[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] No es ningún secreto a estas alturas que el cine de Quentin
Tarantino tiene mucho de juego narrativo. Dependiendo de las ocasiones y del
grado de inspiración de su autor (menos regular de lo que sus admiradores
quieren reconocer), ese juego puede ser más o menos brillante –Reservoir Dogs (ídem, 1992), Django desencadenado (Django Unchained,
2012) (1)–, irregular –Malditos bastardos (Inglorious Basterds,
2009) (2)–, cuando no mediocre –Jackie
Brown (ídem, 1997), Kill Bill.
Volumen 1 & 2 (Kill Bill: Vol. 1 & Vol. 2, 2003-2004), Death Proof (ídem, 2007)–, o
decididamente malo –Pulp Fiction
(ídem, 1994)–. De ahí que, ante semejantes precedentes, que solo pueden
convencer a los convencidos de antemano (hay que reconocerle a Tarantino su
extraordinaria habilidad para vender humo como si fuera oro puro), me he
llevado una grata sorpresa con Los
odiosos ocho (The Hateful Eight, 2015), su más reciente propuesta, entre
otras razones porque, en esta ocasión, el juego narrativo me parece más
ingenioso, divertido y mucho mejor resuelto de lo que acostumbra su director,
hasta el punto de que me atrevería a afirmar que nos hallamos, si no ante su
mejor película, por lo menos ante la que a mí, personalmente, más y mejor me ha
convencido.
En una de las primeras escenas de Los odiosos ocho, Tarantino recupera un
pequeño detalle que ya había utilizado en la menos mala de las dos entregas de Kill Bill, el “Volumen 2”. Justo en la
secuencia inicial de este último, veíamos a Uma Thurman hablando hacia la
cámara, y cómo al final de su parlamento guiñaba un ojo. Ese guiño, que
Tarantino copió del final de Family Plot
(La trama) (Family Plot, 1976), tenía en Kill Bill. Volumen II el mismo sentido que en la extraordinaria
última película de Alfred Hitchcock: erigirse en una llamada de atención al
espectador, dándole a entender que todo lo que acababa de ver una vez llegados
al final de Family Plot (La trama), o
todo lo que iba a ver a continuación en Kill
Bill. Volumen II, no era/ es sino un artificio que convenía/ conviene no
tomarse demasiado en serio. Como digo, el guiño de ojos reaparece al principio
de Los odiosos ocho: a bordo de la
diligencia que les conduce hacia la Mercería de Minnie, Daisy Domergue
(Jennifer Jason Leigh), la prisionera que conduce John “La Horca” Ruth (Kurt
Russell) camino de su ejecución, le guiña un ojo al cazador de recompensas que les
acompaña, el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), y este, divertido, se lo
devuelve… Naturalmente que resulta lícito pensar, en virtud de ese intercambio
de guiños, que ambos personajes están secretamente “compinchados”. Una vez muy
avanzada esta larga, muy larga película (167 minutos en su versión “Multiplex”
en copia digital, 187 minutos en su versión “Roadshow” en copia de 70 mm, que
no he visto, pero que parece ser que incluye con respecto a la anterior 4
minutos de obertura musical y 12 minutos de intermedio), pero que a pesar de su
extenso metraje no se hace para nada pesada, lo cual es un mérito indiscutible
que es justo reseñar en el haber de Tarantino; como digo, lo gracioso es que
hacia la mitad de tan larga proyección descubrimos que Daisy y Marquis no son
cómplices. El espectador puede sentirse legítimamente estafado ante ese hecho,
habida cuenta de que ese cruce de guiños no quería decir que hubiera
complicidad entre los personajes. Pero, desde otro punto de vista, podemos
interpretar que esos guiños no iban sino dirigidos hacia el público, si bien de
una manera no tan evidente como lo hizo Hitchcock o como lo repetiría Tarantino
en Kill Bill. Volumen II.
Lo cierto es que, a partir de ese cruce inicial de
guiños, Los odiosos ocho se mueve en
el terreno del juego narrativo tan querido por su director. Un juego del gato y
el ratón que, como muy bien se ha apuntado estos días, vendría a ser un
equivalente o, si se prefiere, una especie de revisión en clave westerniana de Reservoir Dogs, protagonizada, recordemos, por otros “odiosos”
personajes; que transcurría asimismo en un escenario principal del cual solo
“salíamos”, como aquí, vía flashbacks
ambientados en otros escenarios; y donde había un personaje que no era quien
parecía o decía ser. De hecho, la situación que se plantea en Los odiosos ocho, donde un puñado de
indeseables se ven obligados a pasar unos días juntos por culpa de una tormenta
de nieve que les mantiene aislados en la posta para diligencias conocida como
la Mercería de Minnie, evoca hasta cierto punto la primera y mejor secuencia de
Malditos bastardos: la de la cabaña.
Recordemos que, en esta última, la tensión y el “suspense” que se creaban lo
hacían alrededor del descubrimiento de unos personajes escondidos bajo el suelo
de la cabaña, justo debajo de los pies de los que conversan en el piso
superior.
Pues bien, en Los
odiosos ocho, el relato toma un giro inesperado a partir del momento en que
descubrimos no solo que hay más de un “odioso” presente en la posta y que, estos
sí, son cómplices de Daisy, sino que también hay un personaje escondido, literalmente, en el sótano de la
Mercería de Minnie, o lo que a efectos prácticos es casi lo mismo, en un
segundo nivel, oculto, del relato: Jody (Channing Tatum), el hermano de Daisy. En
Los odiosos ocho, los personajes son,
en puridad de conceptos, piezas de un retorcido ajedrez de vida y muerte que
asumen desde el principio su condición de títeres: de partícipes de ese juego
narrativo que, por una vez y sin que sirva de precedente, Tarantino desarrolla
haciendo gala de una admirable autoconciencia de que lo que está ofreciendo es
eso, un juego, y además planteándolo y resolviéndolo con brillantez.
Como siempre en Tarantino, se ha hablado y
probablemente se seguirá hablando del caudal de referencias a otras películas
que inunda las imágenes de Los odiosos
ocho, empezando por la incorporación a la banda sonora de una partitura del
veterano Ennio Morricone que remite, por descontado, a la sonoridad que utilizó
en sus cuantiosas contribuciones al eurowestern
italiano, además de incluir la recuperación de un fragmento de su banda sonora
para Exorcista II: El hereje
(Exorcist II: The Heretic, 1977, John Boorman), y sobre todo, fragmentos
descartados para la partitura de la magnífica La cosa (The Thing, 1982). Respecto a esto último, huelga añadir
que la presencia en el reparto de Kurt Russell no es sino uno de los evidentes
homenajes/ guiños/ copias del clásico de John Carpenter que atesora Los odiosos ocho: Russell es el primero
en “morir” (mientras que, en La cosa,
era uno de los dos únicos supervivientes), y lo hace, además, soltando un
espectacular vómito de sangre que no puede menos que recordar los
extraordinarios efectos especiales de maquillaje creados por Rob Bottin para
ese film; además, mucho antes hemos visto cómo un par de personajes tienden
unas cuerdas en medio del paisaje nevado para poder ir y volver de la posta a
la letrina sin perderse en medio de la nieve, tal y como se hacía en La cosa.
Pero, como digo, esa carga referencial me parece lo
menos interesante del cine de Tarantino en general y de Los odiosos ocho en particular. Es la parte menos atractiva de su
juego, por lo que tiene de obvio; véase, sin ir más lejos, el movimiento de
grúa descendente que, al principio del relato, nos descubre a Marquis en medio
del camino y delante de la diligencia, que se detiene justo en ese instante
para no atropellarle; es un movimiento de cámara que hemos visto cientos de
veces, y por tanto no tiene mayor valor que el referencial, ni más interés que
el anecdótico. Me parece mucho más atractivo aquí algo que a Tarantino suelen
reprocharle, incluso, sus exégetas: ese exceso de verborrea, esos diálogos
larguísimos, a veces inacabables, pero que en esta ocasión me parecen más
justificados que nunca. Los personajes hablan y hablan, cierto, pero con
independencia de lo que digan o del cómo lo digan (y resulta obligado anotar de
inmediato que todos los intérpretes están magníficos, sin excepción, aunque
creo que Walton Goggins se merece una mención especial), lo interesante es que,
a pesar de lo mucho que hablan, de lo mucho que aparentemente parecen explicar
sobre sí mismos, todos ellos tienen de principio a fin algo de misterioso, de
oculto. Los diálogos de Los odiosos ocho
contribuyen a reforzar lo que el film tiene de juego, de artificio, de
simulacro de realidad. Y a desvelar lo que, en el fondo, es la película: un
relato de misterio.
De ahí que, para mi gusto (gusto “no tarantiniano”,
se entiende), lo mejor de Los odiosos
ocho reside en su faceta, digamos, “policíaca”, y en la forma como
Tarantino construye los mimbres de un relato bañado de ambigüedad que va
creciendo en intensidad e interés a medida que avanza, y que lo hace, además,
sostenido sobre la base de unos personajes que de tan “odiosos” resulta
imposible empatizar con ninguno de ellos. Nunca hasta ahora Tarantino se lo
había puesto más difícil a los espectadores, e incluso a sus incondicionales,
sometidos tanto unos como otros a la inmersión en un ajedrez al cual no hay dónde
agarrarse a nivel emocional. Tarantino, por fin, se la ha jugado, y a fondo. Y
con un resultado casi perfecto.
Además del ya mencionado cruce de guiños entre Daisy
y Marquis, que dejando aparte su carácter de mero jugueteo con el espectador
sirve para introducir un poso de misterio en el relato, este avanza muy bien a
base de detalles que van cargando la atmósfera de espesor: la puerta rota de la
Mercería de Minnie, que hay que abrir de una patada y volver a clavar cada vez
que se cierra (y luego sabremos a qué se debe que esté rota); el hallazgo de un
pequeño caramelo rojo en el suelo de la posta por parte de Marquis nada más
llegar (lo cual, también, tiene su explicación); la conversación, repleta de
suspicacias, de Marquis con Bob el mejicano (Demián Bichir) en el establo (que,
más adelante, reflotará); el estofado recién hecho de Minnie, cuando se supone
que la mujer, propietaria del establecimiento, hace ya dos días que se fue
(otro detalle premonitorio); el momento en que Daisy toca la guitarra y canta
una canción repleta de maliciosas referencias a su situación y la de sus
compañeros (lo cual parece gratuito pero, en el fondo, no lo es); en
particular, el excelente flashback
que nos los desvela todo, y que reconstruye minuciosamente cómo Jody y sus
compinches –Oswaldo Mobray (Tim Roth), Joe Gage (Michael Madsen) y el citado
Bob– llegaron a la Mercería de Minnie antes de que lo hicieran Hunt, Daisy,
Marquis y el conductor de la diligencia O.B. Jackson (James Parks); una vez
allí, cómo asesinaron a Minnie (Dana Gourrier), su marido Dave (Gene Jones), a
la chica encargada del establo, Judy “Seis Caballos” (Zoë Bell), y a dos
criados negros, Charly (Keith Jefferson) y Gemma (Belinda Owino); y cómo obligaron
al anciano general Sandy Smithers (Bruce Dern) a participar de su farsa, so
pena de matarle.
A todo ello hay que unir la secuencia más cruel y
dolorosa jamás rodada por Tarantino: la tensa conversación de Marquis y el
mencionado general Smithers, un sureño radical que odia a los negros del cual
el primero se venga sádicamente, relatándole que él fue el responsable de la
muerte del hijo de Smithers, Chester (Craig Stark), al cual torturó y humilló
sin piedad haciéndole caminar desnudo por la nieve durante más de dos horas, y
luego le obligó a hacerle una felación antes de matarle. El diálogo entre
Marquis y Smithers, excelentemente planificado, se combina con insertos que, a
modo de flashbacks, visualizan el
tormento y la vejación que Marquis infligió al hijo del general, en una
secuencia cuya fuerza reside en que, más allá de dar pie al consabido chiste
fácil made in Tarantino (el celebrado
de las “pollas negras en bocas blancas”),
contribuye a reforzar la ambigüedad del relato: el flashback puede ser, en efecto, una visualización de lo que
ocurrió, o sencillamente una visualización de la posible mentira que Marquis le
está contando a Smithers para atormentarle y obligarle a que intente dispararle,
a fin de matarle él primero, tal y como ocurre.
Los
odiosos ocho, aun
siendo un film excelente y a ratos realmente magnífico, no termina de ser la consabida obra maestra que los
incondicionales de Tarantino siempre proclaman antes incluso de haberla visto
por culpa, como siempre, de la tendencia del cineasta a, por así decirlo,
“darles gusto” a los fans, insertando detalles de brocha gorda destinados a
regocijarles. Pienso, en concreto, en los feos insertos de chorreo de sangre
como consecuencia de las hemorragias internas provocadas por el veneno echado
en el café o como resultado del impacto de las balas, que se nota demasiado que
están hecho de cara a la galería: para que la “peña tarantiniana” se divierta,
vamos. Pese a todo, es pecata minuta
en el conjunto de un largometraje, vuelvo a insistir, difícil y misterioso,
narrativamente complejo y psicológicamente retorcido, y en esta ocasión en
absoluto vacío. Algunos rumores apuntan a que Tarantino podría estar preparando
una película de terror. Si es así, quién me lo iba a decir poco tiempo atrás, tengo
mucha curiosidad por verla.
A propósito de cine de terror, veo que el efecto que te ha causado Los odiosos ocho respecto a Tarantino es el que te causó Anticristo respecto a Lars von Trier. A mí algo en el uno que me recuerda al otro: egocéntricos, sí, pero inteligentes guionistas y brillantes narradores.
ResponderEliminar