar sencilla pero
drásticamente esa tonalidad inicial casi realista. Y, si bien es verdad que el
insólito aspecto físico de los extraterrestres puede mover a la risa, dada la
pobreza de los efectos especiales y los maquillajes con los cuales están
representados (prácticamente, un simple disfraz de tela), ello no debería ser
óbice para reconocer que esta modesta película tiene otros alicientes dignos de
estima. Así, por ejemplo, la idea harto curiosa de que, para los exóticos
extraterrestres que vienen a advertir a la humanidad del peligro que corre
(seres con forma de estrella y con un único ojo en el centro; por tanto, sin
ninguna referencia física “humana”), el aspecto de los habitantes de la Tierra sea, desde su punto
de vista, “repugnante” (como ellos
pueden serlo para nosotros, claro está). También resulta divertida la idea de
que uno de los alienígenas se infiltre entre los humanos adoptando la
apariencia física de… ¡una famosa estrella femenina japonesa del teatro
musical! (lo cual sugiere, sotto vocce,
de que para los alienígenas las cuestiones de género, de sexo, son
irrelevantes: ¡a saber cómo funciona su sistema reproductivo!). Y, contra todo
pronóstico, las secuencias de catástrofe del tercio final, iluminadas en rojo
como consecuencia de la proximidad del ardiente meteorito que se acerca a
nuestro mundo, atesoran una atmósfera apocalíptica nada desdeñable (lo cual,
además, convierte a Asalto a la Tierra en precedente de
otro pequeño clásico posterior de la ciencia ficción, en este caso la
británica: The Day the Earth Caught Fire,
1961, Val Guest).
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