Casi cuarenta años después de su
estreno, Nosferatu, vampiro de la noche
(Nosferatu: Phantom der Nacht, 1979) sigue siendo una de las más interesantes
películas de Werner Herzog, para el que suscribe el mejor cineasta de la
generación integrante de lo que fuera conocido como Nuevo Cine Alemán, y ello
se debe a numerosas razones, que intentaremos sintetizar del siguiente modo:
A) Su carácter de relectura del clásico de Friedrich Wilhelm Murnau en el
que se inspira, Nosferatu, el vampiro
(Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, 1922), y de la novela que a su vez inspiró
este último, Drácula, de Bram Stoker. A pesar de que, según parece, Herzog
efectuó en su momento la siguiente y muy desafortunada afirmación: ““Drácula” es una mala novela, una suerte de
compilación de todas las historias de vampiros conocidas en esa época”
(citado por José María Latorre en su libro El
cine fantástico. Publicaciones Fabregat, Serie Mayor núm. 5. Barcelona,
1987), lo cierto es que su nueva versión de Nosferatu,
el vampiro, y por ende de la obra maestra de Stoker, aporta nuevas e
interesantes variaciones al mito. Recordemos por enésima, millonésima vez, que
Murnau adaptó Drácula libremente y
cambiando los nombres de los personajes del libro a fin de no tener que pagar
derechos de autor. Casi sesenta años después, cuando ya es historia del cine la
fallida maniobra económica de Murnau (quien al final tuvo que hacer frente a
una demanda de Florence Stoker, viuda del escritor, e indemnizarla), Herzog pone
las cosas en su sitio, de manera que el conde Orlock de Murnau (el célebre Max
Schreck) vuelve a ser lo que siempre fue, esto es, el conde Drácula (aquí Klaus
Kinski). Jonathan Harker (Bruno Ganz) sigue siendo el ayudante de un abogado
enviado por su jefe al castillo de los Cárpatos donde vive el conde Drácula
para gestionar la compra por parte de este último de una vivienda en la
localidad germana de Wismar (y no en la británica de Withby, como en la
novela); además, Renfield, en el libro el predecesor de Harker en dicho encargo,
es aquí el jefe de este último (Roland Topor). En la versión de Herzog, Harker
está casado con Lucy (Isabelle Adjani): recordemos que, en la novela de Stoker,
su prometida y luego esposa es Mina, la cual en esta ocasión ocupa un rol mucho
más secundario (a cargo de la actriz Martje Grohmann); de este modo Herzog
respeta cierta tradición teatral que intercambia los nombres de Lucy y Mina,
justo al contrario que en el libro, acaso por influencia de la famosa obra de
teatro de Hamilton Deane y John L. Balderston que se encuentra en la base tanto
del Drácula (Dracula, 1931) de Tod
Browning como del Drácula (Dracula, 1979)
de John Badham (1).
Aparte de estas referencias/ variaciones
con respecto a Stoker, Nosferatu, vampiro
de la noche viene a ser una especie de antítesis estética del Nosferatu, el vampiro de Murnau. Ello no
solo se percibe en lo más obvio, esto es, la utilización del sonido y el color,
sino en la manera de concebir la estética general de la película con respecto a
la de Murnau. Sin ser una obra expresionista propiamente dicha, Nosferatu, el vampiro bebe
abundantemente del expresionismo imperante en la época en Alemania. Es una obra
estilizada cuya estética busca crear una atmósfera de tinieblas, a tono con la
corrupción y el hedor de muerte que acompaña a todas y cada una de las
apariciones del conde Orlock. Herzog no reutiliza las herramientas
expresionistas de Murnau, sino que más bien toma Nosferatu, el vampiro como referente dentro de una película en la
cual se combinan otras muchas referencias culturales, no solo cinematográficas,
sino también literarias y pictóricas.
Ello no obsta para que haya en Nosferatu, vampiro de la noche homenajes
explícitos a la obra maestra de Murnau, algunos tan claros como, por ejemplo, la
resolución de los momentos clave del relato: la secuencia en la que, a cientos
de kilómetros de distancia, Lucy llama a su marido como en sueños y consigue de
este modo detener a un estupefacto Drácula, que estaba a punto de beberse la
sangre de un aterrorizado Harker; el plano en contrapicado, con la cámara
situada en el interior de la bodega del barco, en el cual vemos a Drácula
paseándose por la cubierta del velero que le lleva hasta Wismar; el plano fijo
que describe la llegada de ese mismo barco al puerto de la ciudad, impulsado
por la corriente y con toda su tripulación muerta o desaparecida como
consecuencia de la sed insaciable del vampiro que viaja escondido a bordo;
algunos planos que muestran las andanzas nocturnas de Drácula, trasladando sus
ataúdes llenos de tierra transilvana y de ratas desde la bodega del velero
hasta la ruinosa mansión que ha comprado en el centro de la ciudad (destaca al
respecto la imagen, esta sí fuertemente expresionista, de la sombra del vampiro
proyectándose, gigantesca, sobre la fachada de la casa de Harker y Lucy); y la
propia resolución del relato, con Lucy ofreciéndose al vampiro hasta que la primera
luz del día aniquila a Drácula. Hay que anotar, asimismo, el recargado
maquillaje que luce Isabelle Adjani, que la hace parecer, casi literalmente, un
personaje de cine mudo incrustado en una película sonora; o, dicho de otra
manera, una figura en blanco y negro, representativa de un cine del pasado,
perfilada en un contexto cinematográfico en color y con sonido: un anacronismo.
B) Su carácter de compendio de referencias culturales. Ya hemos apuntado unas pocas: el
cine mudo y el expresionismo, en términos generales, y más específicamente, el Nosferatu, el vampiro de Murnau y el Drácula de Stoker, vistos aquí como
iconos culturales. Pero, desde luego, hay muchas otras. En este sentido, es
mérito de S.S. Prawer, autor de un interesante ensayo sobre el film de Herzog
publicado en la excelente colección de monografías del British Film Institute (Nosferatu: Phantom der Nacht. BFI Modern
Classics. Londres, 2004), el haber sabido establecer el carácter enciclopédico
de Nosferatu, vampiro de la noche,
que se adelanta así a posteriores trabajos calificados en este mismo sentido
como algunas películas de Peter Greenaway o, sin salirnos del ámbito del cine
de vampiros, el Drácula de Bram Stoker
(Bram Stoker’s Dracula, 1992) de Francis Ford Coppola. Para Prawer, el conde
Drácula interpretado aquí de manera muy estudiada y contenida por un notable
Klaus Kinski, responde en parte a una caracterización ya apuntada en el clásico
de Murnau, la idea de que el conde vampiro no es sino una representación en
negativo del propio Harker, su doble interior o, si se prefiere, su otro yo: su
doppelgänger. Ambos quieren a la
misma mujer, Lucy; en consecuencia, el vampiro reemplaza al marido; o,
expresado de otra forma, la esposa ve partir al amado esposo, y en su lugar
regresa un vampiro que anhela poseer su cuerpo y beber su sangre (por más que,
a diferencia de la versión de Murnau, aquí Harker consiga volver a su hogar
prácticamente coincidiendo con la llegada de Drácula a Wismar). Pero Herzog
añade a la caracterización del vampiro elementos propios del romanticismo
alemán, tales como el Sehnsucht (el
romanticismo entendido como un modo de vida) y el Angst (el sentido existencialista de la vida), convirtiendo a
Drácula en un vampiro melancólico que, para Prawer, contiene resonancias de las
obras de escritores románticos alemanes como Ludwig Tieck y E.T.A. Hoffmann.
En el terreno plástico, S.S. Prawer
detecta asimismo referencias a las pinturas de los también románticos Caspar
David Friedrich y G.F. Kersting en el tratamiento fotográfico. No es de
extrañar, en este sentido, que la música del film consista, asimismo, en una
amalgama formada por la partitura original compuesta por Popol Vuh, habitual
colaborador de Herzog, con temas adicionales de Florian Fricke y una selección
de fragmentos de obras de Charles Gounod, Vokal-Ensemble Gordela y, sobre todo,
Richard Wagner: el maravilloso preludio de Das
Rheingold que acompaña musicalmente determinadas secuencias del film
contribuye a reforzar su sentido: Wagner suena en momentos como la llegada a
pie de Harker al castillo de Drácula, el primer paseo nocturno del vampiro por
Wismar y en la conclusión del relato, la más importante modificación llevada a
cabo por Herzog con respecto a los originales de Murnau y Stoker, en la cual
Harker, prácticamente convertido en vampiro, desaparece cabalgando en el horizonte
tras haber afirmado: “Tengo muchas cosas
que hacer”. La música de Wagner y la belleza de las imágenes se combinan
aquí para expresar algo parecido al inicio de una nueva era, el comienzo de
algo trascendental y a la vez indescriptible mostrado, además, a través de una
deliberada estructura circular: al principio, como ya hemos señalado, es Harker
quien penetra en el mundo del vampiro, luego es Drácula quien arriba al mundo
de los seres humanos, y la película se cierra con Harker transformado en un nuevo
vampiro y partiendo hacia un horizonte abierto. No es de extrañar que Terrence
Malik también supiera apreciar ese carácter de creciente exaltación del
preludio de Das Rheingold y lo
utilizara con un sentido muy parecido en su extraordinaria El nuevo mundo (The New World, 2005).
C) Su carácter de exhibición de lo mejor del cine de Herzog. Nosferatu,
vampiro de la noche es, además de todo lo anterior, una obra muy personal y
característica de su autor, en la cual hallamos buena parte de sus mejores recursos
expresivos. Para no alargarnos en demasía, apuntemos ya de entrada su sentido
del paisaje natural, dentro del cual hay momentos de una gran belleza; no me
resisto a señalar, dentro de la ya mencionada secuencia del viaje de
Harker hacia el castillo del vampiro, esos maravillosos encuadres cámara en
mano, casi documentales, siguiendo al personaje por caminos sembrados de
túneles y caídas de agua, como invitando al espectador a participar, subjetivamente, en ese viaje de Harker
hacia el país de lo sobrenatural. Capacidad para retratar la naturaleza que
halla idéntica correspondencia en su forma, directa y realista, pero a la vez
sugerente y un tanto abstracta, de mostrar escenarios creados por la mano del
hombre. Tal es el caso, sin ir más lejos, de la inquietante secuencia cámara en
mano, sobre la cual se superponen los títulos de crédito, y que, a los sones de
la no menos tenebrosa partitura de Popol Vuh, nos muestra el terrorífico
interior de la cripta donde reposan las famosas momias de Guanajuato; o, en
particular, de ese espléndido momento, repleto de movimientos de cámara casi
coreográficos, en el que, tras despertarse al día siguiente, Harker recorre el
interior del castillo de Drácula, dándose cuenta de que está prisionero dentro
del mismo, y termina descubriendo el antiguo sarcófago donde el vampiro se
oculta de la luz del sol.
No cuesta ver en Nosferatu, vampiro de la noche esa mirada extraña hacia la rareza del mundo, característica de la obra de un
realizador que mira de frente la anormalidad que se aloja en el seno de lo que
se suele llamar “vida cotidiana”, aquí presente en el tratamiento frío y hasta
cierto punto distante de las escenas oníricas: véase al respecto cómo resuelve
las de la invasión de Wismar por las ratas; los momentos en los cuales vemos,
en grandes planos generales y en semipicado, el desfile de ciudadanos paseando
los ataúdes de las víctimas de la peste que han traído consigo Drácula y su
ejército de roedores; el momento en el cual unos apestados disfrutan de su
“última cena” en esa misma plaza, y la bella elipsis que muestra, poco después,
esa misma mesa sin nadie sentado a ella y cubierta de hambrientas ratas… Nosferatu, vampiro de la noche
contrapone de manera constante lo racional y lo onírico, decantándose
decididamente por esto último: basta con ver el tratamiento, aquí muy
secundario y más bien sarcástico, que se le da al personaje del cazador de
vampiros Abraham Van Helsing, convertido en un escéptico galeno (Walter
Ladengast) que, tras haber rematado a Drácula con el clásico estacazo en el
corazón… a continuación es detenido por la policía, acusado por Harker de
asesinato (¡).
excelente análisis, como siempre. por mi parte sólo añadir que, si mal no recuerdo, la música que acompaña el antológico y friedrichiano final es el Sanctus de la Misa de Santa Cecilia de Charles Gounod.
ResponderEliminarBuenos días, Miguel: Me alegro de que el artículo te haya gustado. Muchas gracias por tu puntualización musical. Saludos.
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