Aunque el escritor norteamericano Fred Saberhagen (1930-2007) es conocido, sobre todo, por su producción literaria dentro de la ciencia ficción –entre la cual destaca la serie de novelas y cuentos de la saga Berserker (1967-1992; en España fue publicada por Ediciones B)–, también lo es por sus novelas de terror, entre ellas las dedicadas al personaje de Drácula, sobre el cual escribió diez libros. Los dos más conocidos entre nosotros son los que he tenido ocasión de leer: La voz de Drácula (The Dracula Tape, 1975) y Sherlock Holmes-Drácula: El encuentro (The Holmes-Dracula File, 1978), ambos editados en España por Timun Mas en 1991 y 1992, siendo los restantes An Old Friend of the Family (1979), Thorn (1980), Dominion (1982), A Matter of Taste (1990), A Question of Time (1992), Seance for a Vampire (1994), A Sharpness on the Neck (1996) y A Coldness in the Blood (2002); salvo error del que suscribe, ninguno de estos ocho está publicado entre nosotros. A ellos hay que añadir una novelización de la película de Francis Ford Coppola Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker’s Dracula, 1992), escrita en colaboración con el guionista del film, James V. Hart, a partir del guion de este último, y publicada en España en 1993 por Plaza & Janés (1). A falta de conocer por mí mismo todos los libros de Saberhagen sobre Drácula, resulta evidente, tras la lectura de La voz de Drácula y, algo menos, de Sherlock Holmes-Drácula: El encuentro, que Hart tomó algunas ideas de estas dos novelas de Saberhagen para su libreto para la película de Coppola.
La voz de Drácula es una interesante y, a ratos, divertida relectura del Drácula de Stoker, de la cual se erige en un irónico contrapunto. Como bien saben los lectores de Drácula, Stoker construyó su magnífica novela a base de diarios y cartas escritos en primera persona por los principales personajes del libro, dándoles voz a todos ellos excepto a aquél en torno al cual gira la trama: el conde Drácula. Como apuntara José María Latorre, “es, sin ninguna duda, el personaje más consistente de la novela, y también el más atractivo, en cuanto es el único que existe más allá de los vulgares límites cotidianos. En “Drácula” existen, sin coexistir, dos mundos: el realista de la Inglaterra decimonónica y el irreal, esotérico, de un vampiro transilvánico que muere cada amanecer y resucita cada atardecer para amenazar el orden de aquél. La fuerza –inmensa fuerza– de la narración estriba en que el conde Drácula se presenta siempre al lector a través de la mirada de los otros: en sus cartas, diarios y apuntes de viaje; casi como una proyección de sus miedos y fantasmas interiores” (2).
Para los admiradores de la novela de Stoker, la lectura de La voz de Drácula puede ser una fuente de regocijo, puesto que Saberhagen sigue, paso por paso, la trama de Drácula pero narrándola en primera persona desde el punto de vista exclusivo del conde, quien utiliza una grabadora para testimoniar la historia que todos conocemos, o creíamos conocer, ahora exclusivamente bajo su perspectiva. De este modo, descubrimos que el auténtico propósito de Drácula no era el de extender la plaga del vampirismo más allá de su castillo en Transilvania propagándola en primer lugar por el Reino Unido, sino, por el contrario, demostrar a la humanidad de una vez por todas que vampiros y humanos pueden convivir, teniendo en cuenta que los primeros no necesitan forzosamente la sangre humana para alimentarse, pudiendo hacerlo con la de los animales. De hecho, cuando se presenta en su castillo para tramitar la compra de la abadía de Carfax, la intención de Drácula no es asustar a Jonathan Harker y vampirizarle, sino introducirle de manera paulatina en el conocimiento del modo de vida de los vampiros de cara a conseguir un aliado que defienda su causa. Si el experimento fracasa es porque Harker, además de ser un cobarde redomado, es alguien demasiado influenciado por todo lo que ha leído u oído de malo sobre los no-muertos y se niega a escuchar las explicaciones de Drácula.
A lo largo del relato, el conde da la vuelta a todos los acontecimientos narrados por Stoker: sin ánimo de ser exhaustivo, niega que les entregara un bebé a las vampiresas que viven con él en su castillo (en realidad, lo que les dio fue… un cerdito, percepción que Harker pasó por alto, reflejándolo equivocadamente en sus cartas a Mina); que asesinara a la tripulación del Deméter cuando navegó hasta Inglaterra; que fuera el responsable de la muerte de Lucy, a la que vampirizó, precisamente, para evitarle una muerte segura por culpa de las continuas transfusiones de sangre ordenadas por Abraham Van Helsing, llevadas a cabo en una época en la cual no se tenían en cuenta para nada los grupos sanguíneos; que Mina y él se enamoraron de verdad; y que, en su pelea final al pie de su castillo contra Van Helsing y su séquito –Harker, Jack Seward, Arthur Holmwood/Lord Godalming, Quincy Morris–, sencillamente, no murió…, ¡sino que hizo creer a todos que había sido destruido transformándose rápidamente en niebla!
En el film de Coppola, la idea de mostrar a Drácula (Gary Oldman) enamorado de Mina Murray/Mina Harker (Winona Ryder), porque ésta es la reencarnación de Elisabeta (Ryder again), su amada esposa en la época en la que todavía era Vlad III el Empalador y aún no se había transformado en vampiro –personaje el de Elisabeta que, por cierto, nunca había existido hasta su incorporación a la película de Coppola, ni históricamente ni en la ficción (3)–, y convertir la relación entre Drácula y Mina en una love story, ya había sido apuntada, antes que por Saberhagen, por el realizador William Crain en la producción blaxploitation Drácula negro (Blacula, 1972) (4); por tanto, antes de que lo hiciera Paul Naschy en la pintoresca El gran amor del conde Drácula (Javier Aguirre, 1973); no obstante, el tema del monstruo enamorado de la reencarnación de un viejo amor también se hallaba presente en la estupenda versión de Karl Freund de La momia (The Mummy, 1932). Pero no es menos cierto que Saberhagen apunta esta idea en La voz de Drácula, tanto si fuera de cosecha propia como si pudiera estar inspirada por el cine. Es más: profundiza en la love story entre Drácula y Mina, hasta el punto de que esta última es mostrada como alguien sinceramente enamorada del conde y deseosa de que la convierta en vampiresa para poder permanecer a su lado eternamente, cosa que si al final no se produce es como consecuencia de haberse quedado embarazada, se supone, de su marido, Jonathan Harker, con el que está recién casada y por el cual todavía siente un profundo afecto, a pesar de su devoción por su amante vampiro.
Pese a esa evidente influencia del trabajo de Saberhagen sobre el de Hart, el Drácula que retrata el primero, al menos, en La voz de Drácula y en Sherlock Holmes-Drácula: El encuentro, no es tan meloso como el presentado por Coppola. Asimismo, el retrato que ofrece la película de Van Helsing (Anthony Hopkins), Harker (Keanu Reeves), Seward (Richard E. Grant), Holmwood (Cary Elwes) y Morris (Bill Campbell) es sumamente antipático, algo que también está presente en la primera de sus dos novelas repetidamente citadas y, en parte, en la segunda, que se atreve incluso a convertir a Seward y Holmwood en los villanos de la trama. En La voz de Drácula, Van Helsing es presentado como un fanático religioso e intransigente, muy distinto del brillante hombre de ciencia abierto a lo paranormal retratado por Stoker. Harker, ya lo he mencionado, es para Saberhagen un cobarde, y Seward, Holmwood y Morris, poco menos que imbéciles, algo bastante patente en el film en lo que atañe a Seward (recuérdese la penosa escena de su tropezón) y Holmwood (ayudado, en no poca medida, por la pésima interpretación de Cary Elwes, tan mal actor como siempre).
Sherlock Holmes-Drácula: El encuentro, menos lograda que La voz de Drácula pero aun así sumamente agradable de leer, hace gala de una astuta construcción narrativa, consistente en alternar en esta ocasión el relato en primera persona del Dr. Watson, narrando un misterioso asunto que implicó a Sherlock Holmes nada menos que con el mismísimo conde Drácula, con una segunda narración en primera persona de un personaje amnésico que hasta bien avanzado el libro no se confirma que se trata del conde, aunque en más de un momento se insinúa. La idea más audaz, aunque quizá poco desarrollada pese a su atractivo, es la sugerencia de que Drácula y Holmes son ¡parientes lejanos!; sobre todo, en base al singular parecido físico entre ambos. Pero reaparece, si bien brevemente, el personaje de Mina, la cual sigue enamorada de Drácula y le ofrece su ayuda. Visto lo visto, no resulta de extrañar que el paralelismo entre las ideas desarrolladas por Saberhagen en sus novelas y por Hart en su libreto para la película de Coppola fuera tan estrecho que, al final, ambos escritores colaboraran en la elaboración de la novelización del film, en lo que puede verse un acto de reconocimiento de Hart de las ideas aportadas por Saberhagen o inspiradas en sus obras y su peso específico en una película que, como es bien sabido a estas alturas, pese a titularse Drácula de Bram Stoker, tiene de la novela original poco más que el título y la estructura.
La versión de Drácula de Bram Stoker de Saberhagen y Hart no es exactamente una novelización de la película, a la que no obstante sigue con cierta fidelidad, sino más bien una relectura del film, dándole una forma lo más novelizada posible, hasta el punto de que el libro acaba estando más cerca del original de Stoker que de las tesis de Hart, muy amigo de proporcionar una lectura freudiana a sus guiones. Si, en su guion para Hook (El capitán Garfio) (Hook, 1991, Steven Spielberg), nos mostraba a un Peter Pan (Robin Williams) adulto que, en el fondo, deseaba ser padre, y en su libreto para Contact (ídem, 1997, Robert Zemeckis) (5), a partir de la más que simpática novela de Carl Sagan, convertía el interés de contactar con vida extraterrestre de su protagonista, Ellie Arroway (Jodie Foster), en un anhelo por recuperar a su padre muerto (David Morse), su guion para Drácula de Bram Stoker es una demostración de que, en el fondo, el vampiro no es un ser malvado, sino un romántico enamorado que tan solo quiere recuperar a su difunta esposa tras haber conocido a Mina, la reencarnación de aquélla.
Contra todo pronóstico (hablo por mí), la novelización de Saberhagen y Hart es mucho más agradable de leer de lo esperado, hasta el punto de que me atrevería a afirmar que es superior al film, mejorando algunos de los puntos más débiles de este último. Por ejemplo, retoma el prólogo medieval ideado por Hart –y que, a juzgar por los primeros tráileres, parece ser que ha recuperado tal cual Luc Besson en su recentísima versión de Drácula (yo ya estoy temblando…)–, pero le da más consistencia: la muerte por suicido de Elisabeta (Elizabeth, en el libro), y la profanación del altar como paso previo a la transformación de Vlad en vampiro, están más desarrollados, por más que lo ideal hubiese sido su supresión. Aunque, al contrario que la de Stoker, la novela de Saberhagen-Hart está escrita en tercera persona, recupera puntualmente los relatos en primera persona de algunos personajes –sobre todo, de Harker, pero también, por ejemplo, del desdichado capitán del Deméter–, aun sin perder nunca de vista a Stoker (algo que, como ya hemos visto, Saberhagen había ensayado en La voz de Drácula). La aparición de las tres novias de Drácula es más sugerente en este libro que en la película. Otro aspecto del film que la novela mejora notablemente es la incoherente aparición de un Drácula transformado en hombre lobo que, recién desembarcado del Deméter en una noche de tormenta, irrumpe en el jardín de la familia Westenra y viola a una Lucy sedienta de sexo ante la mirada aterrorizada de Mina…, y sin que, al día siguiente, ninguna de las dos hable de lo ocurrido, como si tal cosa fuese lo más normal del mundo… Sencillamente, Saberhagen omite ese penoso episodio con elegancia. Por cierto, hablando de los Westenra, el libro recupera de la obra de Stoker a la madre de Lucy, la Sra. Westenra, completamente inexistente en la lectura de Coppola.
En líneas generales, y para no alargarnos, la novelización o, mejor dicho, novela de Saberhagen y Hart sigue la trama tanto de Stoker como la visualizada en la película, pero sin caer en ninguno de los histrionismos de esta última. El libro se ahorra las filigranas puramente visuales de Coppola en materia, por ejemplo, de planos encadenados –el “ojo” de la pluma de un pavo real que se encadena con el túnel de un tren, por tan solo citar uno–, y, como digo, pasa por encima de todos sus excesos: no está aquí la (tonta) escena en el castillo de Drácula en la que el vampiro se alza de su sarcófago cual Nosferatu de Murnau, reforzada con el efecto sonoro de un grito para “dar miedo” (sic); ni esa pincelada lésbica –Mina y Lucy se besan en la boca bajo la lluvia mientras, en paralelo, el Deméter avanza hacia las costas de Inglaterra–, que ni viene a cuento ni conduce a ningún lado; ni el plano onírico de la sangre que estalla, salpicando las paredes del dormitorio de Lucy, en la escena en la que Drácula la vampiriza definitivamente; ni el grito que profiere Van Helsing tras haber decapitado a las vampiresas y arrojado sus cabezas al abismo; ni los chillidos “a lo Núria Espert” de Mina –que en su momento comentara, divertido, José María Latorre–, mientras contempla, a lo lejos, al equipo de Van Helsing persiguiendo a caballo al séquito de gitanos que transporta el ataúd de Drácula casi llegando al pie de su castillo; ni, curiosamente, la decapitación del vampiro a manos de Mina: la joven le atraviesa el corazón con una espada pero no le corta la cabeza, ¿dejando una puerta entreabierta para una continuación? La novela, por cierto, también se ahorra las lágrimas: aquí Drácula no llora ni cuando ve por primera vez el retrato de Mina/Elisabeta/Elizabeth en el camafeo que Harker lleva consigo, ni cuando la muchacha le escribe que su historia de amor es imposible y se despide de él por carta, camino de su reencuentro con Harker en el continente para casarse con él. El tono es mucho menos melifluo que el del film, por más que no termine de desprenderse por completo de los defectos de este último, incapaz de volar mucho más allá de lo que le permiten sus límites como novelización que forma parte del merchandising de la película.
(1) La mayoría de los
datos de este párrafo están tomados de la página en inglés de Wikipedia
dedicada a Fred Saberhagen (https://en.wikipedia.org/wiki/Fred_Saberhagen) y de la página
web del mismo autor (https://www.berserker.com/).
(2) LATORRE, José
María. El cine fantástico. Libros Dirigido, Serie Mayor n.º 5.
Publicaciones Fabregat. Barcelona, 1987, págs. 77-78.
(3) Las esposas de
Vlad III fueron dos: una hija ilegítima de Juan Hunyadi (probablemente) y
Justina Szilágyi. Sin ir más lejos, véase la página española de Wikipedia
dedicada a Vlad el Empalador: https://es.wikipedia.org/wiki/Vlad_el_Empalador
(4) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2023/03/el-principe-de-las-tinieblas-africano.html