[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] Si tuviera que elegir, ahora mismo tendría dificultades para
decidir qué es peor: si las películas que el cine norteamericano de estos
últimos años ha dedicado a la Guerra de Iraq, o las que ha centrado sobre la
actual crisis económica internacional. Probablemente, en el supuesto de que
fuera necesario hacerlo, me decantaría por las primeras, y no porque me
entusiasmen, sino porque al menos han proporcionado una obra maestra al cine: El francotirador (American Sniper,
2014), de Clint Eastwood (1). No
puedo decir lo mismo de las segundas: dejando aparte los documentales, pues me
estoy refiriendo exclusivamente a films de ficción, acaso me quedaría con Margin Call (ídem, 2011, J.C. Chandor),
y aun así con reparos, pues sin ser una mala película está lejos, muy lejos de
ser un gran film. Con todo, me parece preferible a La gran apuesta (The Big Short, 2015), coescrita y dirigida por
Adam McKay y que, lo digo de entrada, me parece una buena oportunidad perdida,
pues si bien es verdad que se trata de una película con un planteamiento
interesante, al menos en teoría (esto es, a nivel de guion, que a pesar de todo
tampoco es una maravilla, como luego veremos), su realidad práctica (su puesta
en escena) me parece un completo desastre.
No he tenido el gusto de ver las comedias dirigidas
por Adam McKay, pues la prudencia me aconsejó no hacerlo, si bien no falta
quien comenta maravillas de El reportero:
La leyenda de Ron Burgundy (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, 2004), Pasado de vueltas (Talladega Nights: The
Ballad of Ricky Bobby, 2006), Hermanos
por pelotas (Step Brothers, 2008), Los
otros dos (The Other Guys, 2010) y Los
amos de la noticia (Anchorman 2: The Legend Continues, 2013). Pero si, como
dicen algunos de esos maravillados, La
gran apuesta es su mejor película hasta la fecha, creo que seguiré sumido
en esa ignorancia al menos durante una larga temporada. Vuelvo a insistir en
que, a priori, el planteamiento de este film no es en absoluto malo; por el
contrario, está lleno de posibilidades, y de hecho las apunta todas, por más
que a mi entender no desarrolla ninguna con la suficiente creatividad.
Básicamente, La gran apuesta consiste
en la reconstrucción dramatizada del origen y el estallido de la actual crisis
económica, que tuvo lugar en los Estados Unidos y no tardó en propagarse al
mundo entero, narrada desde la perspectiva de cuatro personajes: el experto
financiero Michael Burry (Christian Bale), personaje real que predijo,
desgraciadamente con acierto, el estallido de la burbuja inmobiliaria
norteamericana, esto es, la fragilidad de un mercado de bienes raíces (bienes inmuebles)
sostenido sobre la base de una serie de hipotecas-basura que, tan pronto como
quedaran impagadas, acarrearían el hundimiento de todo el mercado inmobiliario,
como así ocurrió; el agente de Wall Street Mark Baum (Steve Carell), basado a
su vez en el personaje real de Steve Eisman, quien al frente de su equipo de
colaboradores se asoció con el tercer gran personaje de la intriga, el bróker
Jared Vennett (Ryan Gosling), un trasunto del auténtico Greg Lippmann, de cara
a conseguir lo que Burry intentó pero no logró, esto es, sacar tajada de la inminente
crisis mediante una compleja operación de compra y venta de activos “dañados”;
y Ben Rickert (Brad Pitt), un exagente de cambio y bolsa basado en el personaje
real de Ben Hockett, que presta su pericia y su experiencia negociadora a otros
dos jóvenes aspirantes a tiburones de Wall Street, Charlie Geller (John Magaro)
y Jamie Shipley (Finn Wittrock), quienes no son sino personajes de ficción
basados en los reales Charlie Ledley y Jamie Mai respectivamente. Añadamos que
el guion de McKay, coescrito con Charles Randolph, se basa en el libro de
investigación del periodista Michael Lewis The
Big Short: Inside the Doomsday Machine (2010), inédito en España salvo
error del que suscribe.
Teniendo en cuenta que todavía estamos inmersos en
esta crisis económica inacabable, y que aún la estamos sufriendo en nuestras
carnes y en nuestras mentes, resulta lógico que lo que narra La gran apuesta “toque” la fibra
sensible, el ánimo o la conciencia del espectador. Además, a pesar de la
experiencia previa de McKay en el terreno de la comedia, y de que en el film
abundan los momentos irónicos e incluso humorísticos, La gran apuesta no hace un retrato ni frívolo, ni fácil, ni cómodo
de lo que narra, sino por el contrario duro, áspero, cínico y amargo. Sus
intenciones son muy claras, y no deja lugar a dudas: todos los protagonistas de
la película son una caterva de hijos de la gran puta, por decirlo suavemente,
que intentaron aprovecharse de la desgracia ajena, de la ruina financiera de
millones de inocentes que perdieron su dinero, sus casas y sus bienes sin que
nadie moviera un dedo por ellos, y que en los casos concretos de Vennett/
Lippmann, Rickert/ Hockett, Geller/ Ledley y Shipley/ Mai, y de tantos y tantos
otros, acabaron sacando una substanciosa tajada de todo ello. Una infamia que La gran apuesta muestra tal cual, sin
paliativos ni paños calientes. Pero una cosa son las intenciones, loables en el
caso de La gran apuesta, y otra es el
cine.
De entrada, el guion en sí mismo considerado
resulta, como mínimo, discutible. Estamos de acuerdo en que el libreto hace un
esfuerzo notable para narrar con el máximo detalle posible el prácticamente
incomprensible intríngulis económico que desató la crisis, pero aun así su
planteamiento resulta bastante molesto. Acaso con la intención de hacer lo más
cercano posible al espectador neófito (entre los que me incluyo) todo ese
galimatías financiero, los responsables del film apuestan, en primer lugar, por
un acercamiento irónico-humorístico, no desprovisto de cinismo. De este modo,
en un par de escenas concretas aparecen nada menos que la actriz Margot Robbie,
metida en un baño de espuma, y la actriz y cantante Selena Gómez, jugando a las
cartas en Las Vegas, ambas interpretándose a sí mismas y hablando hacia la
cámara para ofrecer unas complicadísimas explicaciones verbales sobre un par de
tecnicismos económicos. Dejando aparte el sarcasmo de la aparición de ambas
actrices –que tiene su (malévolo) sentido: Robbie fue la coprotagonista
femenina de El lobo de Wall Street
(The Wolf of Wall Street, 2013, Martin Scorsese) (2), mientras que Selena Gómez es… Selena Gómez–, sus apariciones,
lo que cuentan y cómo lo cuentan no tiene más valor que el anecdótico, o si lo
prefieren, el de un chiste (fácil, por añadidura). Por no hablar de la más bien
bochornosa escena en la que Vennett se ayuda de una torre de juguete a base de
pequeñas piezas de madera para explicarles a Baum y su equipo el funcionamiento
del mercado financiero y cómo este, literalmente, se derrumbará tan pronto como
fallen las partes fundamentales para sostenerlo.
Siempre cabe la posibilidad de, como en mi caso,
desinteresarse del intríngulis financiero, habida cuenta de que, tal y como
está planteado y resuelto, no tiene interés alguno, y concentrarse en otros
aspectos del relato, tales como la descripción de los personajes y la puesta en
escena del mismo. Pero, por desgracia, incluso viéndola desde estas
perspectivas en exclusiva, el asunto no mejora. Los personajes, y los
intérpretes que se hacen cargo de ellos, dejan bastante que desear. El más
penoso es el de Michael Burry, descrito con una serie de tics que pretenden
erigirlo en una especie de “genio loco” o de “sabio despistado”: se pasea
descalzo por la oficina, oye música rock a un volumen exagerado, toca la
batería como un poseso, y habla poco, en voz baja y entre risitas. Cabe la
posibilidad, por descontado, de que el auténtico Burry sea exactamente así,
pero en cualquier caso no convence ni el personaje (que, con franqueza, parece
más bien un tarado que un genio), ni su intérprete: Christian Bale, que por
regla general es un buen actor, hace aquí la peor interpretación de su carrera.
No menos cargante resulta el personaje (de alguna
manera hay que llamarlo) de Rickert, empezando por la labor de su intérprete,
un Brad Pitt haciendo, como siempre, de Brad Pitt (o sea, nada), y acabando con
la caracterización de su (ejem) personaje: Rickert está descrito como una
especie de figura antisocial que, a capricho del guion, dado que sus
motivaciones nunca quedan del todo claras, decide ayudar a Geller y Shipley en
su jugada financiera para-joder-al-sistema. El personaje (sic) puede tener
gracia si no se es exigente, pero a la hora de la verdad resulta difícil de
creerse a alguien que fue un poderoso agente de Wall Street, dejó de serlo para
dedicarse a cuidar su huerto, accede a colaborar con Geller y Shipley apenas se
lo piden, y una vez hecho (no sin llevarse una buena tajada), regresa a su
huerto… Lo dicho: quizá Hockett, la figura real en la que se inspira el
personaje de Rickert, fuera así en la vida real; pero, tal y como se lo
presenta en el film, resulta burdo, incomprensible y facilón.
Hay dos honrosas excepciones. La primera es el
personaje de Mark Baum, el mejor perfilado de la función, el cual se beneficia
de la magnífica interpretación –esta sí– de Steve Carell. Con todo, el
personaje cojea en un apartado que, tal y como está planteado en ese guion que
no para de ganar premios y alabanzas, carece de interés alguno: el hecho de que
Baum –y, quizá, también Steve Eisman, la figura real que le sirve de base, cosa
que no puedo corroborar dado que lo desconozco– esté traumatizado por la muerte
de su hermano. Desde luego que Baum es el único personaje que muestra una
humanidad de la cual los demás carecen: su asombro ante el inminente estallido
de la burbuja inmobiliaria, su estupefacción ante una catástrofe económica
desorbitada e imparable, están muy bien expresados por Carell, vuelvo a
insistir, espléndido en su papel: todo el asunto de su hermano, sencillamente,
sobra. La segunda excepción a la que me refiero es el personaje de Jared
Vennett, la versión de ficción de Greg Lippmann, y que es el único que mantiene
su coherencia desde el principio y hasta el final. No me parece casual que sea
precisamente el cínico, amoral y arrogante Vennett quien, al igual que Margot
Robbie y Selena Gómez, se dirija hacia el espectador hablándole mirando a
cámara: en cierto sentido, es “la voz” del film porque es quien tiene claro desde
el principio cuál es su propósito: ganar dinero a costa de la ruina del prójimo.
Un hijo de puta integral. Además, Ryan Gosling lo interpreta muy bien.
Si los personajes tampoco son lo suficientemente
atractivos como para justificar un largo, muy largo metraje de 130 inacabables
minutos, siempre cabe la posibilidad, repito, de concentrarse en el trabajo de
puesta en escena de la película, o expresándolo en palabras de Alberto Moravia,
ver cómo el director se las ha arreglado. El problema es que en La gran apuesta no hay un trabajo de
puesta en escena digno de esa expresión, dicen algunos, ya anticuada, pero
todavía muy elocuente mientras nadie invente algo mejor. A no ser que
entendamos, o mejor dicho interpretemos,
como “trabajo de realización” la propensión de Adam McKay a insertar esos típicos
primeros planos/ planos medios de los personajes en los que la cámara se mueve,
ligeramente “temblorosa”, incluso en las abundantes escenas en las que estos se
limitan a estar sentados hablando mucho (pero, en el fondo, sin decir nada),
acaso para expresar que son como los tiburones (de los de Wall Street, por
supuesto), que necesitan estar siempre en movimiento so pena de ahogarse (algo
que ya ensayó, por cierto, el ínclito Oliver Stone en otro engendro de
similares y premonitorias características, la inefable Wall Street, ídem, 1987); o bien consideremos que “trabajo de
realización” consiste en montar planos cortos y crear una especie de coreográfica
presentación de localidades estadounidenses, combinando planos generales y
planos de detalle, con vistas a captar así el frenesí de la sociedad norteamericana, en lo que puede verse una
especie de revisión liofilizada del estilo de Martin Scorsese. Los responsables
de la crisis deben haberse reído mucho viendo La gran apuesta, un film que casi consigue que el mayor robo de la
historia, y el más impune, parezca un simple juego de niños traviesos. ¿Una historia
real? Pueden metérsela por el culo.
Pienso que las mejores películas de Hollywood sobre la crisis son, precisamente, las que no hablan de ella directamente.
ResponderEliminarSobre la crisis creo que la mejor cinta que se ha rodado es "El lobo de Wall Street", aunque no hable de ella directamente, como dice el anterior comentario. La escena final, con Di Caprio dando una conferencia, es demoledora sobre el reparto de culpas en esta crisis entre el estafador y el estafado (este caso el público que observa).
ResponderEliminarPor lo menos esa es mi opinión, porque jamás he pensado que todo lo que ha ocurrido es sólo consecuencia de la acción de algunos tiburones de las finanzas (con la complacencia del FMI, Banco Mundial, Reserva Federal, BCE, etc.) y que las personas que perdieron sus viviendas o sus ahorros eran unos ingenuos que no sabían lo que les podría pasar. Sé que esto que digo no es "popular" pero es lo que pienso.
Nunca te había visto tan enojado al hablar de una película. A mí me ha encantado y creo que si que tiene muchos puntos de interés. Sobre todo de puesta en escena, a mí entender más elaborada de lo que comentas más allá de los tics visuales que comentas y que si que están allí. Si te apetece acabo de hablar sobre ella en mi blog.
ResponderEliminar¿Acaso lo despreciable que es el hecho real que narra la película no te habrá influido en tu valoración? Lo dejo ahí.
Un saludo
Buenos días, León:
EliminarNo, lo cierto es que lo único que ha influido en mi valoración es el profundo aburrimiento en el que me sumió este film, del cual esperaba mucho más. Los primeros 20 minutos, con la presentación de Michael Burry, y sobre todo, con Christian Bale interpretándolo como si fuera un retrasado mental, ya se me hicieron insufribles. Y, a los 40 minutos, ya esta harto de la película, pues a mi entender todo lo que pretende plantear ya lo ha hecho, y el resto del larguísimo metraje no es sino una mera variante de lo ya expuesto previamente.
Saludos cordiales.