[NOTA PREVIA: AUNQUE DOY POR HECHO
QUE, A ESTAS ALTURAS, LA TRAMA DE ESTA PELÍCULA ES SOBRADAMENTE CONOCIDA,
ADVIERTO, DADO QUE SE TRATA DE UN FILM NO MUY ALEJADO EN EL TIEMPO, DE QUE EN
EL PRESENTE ARTÍCULO SE DESVELAN ASPECTOS FUNDAMENTALES DE SU ARGUMENTO.]
El truco final (El prestigio) (The Prestige, 2006) adapta la novela El prestigio, de Christopher Priest, publicada entre nosotros por
Minotauro. No voy a extenderme sobre esta última, por lo cual, aparte de
recomendar su lectura dado que se trata de un libro de gran calidad, me
limitaré a señalar algunas de sus chocantes diferencias respecto a la
adaptación cinematográfica urdida por Christopher Nolan en estrecha
colaboración con su propio hermano, Jonathan Nolan, este último cofirmante del
guion. Si, como en mi caso, se tiene ocasión de leer la novela después de haber
visto el film, la primera sorpresa que depara su lectura consiste en descubrir
que el libro sitúa la acción de sus primeros capítulos en época actual, momento
en que un descendiente del mago Alfred Borden (encarnado en la película por
Christian Bale) conoce a una descendiente de Robert Angier (Hugh Jackman, en el
film), y a partir de ese momento se reconstruye la historia de sus respectivas
familias y el odio que las enfrenta a raíz del primer enfrentamiento entre sus
respectivos tatarabuelos, el cual se remonta al Londres victoriano, espacio y
tiempo en los cuales se desarrolla el grueso de la película. Lo primero que
cabe preguntarse es: ¿por qué los hermanos Nolan decidieron no seguir fielmente
la excelente novela de Priest y, por el contrario, se atrevieron a darle un
nuevo enfoque? Puede haber muchas razones para ello, mas mi teoría particular al
respecto es que Nolan veía en el libro de Priest un pretexto para desarrollar
otra de sus elaboradas ficciones que juegan con el tiempo, el espacio y el,
digamos, desarrollo convencional de cualquier
relato al uso (planteamiento, nudo, desenlace), y quizá quiso jugar con las
expectativas de quienes ya conocían la novela, ofreciéndoles a cambio algo
diferente: una especie de juego de manos dirigido a los lectores del libro, de
tal manera que ni siquiera estos últimos estuviesen seguros de qué terreno
estaban pisando, poniéndolos en igualdad de condiciones respecto al espectador
del film que desconociese la novela.
El truco final (El prestigio), en sus líneas generales, se encuentra espiritualmente cerca
de Memento (ídem, 2000), con la que
coincide hasta cierto punto en su anhelo por experimentar con los mecanismos
convencionales de la narración cinematográfica. Si en esta última se trataba,
explicado rápidamente, de un relato contado “al revés”, cuya narración
“arranca” por el final y “concluye” por el principio, de tal manera que cada
nueva secuencia es la que precede a la que acabamos de ver, El truco final (El prestigio) opta por
una narrativa aparentemente más tradicional cuyo orden lineal, por así decirlo,
se va “rompiendo” mediante la inserción de una compleja serie de flashbacks que nos informan sobre el
pasado de los personajes y van añadiendo sutiles matices a los hechos narrados
“en presente”.
No es de extrañar, en este mismo
sentido, que el oficio de magos de los personajes protagonistas y, además, el contexto
en el cual se desarrolla el relato (el mundo del teatro de variedades con todo
su artificio), redunde en beneficio de una película en la cual prácticamente
todas y cada una de sus imágenes tienen un doble sentido o, como mínimo, un
sentido oculto o no evidente a simple vista, pero cuya doblez está puesta de
manifiesto en todo momento. Salvando las distancias, en El truco final (El prestigio) Christopher Nolan recurre a una
técnica similar a la empleada por M. Night Shyamalan, sobre todo en El sexto sentido (The Sixth Sense,
1999), en virtud de la cual la información necesaria para comprender la entraña
del relato está en todo momento a la vista del espectador, por más que no lo
parezca en primera instancia. En este sentido, El truco final (El prestigio) es uno de esos films que necesitan de
un segundo visionado para terminar de captar todas sus sugerencias, y además
tiene la no menos insólita particularidad de que, una vez revisada y con
conciencia del “truco final” al cual hace referencia su título español, se
revela a los ojos del espectador como una obra sutilmente distinta respecto a
la impresión dejada en su primer visionado; de una manera un tanto especial,
parece “otra” película.
Más que de ambigüedad (diccionario en
mano: cualidad de ambiguo; referido al lenguaje, que puede entenderse de varios
modos o admitir distintas interpretaciones; referido a una persona, aquélla
que, con sus palabras o comportamiento, vela o no define claramente sus
actitudes u opiniones), a la hora de hablar de El truco final (El prestigio) resulta más exacto hablar de
ambivalencia: condición de lo que se presta a dos interpretaciones opuestas. El truco final (El prestigio) es, por
tanto, un film ambivalente; y lo es con independencia de que sus personajes
puedan ser o adoptar en determinadas ocasiones comportamientos y actitudes
ambiguos. En particular, el de Olivia Wenscombe, la ayudante de mago
interpretada por Scarlett Johansson, la cual en un momento del relato juega a
cuatro manos con una misma baraja: ha sido inicialmente contratada por Angier
para ser, primero, su ayudante, luego su amante y más tarde su espía, fingiendo
que la ha despedido para que a continuación la contrate Borden, se gane su
confianza y, así, pueda robarle el diario donde tiene anotados todos sus trucos;
Olivia deviene también ayudante, amante y espía de Borden, quien sabe desde el
primer momento que Angier la ha enviado y acaba entregándole un falso diario; aquella
misma ambigüedad vuelve a estar favorecida nuevamente, como ya hemos apuntado,
por el contexto teatral, artificioso, que se erige en telón de fondo de la
trama.
La ambivalencia de El truco final (El prestigio) se
desarrolla, por tanto, en virtud de la fuerza que el realizador extrae de
gestos y miradas, de manera que cada uno de ellos sugiere más cosas de las que,
en principio, muestra o parece mostrar a simple vista. Los ejemplos abundan,
pero nos centraremos sobre todo en dos que resumen en esencia toda la película.
Durante uno de los primeros flashbacks,
asistimos al nacimiento de la rivalidad entre Angier y Borden, en principio por
culpa de un desgraciado accidente: la joven esposa de Angier, Julia (Piper
Perabo), llevaba a cabo un número de escapismo dentro de un tanque lleno de
agua; Borden insiste en que el número puede mejorarse, y propone atar las
muñecas de Julia con un nudo especial, algo que Cutter (Michael Caine), el
ingeniero que trabaja para ambos magos, desaconseja, dada la dificultad de
desatar dicho nudo bajo el agua; una noche, Julia lleva a cabo su número de
escapismo; ella y Borden cruzan, por un segundo, una mirada de conformidad
entre ellos (o, mejor dicho, algo que
parece una mirada de conformidad) en el momento en que el segundo ata las
muñecas de la primera; resultado: Julia no consigue desatarse y, antes de que
Cutter rompa el duro cristal del tanque con su hacha, muere ahogada. A partir
de ese momento, Angier culpa directamente a Borden de la muerte de su mujer,
convencido de que la ató con un nudo imposible de deshacer. Durante el funeral
de Julie, Angier interpela a Borden, preguntándole qué clase de nudo hizo, y
Borden contesta, convencido: “No lo sé…”.
Naturalmente, a simple vista parece que Borden está contestando así tan solo
para excusarse; pero, en la práctica, como se descubre al final del film, sabremos que está diciendo la verdad:
que no sabe qué nudo le hizo a Julia porque, sencillamente, él no lo hizo… sino
su hermano gemelo: su “truco final”.
Yendo más lejos, cuando Angier,
cegado por su odio vengativo hacia Borden, se propone descubrir cómo este
último lleva a cabo el truco conocido como El Hombre Transportado, se niega a
escuchar a Cutter cuando este último le dice que, en su opinión, Borden
sencillamente utiliza “un doble”.
Dicho de otro modo: cuando Borden contesta a la pregunta de Angier “No lo sé…”, o cuando Cutter afirma que
lo que hace Borden es usar “un doble”,
dichas respuestas son ambivalentes: van dirigidas tanto a los personajes entre
sí como, asimismo, al propio espectador de la película, al cual se le está
diciendo de este modo lo que realmente
ha ocurrido, por más que ello no sea evidente a simple vista: que el Borden que
contesta a Angier quizá no es el
mismo que ató las muñecas de Julia (porque hay “otro Borden”), y que Borden quizá usa un doble para su truco del
Hombre Transportado (su oculto hermano gemelo). O sea, los personajes están
diciendo la verdad sobre lo ocurrido, pero en ese punto del relato el
espectador se siente más identificado con Angier, cuya joven y bonita esposa
hemos visto morir estúpida y trágicamente, y mucho menos con Borden, quien es
presentado como alguien más bien oscuro y antipático que en ocasiones trata a
su propia mujer, Sarah (Rebecca Hall), con una rara frialdad. Extraña conducta
que, como también se desvela al final del relato, forma parte de su misma
ambivalencia: hay ocasiones en las cuales Sarah le reprocha a su marido que,
cuando le dice que la quiere, no siempre suena “de verdad”; naturalmente, ello tiene su razón de ser en que su marido
no siempre es quien aparenta…
Otro ejemplo de la apasionante
ambivalencia del relato reside en su curioso contrapunto más o menos
científico. Está, por un lado, el relieve del personaje de Cutter, quien como
ingeniero a las órdenes de los magos que le contratan conoce a la perfección
sus secretos: él sabe a ciencia cierta, por ejemplo, que el canario que
desaparece dentro de la jaula que, aparentemente, se desvanece debajo de un
pañuelo, no es el mismo que luego “reaparece” a los ojos del público, sino que
en realidad está muerto: aplastado y oculto bajo el doble fondo de la mesa
donde reposa la jaula. También resulta atractiva la incorporación al relato del
personaje real del científico Nikola Tesla (David Bowie), el cual al principio aparece
llevando a cabo experimentos eléctricos inspirados en los auténticos llevados a
cabo por el verdadero Tesla para acabar, paradójicamente, construyendo el invento imposible que permitirá a
Angier superar el truco del Hombre Transportado de Borden, con funestas
consecuencias. Resulta aterradora la conclusión del relato, con Borden siendo
ajusticiado en la horca, falsamente acusado del asesinato de Angier, mientras
su hermano gemelo (su “truco final”) ajusta las cuentas con este último,
matándolo de verdad en un tenebroso
decorado donde reposan los efectos directos del odio y la ambición ciega de
Angier: los cadáveres de sus propios dobles, creados cada noche por la máquina
de Tesla durante su espectáculo de magia, y cuyo cruel destino es morir
ahogados –como Julia– dentro de los tanques de agua preparados al efecto.
Reconozco que es una película que me gusta más ahora que la primera vez que la vi pero tiene un defecto (para mí, claro) que a veces tienen también el resto de películas de Nolan: la frialdad. Además, me dala sensación de que Nolan trata de "tomar partido" por uno de ellos (Bale) cuando ambos resultan antipáticos.
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