[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Como cada vez que
uno pone, digamos, “pegas” a una película que genera un consenso
generalizadamente positivo, volveré a hacer honor al tópico y empezaré diciendo
la consabida frase hecha: vaya-por-delante-que… El renacido (The Revenant, 2015) me ha gustado. Es una buena
película, repleta de grandes momentos, y en sus líneas generales se merece la
elevada consideración de la que goza en estos instantes. Pero no es menos
cierto que, con todas sus virtudes, también me ha parecido más irregular de lo
que me esperaba de ella, o si se prefiere, no termina de estar a la altura de
las expectativas que me había creado, sobre todo, a raíz de la magnífica
impresión que me dieron los dos anteriores trabajos de su director, el mexicano
Alejandro González Iñárritu: la espléndida y todavía hoy muy menospreciada Biutiful (ídem, 2010) (1), y sobre todo la extraordinaria Birdman o (La inesperada virtud de la
ignorancia) (Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance), 2014) (2).
Empezaré
hablando de lo que no me gusta, o que me gusta menos. En general, y con la
excepción hecha de sus mejores instantes, El
renacido me ha parecido, sorprendentemente, un film carente de la debida
intensidad, o si se prefiere, menos intenso de lo que su planteamiento
dramático, duro y violento como pocos, podría dar a entender. No es solo que
haya una diferencia entre sus, digamos, “momentos fuertes” (los cuales,
insisto, me parecen estupendos), y sus momentos, sigamos diciendo, “menos
fuertes” (hablo en términos muy generales). Además, hay que decir a favor de la
película que, a pesar de su larga duración (156 minutos), mantiene un ritmo
excelente y con escasos altibajos. Lo que me molesta un poco de El renacido es que, incluso en esos
buenos momentos, el realizador mexicano haga gala de un estilo tan brillante
como pomposo, tan virtuoso técnicamente como un tanto huero formal y
narrativamente. Por ejemplo, y sin ir más lejos, la secuencia del ataque en el
borde del río de los indios arikaras a la expedición que lidera el capitán
Andrew Henry (Domhnall Gleeson), a poco de empezar el film: desde luego que hay
que quitarse el sombrero ante el trabajo de planificación del realizador (y el de
iluminación del operador Emmanuel Lubezki), repleto de dinámicos movimientos de
cámara que recogen, con agilidad y dinamismo, el movimiento de los actores
dentro del encuadre, con resultados de notable belleza. Pero, incluso en medio
de una secuencia tan lograda, se percibe algo que irá apareciendo a lo largo de
la proyección: un cierto embelesamiento formal puramente esteticista que, si
bien no llega en ningún momento a estropear el resultado, sí que impregna El renacido de cierto amaneramiento que,
por paradójico que suene, empaña su brillo.
Otro
aspecto discutible, si bien tampoco grave y, hasta cierto punto, “externo” del
film, en cuanto ni lo mejora ni lo empeora, reside en la interpretación que Leonardo
DiCaprio hace del protagonista, el explorador Hugh Glass. Quede claro que
DiCaprio me parece un buen actor, no tan extraordinario como suele decirse,
pero sí competente, y que su actuación en El
renacido me parece buena, pero tampoco por encima de lo habitual en él. Por
comparación, me parece mucho mejor la interpretación, muy matizada, que en El renacido lleva a cabo el siempre excelente
Tom Hardy, estupendo en su papel del trampero traidor y rastrero Fitzgerald.
Desde
luego que hay muchas cosas muy buenas en El
renacido. Dejando aparte la brillantez de secuencias como la ya mencionada
del ataque de los arikaras a la orilla del río; la a estas alturas famosa del
ataque de la osa a Glass, dejándole malherido; el momento del asesinato del
hijo de Glass, el mestizo Hawk (Forrest Goodluck), a manos de Fitzgerald; la
secuencia en la que Glass huye de los arikaras dejándose arrastrar por los
rápidos del río, a riesgo de morir ahogado o aplastado contra las rocas; el
rescate de Powaqa (Melaw Nakehk’o) por parte de Glass, secuestrada por los
cazadores de pieles franceses que lidera Toussaint (Fabrice Adde); la escena en
la que el protagonista destripa un caballo y, desnudo, se refugia dentro del
vientre del animal para evitar morir congelado; o la violenta pelea final entre
Glass y Fitzgerald. Como digo, si algo resulta de agradecer de una película
como El renacido es el hecho de
hallarnos ante un film que, cosa rara hoy en día, efectúa una notable
valoración de los elementos telúricos, haciéndolo además de una manera muy
física. El frío, el hambre, las heridas, “duelen” a ojos del espectador.
A
pesar de la aspereza de los escenarios naturales y de las situaciones que se
viven en ellos, no faltan los apuntes líricos: el mejor, probablemente, sea el
plano en contrapicado de los árboles, agitados por el viento, que coincide con
el momento en que un compungido Glass, abrazado al cadáver de su hijo, alza la
vista. Menos convincentes resultan las escenas oníricas, como la corta del
principio: una serie de breves imágenes en las cuales vemos a Glass con su
fallecida esposa india (Grace Dove) y su hijo todavía pequeño, las cuales
forman parte de un flashback
posterior en el que el protagonista rememora el asesinato de su mujer a manos
de unos soldados blancos. O aquella en la que, en su delirio, Glass cree ver el
espíritu de su esposa, flotando encima suyo, para confortarle. Digamos que El renacido está a ratos cerca de esa “obra
maestra” que intenta ser pero que, por más que pone empeño en ello, se queda a
mitad de camino.
Acostumbra a ser bueno ir contracorriente, siga así....excepto con Biutiful, Dios mío! se corre el riesgo de ir contracorriente sólo por sistema.
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