El merecido éxito comercial de la primera versión de La profecía (The Omen, 1976, Richard Donner) –borremos de la memoria el espantoso remake de 2006 dirigido (es un decir) por un tal John Moore–, que hizo más de 60 millones de dólares solo en los EE.UU. sobre un presupuesto de menos de 3 millones, animó a la 20th Century Fox a poner en marcha de inmediato una secuela. El resultado sería La maldición de Damien (Damien: Omen II, 1978). Con un presupuesto que duplicaba el de La profecía, 6.8 millones de dólares, y ante la imposibilidad de contar de nuevo con Richard Donner porque estaba enfrascado en la realización de Superman (ídem, 1978), el encargado de realizar la película fue el británico Mike Hodges –Asesino implacable (Get Carter, 1971), Flash Gordon (ídem, 1980)–, también coguionista del film acreditado como Michael Hodges, pero la lentitud de sus métodos de trabajo puso nervioso al productor Harvey Bernhard, quien le despidió sin miramientos, si bien bastantes escenas suyas quedaron en el montaje definitivo: las de la fábrica y la escuela militar, y la cena en la que la tía Marion (Sylvia Sidney) muestra su preocupación por Damien (Jonathan Scott-Taylor). Hodges fue sustituido por Don Taylor –Huida del planeta de los simios (Escape from the Planet of the Apes, 1971), La isla del doctor Moreau (The Island of Dr. Moreau, 1977), El final de la cuenta atrás (The Final Countdown, 1980)–, quien tenía fama de director rápido y resolutivo, y que firmó la película en solitario. La maldición de Damien funcionó por debajo de lo previsto –26.5 millones de dólares solo en los EE.UU.–, y frustró los planes de la Fox de hacer otra secuela protagonizada de nuevo por Jonathan Scott-Taylor.
Tras una secuencia que nos describe el trágico destino del arqueólogo Karl Bugenhagen (un no acreditado Leo McKern, único personaje y actor de La profecía que reaparecen aquí), suministrador de las dagas sagradas que, clavadas en el corazón de Damien, podrán acabar con el Anticristo, y que fallece, sepultado, junto a su amigo Michael (Ian Hendry), La maldición de Damien se desarrolla siete años después de La profecía. Damien es ahora un adolescente de 13 años que vive con su tío, Richard Thorn (William Holden, quien fue candidato a protagonizar La profecía antes que Gregory Peck), y la esposa de este, Ann (Lee Grant, quien aceptó de inmediato participar en este film porque era una ferviente admiradora de la película de Donner). Mientras Damien continúa su formación en una academia militar, una serie de misteriosas muertes volverán a hacer patente lo que ya se intuyó en la primera entrega: que Damien es el Anticristo profetizado por el Apocalipsis de San Juan.
La maldición de Damien es un film correcto y, sobre todo, bien interpretado, pero en el cual se echan muy en falta los atmosféricos resultados conseguidos en La profecía por su realizador, el excesivamente menospreciado Richard Donner. La maldición de Damien acusa un grave problema de guion: la evolución del joven Damien, quien al principio se resiste a aceptar su demoníaco destino para luego pasar a abrazarlo sin apenas transición, no resulta dramáticamente creíble, a pesar de la buena labor interpretativa del joven Scott-Taylor. No se entiende, por ejemplo, que Damien lea el Apocalipsis de San Juan por recomendación de uno de sus “guardianes humanos” al servicio de Satanás, el sargento Neff (Lance Henriksen), y en la escena siguiente ya esté mirándose en el espejo el número 666 que, grabado en su cuero cabelludo y escondido bajo el pelo, le identifica como el Anticristo. La mecánica realización de Don Taylor (y Mike Hodges) elimina toda atmósfera y cualquier poso trágico de la trama, en beneficio de las truculentas escenas de las muertes de quienes conocen o, sencillamente, interfieren en los planes del Diablo para su hijo: la de Bugenhagen y Michael del principio; el ataque al corazón de la anciana tía Marion; el cuervo que ataca ferozmente a la periodista Joan Hart (Elizabeth Shepherd); la muerte del viejo socio de Richard Thorn, Bill Atherton (Lew Ayres, en su último trabajo para el cine), atrapado bajo la capa de hielo que cubre un lago; el escape de gas tóxico que acaba con Pasarian (Allan Arbus); el cable del ascensor que secciona por la mitad al doctor Kane (Meshach Taylor); la muerte de Charles Warren (Nicholas Pryor), aplastado entre dos vagones de tren; y, en particular, la mejor y más dramática escena del film: la muerte del joven Mark (Lucas Donat), el primo de Damien, a manos de este último, después de que el Anticristo le haya suplicado que no le obligue a acabar con él.
La endeble recepción comercial de La maldición de Damien provocó que pasasen otros tres años antes del estreno de una tercera entrega, titulada en inglés The Final Conflict (1981) –también se la conoce como Omen III: The Final Conflict, para dejar bien clara su pertenencia a la franquicia–, porque, en esta ocasión, 20th Century Fox prefirió no utilizar el nombre de Damien en el título ya que, en su opinión, “daba mala suerte” (sic), si bien en España se tituló, explícitamente, El final de Damien. La desconfianza que la Fox tenía en esta nueva entrega la demuestra el hecho de que se rodó a lo largo de 1979 pero no se estrenó hasta 1981. Con un presupuesto inferior al que había tenido La maldición de Damien, 5 millones de dólares, y, tal y como había ocurrido con aquélla, tras habérsela ofrecido en primer lugar a Richard Donner –quien por aquel entonces andaba enfrascado en el rodaje de Superman II (ídem, 1980)–, El final de Damien fue confiada al realizador británico Graham Baker, quien ha desarrollado el grueso de su carrera en los Estados Unidos y que, a pesar de la mediocridad de su filmografía, cuenta en su haber con otro par de curiosas aportaciones al género fantástico: Impulse (1984) –emitida por televisión y editada en formato doméstico en España como Impulso infernal– y Alien nación (Alien Nation, 1988). El final de Damien recibió peores críticas que La maldición de Damien, aunque tampoco funcionó tan mal en la taquilla norteamericana, con 20 millones de dólares recaudados. El film es recordado, principalmente, por ser el primer papel protagonista en Hollywood de Sam Neill.
La interpretación que hace de Damien adulto el siempre excelente Neill es, precisamente, uno de los puntos fuertes de una secuela, por regla general, muy menospreciada. Es verdad, empero, que, en sus líneas generales, El final de Damien hace gala de una narración tan mecánica e impersonal como la de La maldición de Damien. Y, sin duda alguna, el tanto tiempo esperado clímax de la función, la destrucción del Anticristo, no está ni mucho menos a la altura de tanta expectativa (a pesar, insistamos, de la buena labor de Neill), dando pie a una secuencia final de exaltación católica, citas de la Biblia incluidas, que hasta la pacata censura franquista hubiese aplaudido a rabiar. Con todo, hay que reconocer, por otro lado, el notable esfuerzo del realizador Graham Baker por imprimir aquello que, en La maldición de Damien, Don Taylor y el no acreditado Mike Hodges no lograron llevar a cabo: la creación de algo parecido a una atmósfera fantástica. En este sentido, y contra todo pronóstico, hay en El final de Damien momentos, apuntes y fragmentos inquietantes: la aterrorizada mirada al espejo del embajador de los EE.UU. en el Reino Unido (Robert Arden), momentos antes de preparar su espectacular suicidio delante de la prensa; la gota de sangre de Damien que cae, como una lágrima, sobre el rostro de un Cristo crucificado de madera; la lograda secuencia de la cacería del zorro y el frustrado intento de asesinato de Damien en el puente a manos de dos sacerdotes armados con las dagas sagradas; o el encadenado de irónicas escenas que muestran el asesinato de los bebés, en una revisión actualizada de la matanza de los Santos Inocentes destinada a frustrar el Segundo Advenimiento del Nazareno.
Lo que más me sorprende de estas dos películas es lo diferente que es el uso de la violencia en ambas. "La maldición de Damien" es violenta de una forma casi disparatada, se acerca a los excesos de los slashers ochenteros. En cambio, "El final de Damien" es casi opuesta, la recuerdo muy pacata con la violencia, incluso en los momentos en teoría más "fuertes". Entre eso y lo kitch de las escenas religiosas finales me pregunto en qué estarían pensando sus responsables.
ResponderEliminar