[ADVERTENCIA:
EN EL SIGUIENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTA PELÍCULA.] El arranque de Godzilla
vs. Kong (ídem, 2021) es relativamente pintoresco. Esa primera secuencia se
abre con una imagen en plano general de Kong, el mítico gorila gigante, tumbado
en el suelo, descansando; la imagen tiene algo de extraña y un mucho de ingenua:
extraña, porque es el punto de partida de lo que se anuncia (y, de hecho, es):
una monster movie rebosante de acción y efectos visuales, repleta de
ruido y furia, y que, en cambio, empieza mostrándonos una estampa pacífica y
reposada del célebre titán creado por Ernest B. Schoedsack, Merian C. Cooper y
Edgar Wallace, que contrasta profundamente con el espectáculo frenético y
desatado que vendrá a continuación; e ingenua, porque la misma imagen guarda
ecos de la tradición no menos naíf y en ocasiones infantilizada del kaiju-eiga,
en la cual se presentaba a los monstruos de una manera clara, directa y sin
florituras. Una imagen, por tanto, que nos indica que Godzilla vs. Kong
va a ser/ es una película que se encuentra a medio camino entre el blockbuster
hollywoodense à la page y la vieja tradición del cine de monstruos
gigantes de la cinematografía japonesa.
La
secuencia de apertura se cierra con un golpe de efecto: Kong arranca un árbol,
le quita las ramas, convirtiéndolo en una especie de tosca lanza, y lo arroja
contra el cielo; la lanza improvisada se clava en un “falso cielo”, en realidad
el techo de una proyección virtual que forma parte del gigantesco domo que
ahora cubre la totalidad de la Isla Calavera, el hogar de Kong, convirtiéndolo
en prisionero de una corporación llamada Monarch, después de que, se dice, un
huracán acabara con la mayor parte de la vida de la isla, exceptuando a Kong, a
algunos monstruos… y a Jia (Kaylee Hottle), una niña sordomuda, única
superviviente de la tribu de indígenas que vivía en el lugar y el único ser
humano capaz de establecer una comunicación, mediante signos, con el gorila
gigante (en lo que puede verse una variante, en este caso silenciosa, de las Shobijin:
las populares gemelas diminutas que, con sus cantos, anunciaban/ acompañaban
las apariciones de la mariposa gigante Mothra). Resulta obligado mencionar aquí
que Godzilla vs. Kong no es solo un remake o reboot o como
lo quieran llamar de King Kong contra Godzilla (Kingu Kongu tai Gojira,
1962, Ishiro Honda) (1), sino también la más reciente entrega (está
previsto que haya más) del MonsterVerse: el “universo” de films de monstruos
gigantes o titanes que produce Warner Bros., formado hasta la fecha por la
nueva e interesante versión de Godzilla (ídem, 2014), de Gareth Edwards (2),
y proseguida por la aceptable Kong: La Isla Calavera (Kong: Skull
Island, 2017, Jordan Vogt-Roberts) (3) y por Godzilla: Rey de los
monstruos (Godzilla: King of the Monster, 2019, Michael Dougherty) (4),
una película bastante mejor de lo que se dijo en su momento. Recordemos que Kong:
la Isla Calavera transcurría en el año 1973, mientras que Godzilla vs.
Kong lo hace en la actualidad, situando su trama justo a continuación de
donde acababa Godzilla: Rey de los monstruos, de la cual recupera un par
de personajes: la joven Madison Russell (Millie Bobby Brown) y su padre, Mark
Russell (Kyle Chandler).
Estos
dos mencionados en último lugar son, por otro lado, parte de lo peor de Godzilla
vs. Kong, sobre todo Madison, a cargo, como he dicho, de la joven estrella
de Stranger Things, que ya está empezando a ponerse pesada con su coyuntural
imagen fashion, la cual no hace sino malograr sus buenas prestaciones
como actriz. Como digo, toda la subtrama centrada en los personajes de Madison,
su amigo el científico “conspiranoico” Bernie Hayes (Brian Tyree Henry) y su
condiscípulo nerd Josh (Julian Dennison), y sus pesquisas destinadas a
averiguar el porqué de los repentinos y aparentemente injustificados nuevos
ataques de Godzilla, y que culminan en el hallazgo de la construcción del
Mechagodzilla, es total y absolutamente prescindible: una manera gratuita de
quemar minutaje con vistas posiblemente a darle al asunto, horror, un “toque
juvenil”, y que caso de haber desaparecido no hubiese perjudicado para nada al
film. Al balance de lo negativo hay que añadir que el resto de personajes que
pueblan la ficción tampoco aporta nada particularmente relevante: ni la ya citada
Jia, destinada a establecer un vínculo humano y sentimental con un Kong que,
ante ella, es más bueno que el pan (por si alguien lo dudaba, la escena en la
que la niña y el titán se tocan con la punta de sus dedos remite a E.T., el
extraterrestre); ni Ilene Andrews, la científica que estudia a Kong y adoptó
a Jia tras la muerte de su familia (a pesar de que corra a cargo de la
estupenda Rebecca Hall); ni Nathan Lind (Alexander Skarsgard), el científico
que posee la clave para resolver el entuerto, presentado con todos y cada uno
de los tópicos del “sabio despistado”, y que vive el predecible conato de
atracción amorosa hacia Ilene, por más que sea de agradecer que, en este caso,
el film no pierda el tiempo en dicha convención; ni los previsibles villanos a
cargo de Demián Bichir y Eiza González. Lo mejor de Godzilla vs. Kong
hay que hallarlo en otra parte. No en la impersonal puesta en imágenes de Adam
Wingard, cineasta curtido en el cine de terror de bajo presupuesto y en el thriller
más o menos insano –Una manera horrible de morir (A Horrible Way to Die,
2010), Tú eres el siguiente (You’re Next, 2011), The Guest (ídem,
2014), Blair Witch (ídem, 2016), Death Note (ídem, 2017), sus sketchs
para V/H/S 1 & 2 (2012-2013) y The ABCs of Death (2012)–,
aquí ascendido a la “Serie A” por la vía del encargo, por más que hay que
reconocer, como a continuación veremos, que el hecho de tratarse de un
realizador acostumbrado a hacer cine fantástico redunda en los mejores momentos
de Godzilla vs. Kong.
Si por algo se salva la película de la quema es por la brillantez visual de determinadas ideas, imágenes y momentos. Por la recuperación, siquiera parcial, del rol de “villano” de Godzilla, en homenaje a sus orígenes fílmicos en el terreno del kaiju-eiga, por más que dicha villanía acabe justificándose por un giro de guion: el Godzilla rediseñado para el MonsterVerse es tan antipático como inquietante. Por el brillo esporádico de la primera gran secuencia de combate de ambos titanes en alta mar, en la cual, en medio de la habitual orgía de CGI y montaje corto, brotan instantes atractivos como la mano gigante de un Kong sedado y encadenado sobre la cubierta de un carguero acariciando las olas; el instante de “suspense” que se produce cuando, como consecuencia del ataque de Godzilla, el carguero vuelca y se pone boca abajo, cual nuevo Poseidón, amenazando con ahogar a un Kong que sigue encadenado al navío; o la escena posterior en la que, consciente de que esa es la debilidad del gorila gigante, Godzilla está a punto de ahogarlo arrastrándolo hacia el fondo del océano. Por el atractivo bloque de escenas que giran alrededor del descubrimiento y exploración del mundo subterráneo conocido como la Tierra Hueca: un inesperado homenaje a Jules Verne, que siempre se agradece, en el que destacan escenas como la del traslado de un narcotizado Kong por los aires vía helicópteros –que remite a una famosa escena muy similar de King Kong contra Godzilla–; las dudas de Kong ante la entrada del túnel que conduce a la Tierra Hueca, que por su escenario antártico evoca otro famoso kaiju-eiga con el gorila gigante de por medio, King Kong se escapa (Kingu Kongu no gyakushû, 1967, Ishiro Honda); el plano de Kong irrumpiendo en la caverna de sus antepasados, en un encuadre tan abierto que convierte al gigantesco gorila en un ser diminuto; la escena en la que, hacha en mano, Kong se sienta en el trono… Lástima que el rápido montaje de las escenas de acción impida disfrutar como es debido de la mágica escenografía de la Tierra Hueca, o que minimice detalles como la aparición de los grifos, seres mitológicos aquí desaprovechados. Asimismo, no deja de resultar chocante que la película pase absolutamente por encima de una delicada cuestión: los miles de muertos y heridos provocados por el ataque de Godzilla a Pensacola, California, o por el posterior, ya mencionado, que lleva a cabo contra la flota que escolta el transporte de Kong, o la apocalíptica batalla final de Kong contra Godzilla y luego de ambos contra el Mechagodzilla en Hong Kong, en la línea de los films de la franquicia Transformers o de las anteriores entregas del MonsterVerse. ¿Puede entenderse como la adopción del punto de vista de los titanes, criaturas fabulosas que –tal y como ya se apuntaba en Godzilla: Rey de los monstruos– tienen el poder de convertirnos en sus mascotas?
(1) https://elcineseguntfv.blogspot.com/2021/04/elproximo-12-de-junio-se-cumplen-cien.html
(2) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2014/05/imagenes-de-actualidad-de-junio-2014-ya.html
(3) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2017/03/la-isla-de-los-monstruos-kong-la-isla.html
(4) http://elcineseguntfv.blogspot.com/2019/07/dirigido-por-julio-agosto-2019-la-venta.html
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