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viernes, 30 de junio de 2023

“Tiburón 3.2”: “JAWS 3-D (EL GRAN TIBURÓN)”, de JOE ALVES



Estrenada en España como Jaws 3-D (El gran tiburón) (Jaws 3D [a.k.a. Jaws III], 1983), y también conocida –erróneamente: échenle la culpa a IMDb– como Tiburón 3: El gran tiburón (sic), esta película debe su “precioso” título español a Tiburón 3 (L’ultimo squalo, 1981, Enzo G. Castellari), famosa falsa secuela de Tiburón (Jaws, 1975, Steven Spielberg), de producción italiana, que con gran sentido del oportunismo logró estrenar entre nosotros dos años antes la distribuidora J.F. Films de Distribución, S.A., propiedad del productor José Frade, lo cual provocó que el film de Castellari llegara a ser denunciado por plagio por la productora de la franquicia, Universal Pictures, cosa que no impidió que la auténtica tercera entrega se titulara de aquel modo en España para evitar confusiones. Filmada en tres dimensiones y, sin duda alguna, la peor de la franquicia y eso que ni la primera secuela, Tiburón 2 (Jaws 2, 1978, Jeannot Szwarc), ni la tercera, Tiburón, la venganza (Jaws: The Revenge, 1987, Joseph Sargent), eran una maravilla, Jaws 3-D (El gran tiburón) estuvo dirigida por Joe Alves, quien fuera diseñador de producción de Tiburón y Tiburón 2 y director de segunda unidad en esta última. La intención era aprovechar el (efímero) tirón que tuvo a principios de la década de 1980 el cine fantástico en tres dimensiones gracias a títulos como Viernes 13, tercera parte (Friday the 13th Part III, 1982, Steve Miner), El tesoro de las cuatro coronas (Ferdinando Baldi, 1983) y El pozo del infierno (Amityville 3-D, 1983, Richard Fleischer) (1), para ofrecer al público una entrega en formato estereoscópico de la saga “tiburonera”.



Pero lo más increíble de este film calamitoso consiste en la participación como guionista del gran escritor norteamericano de literatura fantástica Richard Matheson. Jaws 3-D (El gran tiburón) era una producción para Universal de Alan Landsburg, quien había comprado los derechos de la franquicia a los productores de las dos primeras cintas, Richard D. Zanuck y David Brown, y convenció a Matheson para que redactara un argumento. De creer su versión (y, a la vista de la tontería que es la película, no hay más remedio que hacerlo), Matheson escribió una sinopsis “muy interesante”, por más que al final los créditos atribuyen el argumento a “algún otro escritor” (el guionista al que ni tan siquiera nombraba es el productor y director costarricense Guerdon Trueblood); “soy un buen narrador de historias concluía Matheson, y escribí una buena sinopsis y un buen guion, Y si hubieran hecho bien las cosas, y hubiese sido dirigida por alguien que sabía dirigir, creo que habría sido una excelente película. “Jaws 3-D (El gran tiburón)” es lo único que Joe Alves dirigió nunca: era un diseñador de producción muy hábil, pero como director, no. Y el así llamado 3-D consigue que la película parezca turbia, que no un efecto alguno. Fue una pérdida de tiempo”. Por exigencia de Universal, Matheson se vio obligado a incluir en el libreto a los dos hijos del agente de policía Brody, personaje protagonista de Tiburón y Tiburón 2 encarnado por Roy Scheider, que en Jaws 3-D (El gran tiburón) corren a cargo de Dennis Quaid (Mike), quien confesaba haber estado esnifando cocaína cada día de rodaje, y por John Putch (Sean). También se le pidió que el tiburón al final muriera electrocutado, ¡igual que en Tiburón 2! (o que el del Tiburón 3 de Castellari…); y que escribiera un papel para Mickey Rooney, “lo cual hice, con tanto éxito que, cuando resultó que Mickey Rooney no estaba disponible, toda su parte carecía de sentido”. El guion definitivo aparecería firmado por Matheson y Carl Gottlieb quien había participado en los libretos de Tiburón y Tiburón 2–, sobre un argumento de Trueblood basado, al parecer, en el caso real de un tiburón blanco que remontó un río hasta quedar atrapado en un lago, y con diálogos adicionales de otro guionista no acreditado, Michael Kane. A última hora se cambió el final, pues el escualo no es destruido mediante la electrocución, sino haciendo estallar una granada dentro de su boca: la que todavía sostiene –en un llamativo detalle macabro– la mano muerta del experto documentalista submarino Philip FitzRoyce (el malogrado Simon MacCorkindale) que ha acabado hallando la muerte entre las enormes fauces del pez y cuyo cadáver todavía se encuentra dentro de la boca del escualo sin que se explique cómo. Tampoco es de extrañar que, con tantas manos en un libreto ya de por sí imposible, el resultado fuera una calamitosa “película de catástrofes a lo Irwin Allen”, en acertada definición de Leonard Maltin, con una premisa argumental su ambientación en un parque acuático que recuerda mucho a la de Revenge of the Creature (Jack Arnold, 1955), la primera (y floja) secuela de la excelente La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon, 1954, Arnold).



Incluso viéndola desde una perspectiva muy elemental, como un mero espectáculo en 3-D, la película hace gala de una mala utilización de este recurso: la cabeza cortada de un pez, víctima del mordisco del tiburón, flotando en medio de una nube de sangre; el plano del brazo amputado de Overman (Harry Grant), equivalente a la famosa pierna amputada del instructor de natación de Tiburón, descendiendo lentamente hacia el fondo después del ataque mortal del escualo; la escena en la que el tiburón embiste contra el cristal del centro de control submarino del parque, desatando una aparatosa inundación; o, poco después, tras la destrucción del escualo, el risible plano que nos muestra trozos de su mandíbula lanzados burdamente hacia la cámara. De hecho, apenas hay en la película imágenes mínimamente construidas con intención de inquietar: ese encuadre desde el punto de vista subjetivo del tiburón, a través del cual vemos las reacciones de pánico de los comensales de un restaurante subacuático, a la vez que oímos sus gritos de terror, distorsionados por el cristal y el agua; los planos, llamativos de puro grotescos, en los que vemos a FitzRoyce intentando sobrevivir dentro de la boca del escualo, con la cámara colocada en la garganta del animal; o el encuadre que cierra la ya mencionada escena del ataque del tiburón destrozando el cristal del centro de control, que por unos segundos parece la propia pantalla del cine que se resquebraja.



Los personajes carecen del menor interés; ni el de Mike Brody, cuyo único rasgo humano consiste en sus problemas para convencer a su novia, la bióloga marina y entrenadora de orcas y delfines del parque Kathryn Morgan (Bess Armstrong), para que deje su trabajo y se vaya con él a Venezuela; la propia Kathryn, de la cual apenas sabemos nada más allá de su convencional entrega a la protección y el cuidado de los animales marinos; ni FitzRoy, ese documentalista arrogante que, a pesar de todo, se redime con su valentía a la hora de la verdad, y cuya relación con su fiel ayudante, Tate (P.H. Moriarty), está repleta de chocantes pinceladas gais; ni el hermano menor de Mike, Sean Brody, sobre el cual flota en varios momentos el recuerdo de su traumática experiencia infantil vista en Tiburón, la misma que le impide meterse en el agua, pero que “se cura” gracias al estímulo sexual que le ofrece su “ligue”, la pizpireta miembro del equipo de esquí acrobático del parque Kelly (Lea Thompson, quien confesó haber aceptado el papel sin ni tan siquiera saber nadar sic, y que la escogieron, básicamente, porque lucía bien en bikini…). En este sentido, lo único vagamente simpático, por inesperado, es que el director del parque, Calvin Bouchard (Louis Gossett Jr., este sí tan bien como siempre), el “villano” de la función equivalente, poco más o menos, al alcalde encarnado por Murray Hamilton en Tiburón–, no muera al final de la misma, e incluso acometa un acto heroico, salvando in extremis la vida de una operaria del centro de control inundado por el ataque del escualo.



Los momentos de “suspense” están resueltos con una torpeza supina, tales como esa horrible escena en la que una niña es forzada a apoyar la cara contra el cristal de un corredor submarino, al otro lado del cual flota el cuerpo sin vida de Overman (en un enésimo guiño a la película de Spielberg, uno de los muchos que abundan en el film, equivalente en este caso al cadáver destrozado que hallaba Richard Dreyfuss en el interior de un barco naufragado); el equívoco también sacado de Tiburón– con el primer tiburón blanco que consiguen capturar los protagonistas, en realidad una cría del auténtico escualo gigante que ha logrado colarse en el parque; el ataque del tiburón al equipo de esquí acrobático otra idea ya explotada, en este caso, en Tiburón 2–, filmado y montado sin la menor tensión; o la secuencia teóricamente más espectacular de la función, aquélla en la que un grupo de visitantes del parque quedan atrapados dentro de una sección inundada del túnel submarino después de haber sufrido un nuevo ataque del escualo, y que guarda ecos del más rutinario “cine de catástrofes” norteamericano de la década de 1970. El final, con unos felices Mike y Kathryn nadando con los delfines que entrena esta última, es un resumen perfecto de lo que es la película: un patético saqueo de ideas del film original y de los peores tics del cine catastrofista, aderezado con mediocres efectos especiales y un gusto visual pésimo: los dos delfines (mal hechos) que saltan a izquierda y derecha en el encuadre de cierre de la película invitan a cerrar los ojos.



(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2023/06/amityville-en-3-d-el-pozo-del-infierno.html

  


miércoles, 28 de junio de 2023

“EL POLAR FRANCÉS (1931-1982)”, ya a la venta



Nosferatu
acaba de publicar el n.º 19 de su colección de libros de cine: El polar francés (1931-1982), coordinado por el amigo Antonio José Navarro, y que, como su título indica, aborda el período más importante de una de las mejores parcelas del cine de género europeo: el polar, o cine policíaco francés, cuya revalorización crítica en estos últimos años alcanza con este volumen una de sus máximas expresiones. Jesús Palacios, Mar Corrales, Aarón Rodríguez Serrano, Quim Casas, Roberto Cueto, Àngel Quintana, Carlos Aguilar, Elisa McCausland & Diego Salgado, Jorge Gorostiza, Tonio L. Alarcón, Roberto Curti, Eduardo Guillot, Ricardo Aldarondo, Luis Pérez Ochando, Juan Andrés Pedrero Santos y Pablo Fernández Vegas, además del propio Navarro, conforman la formidable plantilla de colaboradores que han participado en esta obra colectiva, entre los cuales me he colado yo con la esperanza de haber estado, mínimamente, a su altura.



He contribuido a este libro con el capítulo dedicado a uno de los cineastas fundamentales del polar: Jean-Pierre Melville. Hombres con sombrero y gabardina, donde me centro en la producción más específicamente polar y noir de su filmografía, es decir, Bob el jugador (Bob le flambeur, 1956), Dos hombres en Manhattan (Deux hommes dans Manhattan, 1959), El confidente (Le Doulos, 1962), Hasta el último aliento (Le Deuxième souffle, 1966), El silencio de un hombre (Le Samouraï, 1967), Circulo rojo (Le Cercle rouge, 1970) y Crónica negra (Un flic, 1972). 


“UN VIAJE POR EL CINE FANTÁSTICO Y DE TERROR” vol. 1, ya a la venta



Como ya tuve ocasión de avanzar en este mismo blog (1), por fin ha salido a la venta el volumen 1 de Un viaje por el cine fantástico y de terror, ambicioso proyecto sobre el género publicado por Applehead Team, disponible en venta online en su página web y en librerías a partir de septiembre (2), y coordinado por Lluís Vilanova. Como ya expresé entonces, me honra sobremanera el haber participado en esta obra y compartir créditos con un equipo de lujo: José Abad, Tonio L. Alarcón, Jordi Ardid, J.P. Bango, Àlex Barba, Sergi Grau, Dario Lavia, Elisa McCausland, Joan Renter, David Salgado, Diego Salgado, Álvaro San Martín, Javier Trigales, Javier J. Valencia, Joaquín Vallet Rodrigo, Juan Carlos Vizcaíno Martínez y el propio Lluís Vilanova.



Ya avancé, asimismo, que mi contribución a este primer volumen ha consistido en la elaboración de dos capítulos: De dónde vengo nadie lo sabe, a donde voy todo va: el cine fantástico romántico, donde abordo extraordinarios films de Mitchell Leisen (La muerte de vacaciones), Henry Hathaway (Sueño de amor eterno), René Clair/ Richard Quine (Me casé con una bruja/ Me enamoré de una bruja), Joseph L. Mankiewicz (El fantasma y la Sra. Muir), William Dieterle (Jennie) y Albert Lewin (Pandora y el holandés errante y The Living Idol), entre muchos otros; y Un viaje inesperado: el cine fantástico de aventuras, en el cual me adentro en las adaptaciones de Jules Verne, el cine de Ray Harryhausen, el péplum fantástico y el cine fantástico-aventurero de la Europa del Este.

 

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2023/01/un-viaje-por-el-cine-fantastico-y-de.html

(2) https://appleheadteam.com/producto/un-viaje-por-el-cine-fantastico-y-de-terror-vol-1-envios-la-semana-del-20-de-junio/ 

lunes, 26 de junio de 2023

Amityville en 3-D: “EL POZO DEL INFIERNO”, de RICHARD FLEISCHER



Pese a su poco original título español, El pozo del infierno es, en realidad, Amityville 3-D (1983), también conocida como Amityville III: The Demon y tercera entrega de la franquicia inaugurada con Terror en Amityville (The Amityville Horror, 1979, Stuart Rosenberg) y continuada en la precuela Amityville II: The Possession (Damiano Damiani, 1982), esta inédita en cines españoles pero estrenada en formato doméstico como Amityville II: La posesión. Producida para Orion Pictures por Dino de Laurentiis, quien también había producido Amityville II: La posesión, y realizada por el veterano Richard Fleischer, esta producción de 6 millones de dólares fue rodada utilizando el sistema de ArriVision 3-D que se había empleado en Viernes 13, tercera parte (Friday the 13th Part III, 1982, Steve Miner) y Jaws 3-D: El gran tiburón (Jaws 3D, 1983, Joe Alves). Escrita por David Ambrose usando el seudónimo de William Wales, Orion tuvo mucho cuidado de no promocionar El pozo del infierno como otra secuela de Terror en Amityville porque los protagonistas de la famosa historia real, la familia Lutz, se hallaban en esos momentos metidos en un pleito contra De Laurentiis, acusándole de haber tergiversado los hechos en Amityville II: La posesión. Para marcar distancias, Orion difundió que el guion no estaba inspirado en el caso de los Lutz, sino en la investigación del periodista especialista en lo paranormal Stephen Kaplan, quien pretendía demostrar que la historia de la casa encantada de Amityville era una farsa. A pesar de todo, El pozo del infierno se saldó con un fracaso comercial –solo 6 millones de dólares en los EE.UU.–, y sus rudimentarios efectos tridimensionales provocaron malas críticas y quejas del público, que afirmaba haber sufrido dolores de cabeza durante la proyección. La misma cantinela que muchos utilizaron cuando se estrenó Avatar (ídem, 2009, James Cameron) (1).



En el momento de su estreno, y todavía hoy, muchos se preguntaron qué hacía el ilustre realizador de The Narrow Margin, 20.000 leguas de viaje submarino, Sábado trágico, La muchacha del trapecio rojo, Los vikingos, Impulso criminal, Barrabás, El estrangulador de Boston, El estrangulador de Rillington Place, Fuga sin fin, Los nuevos centuriones, Cuando el destino nos alcance o Mandingo firmando la tercera entrega de Terror en Amityville. Pero, dejando aparte cuestiones de índole laboral –en los últimos años de su carrera, Fleischer trabajaba en lo que podía y no en lo que quería: véanse, sin ir más lejos, sus dos mediocres trabajos con Arnold Schwarzenegger, Conan el destructor (Conan the Destroyer, 1984) y El guerrero rojo (Red Sonja, 1985)–, El pozo del infierno arrastra una fama de “mala película” a todas luces inmerecida, pues si bien es verdad que está muy por debajo del grueso del cine de su autor, e incluso de Terror en Amityville, no es menos cierto que se trata de un film más que digno y, a ratos, muy apreciable, bastante por encima de la bajísima media de calidad de la franquicia Amityville, hasta el punto de erigirse, fácilmente, en la mejor de las secuelas (2). Eso no significa, ni mucho menos, que estemos ante una gran película a reivindicar, una chef-d’oeuvre inconnue, ni nada por el estilo, pues no está exenta de numerosos defectos.



De entrada, su condición de secuela la hace forzosamente dependiente del film-madre, Terror en Amityville, por más que Fleischer se esfuerza –y, en muchos momentos, consigue– hacer algo distinto a lo logrado por Stuart Rosenberg, más allá del pago de peajes ineludibles como los inevitables planos generales de la famosa casa, realzando sus no menos célebres ventanales coronando su fachada a modo de “ojos” siniestros, o la escena en la que las moscas atacan a Clifford Sanders (John Harkins), provocándole un ataque cardíaco, que recuerda una escena muy similar de Terror en Amityville. Pero eso sería peccata minuta si no fuera porque El pozo del infierno se resiente, en sus líneas generales, de un poco estimulante guion, que echa mano de ideas sacadas de otras famosas películas de terror. Por ejemplo, las escenas en las que el Dr. Elliot West (Robert Joy) y su equipo estudian la actividad paranormal de la casa recuerdan las de Poltergeist (Fenómenos extraños) (Poltergeist, 1982, Tobe Hooper), estrenada tan solo un año antes, por más que el guion introduzca una novedad con respecto a Terror en Amityville y Amityville II: La posesión: aquí hay escenas que transcurren en los alrededores e incluso lejos de la casa –véase lo concerniente a los personajes de Melanie (Candy Clark) y Susan (Lori Loughlin), esta última la hija adolescente de los protagonistas del relato, John Baxter (Tony Roberts) y su exesposa Nancy (Tess Harper)–, impidiendo que toda la actividad paranormal se circunscriba al interior de la vivienda; pese a todo, se trata de un recurso poco aprovechado. También hace acto de presencia la consabida concesión adolescente, en forma de la pandilla de amigos de la citada Susan –entre los cuales encontramos, para más inri, a la insoportable Meg Ryan, en uno de sus primeros papeles–, lo cual da pie a una convencional secuencia de ouija resuelta sin particular convicción. Por no faltar, no faltan los irritantes “sustos” destinados a recordarnos que, efectivamente, estamos viendo un film de terror, como si el espectador sufriese de amnesia o tuviese memoria de pez, lo cual da pie a una secuencia completamente gratuita, la peor de la película: aquélla en la que la ya mencionada Melanie entra sola en la casa maldita de Amityville y, sintiéndose amenazada, a punto está de liarse a golpes con alguien que al final resulta ser Dolores (Josefina Echanove), una inofensiva limpiadora. Tampoco resulta convincente el clímax del relato, con una criatura monstruosa emergiendo del pozo y llevándose consigo al Dr. West, seguido de la destrucción total de la casa de la cual Baxter y Nancy logran sobrevivir por muy poco.



Pero hay una circunstancia añadida que contribuye a realzar un aspecto de El pozo del infierno que en el momento de su estreno estaba mal resuelto: su empleo del 3-D. Las actuales ediciones en Blu-ray de la película incluyen una versión en tres dimensiones realizada con las actuales técnicas estereoscópicas que demuestran que, viendo el film en perspectiva, Fleischer intentó hacer algo que el todavía rudimentario 3-D de 1983 le impidió llevar a cabo de forma adecuada: usar la imagen tridimensional con intención narrativa y/ o expresiva. Eso explica la planificación, a ratos agradablemente clásica, en ocasiones también muy convencional y algo insípida, que la convertía en una obra a contracorriente ya en el momento de su estreno, dado que Fleischer, buen conocedor del lenguaje del cine a esas alturas de su carrera, intenta en todo momento aprovechar el 3-D para reforzar la trama del film, con vistas a conseguir algo parecido a una atmósfera: el lento travelling lateral de derecha a izquierda de la imagen, alrededor de la casa de Amityville, en la escena nocturna con la que se abre la película, aprovechando la imagen tridimensional para resaltar las ramas de árboles y matorrales que confieren una cierta sensación de “incomodidad”, de malestar, a dicha imagen; los planos subjetivos, desde puntos de vista imposibles, con la cámara situada dentro del pozo, cuando Susan y su amiga Lisa (sí: es Meg Ryan) se asoman al mismo, o cuando lo hacen Baxter y Nancy en una posterior secuencia de pesadilla experimentada por el primero. En este sentido, y a pesar de que en El pozo del infierno hay muchos planos en los cuales el 3-D tiene un carácter meramente sensacionalista o espectacular –cf. las consabidas escenas de objetos acercados y/ o arrojados a la cara del espectador, o ciertas “apariciones monstruosas” que hacen otro tanto–, hay que reconocer que, en muchas otras ocasiones, el uso de la imagen estereoscópica por parte de Fleischer contribuye a reforzar notablemente la atmósfera fantástica del relato.



Es el caso, sin ir más lejos de la primera (y lograda) secuencia, en la cual el mencionado periodista John Baxter, personaje inspirado en el auténtico Stephen Kaplan, y su colaboradora, la también citada Melanie, asisten a una falsa sesión de espiritismo oficiada por Harold y Emma Caswell (John Beal y Leora Dana); la planificación de Fleischer aprovecha excelentemente el 3-D, de tal manera que las espaldas de los personajes sentados alrededor de la mesa, o el cirio situado a un extremo del encuadre que Harold Caswell enciende como parte de su ritual de engaño, confieren fuerza y densidad a las imágenes (de hecho, toda la película, incluso en sus peores momentos, está bien rodada). Otro momento notable en su utilización del 3-D es aquel en el que Baxter descubre el cadáver de Sanders, el hombre que acaba de venderle la casa maldita de Amityville donde Baxter piensa vivir tras haberse divorciado recientemente de Nancy: ya hemos mencionado cómo Sanders ha sufrido el ataque de las moscas en la habitación superior de la vivienda; Fleischer corta, pasando al momento en el cual Baxter regresa a la casa; éste oye un gemido y sube las escaleras; de repente, la mano de Sanders, que agoniza, entra dentro del plano en el que Baxter empieza a subir las escaleras hacia el segundo piso; Fleischer pasa de ahí a un nuevo plano del moribundo Sanders desde el punto de vista subjetivo de Baxter, tomado de tal manera que la mano de Sanders parece, gracias al 3-D, que “sale” de la pantalla. Acaso la utilización más truculenta de la imagen estereoscópica reside en la secuencia de la muerte de Melanie: su coche se estrella contra la parte trasera de una camioneta llena de tubos de metal; uno de ellos –gran efecto en 3-D– atraviesa el parabrisas del coche de Melanie, en dirección a la cámara, sin llegar, milagrosamente, a herirla; pero el milagro dura poco: de repente, el maletín, la ropa, el coche de la mujer se ponen, misteriosamente, a arder, y Melanie muere quemada viva; un hombre encuentra el coche de Melanie; el interior, lleno de humo, impide ver quién o qué hay dentro; al abrir la puerta, el esqueleto carbonizado de Melanie –nuevo efecto 3-D– se abalanza, grotesco, sobre el espectador…



Llama la atención que El pozo del infierno tenga en el personaje de Baxter al que posiblemente sea uno de los héroes más escépticos de la historia del fantástico: un periodista especializado en el descubrimiento de fenómenos paranormales fraudulentos a quien le cuesta mucho rendirse a la evidencia de que, efectivamente, lo sobrenatural existe. Personaje que contrasta, precisamente, con el del científico Dr. West, quien a pesar de ser un hombre de ciencia se revela como alguien mucho más abierto a la probabilidad de la existencia de lo inexplicable que su amigo: West le dice a Baxter que, aunque el 97% de los fenómenos paranormales resultan ser falsos, a él le llaman para que resuelva “el 3% restante”; incluso se llega a poner en boca de West una famosa frase del arquitecto e inventor Richard Buckminster Fuller, quien afirmó que “realidad” es la única palabra que habría que escribir siempre entrecomillada. Ese escepticismo es, precisamente, lo que impregna la que, sin duda, es la mejor y más hábilmente construida secuencia del film: la de la muerte, resuelta fuera de campo, de Susan: Nancy ve a Susan volviendo a la casa de Amityville empapada de pies a cabeza; la joven mira a su madre, sonríe enigmáticamente, no responde a sus preguntas y sube las escaleras, en dirección a su dormitorio; Nancy la sigue, hasta que Susan cierra la puerta detrás suyo; mientras tanto, paralelamente, Baxter descubre que el cadáver de su hija está siendo sacado en ese mismo instante del lago donde se ha ahogado… La convicción de Tony Roberts, Tess Harper, Candy Clark y Robert Joy contribuye sobremanera a la simpatía del resultado.


 

(1) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2009/12/avatar-visita-al-planeta-pandora.html

(2) Para no matar de aburrimiento al lector con un listado interminable de bodrios, le remito a la información aparecida al respecto, entre otras fuentes, en Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Works_based_on_the_Amityville_haunting