Una de las anécdotas más famosas que
circulan alrededor de Esfera, la
novela de Michael Crichton publicada en 1987 en los Estados Unidos, es la que
afirma que James Cameron tomó ideas de ella a la hora de elaborar el guion de
su película Abyss (El secreto) (The Abyss,
1989), estrenada un par de años después. Cameron siempre ha negado esas
acusaciones, afirmando que su guion para Abyss
estaba escrito desde antes de que la novela de Crichton se editara. Puede ser
cierto, mas también es verdad que la trama del libro y el argumento del film de
Cameron tienen más de un punto de contacto. Ambas obras giran en torno al
descubrimiento de una nave extraterrestre en el fondo del océano, aunque en la
novela de Crichton dicho hallazgo se produce desde el principio del relato,
mientras que en el film de Cameron la confirmación del origen alienígena del
misterio que ronda a lo largo de toda la trama no se produce hasta los minutos
finales. Tanto en Esfera como en Abyss se producen sendas catástrofes en
las bases submarinas donde transcurren como consecuencia de huracanes, y sus
ocupantes quedan aislados en su interior, corriendo el riesgo de morir si no se
restablece el fluido eléctrico de la maquinaria que les abastece de aire y
calor. En un par de momentos de “suspense” de ambas, Norman Goodman, el
personaje protagonista de Esfera, y
Bud (Ed Harris), el protagonista masculino de Abyss, se ven obligados a bucear a pulmón libre alrededor de las
instalaciones. Y, en el clímax de ambos relatos, las naves extraterrestres
ocultas en las profundidades del mar acaban emergiendo, regresando al espacio
del cual procede en el caso de Esfera,
revelando su impresionante fisonomía sobre las aguas en el de Abyss.
Ahora bien, las notables diferencias
entre Abyss y Esfera, en este caso tanto la novela de Crichton como la adaptación
cinematográfica que llevó a cabo de la misma Barry Levinson en 1998, residen
sobre todo en el tono: Abyss es un
excelente film de aventuras, tenso y emotivo, en el cual el componente humano
está en todo momento por encima del aparato tecnológico que envuelve al relato;
en cambio, en Esfera (insisto: el
libro y el film), la fascinación de Crichton por la ciencia se encuentra en
primer término del relato, y Levinson la recoge fielmente en su película, que
por eso mismo resulta fría y desapasionada, “científica” y cerebral. Eso
explica, probablemente, la no menos gélida recepción que tuvo Esfera (Sphere, 1998) en el momento de su estreno en cines, respecto a
la cual también jugaron en su contra las inevitables comparaciones con el film
de Cameron, muy superior en todos los sentidos.
A pesar de todo, la película de Levinson
resulta menos despreciable de lo que suele afirmarse de ella, y sobre todo, bastante
superior a la otra adaptación de Crichton que hallamos en su carrera, la
horrible Acoso (Disclosure, 1994),
según la no menos horrenda novela homónima, aunque para poder apreciar Esfera en su justa medida sea necesario
reconocer previamente que ni la interesante idea que la sostiene es original (el
ingenio extraterrestre que hace realidad los pensamientos de las personas que
se acercan a ella), ni su resolución termina de sacar todo el jugo de dicha
idea, dada la corrección un tanto aséptica de la labor de Levinson tras las
cámaras. Mal que pese a los admiradores de Crichton, la idea de una fuerza
alienígena que proyecta el pensamiento humano y lo convierte en una realidad
material y tangible ya se encontraba enunciada, primero, en un estupendo
clásico del cine de ciencia ficción norteamericano de los cincuenta, Planeta prohibido (Forbidden Planet, 1956),
de Fred McLeod Wilcox; y, segundo, en la excelente novela de Stanislaw Lem Solaris, base de la homónima obra
maestra de Andrei Tarkovski de 1972 y del soporífero remake firmado por Steven Soderbergh en 2002. Y el film de
Levinson, un cineasta hoy bastante olvidado y que parecía moverse mejor en
relatos de pequeño o mediano formato (Diner,
Good Morning, Vietnam, Avalon, Liberty Heights), aún habiendo abordado con cierto éxito las
películas de grandes dimensiones (la nada despreciable Bugsy), acaba apoyándose excesivamente en los diálogos, lo cual va
en detrimento de una puesta en escena visualmente más atractiva, a pesar de que
cuenta en su favor con una buena fotografía de Adam Greenberg y unos excelentes
decorados de Norman Reynolds.
Sin embargo, esa misma tendencia a la
verborrea acaba siendo también uno de sus mayores atractivos, en el sentido de
que, cuando se estrenó, Esfera era
una especie de alternativa “adulta” al tipo de cine de gran espectáculo del
momento, ofreciéndose como una obra en la que lo reflexivo intentaba imponerse
sobre lo pirotécnico. Puede que Levinson no consiguiera hallar el punto de
equilibrio necesario entre el contenido, digamos, “científico” de los diálogos
(prácticamente extraídos de forma literal de la novela de Crichton) y un relato
de ciencia ficción más vibrante e imaginativo, siendo así que ya tenía en su haber
una buena aportación al género fantástico-aventurero, la excelente El secreto de la pirámide (Young Sherlock
Holmes, 1985); pero, a pesar de ello, considero que Esfera, aun siendo
un fracaso, cierto, es un fracaso digno, o dicho de otro modo, un buen intento
de hacer un espectáculo adulto.
Basta con ver al respecto la elección
del actor encargado de interpretar al psicólogo Norman Goodman, una estrella en
las antípodas del cine de acción al uso: Dustin Hoffman, con quien Levinson ya
había trabajado en la mediocre Rain Man
(ídem, 1988). La presencia de Hoffman, y el énfasis puesto en el contenido
científico-tecnológico de la novela de Crichton, hace que la película casi
parezca un film hecho contra las convenciones habituales del cine de ciencia
ficción: todo está contemplado de una forma tan lógica y racional que acaba
creando una distancia con el espectador, lo cual hasta cierto punto juega en
beneficio del substrato del relato. Dado que, tal y como se acaba descubriendo
en la resolución, las amenazas que sufren los personajes no son completamente
“reales”, sino el resultado de su imaginación desbordante, de sus pasiones
reprimidas y sus (malos) sentimientos ocultos, resulta coherente que la
película mantenga las distancias a la hora de visualizar los peligros que
acechan a los personajes (el ataque, fuera de campo, de un calamar gigante; las
medusas que abrasan a una de las tripulantes –Queen Latifah–; incendios,
inundaciones…), poniendo en cambio el énfasis en aquellos momentos en los cuales
el peligro brota directamente de la mente de los protagonistas: el mejor
momento del film, sencillo pero muy eficaz, es aquel en el que, por mediación
de diversos cortes de montaje, vemos la enajenación de Norman al darse cuenta
de que todas las estanterías de un armario están llenas de idénticos ejemplares
de la novela de Julio Verne 20.000 leguas
de viaje submarino, una de las obsesiones de su amigo y compañero de
aventuras Harry Adams (Samuel L. Jackson), lo cual proporcionará a Norman la
clave del misterio; también es destacable, en este sentido, el intento de
asesinato de Norman a manos de Elizabeth (Sharon Stone), inundando el laboratorio
donde previamente le ha encerrado: esta última cree de buena
fe de que Norman es el responsable de
todo lo ocurrido (aunque, en realidad, está enajenada por el poder mental de la
esfera extraterrestre); y la anticlimática resolución del relato, en la cual
Norman, Harry y Elizabeth, únicos supervivientes de la aventura, resuelven
emplear sus mentes para olvidar todo lo que ha pasado, conscientes de que la
humanidad no está preparada para recibir el inmenso regalo que les ofrece la
esfera: el poder de una imaginación sin límites.
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