Como resume magníficamente Quim Casas en su libro sobre John Ford (y como no me veo capaz de superarlo, lo reproduzco tal cual): “Englobadas generalmente en forma de trilogía, aparecen sucesivamente en los años 1933, 1934 y 1935 las películas realizadas por Ford con el actor Will Rogers, su segundo rostro decididamente importante después de Harry Carey. Sus títulos: “Doctor Bull”, “Judge Priest” y “Steamboat’ Round the Bend” [esta última estrenada en España en DVD como Barco a la deriva]. La primera escrita por Jane Store, a partir de una novela de James Gould Cozzens; las dos siguientes por Lamar Trotti y Dudley Nichols, a partir de unos emocionados relatos sureños de Irvin S. Cobb y de un argumento original de Ben Lucian, respectivamente. Todas financiadas por
Steamboat’ Round the Bend, o Barco a la deriva, es un título característico del Ford de los años treinta donde encontramos, perfectamente definidos, una gran parte de los prototípicos personajes que poblarán buena parte de su filmografía. Destaca ya su maestría para alternar humor y dramatismo, ligereza y gravedad, conceptos que en ocasiones van tan cogidos de la mano que cuesta diferenciarlos. Quizá en esa misma dificultad resida la grandeza de la poética fordiana: en esa forma de pasar, por ejemplo, de las primeras y cómicas secuencias, con la presentación del Dr. Pearly (Will Rogers) a bordo de un barco fluvial, donde aprovecha el viaje para vender un tónico curalotodo marca Pocahontas (sic), mientras que en otro extremo de la cubierta un predicador que se hace llamar el Nuevo Moisés (Benton Churchill) lanza una poderosa arenga contra el alcohol; para luego pasar a las posteriores escenas, ya en el barco del médico, cuando se produce la llegada de su sobrino Duke (John McGuire) acompañado de Fleety Belle (Anne Shirley), una joven cuya belleza, frágil y sensual al mismo tiempo, introduce inesperadamente un soterrado erotismo en el relato: Ford le dedica, incluso, unas ensoñadoras imágenes con su esbelta figura recortándose a la luz del atardecer en la orilla del río (anticipando, si cabe, la sexualidad salvaje y desatada de otra “chica de los pantanos” de pies descalzos:
También hay espacio para determinados toques excéntricos: a fin de conseguir dinero para pagarle un abogado a Duke, el Dr. Pearly recoge los muñecos de un espectáculo de feria abandonado y monta en su barco una especie de Museo de Historia con ellos… modificándolos para que recuerden personajes históricos; las escenas en las que prepara ese mismo museo tienen, además, un extraño aire fantasmagórico. El clímax del relato, divertido y excelentemente filmado, consiste en la gran carrera de barcos fluviales en la cual el navío capitaneado por el Dr. Pearly va siendo desmantelado trozo a trozo a fin de proveer de madera a la caldera que mueve las palas, en un clarísimo precedente de la famosa secuencia del ferrocarril desmantelado, al grito de “¡Más madera!”, de Los hermanos Marx en el Oeste (Go West, 1940, Edward Buzzell). Barco a la deriva no está a la altura de los grandes títulos de su autor, pero a pesar de ello rebosa por los cuatro costados lo mejor de su personalidad.
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