[ADVERTENCIA: EN EL SIGUIENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTA PELÍCULA.] Sea cierto o no que el planteamiento de Nosotros (Us, 2019) está inspirado en el argumento de un episodio de Perdidos en el espacio (Lost in Space, 1965-1968), titulado The Anti-Matter Man (Sutton Roley, 1967) –punto de partida que, si me apuran, guarda ecos de otro de Star Trek (ídem, 1966-1969): The Enemy Within (Leo Penn, 1966), con guion de Richard Matheson (1)–, lo cierto es que la temática de los doppelgängers o “dobles maléficos” tiene una amplia tradición literaria y cinematográfica que no vamos a repasar aquí y ahora. Como ya ocurría en el anterior largometraje como guionista y realizador de Jordan Peele asimismo inscrito en los márgenes del cine de terror, el interesante aunque excesivamente celebrado Déjame salir (Get Out, 2017) –y, como suele ocurrir, sospecho que este último fue mejor recibido de lo habitual dentro del cine fantástico contemporáneo gracias a su “contenido antirracista” que por sus intrínsecos méritos fílmicos–, Nosotros parte de una premisa atractiva que, no obstante, va diluyendo su interés a medida que avanza.
La aproximadamente primera hora de metraje de sus 116 minutos es, sin duda, la más conseguida. Hay una primera secuencia interesante y bastante lograda: nos hallamos en un parque de atracciones de Santa Cruz, California, en el año 1986; es de noche; una niña, Adelaide (Madison Curry), se aleja de la vista de sus muy despistados padres (por más que, lo adelanto, dicho despiste luego tiene una justificación argumental), baja hasta la playa y se interna en una “casa de los espejos”, donde tendrá un terrorífico encuentro con otra niña exactamente igual que ella… Corte: pasamos a la actualidad, por más que sabemos que, más temprano que tarde, esa primera secuencia “inexplicable” reaparecerá más adelante en el devenir del relato, en una construcción narrativa que, con independencia de que esté bien construida, que lo está, no puede ser más convencional. Adelaide es, ahora, una mujer adulta (con los rasgos de la excelente Lupita Nyong’o), casada con Gabe (Winston Duke) y madre de dos hijos, la adolescente Zora (Shahadi Wright Joseph) y el pequeño Jason (Evan Alex), y está de vacaciones con los suyos. A Adelaide le inquieta la idea de su marido de ir a la playa de Santa Cruz para encontrarse con unos amigos, pues, se dice, todavía no ha superado el trauma vivido de niña aquella noche en la “casa de los espejos” del cual, no obstante, no recuerda nada con precisión. Tras una serie de pequeños incidentes destinados a ir creando “mal ambiente” –un disco de juguete provoca una extraña desazón en Adelaide; la protagonista se asusta cuando cree que Jason se ha perdido en la playa o ha podido ser secuestrado, cuando tan solo ha ido al baño; el niño ve a un hombre misterioso en la playa cuya mano está sangrando…–, esa misma noche se produce uno de los puntos culminantes del relato: cuatro desconocidos, que no son sino sus “dobles malvados”, se presentan en su casa y les atacan…
A lo expuesto hasta aquí hay que añadir un par de datos más. El primero, un rótulo introductorio que nos explica –sea cierto o no– que por todos los Estados Unidos existe una gigantesca red de galerías subterráneas utilizadas para diversos fines en el pasado y que en la actualidad se encuentran abandonadas. Como información puede tener su interés, pero, en el contexto de relato fantástico de Nosotros, el dato contribuye, más bien, a empobrecer la trama, en aras de la consabida vieja idea de la “explicación racional”. Lo mismo ocurre cerca del final cuando la “doble maléfica” de Adelaide –que en los títulos de crédito figura como “Red”, por más que en ningún momento se la llame así– le explica a la protagonista que las inquietantes personas que viven ocultas en las galerías que hay debajo de Santa Cruz y de todo el resto del país, Los Ligados, no son sino el resultado de determinados experimentos genéticos que fueron abandonados a su suerte allí, hasta el día en que aquéllos, hartos de su encierro, decidieron salir “arriba”. Eso explica no ya todo el sentido global de la trama como, en particular, la desconcertante respuesta que Red le da a Adelaide cuando esta le pregunta quiénes son ella y los que la acompañan: “somos americanos”. La idea está bien, pero su planteamiento y desarrollo no son todo lo sugestivos que debieran, dándose de nuevo la impresión de que lo que plantea Nosotros está por encima del cómo lo plantea.
No se puede negar la habilidad de Peele para las escenas de “suspense”, algo que brilla, sobre todo, en los primeros momentos del asalto de los doppelgängers de la familia protagonista a su vivienda, por más que el resultado esté, a mi entender, por debajo del nivel de tensión y de abstracción logrado por Bryan Bertino en su superior Los extraños (The Strangers, 2008). Pero incluso esa esporádica brillantez se diluye cuando el relato abandona momentáneamente a Adelaide y los suyos para centrarse en la familia de amigos de los protagonistas formada por Kitty (Elisabeth Moss), su marido Josh (Tim Heidecker) y sus hijas gemelas Becca y Lindsey (Cali y Noelle Sheldon), los cuales perecen asesinados a manos de otros cuatro Ligados idénticos a ellos: el plano general de su vivienda de paredes acristaladas, coreografiado de tal manera que vemos a los cuatro desdichados pereciendo acuchillados por los malvados doppelgängers es excelente; pero dicha matanza da pie a un largo e innecesario fragmento posterior, en el cual Adelaide y su familia buscan refugio en la misma casa de sus amigos y se ven obligados a enfrentarse a Los Ligados que han asesinado a aquéllos y ahora les reemplazan en la posesión de dicha vivienda. Peele desaprovecha las posibilidades de la situación planteada, en beneficio de un puñado de secuencias slasher que nada aportan al desarrollo de la trama –salvo el consabido numerito histriónico a cargo de Elisabeth Moss haciéndose “la loca” ante un espejo, cual versión contemporánea de Bette Davis–, cuya supresión hubiese beneficiado a una función que peca, asimismo, de excesivamente alargada.
De hecho, hay momentos en los que Peele estropea él mismo algunas buenas ideas de puesta en escena, o, dicho de otro modo, él mismo acaba arrojando piedras sobre su propio tejado. Por ejemplo, en la ya mencionada primera secuencia nocturna de la feria y el “salón de los espejos”, Peele planifica diversos momentos de aquélla desde la perspectiva subjetiva de la pequeña Adelaide, insertando planos desde su punto de vista de las personas que están a su alrededor divirtiéndose en el parque de atracciones. Más adelante, cuando llegue el momento de las “grandes revelaciones” del relato, descubriremos que aquellos insertos de personas en el parque de atracciones eran, en realidad, insertos de los dementes ocupantes de la galería subterránea que hay debajo de Santa Cruz, y que, indican por tanto, que Adelaide ya estuvo allí… Más allá de un giro final destinado a cerrar la película con elevadas dosis de inquietud y ambigüedad –el descubrimiento de que Adelaide y Red intercambiaron sus vidas desde la infancia: Red secuestró a Adelaide en el “salón de los espejos”, intercambió su ropa con ella y la reemplazó ante sus padres, condenando a la auténtica Adelaide a vivir entre Los Ligados y a convertirse en la desquiciada Red adulta…–, el recurso a un montaje en paralelo para mostrar breves flashbacks que visualizan los recuerdos en alternancia de Adelaide y Red acaba siendo pesado y reiterativo en momentos como, por ejemplo, los cortos flashbacks que nos muestran a Adelaide y a Red haciendo ballet. Nosotros es un ejemplo evidente de buena película malograda: lo que se anuncia como una atractiva digresión sobre la naturaleza dual del ser humano acaba siendo un cuento de miedo bien engrasado que no termina de apurar casi ninguna de sus posibilidades.
(1) Me extendí sobre el mismo en una de mis contribuciones al volumen Richard Matheson. Maestro de la paranoia, coordinado por el amigo Sergi Grau (Gigamesh, 2016): http://elcineseguntfv.blogspot.com/2016/10/richard-matheson-el-maestro-de-la.html
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